lunes, 28 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 29

De vuelta al coche, Pedrollevaba la flor entre el índice y el pulgar, como si se tratara de una prueba, mientras que Paula la veía simplemente como una flor depositada en el sitio equivocado, por error, por algún familiar apenado.

—Olvídalo, por favor —le pidió, conteniendo las lágrimas. No quería hundirse delante de él. No sabía qué esperaba de Pedro, pero en cualquier caso, una respuesta más emocional que la que estaba teniendo—. Acabas de visitar el monumento dedicado a nuestro hijo. ¿Es que eso no representa para tí algo más que otra posible pieza de tu rompecabezas?

—No si puede significar algo.

—Te traje aquí porque pensé que te ayudaría a cerrarlo todo, y no para darte una nueva pista para tu historia.

—¿Cerrar? Tú has tenido meses para llorar la muerte de nuestro hijo, ¿Y quieres que yo me olvide así, solo con chasquear los dedos?

—No es eso lo que...

—Pues yo creo que sí —le espetó—. No te gusta compartirlo conmigo ni siquiera ahora, ¿Verdad?

—Qué tontería.

—¿Ah, sí? —hizo un gesto señalando lo que había a su alrededor—. Hemos compartido algo importante, Paula: hemos tenido un hijo juntos. Tengo que asimilar ese hecho antes de que pueda tan siquiera empezar a ponerle punto final. Me acusas de no compartir mis emociones contigo, y puede que tengas razón. No he tenido mucha práctica. Pero esta vez, eres tú quien me está excluyendo constantemente.

Ella había creído que hacía lo correcto manteniendo en secreto la existencia de su hijo, pero en aquel momento sintió dudas. ¿Habría guardado silencio porque no quería que él se sintiera obligado a quedarse, o porque no quería compartir la experiencia con él?

—Es más fácil acusarme a mí de ser frío que aceptar que no querías que estuviese presente —dijo.

Se alegró de que la poca iluminación no dejase ver su repentina palidez.

—No puede ser cierto.

—¿Ah, no? Antes me has dicho que no he tenido nunca una relación con mi padre. Tú no habrías tenido ese problema si eran solo el niño y tú.

—Yo quería que mi hijo tuviese padre —se defendió.

—¿Tu hijo, Paula?
—Nunca he querido hacerte daño, Pedro.

—Y no me lo has hecho. Lo que he sentido desde que me lo dijiste ha sido rabia, ira de la de siempre.

No podía culparlo por ello, aunque la intensidad la sorprendía.

—Supongo que tienes derecho a ello.

—No lo dudes. Después de lo que fuimos el uno para el otro durante más de tres años, sigo sin comprender cómo fuiste capaz de ocultarme algo tan importante como el embarazo.

—Pues porque, en un principio, pensé que decírtelo era como si estuviera haciéndote chantaje. Y después, porque no era capaz de admitir mi fallo.

Él frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

Paula bajó la mirada.

—Pues que tuvo que haber algo que debería haber hecho de otra manera.

Pedro puso las manos en sus hombros.

—¿Te lo ha dicho un médico?

—No. Es mi opinión.

—Sabes que es una tontería, ¿Verdad?

—Lo sé, pero es que no puedo dejar de pensarlo. Mi padre...

—¿Qué tiene que ver tu padre con esto?

—Si todo lo que hacía no era perfecto... si me equivocaba en algo...

La voz le falló.

—Sigue.

—Me castigaba para recordarme que podía hacerlo mejor.

A la escasa luz de las farolas, vio la expresión dolida de Pedro.

—¿Te pegaba?
Paula negó con la cabeza y la fuerza del recuerdo era tanta que el parque pasó a un segundo plano.

—No era tan directo. Simplemente me trataba como si fuese invisible. A veces eso se prolongaba durante días, hasta que prometía no volver a desilusionarlo para conseguir que volviese a mirarme o a dirigirme la palabra.

—¿Cómo se puede tratar a una hija con tanta crueldad?

—Es un perfeccionista.

—Yo diría que más bien un sádico. Gente como tus padres o los míos no deberían poder tener hijos.

—No todos son iguales. Mi madre me hablaba cuando mi padre se iba. No quería que sufriera.

—Pero sufriste de todos modos. Que te traten como si no existes le hace daño a cualquiera, pero sobre todo a una niña.

—Me aterrorizaba la idea de fracasar —reconoció con dificultad.

—Lo que le pasó a nuestro hijo no fue culpa tuya. No podías hacer nada para evitarlo —dijo con firmeza.

Cómo deseaba que la abrazara con fuerza y sentir el calor de sus brazos. Pero sabía por qué no lo hacía. Dijera lo que dijese, tenía que hacerla culpable de la pérdida de su hijo. Tenía todo el derecho del mundo.

—Mi parte adulta sabe que no fue culpa mía —intentó convencerse—. Pero a veces las emociones se apoderan de mí, sobre todo cuando las hormonas están disparadas. Al menos, eso es lo que me dijo el médico.

—Y tiene razón, así que haz el favor de no volver a decir que fue culpa tuya.

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