lunes, 28 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 26

—No es un delito. Solo innecesario.

—¿Qué debería haber hecho, en tu opinión?

—Deberías haberme contado tus sospechas en cuanto las tuviste. Dios mío..., nuestro hijo ¿Vivo? Si hubiese podido imaginar esa posibilidad aunque hubiera sido solo durante un minuto...

—Nunca ha sido posible —respondió—, solo lo parecía porque las circunstancias eran similares a las otras. Yo sabía desde un principio que era muy poco probable, pero tenía que asegurarme por si acaso.

De pronto Paula tuvo una duda.

—Tú querías que fuese cierto, ¿Verdad?

—¿Tú qué crees?

—¿Cómo puedo saberlo, si no estás dispuesto a abrirte y decírmelo?

—Esto no va a funcionar, Paula. Claro que quería que nuestro hijo estuviera vivo, pero darle vueltas durante horas no habría servido para que fuese realidad.

—Pero yo podría haberte ayudado.

Lo había dicho con suma dulzura y sus palabras le llegaron al corazón.

—Ya me has ayudado a pasar por ello —confesó—. Abrazarte, sentirte tan viva debajo de mí... Ni mil palabras, ni una interminable conversación sobre mis sentimientos podría haberlo conseguido mejor.

—Lo dices como si hablar de los sentimientos fuese una estupidez, y no lo es. Y no me hace gracia que me utilicen como terapia de distracción, porque sé que serías capaz de hacer casi cualquier cosa antes que admitir que tienes sentimientos.

—Tú no eres una distracción, Paula. Tienes que creerme: mientras hacíamos el amor, tú eras lo único que tenía en la cabeza.

—Ya.

Pedro comenzó a vestirse.

—Esto no nos va a llevar a ninguna parte. Vine porque quería estar cerca de tí cuando me dieran la noticia, fuese buena o mala. No traía pensado hacerte el amor. Simplemente ha ocurrido. Pones en duda mis motivos y no te culpo por ello, porque ni siquiera yo estoy seguro, pero lo que sí sé es que no lo lamento, como es evidente que lo lamentas tú.

Ella lo miró sorprendida.

—Yo no lo lamento, Pedro. Solo desearía que hubieses sido más sincero conmigo.

—¿Como tú lo fuiste conmigo?

Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—Tienes razón —dijo en un susurro—. Supongo que me lo merezco.

Pedro se abrochó el cinturón.

—Tú solo te mereces lo mejor, Paula, y espero que aparezca alguien que pueda dártelo.

—Esto se parece mucho a otra despedida.

Él terminó de abrocharse la camisa.

—Y seguramente debería serlo, pero me he comprometido a acompañarte a la subasta esa y lo haré.

—¿Y después? —se atrevió a preguntar.

—Después, será mejor que nos comportemos como adultos y nos separemos como amigos.

¿Cómo iba a poder ser amiga de un hombre que significaba tanto para ella?

—No sé
si puedo hacerlo.

Él asintió.

—Yo tampoco, pero solo hay un modo de averiguarlo.

Terminó de vestirse, se puso los zapatos y se acercó a ella. Paula retrocedió instintivamente y él frunció el ceño.

—No te preocupes, que no iba a besarte. Solo quería mi teléfono —dijo, y se lo mostró.

Seguramente tenía razón: debían separarse como amigos, mientras fuese posible. Si lo era ya. La desesperación que sentía sugería que era ya demasiado tarde.

—No hace falta que me acompañes —dijo él al ver que pretendía levantarse—. Pasaré a recogerte a las siete.

Un momento después, oyó la puerta cerrarse y tuvo que contenerse para no ir a la ventana y verlo marchar. Se quedó donde estaba durante mucho tiempo, con sus pensamientos sumidos en el caos. Le dolía el cuerpo después de haber hecho el amor, así que cada movimiento le recordaba a él. Estaba furiosa por que hubiera utilizado el sexo como distracción, pero ¿Qué esperaba? Él nunca había fingido estar enamorado, y ella antes nunca se había sentido utilizada, pero en aquella ocasión sí, y no podía saber por qué. Ojalá hubiera compartido con ella sus sospechas, pero no, había cargado con el peso solo, como hacía invariablemente. ¿Cuándo aprendería que querer a alguien era compartir lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor? Las parejas tenían buenas razones para compartir ambas cosas. Creaba un lazo único entre dos personas. Pero Pedro y ella nunca habían tenido ese lazo y nunca lo tendrían. ¿Sería esa la razón de que hubiera sido incapaz de decirle que esperaba un hijo suyo? ¿O sería porque, en el fondo, lo único que había entre ellos era el sexo, y temía que si eso dejaba de existir, lo demás desaparecería como por encanto? Sintió que un sollozo le atenazaba la garganta. Era tan sencillo y al mismo tiempo tan horrible que... ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Había esperado a sentir su amor antes de decirle lo del bebé, pero esos síntomas no habían llegado. Había seguido haciéndole el amor, eso sí, y que el cielo la protegiera, porque seguía ansiando lo único que podía darle, aun después de todo lo que había ocurrido.

—Esto no me va a llevar a ninguna parte —dijo en voz alta.

Podía ser una sentimental, como su madre, pero también era una mujer práctica, como su padre, y tenía cosas que hacer. Aquella noche debía dar un discurso y no iba a prepararse solo. Había acusado a Pedro de distraerse y era ella quien lo hacía. Intentaba convencerse de que los dos casos eran distintos, pero en el fondo no lo eran: la única diferencia era que ella pretendía perderse en el trabajo y Pedro había decido perderse en ella.

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