miércoles, 9 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 61

Juana se puso fuera de sí cuando supo lo que Paula pretendía hacer. Pedro debía de  habérselo  contado  todo,  pues  apareció  en  la  clínica  a  la  hora  de  la  comida,  con  un  brillo  de  determinación  en  la  mirada  y  una  cesta  de  picnic  repleta  de  los  platos  favoritos de Paula.

—¿A qué has venido? —preguntó esta, sorprendida.

—A meterte un poco de sentido común en esa cabezota.

—¿Por qué te pones de parte de Pedro sin siquiera haberme escuchado?

—Yo  siempre  estoy  de  tu  parte,  por  eso  he  venido.  Dudo,  sin  embargo,  que  puedas  decir  nada  que  me  convenza  de  que  no  estás  desperdiciando  una  verdadera  oportunidad de ser feliz —Juana buscó en la cesta y sacó una tartera con ensalada de pasta—. Vamos, cómete esto.

Bajo la mirada atenta de su amiga, Paula tomó un tenedor y empezó a comer.

—Está muy bueno. Gracias.

—Ahora, prueba esto —dijo Juana, dándole un trozo de tarta de chocolate recién hecha—. He traído más para tus compañeros.

—Te lo agradecerán eternamente. Tus tartas son famosas aquí.

—Me  alegro  de  oírlo  —dijo Juana,  aunque  mantuvo  su  expresión  de  ceñuda  determinación.

Paula se tomó su tiempo para saborear el delicioso pastel salpicado de pedacitos de chocolate y avellanas, porque tenía la sensación de que, en cuanto Juana se diera por satisfecha  con  lo  que  había  comido,  se  lanzaría  a  darle  un  sermón.  Así  era  ella.  Se  figuraba que la gente se comportaba con más sensatez si tenía el estómago lleno.Y, en efecto, en cuanto se tragó el último bocado, Juana dijo:

—Ahora, hablemos de esa locura tuya de irte de casa de Pedro.

Paula se puso tensa.

—Diciéndome que estoy loca no vas a convencerme de nada.

—Yo solo digo lo que pienso —respondió Juana, con las manos en las caderas.

Paula esbozó  una  sonrisa,  a  pesar  de  su  resolución  de  no  dejarse  ablandar  por  nada que pudiera decir su antigua vecina.

—Mira,  sé  que  ha  sido  Pedro quien  te  ha  llamado.  ¿Te  ha  dicho,  por  casualidad,  por qué quiero irme de su casa?

—Sí, claro. Incluso dijo que lo entendía.

—Entonces no hay ningún problema, ¿No crees?

—Pero bueno, yo no entiendo nada —exclamó juana—. Los he visto juntos. Si hay dos personas que se complementen, esos son ustedes. Si tu madre estuviese aquí, te diría lo mismo. Como no está, supongo que me toca a mí decírtelo.

—La verdad es que mi madre no tiene nada que decir respecto a esto. Ni siquiera sabe que mi compañero de casa es un hombre.Jane la miró con incredulidad.

—¿Cómo  es  posible?  ¿Es que no  hablan?  ¿Nunca ha contestado Pedro al  teléfono?

—Ella prefiere las cartas —admitió Paula, crispada.

—¿Por  qué?  ¿Es  que  no  quiere  instalar  ese  equipo  telefónico  para  no  tener  que  recordar que eres sorda?

—Algo así.

Juana murmuró algo. Paula se imaginó lo que era, aunque no había podido leer sus labios. Dudaba de que fuera un cumplido. Trató de evitar la discusión.

—Juana...

—Basta de hablar de tu madre. Me guardaré mi opinión para mí —dijo, interrumpiéndola—.  Ahora,  deja  que  te  diga  algo,  Pau.  Yo  estuve  casada  treinta  años.  Tú  no  conociste a mi marido, pero se parecía mucho a Pedro. Tenía sentido del honor y de la responsabilidad con los demás. Nos conocimos cuando éramos unos críos, antes de que yo tuviera ni idea de que iba a convertirse en policía. Estaba muy orgullosa de él el día que se graduó en la academia, pero no hubo ni un solo día después de aquel en que no temiera que no volviera a casa —miró directamente a los ojos de Paula y añadió—. Ni un solo día.

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