lunes, 31 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 3

—Pretendes hablar con el senador. Considéralo como una medida de seguridad.
—No creo que sea necesario —intervino Miguel intentando templar los ánimos, pero no detuvo a Pedro.
Paula metió la mano en el bolso, sacó la cartera y le tendió después su carné de conducir.
—Supongo que no llevarás el pasaporte encima —dijo Pedro.
—No, pero a lo mejor quieres tomarme las huellas dactilares.
—Eso lo dejo para después.
Y Paula tuvo la impresión de que no estaba bromeando.
Miguel  volvió a mirarlos alternativamente.
—¿Han terminado?
Paula  se encogió de hombros.
—Pregúntele a él.
Pedro  asintió.
—Me reuniré contigo en cuanto consiga que la gente de TI se ocupe de esto —blandió el carné de Paula.
—¿La gente de TI? —preguntó Paula mientras seguía al senador a su despacho.
—Sí, los de Tecnología Informática. Te sorprendería lo que son capaces de hacer con un ordenador —el senador sonrió y cerró la puerta en cuanto entró Paula—. O a lo mejor no. Es probable que también tú sepas mucho de informática. Ojalá pudiera yo decir lo mismo de mí. Puedo arreglármelas más o menos, pero todavía tengo que llamar a Pedro de vez en cuando para que me resuelva algún problema.
Señaló uno de los rincones del despacho en el que había un sofá, un par de butacas y una mesita de café.
—Siéntate —le pidió.
Paula se sentó en el borde del sofá y miró alrededor del despacho.
Era un lugar grande y espacioso, pero sin ventanas. Tampoco podía decir que fuera para ella una sorpresa que un senador que había montado su campaña en un almacén no disfrutara de grandes lujos. Por lo que había visto hasta el momento, al senador no debía gustarle gastarse mucho dinero en apariencias. El escritorio era viejo, con la madera rayada; el único color que había en las paredes procedía de un mapa a gran escala de las diferentes zonas del condado.
—¿De verdad pretende llegar a ser presidente? —le preguntó Paula.
Que una persona a la que acababa de conocer pudiera hacer algo así superaba su capacidad de comprensión.
—Estamos explorando esa posibilidad —contestó el senador mientras se sentaba en una butaca, enfrente del sofá—. En realidad, ésta no será siempre mi sede. Si la campaña va bien, nos trasladaremos a un lugar que sea más accesible, pero ¿por qué gastar dinero si en realidad no tenemos por qué hacerlo?
—Bien dicho.
El senador se inclinó y apoyó los antebrazos en las rodillas.
—No me puedo creer que seas la hija de Alejandra. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Treinta años?
—Veintiocho —contestó Paula, sintiendo que se sonrojaba violentamente—. Aunque supongo que para usted casi veintinueve.
El senador asintió lentamente.
—Recuerdo la última vez que la ví. Estuvimos comiendo en el centro de la ciudad. Recuerdo perfectamente su aspecto. Estaba preciosa.
Apareció una sombra en sus ojos, como si hubiera algo en su pasado que Paula ni siquiera podía empezar a imaginar. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero no le resultaba fácil formular ninguna de ellas.
En aquella época,  Miguel no estaba casado, pero su madre sí. Paula apenas se acordaba de sus padres. El recuerdo del hombre al que consideraba su padre, o al que había considerado su padre hasta varios meses atrás, era muy borroso.
Aun así, se descubrió a sí misma pensando en él, preguntándose cuándo habría dejarlo de quererle su madre y si Miguel Schulz habría tenido algo que ver en esa decisión.
—Nunca supe por qué decidió poner fin a nuestra relación —dijo Miguel con voz queda—. Un par de días después de esa comida, me llamó para decirme que no podía volver a verme. No me dijo por qué. Intenté ponerme en contacto con ella, pero había desaparecido. Me escribió para decirme que lo nuestro había terminado para siempre, que quería que continuara con mi vida, que buscara a una mujer con la que pudiera tener una verdadera relación.
—Se marchó porque se había quedado embarazada… de mí —dijo Paula.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 2

El hombre asintió.
Interesante. No porque pudiera tener ningún vínculo sanguíneo con el hijo mayor del senador. Miguel Schulz y su esposa habían adoptado a todos sus hijos, Pedro incluido, sino porque había alguna posibilidad de que fueran familia.
Paula no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Tratar con su propia familia ya le resultaba suficientemente complicado. ¿De verdad tenía ganas de conocer a otra?
Evidentemente, pensó. Al fin y al cabo, estaba allí.
La necesidad de sentirse vinculada a alguien era tan intensa que no necesitó ninguna otra respuesta. Si Miguel Schulz era su padre, quería conocerle y no dejaría que nadie se interpusiera en su camino. Ni siquiera su hijo adoptivo.
—Creo que ya he tenido suficiente paciencia con una secretaria y dos de los ayudantes de tu padre —dijo con firmeza—. He sido educada y comprensiva. Además, soy votante de este estado y tengo derecho a ver al senador que me representa. Así que ahora, por favor, apártate antes de que me vea obligada a ponerte en un aprieto.
—¿Me estás amenazando? —preguntó Pedro, y parecía casi divertido.
—¿Me serviría de algo?
Pedro la recorrió de los pies a la cabeza con la mirada. En el transcurso de los seis meses anteriores, Paula  había tenido oportunidad de aprender que llamar la atención de los hombres no era algo que le reportara ningún beneficio. Sabía que, inevitablemente, sus relaciones con ellos terminaban en desastre. Pero a pesar de haberse jurado que no quería volver a saber nada del género masculino, no pudo evitar sentir un ligero estremecimiento al ser objeto de aquella firme mirada.
—No, pero podría ser divertido.
—Desde luego, tienes respuesta para todo.
—¿Y eso es malo?
—No tienes ni idea de hasta qué punto. Ahora, apártate, dragón. Voy a ir a ver al senador Schulz.
—¿Dragón?
Aquel tono divertido no procedía de la persona que tenía frente a ella. Paula se volvió al oír aquella voz y vio a un hombre cuyo rostro conocía de sobra en el marco de una puerta abierta.
Conocía al senador Miguel Schulz porque le había visto en televisión. Incluso le había votado. Pero hasta hacía muy poco tiempo, para ella sólo era un político más. En aquel momento, sin embargo, tenía frente a ella al hombre que muy probablemente era su padre.
Abrió la boca, e inmediatamente la cerró como si de pronto hubieran desaparecido todas las palabras de su cerebro, como si hubiera perdido la capacidad de hablar.
El senador comenzó a caminar hacia ellos.
—Así que eres un dragón, ¿eh, Pedro? —le preguntó al hombre que estaba hablando con Paula.
Pedro se encogió de hombros. Era evidente que se sentía incómodo.
—Le he dicho que era el dragón que vigilaba el castillo.
El senador posó la mano en el hombro de su hijo.
—Y has hecho un buen trabajo. Así que ésta es la dama que está causando problemas —se volvió hacia Paula y sonrió—. No parece especialmente amenazadora.
—Y no lo soy —consiguió decir ella.
—No estés tan seguro —le advirtió Pedro a su padre.
Paula le fulminó con la mirada.
—Estás siendo ligeramente prejuicioso, ¿no crees?
—Tu ridícula afirmación sólo puede servir para causar problemas.
—¿Por qué te parece ridícula? No puedes estar seguro de que no sea cierto.
—¿Y tú lo estás? —preguntó Pedro.
El senador los miró alternativamente.
—¿Debería venir en un momento mejor?
Paula  ignoró a Pedro y se volvió hacia él.
—Siento haber venido sin previo aviso. Llevo mucho tiempo intentando concertar una cita con usted, pero cada vez que me preguntan cuál es el motivo, tengo que contestar que no puedo decirlo y…
En aquel instante fue plenamente consciente de la enormidad de lo que estaba a punto de hacer. No podía limitarse a repetir lo que le habían dicho a ella: que hacía veintinueve años, aquel hombre había tenido una aventura con su madre y ella era el resultado de esa relación. Seguramente, el senador no le creería. ¿Por qué iba a tener que creerle?
Miguel Schulz la miró con el ceño fruncido.
—Tu cara me resulta familiar, ¿nos hemos visto antes?
—Ni se te ocurra decir una sola palabra —le advirtió Pedro—. Porque tendrás que vértelas conmigo.
Pero Paula le ignoró.
—No, senador, pero usted conoció a mi madre, Alejandra Chaves. Yo me parezco un poco a ella. Soy su hija. Y creo que a lo mejor también soy hija suya.
El senador permaneció imperturbable. Seguramente, gracias a la capacidad de control adquirida durante los años que llevaba dedicado a la política, pensó Paula, sin estar del todo segura de lo que sentía ella. ¿Esperanza? ¿Terror? ¿La sensación de estar al borde de un precipicio sin estar muy segura de si debería saltar?
Se preparó para el inminente rechazo, porque era una locura pensar que el senador podría limitarse a aceptar sus palabras.
Pero entonces, el hombre que quizá fuera su padre suavizó la expresión y sonrió.
—Recuerdo perfectamente a tu madre. Era… —se le quebró la voz—. Deberíamos hablar. Pasa a mi despacho.
Pero antes de que Paula hubiera podido dar un paso, Pedro se colocó frente a ella.
—No, no puedes hacer una cosa así. No puedes quedarte a solas con ella. ¿Cómo sabes que no tiene nada que ver con la prensa o con la oposición? Todo esto podría ser un montaje.
El senador desvió la mirada de Pedro a Paula.
—¿Esto es un montaje?
—No, tengo aquí el carné de conducir, si quiere investigarme —lo último lo dijo mirando a Pedro.
—Yo lo haré —respondió Pedro tendiéndole la mano para que le pasara el carné.
—¿Pretendes que te dé información personal sobre mí en este momento? —preguntó Paula, sin estar muy segura de si debería dejarse impresionar por su eficacia o si debería darle una patada en la espinilla.

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 1

—Mira, déjame facilitarte las cosas —le advirtió a Paula Chaves el hombre trajeado que parecía estar vigilando el pasillo—: no vas a poder hablar con el senador hasta que no me expliques qué estás haciendo aquí.
—Por mucho que te sorprenda, esa información no me facilita en absoluto las cosas —musitó Paula Chaves, asustada y emocionada al mismo tiempo, para desgracia de su estómago revuelto.
Ya había conseguido convencer a una recepcionista y a dos secretarias. En aquel momento, estaba viendo la puerta del despacho del senador Miguel Schulz. Pero entre la puerta y ella se interponían un largo pasillo y un tipo enorme que no parecía muy proclive a doblegarse.
Paula  pensó en empujarle directamente, pero era demasiado alto y fuerte para ella. Por no mencionar que aquel día llevaba un vestido y zapatos de tacón, algo en absoluto habitual en ella. El vestido quizá no representara un gran obstáculo, pero los tacones le estaban matando. Podía soportar el dolor en las plantas de los pies, y también la ligera presión en el empeine, ¿pero cómo podía mantener nadie el equilibrio encima de aquellos zancos? Si aceleraba aunque fuera sólo un poco el ritmo de sus pasos, corría el serio peligro de romperse un tobillo.
—Puedes confiar en mí —le dijo el hombre—, soy abogado.
Y parecía estar hablando en serio.
Paula soltó una carcajada.
—¿Y ésa te parece una profesión que inspira confianza? Porque a mí no.
El hombre apretó los labios como si estuviera disimulando una sonrisa. «Una buena señal», pensó Paula. A lo mejor conseguía ganarse a aquel tipo. En realidad, nunca se le había dado especialmente bien encandilar al género masculino, pero no tenía otra opción. Iba a tener que fingir.
Tomó aire y echó la cabeza hacia atrás. Por supuesto, tenía el pelo corto, así que no hubo melena alguna que cayera sobre su hombro, lo que significaba que aquella artimaña supuestamente seductora no iba a tener efecto alguno. Tras aquel pequeño fracaso, no pudo menos que alegrarse de haberse jurado no volver a salir con ningún hombre durante el resto de su vida.
—Considérame como el dragón que protege el castillo —continuó el hombre—. No vas a poder pasar a no ser que me digas qué es lo que quieres.
—¿Nadie te ha explicado nunca que los dragones se extinguieron hace siglos?
En aquella ocasión, su interlocutor no disimuló la sonrisa.
—Yo soy la prueba de que continúan vivos.
Estupendo, pensó Paula; había llegado hasta el final para ser interceptada por aquel tipo. Un hombre de rostro atractivo, por cierto, lo suficiente como para que no pudiera mirarle con indiferencia, pero, al mismo tiempo, no tanto como para no haber cultivado, además de su belleza, su propia personalidad. Tenía unos ojos azules que podían resultar matadores. Y una mandíbula cuadrada que denotaba una fuerte determinación.
—Estoy aquí por motivos personales —contestó.
Era consciente de que aquella respuesta no iba a ser suficiente, pero tenía que intentarlo. ¿Qué otra cosa iba a decir? ¿Que había descubierto que podía no ser quien pensaba que era y que la respuesta a sus dudas estaba en aquel edificio?
El hombre dragón se puso serio y cruzó los brazos sobre el pecho. Paula tuvo entonces la sensación de estar siendo juzgada.
—No me lo creo —replicó el hombre con dureza—. El senador no participa en esa clase de juegos. Estás perdiendo el tiempo. Vete inmediatamente de aquí.
Paula se le quedó mirando fijamente.
—¿Eh? ¿Pero él…? Oh, crees que estoy insinuando que el senador y yo… —esbozó una mueca—. ¡Dios mío, no! ¡Jamás! —retrocedió, un acto peligroso, teniendo en cuenta la altura de los tacones, pero no le quedaba otro remedio. Tenía que poner cierta distancia entre ellos—. No hay nada que pudiera resultarme más desagradable.
—¿Por qué?
Paula suspiró.
—Porque hay alguna posibilidad de que yo sea su hija —más que una posibilidad, si su estómago revuelto era un indicativo de algo.
El hombre trajeado ni siquiera pestañeó.
—Te habría sido más útil insinuar que te habías acostado con él. Me sentiría más inclinado a creerlo.
—¿Quién eres tú para juzgar lo que Miguel Schulz pudo o no pudo hacer hace veintinueve años?
—Su hijo.
Aquello consiguió captar toda su atención. Paula lo sabía todo sobre la familia del senador.
—¿Pedro?

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Sinopsis

Cuando Paula Chaves decidió encontrar a su padre biológico, no esperaba descubrir que éste fuera un senador que optaba a la presidencia del país. Paula podía poner en serio peligro la elección del senador, algo que su atractivo hijo adoptivo y director de campaña, Pedro Alfonso Schulz, no permitiría que ocurriera. Ella tampoco iba a dejar que Pedro dirigiera su vida, por tentador que le encontrara.



Ninguno de los dos quería enamorarse, sobre todo teniendo en cuenta el escándalo y los problemas que eso supondría para la familia Schulz, pero finalmente se vieron obligados a confiar el uno en el otro y, en cuanto la confianza se convirtió en pasión, el escándalo estuvo servido.



Los Pedro y Paula de la parte anterior son ahora Federico y Malena. Esta es la historia de Dani  en la piel de Paula, Pedro aparece después.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 90

—¡Porque no podrías! —gritó ella.
—Entonces, ¿todo ha sido un juego? ¿Crees que estoy jugando contigo?
—Es posible —susurró ella.
—¿Es posible?
—Sí. Todo esto es fácil y divertido, pero cuando se complique, tú no estarás aquí.
Ella se puso a llorar al darse cuenta de lo que había dicho. Las semanas pasadas habían sido muy complicadas y él la había acompañado en todo momento. No había eludido ni una dificultad. Ella se había escondido, había tenido miedo de creer que podían quererla.
—Si piensas eso sinceramente —dijo él sin alterarse—, entonces me he equivocado de sitio.
Él se dió la vuelta para marcharse.
Fue como si estuviera ahogándose. En cuestión de segundos, Paula vió toda su vida pasar por delante de sus ojos. Sin embargo, no fueron los años que había vivido, sino los que le esperaban por vivir. Los años vacíos, sólo repletos de arrepentimiento. Años en los que buscaría el nombre de Pedro en todos los periódicos; en los que malgastaría la vida preguntándose cómo habría podido cambiar las cosas. Pudo verse escondida entre la multitud para vislumbrarlo con la esperanza de que él la viera y le diera otra oportunidad. Pudo ver años sin correr riesgos.
—¡No te vayas!
Corrió a la sala y lo agarró del brazo antes que llegara a la puerta.
—No te vayas. Por favor —Paula se secó las lágrimas para poder verlo—. Pedro, no te vayas. Te quiero. Te quiero mucho. Me aterra que te marches y que no pueda sobrevivir. Por eso pensé que era mejor olvidarte lo antes posible. Tengo miedo, pero eso no es justo con ninguno de los dos. Siempre me he escondido porque es más fácil y seguro, pero es muy solitario y ya no quiero vivir así.
—¿Qué pasaría si yo no correspondiera a tu amor? —preguntó él.
Ella se quedó helada.
—Serías un desgraciado—contestó para intentar una bravuconada, pero sin éxito—. Me dolerá, pero me repondré. Es más fácil reponerse de una decepción amorosa que del arrepentimiento. Yo me arrepentiría de haberte alejado de mí. Me arrepentiría durante el resto de mi vida —Paula decidió ser más sincera con él de lo que lo había sido consigo misma—. He pasado demasiado tiempo sin arriesgarme, tirando la toalla en vez de intentándolo. Se ha acabado. Te quiero, independientemente de todo. Eres parte de mí.
—Yo también te quiero.
—¿De verdad? —Paula parpadeó.
—De verdad. Te quiero como no había querido a nadie. Haces que sea mejor, Paula. No me consientes nada. No eres fácil, pero tampoco lo había pasado mejor en mi vida —la agarró de las manos y le besó los nudillos—. Te quiero profundamente. Sólo quiero estar contigo. Quiero casarme contigo. Quiero tener hijos contigo.
—Te adoro —Paula lo abrazó con todas sus fuerzas—. ¿Como no iba a adorarte? Lo eres todo para mí.
Él la apartó lo suficiente para verle la cara.
—¿De verdad?
—De verdad —Paula sonrió.
—¿Te casarás conmigo?
—Sí.
Ella notó un roce leve y cálido en el brazo. No había sido Pedro y la calefacción no estaba encendida. Aun así, lo había notado y supo que había hecho lo que tenía que hacer. Por primera vez desde la muerte de su hermana, sintió el corazón en paz. Dio las gracias para sus adentros.
Volvió a notar el roce y también oyó un susurro: «Que seas feliz».
Si no hubiera estado ahorrando para poder quedarse con Delfina, no habría aceptado el trabajo con Gloria. Si no hubiera aceptado el trabajo con Gloria, no habría conocido a Pedro ni habría sabido lo que era sentirse amada por él. Quizá nunca lo habría encontrado, ni a él ni a sí misma. Por primera vez en su vida, supo lo que quería y donde quería estar: con Pedro. Por fin había llegado a un punto en el que no sólo podía confiar en él. Podía confiar en los dos.


FIN

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 89

—O no. Hiciste todo lo que pudiste. Pedro, te expusiste al ridículo en público para salvar la vida de alguien. Hiciste lo que hiciste con la mejor intención. Nadie te lo reprocha: ni siquiera Paula.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé. ¿No se te ha ocurrido pensar que lo que hace Paula podría no tener nada que ver contigo? ¿No has pensado que su hermana y ella estuvieron muy unidas durante años y que su pérdida la ha destrozado? ¿No has pensado que te ha alejado para poder rumiar su dolor? A lo mejor piensa que no la quieres tanto como para aguantar su sufrimiento. ¿Has hablado con ella?
—No hay nada que decir.
—No me acuerdo de que fueras tan necio antes —ella fue inflexible—. Si no vas a decirle cuánto la amas, le borro de mi testamento.
—No necesito tu dinero, Gloria —Pedro estuvo a punto de sonreír—. Tengo más que suficiente.
—Muy bien. Entonces te expulsaré de mi casa.
—Ya me he ido.
—Dejaré de quererte —lo amenazó ella con los ojos entrecerrados.
Eso le impresionó y se puso muy recto.
—No sabía que me quisieras.
—Claro que te quiero —ella miró hacia otro lado—. Eres mi nieto. Te he visto crecer y convertirte, hasta este momento, en un hombre relativamente íntegro.
—No lo habías dicho nunca.
Ella suspiró y volvió a mirarlo.
—De acuerdo. Te quiero. ¿Contento?
Él se quedó boquiabierto, pero, efectivamente, contento. Se levantó rodeó la mesa y la abrazó.
—Yo también te quiero.
—Ya lo sé. Deja de decírmelo a mí y díselo a quien tienes que decírselo.
Paula  lamento haber empezado a llorar el día del entierro de Delfina. Había pasado casi una semana y no podía parar. No podía comer ni dormir. Vivía sumida en un mundo de desconsuelo y añoraba a su hermana como nunca se imaginó que sería posible. El desconsuelo era mayor por la pérdida de Pedro. Sabía que lo único sensato era dejar que se marchara. No podía querer quedarse con ella entre tanto sufrimiento y cuando él quiso irse, ella lo dejó. Sin embargo, había sido su única agarradera en un mundo aterrador y sin control, por eso, en ese momento, se sentía sola y aterrada. Su madre había vuelto a la caravana. Todas sus amigas la acompañaban y parecía estar bien. Ella, en cambio, no tenía compañía.
—Soy lamentable —se dijo Paula mientras iba a la cocina para prepararse un té—. Tengo que serenarme.
Tenía un trabajo. Aunque había hablado varias veces con Gloria, todavía tenía que decidir volver. Pero también sabía que Gloria estaba bastante recuperada y podía sobrevivir sin ella. Eso significaba que tendría que buscarse otro trabajo. Sin embargo, la idea de empezar con otra familia y en otra casa era superior a sus fuerzas.
Puso el té en la tetera y esperó a que el agua empezara a hervir. Cuando fue por la taza, estuvo a punto de preguntarle a Delfina si quería té, pero se acordó de que ya no estaba allí. Sintió una oleada de dolor muy punzante. La atravesó y la dejó sin fuerzas, como si fuera a caerse al suelo. Sin embargo, en vez de caerse se encontró entre unos brazos muy fuertes. Se dio la vuelta y vio a Pedro. La gratitud reemplazó al dolor y se arrojó en sus brazos.
—Has vuelto.
—Tenía que volver —Pedro tenía los ojos nublados por la emoción—. Para decirte que lo siento. Sé que todo es culpa mía: que ella murió por mi culpa.
Se oyó el silbido del agua hirviendo. Paula se soltó y fue a apagar el fogón.
¿Culpa de él? ¿Por qué pensaba eso?
—Tú no tienes nada que ver con la muerte de Delfina.
—Yo encontré el donante e insistí en la operación. Ella no estaba preparada. Lo dejó muy claro. Si yo no me hubiera empeñado, habría vivido otro año.
Paula se imaginó que lo apropiado sería una respuesta delicada y amable, pero estaba muy cansada y se cruzó de brazos.
—Siempre había sospechado que te creías el ombligo del mundo, pero nunca me había esperado esto. Delfina  se murió porque el corazón dejó de latirle. Ya está. A menos que tengas línea directa con Dios y le pidieras que acabara con la vida de mi hermana, tú no tuviste nada que ver.
—Pero yo…
—Basta —lo interrumpió ella—. Ya está bien. Delfina iba a morir por su enfermedad. Por un motivo u otro, estaba desahuciada. ¿Sabes lo que es vivir día tras día con la certeza de que el final se acerca? Claro, todos vamos a morir antes o después, pero todos llegamos a convencernos de que todavía queda mucho tiempo. Vivimos vidas normales. Sin embargo, eso no pasaba con ella. Cada día estaba más enferma. El hígado depura el cuerpo por dentro. Ella se envenenaba más a medida que pasaba el tiempo. El torso se le cubriría de moratones. Su propio cuerpo la envenenaría hasta matarla.
Paula dejó caer los brazos a los costados del cuerpo, pero no lo tocó. Quería que la escuchara y que nada lo distrajera.
—Pedro, le ofreciste lo que nadie había podido ofrecerle. Le diste esperanza. Es más, nos la diste a todos. Nunca le quites el valor que tiene. La esperanza lo es todo. La esperanza es un milagro.
—Entonces, si no me culpas, ¿por qué me dijiste que me marchara?
—¿Cómo? Yo no hice tal cosa —replicó ella—. Pensé que querías marcharte. Sé que estaba absorta por el sufrimiento y me pareció que querías estar en otro lado.
—¡Paula! —Pedro la miró con rabia—. ¿Por qué haces siempre lo mismo? ¿Por qué das por supuesto que estoy aquí porque me siento obligado? ¿Por qué crees que desapareceré en cuanto surja la primera complicación?
El arrebato de furia de Pedro la sorprendió, pero su reacción la sorprendió casi más. Estaba más que dispuesta a discutir.
—Porque tienes un historial bastante largo de escurrir el bulto. Ya hemos hablado de eso. Nunca te quedas cuando las cosas se complican.
—Hablas de mi pasado —le rebatió él—. ¿Cuándo he escurrido el bulto estando contigo?
—No has tenido ocasión…
—Fantástico. ¿Estás esperando a que meta la pata? Es lo que suelo hacer, ¿no?
—No. No quiero decir eso —al menos, no exactamente eso.
—Entonces, ¿qué quieres decir? ¿Me has rechazado antes de que te rechace yo?
—No —contestó ella—. Estoy llorando la pérdida.
—Una excusa muy oportuna.
—Lo sabrás muy bien… Eres un especialista.
—Hablas de mí —Pedro sacudió la cabeza—. Es verdad que me he pasado la vida escurriendo el bulto, pero tú te la has pasado sin atreverte a nada. Yo, al menos, he dado la cara.
Lo injusto y certero de la declaración la dejaron cortada.
—¡No sabes nada de mí! —exclamó ella—. No sabes lo que es vivir a la sombra de alguien.
—¡Tonterías! —exclamó también él—. Me reprochaste que utilizara lo mal que lo pasé con Jenny para ocultarme. Permíteme que te devuelva el reproche. Hace mucho tiempo que dejaste de estar a la sombra de Delfina. Te vino muy bien cuando eras niña, pero hace mucho tiempo que te vales por tí misma. Tienes una profesión y una casa; eres muy capaz de defenderte sola. Entonces, ¿por qué tienes tanto miedo de dar un paso y arriesgarte un poco?
¿Por qué la acosaba de aquella manera? ¿Acaso no sabía como estaba pasándolo?
—¿Por qué estabas siempre tan convencida de que no podría quererte? —preguntó él ante el silencio de ella.

domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 88

Dani se levantó y tomó la carpeta, pero no la abrió.
—¿Qué me ocultas? ¿Es un asesino o algo parecido?
—En absoluto. Es… —hizo un gesto con la mano—. Ábrela de una vez. Entenderás lo que quiero decir.
Dani tomó aliento y abrió la carpeta. En la primera página vio la foto de un hombre de cincuenta y tantos años. Era guapo, sonriente y le pareció increíblemente conocido. Se quedó petrificada. No pudo leer lo que decía debajo ni pasar la página. Miró a Gloria.
—¿Miguel Schulz? —preguntó con un hilo de voz—. ¿El senador Miguel Schulz?
—Sí.
—¿Es mi padre?
—Sí.
Dani se quedó atónita.
—Aspira a ser presidente de Estados Unidos. ¿Quieres decir que mi padre puede ser el presidente?
—Todavía está calculando sus posibilidades, pero eso tengo entendido.
Dani se dejó caer otra vez en la butaca. No podía asimilar ese cambio en su vida.
—No puedo creérmelo —susurró—. Miguel Schulz… Sé quién es. Le he votado.
—Estoy segura de que le encantará saberlo —comentó Gloria con una sonrisa.


Pedro se despertó a mitad de la noche y se encontró solo en la cama. Se quedó tumbado un instante antes de levantarse e ir a la sala. Paula estaba acurrucada en un rincón del sofá. Las luces de la calle se filtraban por la ventana entreabierta y pudo comprobar que estaba despierta.
—¿Has tenido pesadillas? —le preguntó mientras se sentaba a su lado.
—Eso cuando me quedo dormida —ella se encogió de hombros—, que es muy pocas veces.
—Podrías tomar algo.
—No estoy preparada para automedicarme, aunque estoy a punto de hacerlo —Paula tomó aliento—. ¿Por qué estás levantado?
—No estabas en la cama.
Ella no contestó y él la abrazó, pero estaba rígida. Pedro se sintió intranquilo. Ella seguía sufriendo por la muerte de su hermana y no era el momento adecuado para hablar de su relación, pero se sintió obligado a decir algo.
—Has estado muy callada —dijo él—. Sé que estás pasándolo muy mal. Me he quedado para ayudarte, pero ¿preferirías que me marchara?
Ella lo miró con unos ojos indescifrables en la penumbra.
—Creo que sería lo mejor. En estos momentos, necesito algo de espacio.
Fue como si ella se hubiera infiltrado en su pecho y le hubiera pateado el corazón. No supo qué pensar ni qué decir. Paula no lo quería cerca; no lo quería.
—Está bien —Pedro se levantó—. Me marcharé.
Él esperó un segundo, pero ella no dijo nada y no le quedó más remedio que marcharse. Mientras se vestía, se acordó de todas las veces que ella se había preocupado porque él podía hacerle daño. Al parecer, Paula se había preocupado demasiado y él demasiado poco.
Gloria dejó la servilleta con un golpe.
—¿Qué te pasa? No paras de dar vueltas por la casa. Francamente, estás empezando a sacarme de quicio.
—No me apetece salir —contestó Pedro mirando a su abuela.
—No lo entiendo —ella resopló— pero me gustaría saber por qué estás tan alicaído. Delfina era una joven encantadora, pero casi ni la conocías. No puede ser por eso.
—Echo de menos a Paula—reconoció al darse cuenta de que no tenía sentido negar la verdad—. Por fin había encontrado la mujer con la que quería estar y no podemos mantener una relación.
—¿Por qué? Esa chica está loca por tí. Lo ha estado desde el principio. Intenté disuadirla, pero no me hizo caso. Los jóvenes de hoy en día sois así.
—Ya no está loca por mí. Casi ni me habla. La semana pasada le pregunté si quería que dejara de ir a verla todo el rato y ella me contestó que necesitaba espacio —Pedro clavó la mirada en la comida que no había probado—. No puede perdonarme y lo entiendo. Yo no me lo perdonaría.
—¿El qué? —preguntó su abuela—. ¿Qué delito has cometido?
¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿Cómo podía esperar que lo dijera en voz alta? A menos que quisiera obligarlo a aceptar su responsabilidad.
—Delfina murió por mi culpa.
—Siempre has tenido tendencia a lo dramático —sentenció Gloria—. Por favor, Pedro… Tú no estabas en el quirófano y tampoco la atropellaste con el coche. ¿Por qué es culpa tuya?
—Yo encontré el donante y me empeñé en que se operara.
—Para darle una oportunidad. El hígado nuevo debería haberle salvado la vida.
—Pero no se la salvo —Pedro notó la rabia de la impotencia—. No conseguí nada. Si hubiera dejado las cosas como estaban, habría vivido otro año. ¿Sabes lo que habría significado otro año para ella, y para Paula y su madre?
—No lo sé —contestó Gloria—, pero estás llevando demasiado lejos tu desproporcionado sentido de ser imprescindible. Intenta ser lógico. Delfina  quería un trasplante de hígado. Tú no la obligaste. Paula  y su madre también lo querían. Para ellas, hiciste un milagro.
—No puedes saberlo.
—Tengo una idea muy aproximada. Además, según lo que me contaste, Delfina  no habría sobrevivido a ninguna operación un poco complicada. Nadie sabía el estado de su corazón. Independientemente de quién encontrara el donante, no lo habría superado.
—Pero no habría muerto ese día. Quizá, con el tiempo, habría podido tener alguna oportunidad.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 87

Me acuerdo de que estábamos en el cuarto de estar de mi casa y de que nos reímos de que no fuera capaz de elegir la blusa adecuada —se secó las lágrimas que le rodaron por las mejillas—. Siempre estaba dispuesta a reírse de sí misma.
—Me acuerdo. Intentó que me quedara la blusa, pero le dije que era imposible que me sentara mejor que a ella.
—Siempre fue muy guapa —su madre suspiró—. Incluso de bebé era una preciosidad.
—Lo sé. No salió mal en ninguna foto. Salía bien hasta en esas fotos espantosas del colegio. Me fastidiaba muchísimo.
Paula se dejó caer en la cama y abrazó el oso de peluche viejo y desgastado.
—La odiaba —siguió ella—. Que Dios me perdone. A veces no soportaba que fuera tan guapa y encantadora: que todo el mundo la quisiera tanto.
Su madre se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.
—Tranquilízate. No te atormentes. No odiabas a tu hermana. Nunca lo hiciste. Querías lo que ella tenía, pero eso es muy distinto. Nunca le diste ningún mérito. Sé que tengo la culpa y lo siento.
—No lo sientas —la tranquilizó Paula—. No pasa nada. Estoy bien. Me habría gustado… —tragó saliva—. Me habría gustado ser más simpática o algo así. Me habría gustado que ella hubiese sabido cuánto me importaba.
—Lo sabía. ¿Crees que no lo sabía? Le pediste que viniera a vivir contigo cuando más lo necesitaba. Le abriste tu corazón y tu vida. Ahorrabas para no tener que trabajar durante sus últimos meses. Ella lo sabía. Te habría querido en cualquier caso, pero también te quería por eso. Te respetaba y admiraba. Me lo dijo.
Paula  lloró, por primera vez desde que su hermana había muerto. Unas lágrimas enormes y ardientes le cayeron por las mejillas.
—La… echo de menos —balbució entre sollozos—. La echo mucho de menos. Quiero que vuelva. Sé que tenía que intentar el trasplante y siempre estaré agradecida de que muriera con esperanza, pero la añoro.
—Lo sé.
Se abrazaron unidas por un dolor que pareció interminable. Sin embargo, las lágrimas cesaron y Paula se secó la cara.
—Mamá, ¿quieres venir a vivir conmigo?
—Te lo agradezco —su madre sonrió—, pero las dos somos demasiado cabezotas para que salga bien. Sin embargo, me gustaría que no nos alejáramos. Nos tenemos la una a la otra y no quiero perderme ni un minuto de eso.
—Yo tampoco.
Entre su trabajo nuevo y los preparativos del entierro, Dani no había tenido ni un segundo libre. Pasó una semana antes de que pudiera encontrar una tarde libre y el valor para ver a Gloria.
Aparcó delante de la enorme casa y se quedó mirando las ventanas iluminadas. De niña, la casa la aterraba. De joven, represento un sitio del que tenía que escapar. Nunca se había sentido cómoda entre aquellas paredes y no esperaba sentirse mejor después de esa reunión, pero tenía que intentarlo.
Había llamado a Gloria y le había pedido una cita. Le explicó el motivo y, aunque su abuela se portó muy civilizadamente durante el entierro, supuso que le colgaría el teléfono. Sin embargo, esa mujer a la que siempre consideraría su abuela, aceptó.
—Eso no significa nada —se dijo Dani en voz baja mientras se acercaba a la puerta—. Sólo quiere torturarme personalmente.
No había otra explicación lógica para que Gloria hubiera aceptado verla. Aun así, no pudo evitar que un rayo de esperanza la iluminara por dentro.
Pedro le abrió la puerta, la acompañó hasta el cuarto de Gloria y le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.
—Hola, Dani —la saludó Gloria desde su butaca de orejas—. Siéntate.
—Gracias —Dani se sentó en la otra butaca que había en la habitación—. Estás mucho mejor. Te apañaste bastante bien en el entierro de Delfina.
—Estoy reponiéndome —Gloria se encogió de hombros—, pero cada día estoy más vieja. Es un incordio, pero es lo que hay.
Dani parpadeó. Nunca la había oído hablar de forma tan natural y sincera, y le asustó un poco oírla en ese momento.
—Creo que has entrado a trabajar en Bella Roma… Una elección interesante.
—Estoy contenta. Se trabaja muy bien con Bernie.
—Su madre puede ser un poco pesada.
Dani se acordó de que Lucia Giuseppe tampoco había tenido palabras muy amables para con Gloria y se preguntó qué habría pasado en otros tiempos.
—Disfruto con mi empleo nuevo —Dani decidió no tomar partido—. Es complicado, pero divertido. Los empleados son fantásticos, los clientes son fantásticos y la comida increíble.
—Hacía mucho que no sabía nada de ti —comentó Gloria mirándola fijamente.
—Lo sé.
—¿Qué ha pasado?
Dani también la miró fijamente, como si no pudiera creerse la pregunta.
—Dejaste muy claro y muy cruelmente que no soy de la familia. Me hiciste daño a conciencia. ¿Para qué iba a venir a recibir más y para qué ibas a querer que viniera?
Gloria bajó la mirada
—Claro, visto de esa manera…
Se hizo un silencio incomodo y Dani se sintió casi culpable, algo que la sacó de quicio. Ella no tenía la culpa de nada. No había hecho nada mal. ¿Por qué iba a tener que sentirse responsable?
—No quiero entretenerte —Gloria le señaló una carpeta que estaba en una estantería—. Eso es para ti. Hay alguna información elemental sobre tu padre. No me he molestado con nada más porque serás capaz de encontrar lo que más te interese.
Dani miró la carpeta, pero no la agarró.
—Vas a decirme su nombre.
—Naturalmente, Dani. Entiendo por qué haces esto, pero, por favor, ten cuidado. Un hombre en la posición de tu padre… —Gloria suspiró—. No será fácil y tienes que entenderlo.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 86

Un par se horas más tarde. Pedro fue a casa de Gloria. Dani y Sofía se quedarían un rato con Paula  y su madre para que él pudiera ocuparse de otras cosas.
La rabia estaba adueñándose de él. La rabia, el sentimiento de culpa y las ganas de enfadarse con alguien. Pero ¿con quién? Él era el único culpable.
—¿No podías haber llamado? —pregunto Gloria en cuanto lo vio—. He estado pegada el teléfono. No podría haber ido a ninguna parte, pero estaba preocupada. Es una operación complicada y… —ella contuvo la respiración—. ¿Qué ha pasado? Tienes un aspecto horrible…
Él se sentó en el borde de la cama y tomó la mano de su abuela.
—Delfina murió durante la operación.
Gloria se quedó pálida. En cuestión de segundos envejeció y pareció muy frágil.
—No —susurró ella—. No es posible. Tendría que estar bien. Tendría que haberse curado. Pobre Paula… y su madre. Tienen que estar destrozadas.
—Lo están.
—Pobrecilla.
—No vendrá a trabajar durante algún tiempo. Intentaré ocuparme de todo lo que pueda. Sandy ha dicho que se quedará un poco más. ¿Es suficiente o quieres que contrate a otra enfermera?
—No… —los ojos de Gloria se empañaron de lágrimas—. Estoy bien. Cada día estoy más fuerte.
—Sé que saldrás adelante —Pedro se inclinó y la besó en la frente.
—Quiero ayudar —dijo su abuela—. ¿Necesitan algo?
—No. Dani está organizando el entierro y llamando a la familia y amigos. Sofía se ocupa de la comida de la casa, y Matías y Agustín están haciendo recados.
—Quiero ir al entierro. Puedo ir —aseguró ella antes de que él dijera algo.
—Entonces irás —Pedro la soltó—. Voy al piso de arriba a hacer algunas llamadas, pero volveré dentro de una hora o así. ¿Quieres algo?
—Vete. Estoy bien.
Ella agitó una mano y él se marchó. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta y se dejó caer en el sofá. Entonces, dejó brotar todos sus sentimientos. Lo abrumaron y le dijeron la verdad a un volumen que tuvo que oír. Delfina había muerto por su culpa. La había matado como si él mismo hubiera parado su corazón. Se había empeñado en encontrarle un donante. Había estado muy orgulloso de sí mismo. Había querido ser un héroe y había privado a Delfina  del año que le quedaba de vida. En ese momento, podría estar viva, podría estar charlando y riendo con Paula. Quizá podrían haber encontrado una curación o un donante mejor.
Había oído lo que dijo el día antes de la operación. Dijo que quería más tiempo; que había decidido operarse porque se sentía responsable de que él hubiera ido a la televisión.
Era culpa suya. Tuvo que empeñarse en intentar arreglarlo todo. Tuvo que alardear. Tuvo que intentar compensar todo lo que había hecho mal. Sin embargo, el resultado…
Lo fastidió todo cuando no quería participar y lo empeoró cuando hizo todo lo que pudo. Se quedó un buen rato sintiendo rabia y arrepentimiento. Paula nunca le perdonaría que le hubiera arrebatado lo más preciado que tenía en la vida. Había querido ayudar a la mujer que amaba, pero la había destrozado.
Después del entierro, los amigos de Delfina fueron a casa de Paula. Era pequeña y en seguida se lleno de compañeros de trabajo y amigas, de gente que la había tratado durante su breve vida. Paula los saludó y recibió sus condolencias. Evie se mantuvo cerca de ella, pero al cabo de un rato, se excusó. Paula sabía que los días pasados habían sido muy difíciles para ella. Parecía como si su madre hubiera encogido. Esperaba que el tiempo la ayudara, pero ella también seguía conmocionada y era difícil imaginarse que alguna vez se sentirían mejor.
—Lo siento muchísimo —dijo Gloria cuando entró apoyada en un bastón y en Matías—. No sé qué decir.
—No tienes que decir nada —Paula la abrazó—. Gracias por haber venido. No te canses, sigues recuperándote.
—No te preocupes por mí —Gloria tenía los ojos llenos de lágrimas—. Estoy bien.
Paula asintió con la cabeza y Gloria y Matías se alejaron. Miro alrededor y se quedó asombrada de la cantidad de gente que había ido. Había tantas sonrisas como lágrimas, y los amigos contaban anécdotas divertidas o conmovedoras de Delfina. Sofía estaba en la cocina preparando comida como para alimentar a toda la ciudad durante tres días.
—Vamos bien —le dijo Sofía  mientras levantaba la mirada de una fuente—. La comida está hecha y Dani está ocupándose de todo lo demás. He hecho algunos postres. El azúcar viene bien en estas situaciones, ¿no crees?
—A mí, sí —confirmó Paula—. Has estado maravillosa. Todos vosotros. No sé cómo agradecéroslo.
—No tienes que hacerlo. Eres una de nosotros. Naturalmente, queremos ocuparnos de ti.
¿Una de ellos? Pensó que ojalá lo fuera, pero no lo dijo. Volvió a darle las gracias a Sofía y fue a la sala. Pedro estaba junto al mueble bar que habían improvisado en un rincón. Fue hasta allí y aceptó una copa de vino blanco.
—¿Qué tal estás? —preguntó él—. Mejor dicho, ¿te sientes capaz de aguantar todo esto?
—No tengo nada que hacer —contestó ella—. Tu familia se ha ocupado de todo. Quiero darte las gracias. También por tenerte aquí. Significa mucho para mí.
No habría podido soportar todo aquello sin Pedro. Desde la muerte de Delfina, habían pasado los días juntos y luego, por la noche, se quedaba con ella y la abrazaba hasta que se quedaba dormida. Sentía cierto remordimiento por no haberle dado nada más, pero, sinceramente, no le quedaba nada dentro, ni un sentimiento. Se dijo, con tristeza, que se la acabaría pasando y que seguiría adelante.
Quiso decirle algo, algo que lo retuviera hasta que ella empezara a recuperarse, pero no le salían las palabras, aunque tenía que intentarlo. Sin embargo, antes de que se le ocurriera algo, se acercó una mujer y empezó a hablar de Delfina.
—Te adoraba —dijo la mujer con una sonrisa y lágrimas en los ojos—. Todavía me acuerdo de lo feliz y emocionada que estaba cuando le pediste que viniera a vivir aquí. Me dijo que ya no estaba asustada. Sabía que estarías con ella para todo. Sabía cuanto la querías.
Paula asintió con la cabeza y un nudo en la garganta.
—Era mi hermana —consiguió decir.
—Lo siento —la mujer sollozó—. Tiene que ser infinitamente más doloroso para ti que para mí, y yo casi no puedo soportarlo. Sólo quería que supieras que Delfina hablaba de ti todo el rato.
—Gracias.
Otras personas se acercaron para contarle otras historias. Hasta que Paula ya no pudo asimilar más palabras amables. Se refugió en el cuarto de su hermana. Cerró la puerta y se apoyó en ella, pero se dio cuenta de que no estaba sola. Su madre salió de detrás de la puerta del armario con una blusa roja en un brazo.
—Me acuerdo de cuando se la compró —comentó Alejandra mientras se enjugaba las lágrimas—. Acababa de firmar el divorcio y dijo que quería comprarse algo alegre. Sin embargo, la blusa le quedaba fatal y no pude disimularlo.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 85

Por algún motivo, se supo que en la sala de espera había una fiesta y algunas enfermeras y celadores se pasaron por allí. Paula se fijó en que la familia de Pedro se ocupaba de su madre; hablaba con ella y la distraía. Se sentó al lado de él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaban lentamente. Podía pensar en algo distinto durante algunos segundos, pero luego, su cabeza volvía al quirófano. ¿Cuántas horas quedarían hasta saber que todo había salido bien? ¿Cuánto quedaría hasta que Delfina  estuviera fuera de peligro?
El médico entró en la sala de espera. Era alto y todavía llevaba la bata, que estaba manchada. Paula se levantó de un salto. El arrebato de alegría dio paso al desconcierto. Era demasiado pronto. La operación podía durar todo el día. Entonces se dio cuenta. Ni siquiera tuvo que mirar a los ojos del médico para captar el desconsuelo. La habitación se disipó en una nebulosa. Sólo quedaron los latidos de su corazón y la expresión abatida del médico.
—Lo… siento —susurró con la voz entrecortada por el dolor y la impotencia—. Fue el corazón. Una complicación inesperada.
Siguió hablando, pero Paula dejó de escuchar. No hacía falta. Su hermana perfecta ya no estaba allí.
Paula no se acordaba de haber salido del hospital ni de haber ido a su casa, pero, súbitamente, se encontró allí. Pedro le rodeaba la cintura con un brazo. La llevó hasta el sofá y quiso que se sentara, pero ella se resistió. No podía pensar ni moverse. Casi no podía respirar. Era como si se hubiera quedado sin aliento vital. Sentía un dolor tan abrumador que ni siquiera tenía ganas de llorar. Era como si llorar fuera una reacción insignificante para lo que había pasado. Delfina estaba muerta. La frase le daba vueltas en la cabeza como la letra de una canción obsesiva. El dolor le brotaba de lo más profundo y supo que todo sería distinto. Delfina ya no estaba. Su hermana, graciosa, hermosa y perfecta no había sobrevivido a la operación que debería haberte salvado la vida.
—¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó Pedro.
Ella negó con la cabeza. Le parecía imposible poder hablar. La puerta de la calle se abrió y Agustín y Matías entraron con Alejandra entre ellos. Su madre había envejecido un millón de años en una hora. Las arrugas habían convertido su cara en una máscara de dolor. Paula la abrazó con todas sus fuerzas.
—No puedo creérmelo —dijo su madre con un hilo de voz—. No me lo creo. No ha podido morir. No es posible.
Paula estaba de acuerdo, pero la verdad era innegable; era como una criatura sombría que la atenazaba por dentro. Estaba temblorosa y sabía que había que hacer mil cosas, pero no se le ocurría ninguna.
El resto de la familia de Pedro entró en la casa. Estaban en silencio y se quedaron sin entrar en la sala. Paula sabía que debía decirles algo: darles las gracias y permitirles que se fueran. Antes de que pudiera reaccionar, Pedro rodeó a su madre y a ella con los brazos.
—Nosotros nos ocuparemos de todo. Ustedes, se quedan juntas.
Paula asintió con la cabeza. Llevó a su madre al sofá y la anciana se derrumbó. Dani se acurrucó a sus pies y le tomó las manos.
—¿Quieres una taza de té o café?
—De té, gracias —contestó la madre de Paula.
—La traeré —Dani se levantó—. ¿Paula?
Paula sacudió la cabeza. Pedro la sentó junto a su madre. Las dos estaban muy pálidas y él nunca había visto esa expresión de desolación en los ojos de Paula.
—¿Conoces a algún médico? —preguntó él—. Alguien que pueda recetarles algo.
—¿Qué? No lo sé —Paula sacudió la cabeza y fue a levantarse—. No…
—Mi bolso —dijo su madre—. Ahí tengo el nombre del médico.
Pedro encontró el bolso y llamo al médico. En cuestión de minutos, Agustín había salido a recoger la receta y el medicamento. Sofía salió de la cocina y se acercó a Pedro.
—No hay comida. Tengo lo que hice para pasar el día en el hospital, pero no es suficiente. Le haré una lista a Matías y me quedaré para preparar algunas cosas.
Sofía  siempre había creído que la comida era la solución de todos los problemas. Era una de sus mejores virtudes.
—Gracias —le dijo él—. Vendrá muy bien.
—De acuerdo. Haré la lista y Matías puede hacer la compra y traerla. Luego, irá a recoger a Sol . Clara se la ha llevado a casa con Luz. Lo siento, Pedro. Por tí, por Paula y por su madre. Es espantoso.
Él asintió con la cabeza. No existían palabras para expresar lo que había sucedido. Le horrorizaba lo que estaba pasando Paula y lo que tendría que pasar. Esa perdida inesperada sería demoledora.
Dani descolgó el teléfono y lo llamó con la mano.
—He hablado con el hospital y me han dicho que necesitan el nombre de la funeraria. No en este momento, pero, seguramente, mañana. También he hablado con mi jefe. Me ha dado libre hoy y mañana, así que puedo quedarme para organizarlo todo.
Pedro se inclinó y la besó en la cabeza. Sofía era perfecta con la comida y Dani podía organizar un ejército entero. Entre las dos, todo iría sobre ruedas.
—Gracias —le dijo él.
—Quiero ayudar.
—Yo también.
Él quería facilitar las cosas, pero ¿cómo? Notó que le tocaban delicadamente el brazo y cuando se dio la vuelta, se encontró con Paula.
—Deberíamos llamar a algunas personas —le comentó ella—. Amigos y conocidos. También tenemos algunos familiares.
—Yo lo haré —se ofreció Dani—. Si me dices dónde puedo encontrar los nombres y los números de teléfono, los llamaré.
—Muy bien —Paula estaba pálida y parecía como si no supiera muy bien dónde estaba—. Habrá un entierro. Tiene que haberlo.
—Te ayudaremos con eso —intervino Pedro—. Podemos ocuparnos de esas cosas. No tienes que hacer nada.
A Paula le tembló el labio inferior. Pedro la abrazó y ella se derrumbó. La tomó en brazos y la llevó a su dormitorio. Por el rabillo del ojo vio que Dani se sentaba con la madre de Paula y le pasaba un brazo por los hombros.
—Se ha ido —susurró Paula—. No puedo creérmelo. Esto no era lo que tenía que pasar.
—Lo sé. Lo siento…
La dejó en la cama y se tumbó a su lado. Ella se acurrucó contra su costado y él la abrazó.
—Duele mucho —susurró ella con la voz temblorosa—. No quiero que esté muerta. Es espantoso y no puedo llorar.
—Ya llorarás. Tienes mucho tiempo para llorar.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 84

—No deberías haberles pedido que vinieran.
Paula estaba sorprendida de que hubieran querido participar en un día tan largo y complicado.
—No se lo he pedido. Les dije que estaría aquí para acompañarte y han decidido venir.
—Eres muy bueno conmigo —susurró ella con un nudo en la garganta—. Quiero que sepas que te estoy inmensamente agradecida. Fuiste a la televisión y permitiste que esos periodistas te torturaran para que mi hermana tuviera una oportunidad. Ahora están dándole un hígado nuevo gracias a ti.
—No me atribuyas tanto mérito —Pedro le acarició la mejilla—. Podrían haber encontrado un donante en cualquier caso.
—No lo creo. Eres el mejor hombre que conozco.
—Paula, yo… —él la miró a los ojos.
—Hola a todos.
Paula se dio la vuelta y vio a una mujer menuda y guapa que entraba en la sala de espera. Tenía vientimuchos años, ojos grandes y una sonrisa conocida.
—Es mi hermana Dani —le dijo Pedro—. Ven a saludar.
Dani había saludado a sus hermanos, a Clara y a Sofía, y se dirigió a Paula.
—Me alegro de conocerte por fin. Siento que sea en una situación así, con tu hermana en el quirófano.
—Gracias por venir.
—Encantada. Los Alfonso vamos en lote —Dani sonrió—. Además, ¿cómo iba a perderme la oportunidad de conocer a la mujer que ha atrapado al abyecto Pedro Alfonso?
—No lo he atrapado precisamente… —Paula se sonrojó.
—No estoy atrapado —masculló Pedro—. Estoy esperando…
—Ya —la expresión de Dani fue muy elocuente—. Llámalo como quieras. Estás fuera de órbita y el país se ha llenado de corazones rotos.
Paula no sabía qué decir. Dani se excusó y fue a tomar a su sobrina de los brazos de Matías. Pedro  rodeó los hombros de Paula con un brazo. Ella se relajó. Era curioso que se sintiera tan segura cuando estaba cerca de él.
—No tienen que quedarse —dijo ella en voz baja—. La operación va a durar todo el día y es posible que parte de la noche. Nadie tiene que quedarse.
—Lo saben —le susurró él—. Les he dicho que pueden marcharse, pero creo que van a quedarse el tiempo que sea. Estás atrapada entre nosotros.
Si eso era estar atrapada, le encantaba, se dijo para sus adentros. Se sintió rebosante de amor. De amor, de anhelo y de la sensación de ser muy afortunada. Sin embargo, aquél no era el momento ni las circunstancias para confesarlo. Cuando Delfina hubiera salido de aquello, le diría a Pedro lo que sentía por él. Si él no le correspondía, podría sobrevivir y, al menos, tendría esa certeza. Ya no se reprimiría por miedo.
—¿Dónde está mi madre? —preguntó con el ceño fruncido.
—En la capilla. Quería rezar, pero ha dicho que volvería enseguida. Sofia le enseñó la comida y, aunque sólo sea por eso, estará tentada a volver.
Paula pensó que un día como ése su madre no comería por nada del mundo. Aunque los Alfonso consiguieron distraerla bastante, parte de su cabeza sólo pensaba en la operación. ¿En qué fase estaría? ¿Habría llegado ya el hígado? ¿Qué sería de la otra familia, sumida en el dolor en vez de tener esperanza? ¿Cómo podría agradecerles que le hubieran dado una oportunidad a su hermana?
Un rato después, la madre de Paula  volvió a la sala de espera. Paula y Pedro le presentaron a todo el mundo y, después, Paula hizo un aparte con ella.
—¿Qué tal estás, mamá? —le preguntó al ver las ojeras y el gesto de sufrimiento.
—Con confianza. Todo está en manos de Dios. He rezado hasta quedarme sin palabras. Dentro de un rato, volveré a rezar un poco más.
—Es lo único que podemos hacer —corroboro Paula.
—Tengo una corazonada. Delfina se merece una oportunidad —los ojos se le empañaron de lágrimas y tomó la mano de Paula—. Sé que yo no me la merezco. Sé que te he hecho mucho daño durante mucho tiempo. Lo siento de verdad. Si no te crees nada más de mí, créete esto.
A Paula se le nubló la vista e intentó no llorar.
—Mamá, no hace falta que…
—Sí hace falta. Tendría que haber dicho algo hace mucho tiempo. Sé que estás enfadada conmigo y no puedo reprochártelo. Yo quiero achacárselo al alcohol, a haber estado borracha, pero no tengo excusas. Te hice daño y sólo eras una niña. Eso es lo que me duele en el alma. Eras una niña adorable y nunca te lo dije. Nunca te dije que te quería. Pero te quería y te quiero. Solo me odiaba a mí misma. ¿Puedes entenderlo?
Paula entendió la intención, aunque no las palabras, pero asintió lentamente con la cabeza.
—No era una alcohólica contenta —su madre suspiró—. Lo sabes mejor que nadie. Decía unas cosas… —Evie se encogió de hombros—. Si pudiera retroceder en el tiempo, te tomaría en brazos y te diría lo importante y especial que me parecías. Sigo pensándolo, pero temo que creas que es por Delfina: que quiero recuperarte porque puedo perder una hija.
El orgullo y las viejas heridas se debatieron con la necesidad de pasar página. Hubiera lo que hubiese entre ellas, eran una familia. Tomó la mano de su madre.
—Sé que has intentado acercarte a mí desde hace un tiempo: que no es por Delfina.
—No lo es —insistió su madre con lágrimas en las mejillas—. Es por todas nosotras. Siempre dices que tu hermana es perfecta. Nunca lo fue. Nadie lo es. La quiero mucho a las dos y me gustaría que fuésemos una familia.
—A mí también, mamá —Paula tragó saliva.
—¿De verdad?
Paula asintió con la cabeza. Su madre se secó las lágrimas y miró alrededor. Los Alfonso se habían retirado un poco para que ellas pudieran hablar tranquilas.
—Me gusta ese joven —comentó su madre—. ¡Caray! Es una expresión espantosa que habría usado mi abuela.
—Sé lo que quieres decir —la tranquilizo Paula con una sonrisa—. Ya somos dos. Es muy especial.
—Deberías quedártelo.
—Es lo que tengo pensado.
Se abrazaron. El abrazo de su madre le pareció inusitado, pero decidió que dejaría de serlo. La familia sería un incentivo para que Delfina se repusiera más deprisa.
—¿Qué tal están? —les preguntó Clara—. ¿Quieren algo? Sofía había pensado servir algo de comer. Como un desayuno tardío. Hay toneladas de comida. He hecho un pastel, que, ahora que lo pienso, es bastante disparatado, pero a Agustín  le encantan mis pasteles —se calló un instante—. Perdonen, estoy diciendo tonterías, es que no sé qué decir.
Paula no había pasado mucho tiempo con Clara, pero en ese momento le agrado.
—No tienes que decir nada. Que estés aquí significa mucho. Mamá y yo agradecemos el apoyo. ¿Sabes una cosa? Me encantaría probar el pastel.
—Son las nueve… —su madre la miró fijamente.
—Ya, pero me apetece pastel.
—Creo que a mí también —su madre sonrió—. ¿Hay crema?
—Seguro que Sofía ha traído —Clara se rió—. Ha pensado en todo.
—Tu hija es muy buena —dijo Paula mientras Clara cortaba un trozo de pastel—. A su edad, yo estaría subiéndome por las paredes.
—Siempre se ha portado muy bien —confirmo Clara—. En parte, es gracias a que pasa mucho tiempo con Agustín. Ella dice que es el príncipe azul de nuestras vidas.
Paula  vio a la niña acurrucada junio al ex marine. Parecían absortos en su mundo. Agustín levantó la mirada y sonrió a Clara. Paula, pese a la preocupación, también sonrió. Eran una pareja enamorada.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 83

Dani archivó los menús y miró a su cuñada. Sofía había pasado un par de horas en la cocina supervisando los preparativos para la cena de esa noche.
—Me encantan las buenas reducciones —susurró Sofía para sí misma—. Si añadimos un poco más de vino tinto a la salsa, debería resaltar los elementos frutales. ¿Qué opinas?
Dani cerró el archivador y se dejó caer en la butaca que había delante de la rebosante mesa de despacho de Sofía.
—Echo de menos trabajar contigo.
Sofía la miró con una mueca de fastidio.
—Yo no soporto que te hayas ido. Ya sé que no debería decirlo, que tienes que ponerte a prueba en otro sitio, pero no tiene por qué gustarme. Por cierto, sólo estás poniéndote a prueba para ti misma. Todos los demás ya estamos convencidos. ¿De acuerdo?
—A mí tampoco me gusta —reconoció Dani—. Quiero decir, estoy muy ilusionada, pero me ha encantado trabajar contigo.
—Soy la mejor jefa de cocina que conocerás en tu vida —aseguró Sofía con una sonrisa—. Y la más modesta.
—Sin duda.
—Te encantará trabajar con Bernie. Es adorable y bastante atractivo —Sofía arqueó las cejas—. Un poco mayor para ti, pero si te gustan esas cosas…
Dani levantó las manos con los dedos cruzados.
—Ni hablar. Parece encantador, pero no. He zanjado definitivamente la relaciones sentimentales. He recibido un mensaje muy claro de alguien muy importante que está en el cielo.
—Que Marcos sea ex sacerdote no significa que Dios quiera que te olvides de los hombres.
—Entonces ¿cuál es el mensaje?
—Que te olvides de ése. O no. Quizá Dios quisiera decirte que Marcos es un encanto y que deberías ser afable con él.
—No lo creo —Dani sacudió vehementemente la cabeza—. Tengo remordimientos por haberme alejado de Marcos, pero te aseguro que no soy la mujer indicada para tratar los asuntos que una relación con él pondría sobre la mesa. No tengo tanta paciencia.
—No lo sé. Todo tiene un elemento romántico. ¿Qué pasaría si fueras su primera vez?
Dani no quería llegar ahí. En cuanto Marcos le había confesado su pasado, había notado un nudo en las entrañas que le indicaba que tenía que salir corriendo, y ella le hizo caso. No se sentía muy orgullosa, pero tampoco lo lamentaba.
—Se ha acabado mi relación de amistad con Marcos y cualquier relación con un hombre, para siempre.
—Si tú lo dices… Podrías intentarlo con mujeres.
—No, gracias —Dani arrugó la nariz.
—Por cierto, no tienes que hacer eso —Sofia señaló el archivador.
—Quiero terminar lo que he empezado.
—Ya no trabajas aquí. Tienes que pasar página.
—Lo he hecho —Dani se encogió de hombros—, pero sigo echando de menos este sitio, aunque estoy entusiasmada con el trabajo.
—Si vas a olvidarte de los hombres, podrás dedicarte en cuerpo y alma al trabajo. Sabe Dios que yo lo he hecho muchas veces —dijo Sofía.
Dani asintió con la cabeza y tomó un bolígrafo que asomaba por debajo de un montón de papeles.
—He pensado en intentar encontrar a mi padre.
—Es un paso considerable —Sofía se dejó caer contra el respaldo de la butaca—. ¿Sabes algo más de él?
—No. Ni siquiera sé su nombre. Hablé con una detective, pero me dijo lo que ya me imaginaba. Si no tengo más información, estoy perdida. Necesito algo para poder avanzar. He preguntado a mis hermanos, pero ellos tampoco saben nada.
—Sabes cuál es el paso siguiente —Sofía lo dijo con delicadeza.
—No voy a darle otra oportunidad a Gloria para que me amargue la vida. Con una vez he tenido bastante.
—Es la única que sabe algo. Piénsalo —le recomendó Sofía—. Ha cambiado. No sé cómo ni por qué. A lo mejor se dio un golpe en la cabeza cuando se cayó, o quizá la enfermera de día ha obrado un milagro, sólo sé que ya no es la mujer espantosa que conoces.
—No quiero darle el placer de tener que suplicarle. Significaría que se ha salido con la suya.
—¿No se habrá salido con la suya si te pasas la vida dándole vueltas?
Dani no contestó, y las dos sabían que Sofía tenía razón. Sin embargo, ¿cómo iba a pedirle ayuda a Gloria?
—Lo pensaré —contestó Dani lentamente—. No soporto que siga teniendo control sobre mí.
—No lo tiene si no se lo otorgas.

Paula, al fondo del pasillo del hospital, vio las puertas batientes que se cerraban detrás de su hermana. Elevó una plegaria para que todo saliera bien y volvió a la sala de espera, donde pasaría todo el día. Sin embargo, cuando entró, comprobó que no era el mismo sitio espacioso y vacío de una hora antes. Los tres sofás y la docena de sillas estaban rebosantes de gente y víveres. Sofía levantó la cabeza y la vio.
—Lo hemos invadido —comentó—. He traído comida porque va a ser un día muy largo y… ¿comida de hospital? Ni hablar —fue hacia unos termos y recipientes alineados contra la pared—. Bebidas, ensaladas, entrantes, postres… El azúcar es esencial en estas situaciones. ¿Qué tal estás?
—Bien —consiguió contestar Paula, aunque estaba abrumada.
Pedro se acercó a ella y la abrazó.
—¿Le has contado chistes verdes? —preguntó él.
Había sido idea suya, disparatada y encantadora, para pasar el tiempo mientras se llevaban a Delfina al quirófano.
—Lo he intentado.
—¿Intentado? —repitió él—.Te conté unos buenísimos.
—Ya, pero ella no estaba muy centrada, aunque se rió.
Era la imagen que Paula conservaría en la cabeza. Defina riéndose por el chiste de las ranas lesbianas.
—Ha venido mi familia —aclaró él innecesariamente.
Paula miró alrededor. Matías tenía a su hija Sol en brazos. Agustín y Clara sacaron unas bolsas llenas de platos y vasos de plástico. Luz , la hija de Clara, colocó unos muñecos de peluche como si estuvieran en clase.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 82

Paula se sentó en la cama de Delfina y empezó a contar calcetines.
—No tenemos que preocuparnos por llevarlo todo —comentó Paula—. Puedo llevarte cualquier cosa en cualquier momento.
—Lo sé —Delfina esbozó una sonrisa, pero sus ojos denotaban preocupación—. Estaré mejor cuando tenga la maleta hecha.
Paula sospechó que la preocupación de Delfina no era por la maleta.
—¿Te pasa algo?
—No. Estoy asustada, pero ilusionada. ¿He dicho que estaba asustada?
—¿Asustada? —preguntó Pedro  mientras entraba con una maleta vacía y la dejaba en la cama de Delfina—. ¿Quién está asustada?
—Nadie —contestó Delfina con una sonrisa.
Paula se levantó y abrazó a su hermana.
—Es maravilloso. Lo sabes, ¿verdad? Es tu oportunidad.
—Lo sé. Sólo estoy un poco acoquinada. Me siento muy agradecida de que hubiera alguien compatible. No creía que fuera a aparecer. Es un tipo de sangre muy raro, pero ha aparecido y tengo otra oportunidad. Pedro, no quiero que pienses que soy una desagradecida. Te has expuesto por mí.
—He divulgado un mensaje importante. Nada más —él le dio una palmada en el brazo—. Os dejaré haciendo la maleta.
Delfina  suspiró cuando se fue.
—Es muy bueno. Me encantaría que hubiera más tiempo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.
—No estoy preparada —Delfina levantó la mano antes de que Paula dijera algo—. Lo sé. Sin trasplante, moriré. Quiero operarme, pero…
Paula  lo entendía. Estaban hablando de una operación comprometida.
—Tu médico es muy bueno. No lo olvides.
Delfina  retrocedió y sonrió.
—No lo olvido. Pero es muy raro pensar que tengo el hígado de otra persona en mi cuerpo. Me repele la idea.
—Es mejor que estar muerta.
—Siempre se te dio bien poner las cosas en su sitio —Delfina dobló un camisón—. Estoy contenía, claro. Tengo la oportunidad de llevar una vida relativamente normal. Pero no puedo dejar de pensar en que alguien ha tenido que morir para que esto pasara. Creo que no puedo compensar eso.
—Tú no mataste a esa persona. Estará muerta aunque no aceptes su hígado.
—Lo sé, pero… —Delfina sacudió la cabeza—. No puedo explicarlo. Tengo una sensación rara. Estoy contenta y agradecida, pero me siento rara.
—No vas a cambiar de idea sobre el trasplante, ¿verdad?
—Es demasiado tarde —Delfina sacudió la cabeza—. Además, ¿cuántas personas tienen una oportunidad como ésta? Nunca pensé que fuera a pasar, pero aquí la tengo. Aun así, me hace pensar. Si no vuelvo, quiero que lo aceptes bien.
¿No volver? Delfina siguió hablando, pero Paula no la escuchaba. Tenía que volver. No había otro resultado posible. Lo esencial del plan era que volviera. Hasta ese momento, la muerte de su hermana era algo meramente teórico. La intervención podía complicarse, pero eso era algo que le pasaba sólo a otras personas. Su hermana era parte de su vida. Eran una familia.
—No puedes morir —Paula lo dijo tajantemente y sin pensarlo—. No lo soportaría.
Delfina  la agarró de la mano, se sentó en la cama y la abrazó.
—No voy a morir.
—Pero es una posibilidad. Sé que tu hígado puede fallar, pero no ahora. Sería injusto.
—La vida no siempre es justa, pero lo más seguro es que siga mareándote durante muchos años.
—Eres mi mejor amiga —replicó Paula  con lágrimas en los ojos.
—Lo sé. Tú también lo eres para mí.
—Yo no lo sabía —reconoció Paula—. Te he odiado y adorado, y durante todo ese tiempo has sido mi mejor amiga —Paula parpadeó para contener las lágrimas—. Lo siento.
Delfina le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—¿Por odiarme? No lo sientas. Si yo hubiera sido tú, también me habría odiado.
—Porque eres perfecta.
—No soy perfecta.
—Tengo fotos para demostrarlo. Te quiero aunque seas perfecta.
—Gracias por ser tan generosa —Delfina se rió—, pero olvídate de eso. Las personas perfectas no se ponen enfermas.
—No es culpa tuya. Tuviste aquel accidente de coche y te hicieron una transfusión de sangre.
—Muy bien. Mi marido me abandonó cuando caí enferma. Eso no le pasa a las personas perfectas.
—Tampoco es culpa tuya —Paula puso los ojos en blanco—. Es un cretino.
—Yo lo elegí.
—Es verdad. Ya tienes un defecto. Un gusto pésimo con los hombres.
—Es un defecto considerable que impide que sea perfecta.
—Para mí siempre serás perfecta —Paula la abrazó—. Te quiero. Ni se te ocurra morirte.
—No lo haré. Lo prometo. Quiero llegar a ser un incordio para ti cuando seamos viejas.
—Me encantaría.
—Además, también quiero bailar con Pedro en su boda.
—No habrá ninguna boda.
—Creía que estabas loca por él.
—Lo estoy, pero no tengo ni idea de lo que piensa Pedro. Sé que le gusto, pero entre eso y casarse hay todo un mundo. Ni siquiera pienso en ello.
Era mentira. Claro que pensaba. A veces, era lo único que pensaba. Estar con Pedro le parecía un sueño imposible. Sin embargo, a veces se concedía esa fantasía.
—Es mucho mejor de lo que me imaginé —siguió Paula—. Es un hombre maravilloso.
—Tú tienes el mérito de algunos cambios.
—Te lo agradezco, pero lo hizo todo él solo. Yo… —Paula tragó saliva— estoy enamorada.
—¿Se lo has dicho?
—No. Me da miedo de que se ría.
—¿Qué posibilidades hay de que pase eso?
—En este momento, hasta la más mínima posibilidad es demasiado grande. No soportaría ese sufrimiento.
—Está loco por ti —Delfina la agarró de la mano con fuerza.
—Es posible…
Aun así, Paula  no sabía si eso era suficiente.
—Lo está —insistió su hermana—. Plantéatelo de esta manera. Ha estado con suficientes mujeres para saber lo que quiere. Te quiere a ti. Lo veo en sus ojos.
Paula  quiso creerlo con tanta fuerza que le dolió.
—Cambiemos de tema —ordenó Paula —. Ahora no puedo seguir hablando de Pedro.
—Hablemos de mamá —propuso Delfina—. Vas a tener que ayudarla con todo esto.
—Lo sé.
Paula  tampoco quería pensar en eso.
—No es el demonio.
—Nunca he dicho que lo fuera.
—Tienes que perdonarle lo que paso —insistió Delfina—. No era ella misma.
Paula no estaba segura de que las borracheras fueran una excusa, pero asintió con la cabeza por Delfina.
—Si pasara algo —siguió su hermana—, he detallado mis cuentas bancarias y otra información económica en una carpeta. Está en el cajón superior de mi cómoda. También hay una póliza de un seguro de vida. Me la hice cuando me casé, pero ahora mamá y tú sois las beneficiarias. Ayúdala a invertir el dinero. Ella no sabe de esas cosas.
Paula tuvo que hacer otro esfuerzo para contener las lágrimas y dio una palmadita en el brazo de su hermana.
—Deja de hablar como si fueras a morirte.
—Tengo que decirlo —replicó Delfina con delicadeza—. Ayuda a mamá. Tendrá dinero para comprase un piso. Le dará cierta seguridad.
—Querrá comprarse otra caravana. Estoy segura.
—Entonces ayúdala a comprarla. Está haciéndose mayor, Paula. Su salud no es muy buena. Tantos años bebiendo la han envejecido. Quiero que esté contenta y segura.
—Muy bien —Paula se secó los ojos—. La ayudaré para que se asiente en algún sitio, sea un piso o una caravana. Si sobra, la ayudaré a invertir el dinero en algo seguro. No quiero seguir hablando de esto.
—Lo sé, pero quiero que lo prometas.
—Lo prometo.
—¿Estás segura?
—¿Por qué no? —Paula sollozó—. Las dos sabemos que no va a pasarle nada. ¿Por qué no iba a prometer cualquier cosa?
—Me gusta que pienses así.
—¿De cuánto dinero hablamos por el seguro de vida? —Paula  decidió que eso les pondría de mejor humor—. ¿Debería hacerme ilusiones?
—Tendrás que esperar —Delfina sonrió.
—Me encantaría esperar para siempre.

viernes, 28 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 81

—Vamos a divertirnos, Pedro—susurró la primera mientras se mordía el labio inferior—. Desnudos y ardientes… Lo pasarás muy bien. Te lo prometo.
—Yo también —añadió su hermana.
Pedro, sin importarle si parecía un estúpido, se dió la vuelta y salió corriendo. Bajó las escaleras de tres en tres y encontró a Paula con su abuela. Le pidió hablar con ella. Paula lo acompañó al pasillo.
—¿Qué pasa? —preguntó ella—. Tienes una cara muy rara. ¿Estás enfermo? ¿Te duele algo?
Él no supo qué contestar. ¿Cómo podía decirle la verdad? Ella no lo entendería. Paula  tenía principios. Unos los entendía y otros no, pero los tenía.
—Eres importante para mi —Pedro la acarició la mejilla—. Lo sabes, ¿verdad?
—¿Qué has hecho? —preguntó ella con los ojos entrecerrados.
—No he hecho nada. Lo juro. No he sido yo. No ha sido culpa mía.
—La eterna letanía del hombre irresponsable.
—No lo es. Paula, me conoces. Sabes que soy un hombre íntegro. Nunca te haría daño.
—Cuéntamelo —Paula se cruzó de brazos.
—Te deseo —Pedro supo que estaba complicándolo todo, pero no sabía qué decir—. Significas mucho para mí. Más que mucho. Me gusta nuestra relación y a ti también le gusta. Nunca haría nada que lo estropeara.
—Pero…
—Llegué a casa y subí a ducharme porque tú también ibas a subir. Entré en el dormitorio y ellas estaban allí. Yo no las dejé entrar. Yo no estaba. Lo sabes, ¿verdad? Estaba en el gimnasio. Ellas ya estaban allí.
Pedro  se calló y se preparó para la explosión.
—¿Quién estaba allí?
—Esas dos mujeres. Las gemelas. Quería que se fueran, pero no he sabido cómo sacarlas. Me ha dado miedo de que si decía algo lo tomaran como una insinuación.
Él no pudo interpretar su expresión. Algo destelló en sus ojos, pero desapareció antes de que pudiera reconocerlo.
—¿Están arriba? —preguntó ella.
—En mi cama. Desnudas.
—¿Hay dos mujeres desnudas en tu cama? —preguntó ella con los ojos como platos.
Él asintió con la cabeza vehementemente y la agarró del brazo.
—Tienes que ayudarme. No las he tocado, lo juro. No quiero que estén ahí. No quiero nada de esto.
—¿El jugador de béisbol granuja y grandullón tiene miedo? —preguntó ella con una leve sonrisa.
—Terror.
—¿Esperas que suba y las eche a patadas?
—Sería fantástico.
—Doy por supuesto que te acostaste con ellas.
—Fue hace mucho tiempo —reconoció Pedro con la mirada clavada en el suelo.
—¿Con las dos a la vez?
Él asintió con la cabeza y con un gesto sombrío.
—Impresionante.
Pedro la miró. Quizá no fuera el mejor analizando a las mujeres, pero habría dicho que ella no estaba furiosa con él.
—¿Qué quieres que les diga? —preguntó ella con otra leve sonrisa.
—Que estamos juntos. Que no soportas esas cosas. Si quieres, puedes decirles que no me interesan. Es verdad. Eres la única mujer que me interesa en mi vida.
—Muy bien.
Se dió la vuelta y subió las escaleras. Él la siguió sin saber cómo iba a acabar todo aquello, pero aliviado porque Paula había tomado las riendas. Ella cruzó la sala y entró en el dormitorio. Las gemelas estaban desnudas y tumbadas en la cama. La de la derecha sonrió al ver a Paula.
—Hola. Nunca habíamos sido cuatro. Puede ser divertido.
Paula miró alrededor, vió la ropa impecablemente doblada sobre la cómoda y fue a por ella.
—¿No son un poco mayorcitas para estos juegos? Meterse desnudas en la cama de un hombre es impropio de ustedes. Son atractivas. Hagan algo de provecho. Vayan a la universidad, elijan una profesión. Sean algo más que unos buenos pechos.
Las gemelas se miraron y luego miraron a Paula.
—Pero nos gusta esto.
Paula  les tiró la ropa.
—¿De verdad? ¿Están orgullosas? ¿Pueden decirle a su abuela lo que hacen? Cuando eran pequeñas, ¿querían dedicarse a esto?
La gemela de la izquierda parpadeó.
—A mí siempre me gustaron los animales, pensé que trabajaría en una clínica veterinaria.
—Muy bien. Hazlo. Haz algo. Dentro de unos diez años, ya no serán tan guapas. Piensen en su porvenir. Hagan un plan de pensiones, piensen en la realidad. Maduren. Entretanto, se visten y se largan  de aquí. Estoy con Pedro  y él no me engaña.
Las gemelas volvieron a mirarse y se encogieron de hombros.
—Muy bien —dijo la de la derecha.
Se levantaron y se vistieron.
—Sentimos habernos colado. No sabíamos que Pedro estuviera saliendo en serio con alguien.
Pedro se mantuvo en silencio durante la conversación y con el convencimiento de que todo iría mejor si se ocupaba Paula. Se acercó a ella y le rodeó los hombros con un brazo.
—Claro que voy en serio —afirmó claramente—. Completamente en serio.
—Qué bien —las gemelas sonrieron—. Bueno, mucha suerte.
Recogieron los bolsos y se marcharon. Él esperó a que se dejaran de oír sus pasos y miró a Paula.
—Me has salvado.
—Eso crees. No puedo creerme que hayas salido con ellas.
Él la miró fijamente.
—No he salido con ellas. Sólo fue sexo. Yo era así. Un canalla que aceptaba cualquier proposición que me hacían. No pedía nada de ellas y estoy seguro de que ellas tampoco pedían nada de mí —era completamente sincero—. No estoy orgulloso de mi pasado. No voy a disculparme, pero está zanjado. Ya no soy así.
Se preparó para algún comentario burlón o algo peor, que ella lo dejara. Sin embargo, Paula se puso de puntillas y lo besó.
—Lo sé —susurró ella—. Te has convertido en alguien increíble.
A él le gustó oírlo. La agarró de la cintura y la estrechó contra sí.
—Siempre he sido increíble.
—Es posible, pero ahora no tiene nada que ver con desnudarse.
Él le tomó el trasero con las manos.
—Podría…
—Tengo que bajar con tu abuela —ella se rió levemente—, pero queda pendiente para luego, ¿de acuerdo?
—De acuerdo…
Los dos sonrieron y fue como si lo hubieran alcanzado en el pecho con una pelota de béisbol. Notó el golpe y se quedó sin respiración. La amaba. Amaba cómo hablaba, cómo pensaba, el aroma de su piel, su sentido del humor, su mezcla de sensibilidad y dureza. Era lo mejor que tenía y había hecho de él un hombre mejor. La quería y la necesitaba. Quería estar con ella todo el tiempo. Quería casarse con ella.
—Pedro, ¿te pasa algo?
—Estoy bien.
Quiso decírselo en ese preciso instante, pero dudó. Decirle que la amaba era algo muy importante y quería decirlo bien. Quería decirlo en un momento especial e intenso. No quería que ella pensara que estaba agradecido porque había lidiado con las gemelas. Se lo diría esa noche, cuando estuvieran solos. Le confesaría sus sentimientos y sus intenciones. ¿Tendría tiempo para comprarle un anillo?
Sonó el móvil de Paula. Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla.
—Es Delfina —dijo con tono de preocupación—. No me molestaría en el trabajo si no fuera algo urgente —pulsó el bolón para contestar—. Hola.
Pedro comprobó que la preocupación daba paso a la euforia.
—¿Estás segura? —preguntó Paula—. ¿De verdad? ¿Cuándo? Voy ahora mismo. Lo sé. Es increíble.
Paula colgó y miró a Pedro.
—Ha recibido la llamada. Hay un donante.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 80

El Downtown Sports Bar estaba a rebosar para ser jueves: retransmitían partido de los Seahawks y había mucha gente y ruido. Pedro estaba detrás de la barra y se inclino hacia Mandy, una de las camareras, para oír el pedido. Llevaba semanas sin trabajar, desde el artículo dichoso. Sus visitas al bar habían sido discretas y a horas intempestivas. Sin embargo, esa noche estaba sustituyendo a alguien que se había puesto enfermo. Estaba aguantando muchas tonterías de los clientes, pero podía soportarlo.
Sirvió dos cervezas y tomó las botellas para hacer un martini de manzana. Puso las cantidades indicadas de licor, las revolvió con hielo, sirvió las copas de martini y las dejó en la bandeja de Mandy.
—¡Eh, Pedro! —le gritó un tipo.
Pedro se dio la vuelta, pero no pudo saber quién lo había llamado entre el gentío.
—¿Es verdad que eres un desastre en la cama?
Hasta ese momento, todos los comentarios habían sido en broma y amistosos. Ése fue el primer ataque directo. Se preguntó si ese tipo tendría agallas para dejarse ver. Entonces, unas personas se movieron y apareció un hombre de treinta y tantos años, bajo y calvo.
—¿Quieres comprobarlo en carne propia?
Se hizo un silencio seguido de una carcajada general.
—No… —balbució el otro antes de alejarse abochornado.
—¿Hay alguien interesado? —preguntó Pedro—. Aquí me tienen, estoy trabajando. Aprovechen la ocasión. Podré soportarlo.
—Si la mujer del periódico lo dijo… —se oyó.
—¿Quieres que lo confirme tu mujer? —preguntó Pedro con una sonrisa—. Puede hacerlo.
El tipo farfulló algo, pero no se dejó ver.
—¿Alguien más? Seguro que hay algo más interesante que lo que he oído. Adelante, lanzen sus dardos.
—¿Por qué no estás furioso? —le preguntó una mujer que estaba acodada en la barra—. Los hombres que conozco querrían arrancarle el corazón a esa periodista.
Pedro  sirvió unas cervezas que le habían pedido.
—Al principio, me sacó de mis casillas y me abochornó —reconoció él—, pero luego me di cuenta de que daba igual. Fui pitcher durante muchos años. Todo el mundo que veía un partido tenía una opinión de lo que hacía y cómo lo hacía. Sin embargo, nadie hizo nada ni remotamente parecido a lo que hice yo. Aprendí que siempre hay algún majadero que es muy bueno desde la barra de un bar o con un micrófono, pero que no dura ni un segundo cuando juega un partido. Con el sexo pasa lo mismo.
La mujer sonrió y los hombres que estaban cerca se rieron.
—La cuestión es que si he estado con tantas mujeres, algo habré aprendido, ¿no? —siguió Pedro.
—A mí me consta, cariño —le dijo la mujer con una sonrisa muy elocuente.
Él no recordaba nada de lo que pasó con ella. ¿Qué indicaba eso de él? Se imaginó lo que diría Paula si se enterara de que no se acordaba de nada de lo que había pasado con algunas mujeres. Ni siquiera las reconocería entre varias.
Siguió sirviendo bebidas y charlando con los clientes. Nadie hizo más chistes sobre él, pero casi ni se dio cuenta. Sólo le importaba una opinión y la única forma de conservarla a ella era siendo el tipo de hombre con el que querría pasar el resto de su vida.
 Viernes por la tarde. Pedro había vuelto a casa de Gloria hacia las cuatro y media. Subió las escaleras de dos en dos. Paula  trabajaría hasta las seis y después se reuniría con él en sus habitaciones. Tenía grandes planes para esa noche. Había pedido una cena fantástica y luego la seduciría tres o cuatro veces y tomarían el postre.
Como había estado en el gimnasio, quería darse una ducha antes de que llegara ella. Entró en el dormitorio mientras se quitaba la camiseta y no pudo ver la sorpresa que le esperaba.
—Hola, Pedro—le saludo una voz desconocida.
Se quedó paralizado, soltó un juramento entre dientes y volvió a ponerse la camiseta. Tomó aliento y miró hacia la cama.
Vio a dos mujeres tumbadas. Dos mujeres jóvenes, guapas y rubias. Retiraron la colcha, ahuecaron las almohadas y se quedaron desnudas sobre las sábanas. Completamente desnudas.
Él casi ni vió los cuerpos y se fijo en las caras. Reconoció a las gemelas. Los tres habían pasado un fin de semana juntos y, luego, ellas habían pasado por la CNN para promocionar un libro. También lo calumniaron un poco.
La de la derecha se irguió y fue a gatas hacia el borde de la cama.
—¿Estás enfadado con nosotras, cariño? Fuimos malas. Muy malas. Puedes castigarnos…
Sus pechos grandes y perfectos oscilaban con cada movimiento. Tenía la piel muy blanca y los pezones casi rojos.
La de la izquierda sonrió.
—Puedes darnos unos azotes. Sería divertido.
Él sintió muchas cosas distintas, pero dominó el pánico absoluto. ¿Qué pasaría si entraba Paula en ese momento? ¿Qué pensaría? No podría explicarlo de ninguna manera. No quería explicarlo, quería que se fueran.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 79

Entonces Dani recordó que no sabía gran cosa de su acompañante. Sabía que tenía una hermana, que era amable y que escuchaba muy bien. Se sintió dominada por el bochorno cuando notó que se sonrojaba.
—Soy un espanto —reconoció ella—. Soy despreciable y egocéntrica.
—¿De qué hablas?
—De mí. De mi comportamiento. ¿Cuántas veces hemos tomado café juntos? ¿Cuántas veces hemos hablado de mi vida, mis problemas, mi trabajo? Yo, yo, yo. Es horrible. ¿Cómo es posible que quisieras salir a cenar conmigo?
—Porque me caes bien.
Evidentemente, si no le cayera bien no se lo habría propuesto. Ella dejó a un lado la carta y se inclino hacia delante.
—Te pido perdón por haber sido tan ruin y te prometo que esta noche está dedicada a ti. Quiero saberlo todo. Puedes saltarte el nacimiento, es un poco desagradable como tema de conversación durante una cena, pero empieza por tu primer recuerdo después de nacer.
—No tienes que disculparte de nada —él sonrió—. Me gusta hablar de ti.
—A los hombres les gusta hablar de ellos mismos.
—Me siento más cómodo escuchando. Es una costumbre que tengo desde hace mucho tiempo.
Eso lo convertía casi en el novio perfecto. Era gracioso, inteligente y amable. Una persona recta de verdad.
—¿Por qué no estás casado? —preguntó ella—. Hemos llegado a la conclusión de que no eres homosexual.
—Pero estoy pensando en poner al día mi guardarropa —replicó él con una sonrisa.
—En serio, Marcos—rogó ella entre risas—. ¿Tienes algún secreto?
Dani lo preguntó con desenfado, pero se quedó cortada cuando él no se rió ni bromeó.
—No es un secreto, pero sí cierta información —contestó.
Ella comprendió que, fuera lo que fuese, no iba a gustarle nada y notó un nudo en el estómago.
—¿Estás casado? ¿Has matado a un hombre? ¿Te has cambiado de sexo? ¿Tienes una enfermedad contagiosa y me quedan tres semanas de vida?
—No —contestó él con expresión amable—. No es nada de eso.
Una mujer de unos cuarenta años se acercó a la mesa, se paró y lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Es usted el padre Halaran?
Dani se quedó petrificada. Su cabeza empezó a dar vueltas como un torbellino. ¿«Padre Halaran»?
—Hola, Wendy —él asintió con la cabeza—. Ahora soy Marcos. ¿Te acuerdas?
—¡Ah, claro! —Wendy miró a Dani y volvió a mirar a Marcos—. ¿Qué tal está? Hace mucho que no lo veía.
—Hace un par de años. Estoy bien.
—Me alegro. Me alegro de verlo, padre… Marcos.
La mujer se marchó y Dani parpadeó varias veces para ordenar las ideas.
—Ya… —dijo ella como si no hubiera pasado nada, cuando quería gritar—. Ha sido interesante.
—Fui sacerdote.
—Eso me ha parecido.
—Bueno… —Marcos sonrió—. Lo dejé hace dos años. Entonces empecé a dar clases. Vivía a unas manzanas de aquí y me gustaba este restaurante. Seguramente, debería haberte llevado a otro sitio.
¿Acaso creía él que ése era el mayor problema que tenían?
—No. Este sitio me encanta. De verdad.
—¿Te pasa algo? —preguntó él.
—No lo sé. Intento asimilar que fueras sacerdote.
—No eres católica —replicó él—. No debería importarte gran cosa.
—Eso crees, pero me importa —dijo ella aunque no sabía el motivo.
Un sacerdote. El celibato, la Iglesia… Un buen punto de partida para una conversación. ¿Habría estado con una mujer desde entonces? Si no, ¿querría estar con una? ¿Quería ella pasar por eso?
—Di algo —le pidió él—. ¿Qué estás pensando?
—No me extraña que escuches tan bien.
—¿Va a suponer esto un inconveniente? —él tomó la carta y volvió a dejarla—. Quería decírtelo, Dani, pero no encontraba el momento adecuado. Tampoco voy a presentarme como «Marcos, el ex sacerdote».
—Eso habría sido un poco aterrador —Dani sonrió.
Ella lo miró y se fijó en la amabilidad de sus ojos y en esa sonrisa que ya le era tan conocida. Él le agradaba. Confiaba en él. Era un hombre bueno.
—Dejarlo también fue alegrador. Había tenido una sola cita antes de meterme cura. Nunca había tenido un empleo, no había vivido solo… Todavía estoy adaptándome, pero me gusta. Me encuentro donde quiero estar. ¿Satisfecha?
Dani abrió la boca para decirle que sí, pero volvió a cerrarla. Todavía notaba el nudo en el estómago.
—Tengo la desagradable sensación de que Dios está mandándome un mensaje importante. Está diciéndome que en estos momentos no debería estar con nadie —le explicó ella—. Por una vez, voy a hacerle caso. Lo siento, Marcos.
Dani agarró el bolso y se levantó. Él también se levantó, pero no intentó detenerla. La decepción empañaba sus ojos claros.
—Quizá, si te dieras un poco de tiempo, podrías acostumbrarte a la idea… —empezó a decir él.
—No lo creo. Me gustaría que siguiésemos siendo amigos, pero entendería que tú no quisieras. Si esperabas más…
—Lo esperaba —reconoció él.
Ella se sintió dominada por el remordimiento. No quería hacerle daño, pero tampoco podía pasar por alto cómo se sentía.
—Lo siento —se disculpó Dani antes de marcharse precipitadamente.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 78

—Voy a cortarte un sándwich en trocitos y te los daré —dijo Pedro con una sonrisa—. Luego, te leeré un rato.
—No harás tal cosa —Gloria lo miró con el ceño fruncido—. Estaré reponiéndome de una cadera rota, pero todavía puedo tirarte algo a la cabeza.
—¿Crees que me alcanzarías? Dudo de tu puntería.
—¿De dónde crees que has heredado tu destreza para lanzar pelotas? —Gloria hizo una mueca como si intentara contener una sonrisa—. Esta mañana estás de buen humor. ¿Por qué?
Porque, por primera vez, su vida marchaba sobre ruedas. Desde que se había lesionado el hombro y había tenido que retirarse, se preguntaba qué podía hacer con su vida. El béisbol había sido su mundo. Por fin, tenía alguna posibilidad.
—Estoy en paz con el universo —bromeo él—. Tengo tranquilidad de espíritu.
—Eres un pelmazo —Gloria puso los ojos en blanco—, pero me aguantaré. Constituir esa fundación ha sido una decisión acertada.
Él no necesitaba su beneplácito, pero le gustó oírlo.
—Eso creo.
—No me gustan las entrevistas. Has humillado a toda la familia.
Él pensó que ningún cambio era perfecto, acercó una silla y se sentó.
—Es necesario y es el precio que tengo que pagar para transmitir mi mensaje.
Gloria se sentó en la cama. Llevaba dos semanas vistiéndose y peinándose. Llevaba ropa de andar por casa, no la ropa elegante de costumbre, pero tenía casi el mismo aspecto que siempre. Había desaparecido la mujer frágil y desvalida de hacía un par de meses.
—Estás recuperándote —reconoció él—. Me alegro.
—O me recuperaba o me moría —replicó su abuela—. Paula me atosigó, pero hizo bien —Gloria entrecerró los ojos—. Sé que estás viéndola.
A él no le extrañó. No lo habían disimulado.
—Efectivamente.
—¿Es algo formal?
—No voy a comentar mi vida privada contigo.
—¿Por qué? Soy tu abuela.
—Sé muy bien cuál es nuestra relación —Pedro sonrió—. Llevas casi toda mi vida siendo mi abuela.
—Eres tremendamente insoportable —Gloria suspiró.
—Encantador. Querías decir encantador.
—No. Quiero hablar de Paula.
—Cotillear.
—Quiero saber qué estas haciendo con ella.
Él supo que se refería a la relación sentimental, no la sexual, pero, en cualquier caso, no iba a hablar. Tenía un par de motivos. Era juicioso que Gloria no entrara en sus asuntos personales. Además, no sabía qué contestar.
Sabía que Paula le importaba mucho. No quería pensar en sus sentimientos ni definirlos, pero los tenía. Cada vez más intensos. Se sentía bien con ella y la echaba de menos cuando no estaba. Por el momento, eso era suficiente.
—Pedro. Te he hecho una pregunta —insistió su abuela.
—Paula  es aparte.
—Podría decirte lo mismo.
—Sé que la aprecias y yo también.
—Yo no voy a romperle el corazón —puntualizó Gloria—.Tú podrías hacerlo.
—No voy a hacerlo —replico Pedro sinceramente—. Además, ¿cómo sabes que no será ella la que me haga daño a mí?
Su abuela no dijo nada, se limito a mirar por la ventana como si supiera algo que no quería decirle. ¿Habían hablado Paula y ella?
—He oído decir que has recibido llamadas sobre donaciones —comentó Gloria antes de que él pudiera decir algo—. ¿Qué tal va eso?
—Bien. Todavía no hay ninguna compatible. No va a ser fácil encontrar sangre para Delfina, pero hay posibilidades. La buena noticia es que un hombre que se dañó gravemente el hígado en un accidente va a recibir uno nuevo. Se ha salvado una vida.
—¿Te compensa? —preguntó Gloria—. He visto las entrevistas. Tienen que ser un mal trago para ti.
Si le parecía que la humillación pública en televisión por su rendimiento sexual era «un mal trago», entonces tenía razón.
—Me compensa —respondió él—. Aunque no se hubiera salvado ninguna vida. La gente tiene que donar, y yo se lo recuerdo.
Su abuela alargó mano. Él se inclinó y la agarró.
—Estoy orgullosa de tí.
—Gracias.
Por algún motivo que no podía explicar, esas palabras le importaron mucho.


Dani entregó las llaves del coche al recepcionista y entró apresuradamente en el restaurante. Vió que Marcos la esperaba junto a la ventana y se acercó a toda velocidad.
—Llego tarde —dijo a modo de saludo—. Lo siento. Es mi segundo día en el restaurante y tengo que aprender muchas cosas. Pierdo la noción del tiempo.
Marcos sonrió y la sorprendió cuando le dio un beso en la mejilla.
—Hola. No estoy enfadado. Pareces contenta.
—Lo estoy. Me encanta mi trabajo. Sé que es pronto y que todavía estoy en la fase divertida del proceso, pero me encanta. Me encanta el equipo, me encantan los clientes y adoro la comida. Es increíble. Voy a tener que empezar a hacer ejercicio para no engordar.
Ella siguió hablando sin parar. En parte, por el entusiasmo, pero, sobre todo, por la impresión. El leve roce de los labios de Marcos no había sido nada del otro mundo, pero había sido inesperado. Agradable, pero inesperado.
Hizo un esfuerzo para no llevarse la mano al punto donde su boca la había tocado e intentó no dilucidar lo que había sentido. No había sentido ningún chispazo ni excitación, pero eso estaba bien, ¿no? El sexo no lo era todo. Marcos  no la derretía, pero le gustaba.
—Creo que ya me he desahogado —Dani sonrió—. ¿Qué tal tú? ¿Qué tal tu día?
—Bien —la llevó a un pequeño mostrador—. Tenemos una reserva.
Ella miró alrededor. Era uno de esos restaurantes de barrio con comida muy buena y repleto de clientes habituales. Olía muy bien y le gustó la mezcla de clientes. Había familias, parejas, algunos grupos grandes y unas mujeres que se reían en una esquina.
—Está muy bien —dijo ella—. Nunca había estado aquí.
—La comida es excelente. El menú es variado y todo es bueno.
Siguieron al camarero hasta una mesa al fondo del restaurante.
—¿Cómo conociste este sitio? —preguntó ella.
Marcos retiró una silla y se sentó enfrente de ella.
—Trabajaba por aquí cerca.
Estaban en la parte antigua de Seattle y Dani frunció el ceño al intentar situar un centro universitario. No había ninguno. Era una zona residencial.
—¿Dónde? —preguntó ella—. ¿En un centro privado?
—No siempre he sido profesor… —contestó él vacilantemente.
—Ya, claro.

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 77

—Les  agradezco a todos que hayan aceptado sentarse en este consejo. A la mayoría, no los conozco; mi director administrativo me dio una lista de nombres y empecé a llamar. Son los mejores en vuestras actividades y eso es algo que voy a necesitar. Yo no tengo experiencia con la filantropía, pero quiero tenerla. Quiero cambiar el mundo a través del deporte, eso sí, de niño en niño. Ésta es mi declaración de intenciones. Puede ser tan sencillo como proporcionar material nuevo para la temporada de fútbol americano o tan complicado como proyectar y construir un estadio después de un huracán. Que otras instituciones benéficas se ocupen de las enfermedades, quiero que nosotros encontremos la forma de mejorar la vida de los niños mediante el deporte.
—Tenemos una buena base económica —intervino uno de los consejeros.
—Estoy de acuerdo —Pedro se inclinó hacia delante—. Espero que tengamos más. Todo el dinero que obtenga por hablar en empresas dispuestas a pagar, será para la fundación. Aprovecharé mi nombre y mi prestigio para entrar donde otros no pueden hacerlo. Quiero centrar la atención en lo que es necesario. Si eso conlleva un par de reveses de la prensa, aguantaré —Pedro  se levantó—. Todos ustedes aportan  competencia. Algunos, administran  el dinero. Otros, tienen  el don de saber a qué fines asignar ese dinero. Si estáis preguntándoos por la función de Paula—la señaló con la cabeza—, ella nos mantendrá con los pies en el suelo. Es enfermera de profesión. Sabe cómo tratar a la gente que está pasándolo mal. Nos mantendrá centrados.
Le sonrió. Fue una de esas sonrisas que le derretía los huesos. La mujer que estaba sentada a su lado se inclinó hacia ella.
—Vaya, se me ha acelerado el pulso, y eso que estoy felizmente casada.
—Qué me va a contar a mí…
Pedro siguió hablando de lo que esperaba de ellos. Mientras lo escuchaba, ella se preguntó si aquello sería un sueño. Toda su vida había temido buscar los finales felices. Esa vez había querido intentarlo lo suficiente como para arriesgar su corazón y una relación fuera de su alcance.
Pedro estacionó a la entrada del embarcadero.
—Ya sé que no es un restaurante. ¿Te importa?
Paula  miro las luces de las casas al otro lado del lago y la fila de casas flotantes que había al fondo del embarcadero.
—Es fantástico —contestó ella—. ¿Vas a cocinar?
—Ni lo sueñes —él sonrió—. Más tarde traerán la comida. Pasa. Llevo mucho tiempo fuera y no debería haber periodistas merodeando.
Fueron hacia su casa. Paula aspiró el olor del agua y de las plantas y se dio cuenta de que, si no había periodistas, tampoco había motivo para que Pedro se quedara en casa de Gloria. Eso significaría que ya no lo vería tanto. La idea la entristeció y la desechó para centrarse en la casa flotante de dos pisos que tenía delante. Era azul marino, las ventanas tenían marcos blancos y estaba apartada de las demás casas. Unas macetas flanqueaban el camino hasta la puerta. Pedro  la abrió y encendió las luces. Paula entró en un espacio sorprendentemente amplio de cuero y madera. Había una chimenea, alfombras y una escalera que llevaba al otro piso. Detrás de la sala estaba el comedor y un paso que llevaba a una cocina que parecía muy grande. En un costado estaba el despacho. Todo era perfecto. Debajo de la escalera había estanterías con libros, armarios en los rincones, baldas, colores acogedores y una verdadera sensación de hogar.
— Es preciosa —dijo ella—. Perfecta y sorprendente. Me habría imaginado un piso por todo lo alto.
—Miré algunos —Pedro se encogió de hombros—, pero ví esto y lo compré al instante. Era vieja, así que la vaciamos y volvimos a construirla entera.
—¿En plural? —Paula  hizo un esfuerzo para disimular los celos—. A ver si lo adivino. Alta, rubia, grandes pechos y del sur…
Pedro se acercó a ella y la besó.
—Crees que lo sabes todo, pero te equivocas. Mi decorador era un hombre y no me acosté con él.
¿Un hombre? A Paula  le gustó saberlo.
—Antes de que lo preguntes —Pedro  le pasó los dedos entre el pelo—, no traigo mujeres aquí. Es mi refugio. Eres la primera.
Si no hubiera estado enamorada de él, esa declaración lo habría conseguido. Contuvo el aliento sin saber qué decir. Unos golpes en la puerta la salvaron de hacer una confesión.
Pedro  la soltó y fue a abrir al repartidor. Le pagó, y se dirigió a la cocina con dos bolsas.
—Marsala de pollo, pasta, ensalada y una tarta muy decadente de postre —le aclaró él—. Me decidí por el chocolate porque sé que te vuelve loca —sonrió—. Intento seducirte. ¿Qué tal estoy haciéndolo por el momento?
Era el hombre más guapo que había visto en su vida, pero eso ya le daba igual. La atracción física seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ése no era el motivo de que estuviera allí. Estaba allí por él. No la había seducido con su cuerpo, la había seducido con su alma. El hombre que llevaba dentro, el ser humano, había entonado una melodía irresistible.
Fue hasta él, tomó las bolsas y las dejó en la encimera. Luego, lo besó.
—No necesito chocolate si te tengo a tí —susurró ella.
—Esta noche, tendrás las dos cosas. Muy parecido al paraíso, ¿no?
—Más de lo que te imaginas —contestó ella con una sonrisa.