viernes, 7 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 11

Una mujer se acercó a la mesa. Era alta y exuberante. Le sonrió.
—Cariño, sólo quería decirte que la noche que pasamos juntos fue increíble. Me acuerdo de cada instante y estoy dispuesta a jurarlo. ¿Quieres mi número de teléfono?
Pedro la miró fijamente y se dio cuenta de que no la recordaba en absoluto. ¿Qué significaba eso?
—Te lo agradezco. Si necesito una declaración firmada, le lo diré.
—No lo dudes. Siempre estoy dispuesta.
Ella se dio la vuelta y se alejó. Él miró el contoneo de sus caderas y no sintió nada. Después del día que había pasado, tardaría meses en volver a pensar en el sexo, y eso era una perspectiva desoladora. Se dejó caer contra el respaldo de la silla y miró a sus hermanos.
—La periodista me tiene bien atrapado. No puedo demandarla. No ganaría nada y sería un circo. Mi representante dice que si desaparezco, se desvanecerá el interés.
—Tiene razón —afirmó Agustín—. La gente se fijará en la vida de otro.
—¿Cuándo? —preguntó Pedro—. También comenté con mi representante la parte del artículo donde dice que dejo de ir a los actos benéficos cuando he aceptado asistir. Nunca haría algo así.
No lo había hecho. Detestaba esos actos y, por principio, nunca aceptaba una invitación. Mandaba cheques… Su representante los mandaba.
—Que un niño me mande una carta para invitarme a un acto benéfico no significa que tenga que asistir. Sin embargo, la periodista opina otra cosa.
—No te obsesiones —le aconsejó Matías—. No puedes hacer nada.
Pedro sabía que era verdad, pero no soportaba que dijeran que era un canalla desalmado.
—Luego comenté con Germán lo del equipo de béisbol que fue al campeonato del Estado. Según él, es una confusión de la agencia de viajes. Yo no sabía nada de ese asunto.
Sus hermanos lo miraron con compasión, pero no sirvió de mucho. La compasión no era suficiente cuando lo acusaban de patrocinar a un equipo de béisbol para que fuera al campeonato del Estado y la agencia de viajes se olvidó de darles el billete de vuelta. Los niños y sus familias se quedaron abandonados a cientos de kilómetros de sus casas sin poder volver.
—Yo no hice nada malo —farfulló. En realidad, no había hecho nada en absoluto—. Le dije a Germán que me mandara todo, el correo electrónico del niño admirador y la solicitud de apoyo. Lo leeré yo mismo.
—¿Y luego? —preguntó Matías.
—¡Yo qué sé! Haré algo. Una cosa es que esa periodista opine que soy una nulidad en la cama, y otra muy distinta que diga que defraudo a los niños. Nunca haría algo así.
Uno de sus motivos principales para no responder personalmente las cartas que le mandaban era que no quería complicaciones.
—Me fastidia —siguió Pedro  antes de dar otro sorbo de cerveza—. Mi vida ha vuelto a tocar fondo.
—¿Es peor que cuando te rompiste el brazo? —preguntó Agustín.
—No —contestó Pedro—. No tanto.
—Sólo quería que vieras las cosas con perspectiva —Agustín se encogió de hombros.
Efectivamente, no era peor que aquello, pensó Pedro. Pero se acercaba demasiado.

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