miércoles, 19 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 52

Ella se sorprendió al oírse decir en voz alta lo que quería. Podía notar la dureza contra su trasero y la quería en otro sitio.
—En seguida —contestó él—. Relájate.
¿Que se relajara…? Él volvió a los movimientos circulares en su zona más sensible. Estaba al borde del clímax y no sabía cómo iba a aguantar, pero tampoco se atrevió a proponerle un cambio de posturas porque podía perdérselo todo y eso la mataría…
Él se detuvo y se retiró.
Paula se quedó sin respiración mientras intentaba adivinar qué estaba pasando. Estaba desnuda, sólo con los calcetines, y era muy bochornoso cuando había estado al borde de alcanzar el clímax más intenso de su vida y le había suplicado a Pedro que la penetrara.
Él se puso delante de ella, la abrazó y la besó arrebatadoramente. Los labios y las lenguas se enzarzaron en una persecución implacable, él introdujo las manos entres sus piernas y ella volvió al borde del éxtasis.
El clímax llegó sin avisar y ella se aferró a Pedro para mantenerse de pie. Los músculos se contrajeron y expandieron mientras el placer se apoderaba de ella. Podría haber gritado, pero estaban besándose.
Paula, en una nebulosa, pensó que Pedro sabía muy bien lo que hacía mientras seguía acariciándola. Entonces, cuando el estremecimiento cesó y ella pudo respirar otra vez, la tumbó en la cama, se tumbó a su lado y le acarició la cara.
No tenía las gafas y la habitación estaba borrosa, pero Pedro estaba suficientemente cerca para poder enfocarlo.
—¿Todavía estás bien? —preguntó él con media sonrisa.
—Mejor que bien —Paula suspiró—. Mucho mejor.
—Perfecto.
Pedro se sentó y se quitó la camiseta. A pesar del aturdimiento, ella vio perfectamente sus abdominales y su musculosa espalda. Era un hombre impresionante. Quizá fuera vulgar, pero quería ver el resto. Tomó el botón de sus vaqueros entre los dedos.
—¿Impaciente?
—Un poco —contestó ella.
—Me gusta en una mujer.
Mientras ella se afanaba, él tiró de la goma que le sujetaba la trenza.
—¿Qué haces? —preguntó Paula antes de dejar de hacer lo que estaba haciendo.
—Soltarte el pelo. Llevo semanas deseando vértelo suelto.
—¿Mi pelo?
—Efectivamente.
Después de lo que acababa de pasar, ella estaba más que dispuesta a concederle lo que quisiera. Se sentó y se llevó una mano a la trenza.
—Desnúdate —le dijo ella.
—A sus órdenes.
Él se quitó los pantalones y los calzoncillos antes de que ella pudiera soltarse la trenza. Como si no supiera qué hacer con el tiempo que le quedaba, Pedro se inclinó para lamerle el pezón derecho. Pese al reciente orgasmo, las entrañas le ardieron. Se tumbó y tuvo que hacer un esfuerzo para no sujetarle la cabeza sobre los pechos.
—Estás distrayéndome.
—No me hagas caso.
Se inclinó sobre ella y se metió el pezón en la boca. Pasó la lengua alrededor de la endurecida cúspide y luego la succionó. Con fuerza.
Ella cerró los ojos, se olvidó del pelo, y se entregó a la experiencia de que Pedro Alfonso la sedujera. Él se movía hacia delante y detrás entre sus pechos. Utilizaba los labios, la lengua y los dedos para recorrer cada centímetro de ellos una y otra vez. Ella se retorció preparada para un segundo asalto. Sus entrañas estaban ávidas de recibirlo. Él estaba duro otra vez o seguía estándolo y ella intentó moverse un poco para que pudiera entrar, pero él se resistió.
—En seguida —le dijo él contra un pecho.
—Eso me dijiste antes.
—No te engaño.
Antes de que ella pudiera quejarse, empezó a descender por su cuerpo. Le besó el vientre e introdujo la lengua en el ombligo antes de seguir el viaje descendente y alcanzar su destino entre las piernas.
Paula cerró los ojos y decidió aceptar su suerte, aunque pensó decirle que ya había llegado al clímax una vez y que era muy improbable que volviera a suceder. Sin embargo, hacer el amor con Pedro no tenía nada de normal y no podía saberse qué iba a pasar.
La separó con los dedos y la calidez de su aliento la preparó a recibir su lengua. Trazó círculos con la punta de la lengua y luego la acarició hasta el éxtasis con la parte más ancha. Era un hombre entregado a una misión y ella se dio cuenta de que le gustaba que lo fuera. Era paciente e interpretaba su cuerpo. Ella siempre había necesitado un rodaje lento, pero no esa vez. Había pasado de la curiosidad a los jadeos en muy poco tiempo.
Él la acariciaba avanzando y retrocediendo contra su clítoris. El deseo hizo que separara más las piernas, como si intentara ofrecerle todo lo que era.

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