viernes, 28 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 80

El Downtown Sports Bar estaba a rebosar para ser jueves: retransmitían partido de los Seahawks y había mucha gente y ruido. Pedro estaba detrás de la barra y se inclino hacia Mandy, una de las camareras, para oír el pedido. Llevaba semanas sin trabajar, desde el artículo dichoso. Sus visitas al bar habían sido discretas y a horas intempestivas. Sin embargo, esa noche estaba sustituyendo a alguien que se había puesto enfermo. Estaba aguantando muchas tonterías de los clientes, pero podía soportarlo.
Sirvió dos cervezas y tomó las botellas para hacer un martini de manzana. Puso las cantidades indicadas de licor, las revolvió con hielo, sirvió las copas de martini y las dejó en la bandeja de Mandy.
—¡Eh, Pedro! —le gritó un tipo.
Pedro se dio la vuelta, pero no pudo saber quién lo había llamado entre el gentío.
—¿Es verdad que eres un desastre en la cama?
Hasta ese momento, todos los comentarios habían sido en broma y amistosos. Ése fue el primer ataque directo. Se preguntó si ese tipo tendría agallas para dejarse ver. Entonces, unas personas se movieron y apareció un hombre de treinta y tantos años, bajo y calvo.
—¿Quieres comprobarlo en carne propia?
Se hizo un silencio seguido de una carcajada general.
—No… —balbució el otro antes de alejarse abochornado.
—¿Hay alguien interesado? —preguntó Pedro—. Aquí me tienen, estoy trabajando. Aprovechen la ocasión. Podré soportarlo.
—Si la mujer del periódico lo dijo… —se oyó.
—¿Quieres que lo confirme tu mujer? —preguntó Pedro con una sonrisa—. Puede hacerlo.
El tipo farfulló algo, pero no se dejó ver.
—¿Alguien más? Seguro que hay algo más interesante que lo que he oído. Adelante, lanzen sus dardos.
—¿Por qué no estás furioso? —le preguntó una mujer que estaba acodada en la barra—. Los hombres que conozco querrían arrancarle el corazón a esa periodista.
Pedro  sirvió unas cervezas que le habían pedido.
—Al principio, me sacó de mis casillas y me abochornó —reconoció él—, pero luego me di cuenta de que daba igual. Fui pitcher durante muchos años. Todo el mundo que veía un partido tenía una opinión de lo que hacía y cómo lo hacía. Sin embargo, nadie hizo nada ni remotamente parecido a lo que hice yo. Aprendí que siempre hay algún majadero que es muy bueno desde la barra de un bar o con un micrófono, pero que no dura ni un segundo cuando juega un partido. Con el sexo pasa lo mismo.
La mujer sonrió y los hombres que estaban cerca se rieron.
—La cuestión es que si he estado con tantas mujeres, algo habré aprendido, ¿no? —siguió Pedro.
—A mí me consta, cariño —le dijo la mujer con una sonrisa muy elocuente.
Él no recordaba nada de lo que pasó con ella. ¿Qué indicaba eso de él? Se imaginó lo que diría Paula si se enterara de que no se acordaba de nada de lo que había pasado con algunas mujeres. Ni siquiera las reconocería entre varias.
Siguió sirviendo bebidas y charlando con los clientes. Nadie hizo más chistes sobre él, pero casi ni se dio cuenta. Sólo le importaba una opinión y la única forma de conservarla a ella era siendo el tipo de hombre con el que querría pasar el resto de su vida.
 Viernes por la tarde. Pedro había vuelto a casa de Gloria hacia las cuatro y media. Subió las escaleras de dos en dos. Paula  trabajaría hasta las seis y después se reuniría con él en sus habitaciones. Tenía grandes planes para esa noche. Había pedido una cena fantástica y luego la seduciría tres o cuatro veces y tomarían el postre.
Como había estado en el gimnasio, quería darse una ducha antes de que llegara ella. Entró en el dormitorio mientras se quitaba la camiseta y no pudo ver la sorpresa que le esperaba.
—Hola, Pedro—le saludo una voz desconocida.
Se quedó paralizado, soltó un juramento entre dientes y volvió a ponerse la camiseta. Tomó aliento y miró hacia la cama.
Vio a dos mujeres tumbadas. Dos mujeres jóvenes, guapas y rubias. Retiraron la colcha, ahuecaron las almohadas y se quedaron desnudas sobre las sábanas. Completamente desnudas.
Él casi ni vió los cuerpos y se fijo en las caras. Reconoció a las gemelas. Los tres habían pasado un fin de semana juntos y, luego, ellas habían pasado por la CNN para promocionar un libro. También lo calumniaron un poco.
La de la derecha se irguió y fue a gatas hacia el borde de la cama.
—¿Estás enfadado con nosotras, cariño? Fuimos malas. Muy malas. Puedes castigarnos…
Sus pechos grandes y perfectos oscilaban con cada movimiento. Tenía la piel muy blanca y los pezones casi rojos.
La de la izquierda sonrió.
—Puedes darnos unos azotes. Sería divertido.
Él sintió muchas cosas distintas, pero dominó el pánico absoluto. ¿Qué pasaría si entraba Paula en ese momento? ¿Qué pensaría? No podría explicarlo de ninguna manera. No quería explicarlo, quería que se fueran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario