domingo, 16 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles parte 3: Capítulo 40

—Habría cocinado… —dijo Delfina mientras Paula preparaba unos fideos con carne.
—Ya está —replicó Paula—. Tú has cocinado toda la semana.
—Cociné dos días, otros dos trajimos comida de fuera y el que queda comimos restos. No estoy abrumada por el trabajo.
—Tienes que descansar.
—Y tú tienes que intentar recuperar la respiración.
Paula metió la fuente con pasta en el horno.
—Respiro perfectamente.
—Pareces aterrada, como si fueran a bombardearnos en cualquier momento
—No sé de qué estás hablando —contestó Paula con una sonrisa forzada.
Era una mentira como una casa. Delfina sería muchas cosas, pero no era tonta. Era perfecta en todos los sentidos. Era como el resto del mundo querría ser. Paula ya lo había asimilado y sólo se permitía una ambivalencia mínima. Delfina no podía evitar ser guapa, lista y encantadora. De modo que cuando se dio cuenta de que no sabía cómo dominar sus sentimientos hacia Pedro, decidió hacer lo único que se le ocurría hacer en esas situaciones: presentarle a su hermana. Él había estado insistiendo durante un tiempo y, al final, ella cedió. Lo había invitado a cenar y él había aceptado. Sabía perfectamente lo que pasaría en cuanto cruzara la puerta. Pasaría lo que había pasado siempre que había llevado a un chico, aunque no habían sido muchos. Miraría a Delfina  y se quedaría prendado al instante. Después de la tercera vez, ella había dejado de llevar chicos a casa. Hasta ese momento.
Sería como quitarse un vendaje, se dijo a sí misma. Dolería un instante, pero se pasaría muy pronto. Vería que Pedro caía rendido ante los encantos de su hermana y podría aniquilar sus sentimientos hacia él.
—No va a pasar —le advirtió Delfina.
—No sé de qué estás hablando.
—Curioso, porque yo sé perfectamente lo que estás pensando. No puedes soportar la idea de sentir algo hacia Pedro y lo has traído porque crees que se quedará cautivado conmigo.
—Es una buena idea —Paula se encogió de hombros.
—Es una idea estúpida. Él no va a interesarse.
—No lo sabes —Paula sonrió—. Yo apostaría a que sí.
—¿No se te ha ocurrido pensar que los otros chicos no se interesaron tanto como tú te imaginabas y que los ahuyentaste por imaginarte lo peor?
—¿Cómo dices? —aquello le llegó al alma—. En cuanto te conocieron, sólo hablaban contigo. Acéptalo, Delfina, nunca pasaste una fase difícil, naciste guapa. Yo tuve que hacer maravillas para parecer normal. Ya lo he digerido y estoy orgullosa de mi vida. Hago todo lo que puedo.
—No es verdad. Te ocultas. No te expones porque es más fácil no tener esperanzas.
—Gracias, doña Perfecta —las palabras de Delfina le habían dolido—. Es muy estimulante saber tu opinión profesional sobre las cosas. Te guste o no, la conclusión es que los hombres te adoran.
—No sería Vance…
Dijo esas tres palabras casi con un hilo de voz. Paula tragó saliva y su furia se esfumó.
—Vance es un inútil y, seguramente, el hombre más cretino del planeta.
—No digas eso —le pidió Delfina con los ojos empañados de lágrimas—. Fue mi marido.
Paula no podía soportar que su hermana siguiera sintiendo algo por Vance. El muy canalla desapareció en cuanto le dieron el diagnóstico a Delfina. Llamaron a la puerta antes de que se le ocurriera algo que decir.
—Es tu joven amigo… —bromeó Delfina.
—No me obligues a matarte —Paula la miró con furia—. Soy perfectamente capaz.
—Palabrería…
Paula resopló, fue a la puerta precipitadamente y abrió.
Todos los saludos ingeniosos que se le habían ocurrido se esfumaron en cuanto lo vio sonriendo en su diminuto porche. La luz del techo iluminaba el maravilloso rostro. La chaqueta de cuero resaltaba unos hombros anchos y las estrechas caderas. Estaba sexy, viril y tan lejos de su alcance como los anillos de Saturno.
—Hola —saludó él mientras le ofrecía un ramo de flores—. Iba a traer vino, pero miré en Internet y vi que alguien con la enfermedad de tu hermana no puede beber.
Ella miro fijamente las flores.
—Entonces son para Delfina.
—No… Son para ti. Esto también —le dio una caja de chocolates.
Estaba desconcertada. ¿Le había llevado flores y chocolate? ¿A ella?
—Pasa —le dijo mientras se apartaba.
—Gracias.
Él entró en la casa, se dio la vuelta y la besó. Como si tal cosa. Fue un fugaz roce en los labios y ella intentó quitarle nerviosamente la chaqueta mientras miraba alrededor.
—Es muy bonita —dijo él.
Paula no podía moverse ni pensar ni respirar, casi, ni seguir viva durante mucho tiempo más. La había besado. Como si… No sabía como qué, pero fue muy raro. No se besaban. Se habían besado una vez, pero nunca más. No salían juntos. ¿Pensaría él que aquello era una cita?
Antes de que pudiera reponerse, Delfina entró en la habitación.
—Debes de ser Pedro. Yo soy Delfina.
—Encantado de conocerte.
Se estrecharon las manos. Paula se preparó para el fogonazo. Asombrosamente, Pedro dejó de mirar a su hermana.
—Estaba diciéndole a Paula que la casa es muy bonita.
—¿Verdad que sí? —Delfina sonrió—. Paula y yo fuimos muy pobres de pequeñas. Vivimos en una caravana hasta que nos mudamos. Las dos nos propusimos tener una casa propia. Yo quería un piso elegante, pero Paula siempre dijo que quería ser dueña del terreno de su casa.
Paula se sintió abochornada, pero Pedro sonrió.
—Tiene sentido —él le dio la espalda a Delfina y la miró a ella—. Te espantaría mi casa. Es una casa flotante, sin tierra siquiera.
Ella no sabía qué decir ni qué hacer. Estaba hablándole a ella, no a Delfina. Era imposible.
—Yo… —empezó a decir Paula  antes de cerrar la boca—. La… casa flotante parece fantástica. Todo el mundo quiere vivir en el agua, ¿no?
—Mentirosa —Pedro sonrió.
Ella parpadeó. ¿Estaba provocándola? Súbitamente, todo le pareció desconcertante.
—Debería meter las flores en agua.
Paula se fue a la cocina. Si Pedro y Delfina se quedaban solos, quizá prendiera la chispa. Sin embargo, él la siguió y la observó mientras intentaba alcanzar un florero de la balda más alta. La apartó delicadamente y lo agarró él mismo.
—Benjamín y yo hemos estado hablando —le comentó mientras le daba el florero—. Sobre la forma de recobrar mi reputación.

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