domingo, 9 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 18

El contacto de sus dedos fue levísimo, casi imperceptible, pero ella se recostó contra ellos y se imaginó que la acariciaba por todo el cuerpo. Fue humillante. Tenía que tener en cuenta que sólo era una hermosa fachada sin nada dentro. Una fachada que disfrutaba sacándose fotos.
—He tenido una bajada de azúcar. Vete, estoy bien.
Él le hizo tanto caso como el que hacia ella a Gloria cuando le ordenaba que se marchara.
—¿Qué necesitas?
«¿Sexo oral?» ¡No! Ésa no era la respuesta adecuada.
—Jugo, comida…
—Hecho.
Pedro la sentó en una silla y le sirvió un vaso de jugo de naranja. Ella se bebió la mitad. El resultado fue casi instantáneo. Dejó de temblar y se sintió casi normal.
—Estoy mejor —Paula lo miró—. Gracias. Vete.
—Qué agradable —replicó él irónicamente—. ¿Quién te ha amargado el día?
—¿Sinceramente? Tú. Esta mañana había una periodista esperándome en el porche. Quería confirmar que estás aquí, cosa que yo no hice. Sin embargo, me animó un poco la jornada, me enseñó unas fotos que había bajado de Internet. Adivina quién era el protagonista.
—Creía que habían desaparecido —dijo él con una expresión tensa.
—¿Las conoces?
—Las sacaron hace unos seis años —contesto Pedro con tono sombrío—. Sin mi conocimiento. Aquella mujer quería una prueba para enseñársela a sus amigas. Una le propuso que le diera más publicidad y las colgó en Internet.
Parecía abochornado, furioso e impotente. Paula quiso creer que no podía reprocharle nada, pero era difícil.
—¿Qué vida has llevado? —preguntó—. Esto no le pasa a una persona normal. Las fotos, la periodista… Tienes que centrarte.
—Lo intento, pero estas cosas me lo impiden. Conseguí una orden judicial para que retiraran las fotos de la página web, pero siguen apareciendo en otras páginas. No quiero seguir hablando de este asunto. ¿Estás bien?
El cambio de tema la sorprendió con la guardia baja.
—Sí. Tengo que comer algo.
—¿Para subir el nivel de azúcar?
—Sí. Chocolate sería perfecto. Si es posible, de Seattle Chocolates.
—Estás de broma. Eso no puede sentarte bien.
—No… —estuvo a punto de decir que «no tanto como tú»—, pero es mi ilusión y puedo tomarlo si quiero.
Él sacudió la cabeza y masculló algo inaudible.
—Bueno, voy a ver qué comida de verdad tenemos.
Volvió a abrir la nevera y empezó a sacar todo tipo de cosas. Queso, pollo guisado, salsa y unas tortitas de maíz. Cosas que ella no recordaba haber visto allí.
—¿Has ido a hacer la compra? —preguntó ella.
—He hecho un pedido por Internet. No había nada en esta cocina.
Ella pensó que, al menos, Internet también servía para algo positivo.
—Las comidas de gloria las traen cocinadas y yo me traigo la mía.
Él se encogió de hombros y buscó una sartén amplia.
—Ahora comeremos de verdad.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a hacerte una quesadilla.
Paula  no supo qué le sorprendió más, si que supiera hacerla o que fuera a hacérsela a ella.
—¿Sabes cocinar?
—Tengo algunas especialidades. No sólo sé jugar al béisbol.
—He traído mi almuerzo.
—No… no me gusta. Veamos… ¿Qué te parece: «Pedro, muchas gracias por hacerme la comida y salvarme la vida»?
Ella sonrió a regañadientes.
—Tienes un sentido teatral muy desarrollado.
—Estoy acostumbrado a que me veneren.
Ella estaba segura de eso, aunque algunas de sus admiradoras se habían vuelto contra él. Se preguntó qué se sentiría al ser un personaje tan público y decidió que no podía ser algo bueno. Además, para complicar más las cosas, Pedro  tenía la mala costumbre de elegir las mujeres menos adecuadas.
—¿Qué tal con Gloria? —preguntó él mientras calentaba la sartén y preparaba la quesadilla.
—Muy bien. Está avanzando.
—Es atroz, puedes decirlo.
—Ni aunque me tortures.
—Yo tenía razón —Pedro arqueó las cejas—. Reconócelo.
—No. Sigo pensando que su familia contribuyó a que sea como es. Está sola y abandonada.
—Es irascible, complicada y perversa.
—No es perversa… conmigo.
—No la conoces bien —replicó Pedro mientras metía la tortita doblada en la sartén.
Paula dejó el vaso e intentó mirar a algo que no fuera el hombre que estaba a los fogones. Si no lo hacía, iba a empezar a babear. Daba igual que su personalidad fuera dudosa, a su cuerpo le daban igual las otras tres mil mujeres con las que se había acostado. Sólo quería ser la siguiente. ¡Qué tristeza! Agarró la primera hoja de papel del montón que había estado hojeando Pedro.
—¿Qué es esto? —preguntó ella al leer la carta de un niño que le pedía un autógrafo.
—Un montón de tonterías que me ha mandado mi representante. Su oficina se ocupa del correo de mis admiradores y no sé si no es un error.
Paula se acordó del artículo y de que decía que Pedro no hacía caso de los niños necesitados.
—No quería molestarme —Pedro dio la vuelta a la tortita—. Ese es mi gran delito. Confié en otros para que se ocuparan y parece ser que hicieron un trabajo desastroso. Germán respondía a todo con un cheque.
—¿Germán es tu representante?
—Sí. Me invitaron a la inauguración de un hospital y no me enteré. Me incluyeron en el programa y todo. Eso está mal hecho.
—Pero si no lo sabías, no es culpa tuya.
¡Cómo! ¿Estaba defendiéndolo? ¿Acaso no lo consideraba una escoria? Esas fotos lo confirmaban.
—Díselo a todos los que estuvieron esperándome —sacó un plato del armario y puso la quesadilla—. Es peor todavía. Un niño que estaba muriéndose quería conocerme como su último deseo. Y yo no me presenté.

No hay comentarios:

Publicar un comentario