lunes, 10 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 24

—Eso —la primera sonrió a la cámara—. Por eso hemos decidido transmitir nuestra experiencia a otras mujeres. Ya sabes, a las que no son tan guapas y sexys y no salen tanto como nosotras.
—Pueden hacer algunas cosas —intervino su hermana—. Pueden ser más sexys. No sólo en la forma de vestirse, sino en lo que dicen y en lo que hacen.
Esa maravillosa oferta a las mujeres estadounidenses llegaba de dos gemelas recién salidas de la peluquería con unos tops y unos pantalones muy ceñidos y a juego.
—También hablan de algunos de los hombres que han conocido…
—Bueno… —dijo la de la izquierda entre risitas—. Sabemos que no se debe hablar de estas cosas, pero no hemos podido resistimos.
Pedro sintió que se le helaban las entrañas.
—Me ha llamado la atención un nombre —dijo el periodista—. Pedro Alfonso.
Las gemelas se miraron y suspiraron.
—No queríamos comentar nada en el libro —contestó la primera—. Sería de mal gusto. Pero, sinceramente, no fue nada del otro mundo. La mayoría de los hombres tienen dificultades con dos mujeres y por eso nos lo esperábamos. Claro, tienen esa fantasía, pero cuando se encuentran con nosotras dos desnudas, pueden verse desbordados.
—¡No me ví desbordado! —bramó Pedro a la televisión—. Fue sensacional.
—La tierra no tembló —añadió la otra en voz baja—. Suele pasar.
—¿Fue una cuestión de tamaño? —preguntó el periodista acercándose a ella.
Pedro apagó la televisión y se levantó de un salto. Fue de un lado a otro de la habitación entre maldiciones. No se merecía aquello, no era tan mal bicho. Necesitaba una tregua, pero nadie parecía dispuesto a dársela. Siguió yendo de un lado a otro, pero la habitación era demasiado pequeña y no podía sofocar tanta energía. Tenía que salir de allí, pero no tenía a donde ir. Bajó al piso de abajo, donde estaba la única persona que podía distraerlo. Tenía que hablar de tonterías, pensó mientras entraba en la cocina.
Sin embargo, Paula le había dejado muy claro lo que opinaba de él. ¿Quería que lo humillara un poco más? Aun así, por muy rotundamente que ella le hubiera dicho que no lo deseaba, no podía dejar de pensar que la atraía. Si era así, ella no lo soportaría. Lo cual, en cierto modo, le alegraba. Molestarla le parecía interesante.
Paula no estaba en la cocina ni en la sala. Fue hacia el dormitorio provisional de Gloria.
—¿Dónde está Paula? —preguntó al ver que no estaba allí—. No estará esquivándome…
Su abuela se quitó las gafas, dejó el libro y lo miró fijamente.
—Aunque sea increíble, el mundo no gira alrededor de tí, Pedro. La hermana de Paula está enferma y la ha llevado al médico. Volverá dentro de una hora o así. ¿Podrás sobrevivir solo hasta entonces o llamo al servicio de emergencias?
Paula volvió un poco antes de las dos de la tarde, entró en la casa y se encontró con Pedro esperándola. Lo primero que pensó fue darse la vuelta y esconderse en el coche. Se sentía cohibida por la conversación que habían mantenido, cuando le había dicho que no lo deseaba; y porque ya no llevaba la bata. Que llevara vaqueros y un jersey podía ser casual, pero también podría interpretarse como un intento lastimoso de atraerlo. Recapacitó, Pedro nunca pensaría en ella, estaba demasiado ocupado con el porno. Cerró los ojos un instante. Eso no era justo. Él no tenía la culpa de que estuviera cautivada. Quizá debiera volver a plantearse el asunto del libro de autoayuda. Tenía que hacer algo para volver a ser una persona normal. La última visita a Seattle Chocolate había sido deliciosa, pero no la había curado del todo.

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