lunes, 31 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 2

El hombre asintió.
Interesante. No porque pudiera tener ningún vínculo sanguíneo con el hijo mayor del senador. Miguel Schulz y su esposa habían adoptado a todos sus hijos, Pedro incluido, sino porque había alguna posibilidad de que fueran familia.
Paula no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Tratar con su propia familia ya le resultaba suficientemente complicado. ¿De verdad tenía ganas de conocer a otra?
Evidentemente, pensó. Al fin y al cabo, estaba allí.
La necesidad de sentirse vinculada a alguien era tan intensa que no necesitó ninguna otra respuesta. Si Miguel Schulz era su padre, quería conocerle y no dejaría que nadie se interpusiera en su camino. Ni siquiera su hijo adoptivo.
—Creo que ya he tenido suficiente paciencia con una secretaria y dos de los ayudantes de tu padre —dijo con firmeza—. He sido educada y comprensiva. Además, soy votante de este estado y tengo derecho a ver al senador que me representa. Así que ahora, por favor, apártate antes de que me vea obligada a ponerte en un aprieto.
—¿Me estás amenazando? —preguntó Pedro, y parecía casi divertido.
—¿Me serviría de algo?
Pedro la recorrió de los pies a la cabeza con la mirada. En el transcurso de los seis meses anteriores, Paula  había tenido oportunidad de aprender que llamar la atención de los hombres no era algo que le reportara ningún beneficio. Sabía que, inevitablemente, sus relaciones con ellos terminaban en desastre. Pero a pesar de haberse jurado que no quería volver a saber nada del género masculino, no pudo evitar sentir un ligero estremecimiento al ser objeto de aquella firme mirada.
—No, pero podría ser divertido.
—Desde luego, tienes respuesta para todo.
—¿Y eso es malo?
—No tienes ni idea de hasta qué punto. Ahora, apártate, dragón. Voy a ir a ver al senador Schulz.
—¿Dragón?
Aquel tono divertido no procedía de la persona que tenía frente a ella. Paula se volvió al oír aquella voz y vio a un hombre cuyo rostro conocía de sobra en el marco de una puerta abierta.
Conocía al senador Miguel Schulz porque le había visto en televisión. Incluso le había votado. Pero hasta hacía muy poco tiempo, para ella sólo era un político más. En aquel momento, sin embargo, tenía frente a ella al hombre que muy probablemente era su padre.
Abrió la boca, e inmediatamente la cerró como si de pronto hubieran desaparecido todas las palabras de su cerebro, como si hubiera perdido la capacidad de hablar.
El senador comenzó a caminar hacia ellos.
—Así que eres un dragón, ¿eh, Pedro? —le preguntó al hombre que estaba hablando con Paula.
Pedro se encogió de hombros. Era evidente que se sentía incómodo.
—Le he dicho que era el dragón que vigilaba el castillo.
El senador posó la mano en el hombro de su hijo.
—Y has hecho un buen trabajo. Así que ésta es la dama que está causando problemas —se volvió hacia Paula y sonrió—. No parece especialmente amenazadora.
—Y no lo soy —consiguió decir ella.
—No estés tan seguro —le advirtió Pedro a su padre.
Paula le fulminó con la mirada.
—Estás siendo ligeramente prejuicioso, ¿no crees?
—Tu ridícula afirmación sólo puede servir para causar problemas.
—¿Por qué te parece ridícula? No puedes estar seguro de que no sea cierto.
—¿Y tú lo estás? —preguntó Pedro.
El senador los miró alternativamente.
—¿Debería venir en un momento mejor?
Paula  ignoró a Pedro y se volvió hacia él.
—Siento haber venido sin previo aviso. Llevo mucho tiempo intentando concertar una cita con usted, pero cada vez que me preguntan cuál es el motivo, tengo que contestar que no puedo decirlo y…
En aquel instante fue plenamente consciente de la enormidad de lo que estaba a punto de hacer. No podía limitarse a repetir lo que le habían dicho a ella: que hacía veintinueve años, aquel hombre había tenido una aventura con su madre y ella era el resultado de esa relación. Seguramente, el senador no le creería. ¿Por qué iba a tener que creerle?
Miguel Schulz la miró con el ceño fruncido.
—Tu cara me resulta familiar, ¿nos hemos visto antes?
—Ni se te ocurra decir una sola palabra —le advirtió Pedro—. Porque tendrás que vértelas conmigo.
Pero Paula le ignoró.
—No, senador, pero usted conoció a mi madre, Alejandra Chaves. Yo me parezco un poco a ella. Soy su hija. Y creo que a lo mejor también soy hija suya.
El senador permaneció imperturbable. Seguramente, gracias a la capacidad de control adquirida durante los años que llevaba dedicado a la política, pensó Paula, sin estar del todo segura de lo que sentía ella. ¿Esperanza? ¿Terror? ¿La sensación de estar al borde de un precipicio sin estar muy segura de si debería saltar?
Se preparó para el inminente rechazo, porque era una locura pensar que el senador podría limitarse a aceptar sus palabras.
Pero entonces, el hombre que quizá fuera su padre suavizó la expresión y sonrió.
—Recuerdo perfectamente a tu madre. Era… —se le quebró la voz—. Deberíamos hablar. Pasa a mi despacho.
Pero antes de que Paula hubiera podido dar un paso, Pedro se colocó frente a ella.
—No, no puedes hacer una cosa así. No puedes quedarte a solas con ella. ¿Cómo sabes que no tiene nada que ver con la prensa o con la oposición? Todo esto podría ser un montaje.
El senador desvió la mirada de Pedro a Paula.
—¿Esto es un montaje?
—No, tengo aquí el carné de conducir, si quiere investigarme —lo último lo dijo mirando a Pedro.
—Yo lo haré —respondió Pedro tendiéndole la mano para que le pasara el carné.
—¿Pretendes que te dé información personal sobre mí en este momento? —preguntó Paula, sin estar muy segura de si debería dejarse impresionar por su eficacia o si debería darle una patada en la espinilla.

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