miércoles, 19 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 51

Paula  dejó que la llevara hasta su inmenso dormitorio. Le pareció que los muebles eran oscuros y que la cama era tan grande como toda su cocina. La soltó, encendió la lámpara de la mesilla y quitó la colcha.
¡Iban a acostarse! Ella se recordó que era lo que quería casi desde la primera vez que lo vió. Sin embargo, le pareció raro. Todo era demasiado premeditado. Se volvió hacia ella y Paula no supo qué hacer. ¿Tenía que desnudarse? Era un hombre al que todas las mujeres adoraban. ¿Cómo esperaba que transcurriera todo?
—Quítate los zapatos —dijo él mientras se acercaba.
—Muy bien.
Se quitó los zuecos de enfermera y los alejó con el pie. Las instrucciones facilitaban las cosas.
Él se puso detrás de ella.
—Tranquila —le pidió él con un tono susurrante.
—Me extrañaría.
—¿Te apuestas algo?
—Claro. Me debato entre la excitación y el espanto, algo que supongo que no debería decirte. No sé cómo saldrán las cosas.
La besó en el cuello con las manos en los hombros. El beso la pilló desprevenida. No sabía nada de su cuello. Servía para sujetarle la cabeza y a veces se acordaba de ponerle crema, pero nunca lo había considerado mínimamente erótico. A partir de entonces, lo haría. Él le pasó los labios separados por la piel y a ella se le puso la carne de gallina. La sujetó con delicadeza y lentamente, muy lentamente, fue bajando hasta el jersey.
Era sólo un beso, el contacto de sus labios sobre la piel con un leve roce de la lengua, pero fue unos de los momentos más sensuales de su vida. Los pechos se le endurecieron y quiso sentir sus manos sobre ellos y los pezones en su boca. Notó el calor entre las piernas.
Quiso darse la vuelta, pero él no lo permitió.
—Espera. Todavía tenemos que hacer muchas cosas.
¿Muchas cosas? ¿Como qué?
Él le agarró el borde del jersey y empezó a subírselo. Ella le ayudó a quitárselo y lo tiró a una butaca. Quiso darse la vuelta y él se lo impidió otra vez. Volvió a posarle la boca en el cuello. La besó lenta y minuciosamente. Bajó por el hombro y se lo mordió levemente. Ella se estremeció. La agarró de las caderas para sujetarla. Ella no pudo evitar pensar que quería que esas manos hicieran algo mucho más interesante. Entonces, perdió el sentido cuando le pasó los labios por la espalda y le lamió la espina dorsal. Sin prisa, la besó una y otra vez hasta que le pareció que el tiempo se había detenido. Estaban solos en otra dimensión. El deseo le palpitaba al mismo ritmo que su pulso, pero agradecía el placer de hacerlo durar.
Él volvió al cuello y le pasó la lengua por detrás de la oreja. La excitó y le hizo cosquillas. Ella dejó escapar un risita, pero se quedó sin aliento cuando notó que se le caía el sujetador. Ni siquiera se había dado cuenta de que se lo hubiera soltado.
La tomó de las caderas y subió las manos hasta la cintura mientras le mordía el hombro izquierdo y luego se lo lamía para aliviárselo. Paula no sabía qué notó antes, si el contado de su boca o el movimiento de sus manos cuando le tomaron los pechos. Todavía detrás de ella, le tomó los pezones entre los pulgares. El placer se apoderó de su cuerpo y le temblaron las piernas.
—Abre los ojos —le susurró él al oído.
Esas palabras la sorprendieron tanto que ella obedeció. Bajó la mirada y vio sus manos bronceadas que le acariciaban la piel. Le ardieron las mejillas, pero no pudo desviar la mirada. Ni siquiera cuando volvió a tomarle los pezones y ella pudo ver y sentir lo que estaba haciendo. Él presionó el pene erecto contra su trasero y ella deseó que los dos estuvieran desnudos para poder tenerlo dentro. Sabía que estaba húmeda, lo notaba en las bragas. Quiso que la acariciara allí. Necesitaba su contacto por todo el cuerpo.
Sin pensárselo dos veces, se desabrochó el botón del vaquero y se bajó un poco la cremallera, hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—No pares —le susurró él sin dejar de acariciarle los pechos—. Sigue.
Ella se bajó la cremallera del todo, pero no tuvo el valor de bajarse los vaqueros. Afortunadamente, no hizo falta. Él le acarició el vientre con la mano derecha y fue descendiendo hasta introducirla por debajo de las bragas. Sus dedos cálidos se abrieron paso entre los rizos y entre las piernas. Fue directamente al clítoris y lo encontró a la primera.
Estaba abultado y dispuesto. La primera caricia hizo que jadeara; la segunda, que quisiera gritar.
Le dio placer con el dedo corazón, con un movimiento circular que la llevó a una espiral de enajenamiento en cuestión de segundos. Fue como si él pudiera leerle el pensamiento, o quizá fuera sólo su cuerpo. Ni de prisa ni despacio y, sobre todo, con la presión justa.
Se dejó caer contra él. Las piernas podían cederle en cualquier momento, pero no quiso moverse. ¿Qué pasaría si él paraba y no volvía a empezar nunca más? Se moriría de anhelo.
Siguió el movimiento circular cada vez un poco más deprisa hasta llevarla al límite. El deseo la abrumó y casi no podía respirar ni pensar. Quería suplicar o gritar. Quería más.
Con la otra mano seguía pellizcándole los pezones y la arrastraba cada vez más cerca del clímax. Su cuerpo se puso en tensión sólo de pensarlo, pero no quería alcanzarlo todavía. Aquello era maravilloso. Sin pensarlo, se bajó los vaqueros y se los quitó con los pies para facilitarle el camino. Él introdujo dos dedos. Ella notó los pliegues húmedos y ardientes que se separaban, pero no era suficiente.
—Quiero que entres.

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