viernes, 29 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 27

Se inclinó hacia delante y le dió un beso en la frente. Luego, se dió la vuelta y se marchó. Quiso tomarla en sus brazos y consolarla. Quiso volver a sentir su boca en sus labios, compartir la pasión que la abrasaba, saber que ella sabia quién estaba besándola. Pero no podría volver a acariciarla. Ya había rebasado los límites que se había prometido respetar durante las pocas semanas que estaría en su vida.

Él quizá abandonara la vida de Paula muy pronto, pero ella permanecería en la suya para siempre.

La semana siguiente, Paula recibió su primer sueldo. Su ayudante se lo entregó en un sencillo sobre blanco no podía dominar. No era Pedro. Era cuestión de la edad. Pedro era el único hombre en su vida, aunque fuera secundario. Pedro había sido el único hombre que la había besado desde la muerte de Pablo. No era raro que sus ansias sexuales se hubieran concentrado en él. Pero...

Pablo nunca había conseguido que con sólo una mirada se le estremecieran los muslos y humedeciera la ropa interior. Siempre la había excitado cuando hacían el amor y había aprendido qué era lo que más le gustaba, pero... ella nunca había sentido un deseo tan físico por el cuerpo de un hombre.

Cuando Pedro clavó los ojos en su camisa, ella había tenido la disparatada idea de arrancársela y agarrarle la cabeza para que le lamiera los ávidos pezones.

¿Sería Pedro y solamente Pedro? Esa mañana había estado con el presidente de una empresa para presentarle el programa de recaudación de fondos y no había sentido la más mínima necesidad de arrojarse sobre él.

Cerró la puerta y se apoyó en ella con las mejillas ardientes entre las manos. ¿Qué estaba pensando? En apenas dos semanas, Pedro Alfonso había conseguido que no se reconociera. Además, parecía como si él la conociera mucho mejor de lo que correspondía a tan poco tiempo.

«Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo».

Pedro había dicho aquellas palabras con un tono amable y comprensivo que contradecía la pasión de sus ojos. Ella se había quedado tan atónita que no pudo replicar mientras él se alejaba. No se había quedado atónita por pensar que seguía enamorada de su difunto marido, sino impresionada por darse cuenta de que no podía recordar claramente los rasgos de Pablo.

Impresionada y tan conmocionada que no pudo evitar que le brotaran las lágrimas. ¿Qué había pasado? ¿Cuándo había sido la última vez que intentó recordar su cara? Pedro tenía razón, seguía amando a Pablo, pero como algo del pasado. Pensó que había aceptado la viudedad arrastrada por la lucha diaria, que había aceptado que Pablo se había ido y nunca volvería.

El rostro de Pedro volvió a aparecérsele y se dió cuenta por primera vez de que incluso había aceptado la posibilidad de que algún día pudiera tener otra relación, quizá otro matrimonio.

Sin embargo, no con Pedro Alfonso. Quizá él pudiera fundirle todos los plomos, pero no podía correr el riesgo de tener algo que ver con él. Incluso tenerlo en la casa de invitados podía disparar las habladurías más desagradables. No, Pedro no estaba en sus planes. Aunque quizá... algún día... ella podría encontrar a alguien que la hiciera sentirse tan viva como lo hacía él.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 26

No quería haberla tocado, nunca debería haber cedido a la necesidad de aliviarle la tensión de sus hombros ni a acariciarle la sensible piel de la nuca.

Pero lo había hecho y ella había reaccionado tan inmediatamente, tan plenamente, que él había perdido la poca objetividad que le quedaba de ella.

Ella estaba avergonzada de sí misma y eso era lo que más le dolía.

A la mañana siguiente decidió que tenía que rectificar eso inmediatamente.

Ni a lo largo del día ni al cabo de un tiempo, en aquel preciso instante. No quería que Paula se sintiera culpable por lo que había pasado.

Desayunó, fue hasta la casa principal y llamó a la puerta. Ella y su hijo ya estaban levantados. Al parecer, estaban acabando de desayunar y pidió al cielo que Pilar no apareciera mientras le decía a Paula lo que tenía que decirle.

Entonces, la mirada de Paula se encontró con su mirada a través de los paneles de, cristal. Sintió un ardor tal que le sorprendió que el cristal no se derritiese.

Sin embargo, si ella sintió lo mismo, lo disimuló muy bien. Apartó la mirada sin cambiar de expresión, como si no lo hubiera visto. Pero se dirigió hacia la puerta y él supo que lo había visto.

-Buenos días -entreabrió la puerta, pero se quedó dentro como si temiera que se le pudieran escapar algunas moléculas.

-Paula... -movió la cabeza y dudó-. ¿Puedo hablar un momento contigo?

Entonces fue ella la que dudó. Miró por encima del hombro a Pablito  que estaba tirando todos los cereales por la bandeja mientras miraba un programa infantil en la televisión de la cocina.

-Sólo un momento.

Estaba claro que la idea no la emocionaba, pero él sabía que estaba demasiado bien educada como para rechazarlo sin un buen motivo.

Paula salió, cerró la puerta y mantuvo las manos en la espalda y sobre el pomo de la puerta. La posición le mantenía los hombros hacia atrás y los pechos erguidos contra el fino algodón de la camisa.

Mientras miraba ensimismado, sus pezones se convirtieron en dos protuberancias que pugnaban por librarse de la camisa.

Ella soltó el pomo, movió las manos e hizo que él la mirara a los ojos. Estaba sonrojada.

-Lo que pasó anoche no fue culpa tuya. Fue culpa mía. No quiero que le des más vueltas, ¿de acuerdo? -dijo Pedro.

Ella no se movió. Ni siquiera dió la más mínima señal de que lo hubiera oído.

-Yo fui hacia tí, ¿te acuerdas? Tú no hiciste nada malo.

Ella se rió, pero no porque la divirtiera. Fue un sonido de burla de sí misma que se reflejaba en sus ojos.

-No me obligaste a nada, precisamente, Pedro. Te limitaste a tocarme y me enredé a tí como, como una planta trepadora y estúpida, ¿te acuerdas?

Claro que se acordaba. Lo había rodeado con sus brazos como si quisiera absorberlo y él estuvo a punto de ceder al impulso irrefrenable de tumbarla en el suelo y entrar en ella. Sin embargo, no lo dijo. Dejó que las palabras quedaran un momento en suspenso.

-Me acuerdo de todo perfectamente y he pasado toda la noche recordándolo -dijo delicadamente y sin apartar la mirada de sus ojos-. Paula, eres una mujer muy hermosa y me atraes como no me ha atraído ninguna otra mujer, pero... -no pudo contener la mano y le pasó la yema del dedo índice por la mejilla-. Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo.

Los ojos de Paula reflejaron la impresión y se llenaron de lágrimas.

-Lo siento -se disculpó él.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 25

No podía permanecer quieta, no podía dejar de agitarse en sus brazos, no podía evitar rodearlo con una pierna para apresarlo contra sí. Sentía toda su dureza en contacto con su centro suave y palpitante y volvió a gemir en su boca.

Él bajó las manos hasta rodearle el trasero para mantener la firmeza del contacto y apartó la boca.

-Estás acabando conmigo, corazón -gruñó él.

Corazón... La expresión cariñosa retumbó en la calidez de la noche. ¡Pablo la había llamado exactamente lo mismo! Pablo. Su marido.

La idea fue como un jarro de agua helada sobre las llamas de su pasión. Se quedó rígida y bajó las manos hasta los bíceps de Pedro para apartarlo.

Él no se quejó ni intentó detenerla, lo que en cierta forma le molestó a Paula. Ella no quería que se quejara, pero también le habría gustado que le molestara tener que soltarla.

-Paula. Lo... lo siento.

Pedro se apartó y se volvió. Estaba jadeante y los hombros le temblaban.

Sólo veía una espalda enorme y sus manos que le agarraban la cabeza. Ella se preguntó si el querría volver a abrazarla tanto como ella quería abrazarlo sin temer a las consecuencias.

-No quería que ocurriera...

Por algún motivo, a Paula le pareció gracioso y no pudo evitar que se le escapara una risita histérica.

-Si ha sido sin querer, ¿cómo será cuando quieras?

Él se volvió bruscamente y ella dejó de reírse al instante. Pudo ver el brillo de sus ojos.

-Yo no... yo no iba a tocarte.

Lo dijo con un tono tan desesperado que ella estuvo a punto de abrazarlo, pero se cruzó los brazos para evitar males mayores.

-No pasa nada -dijo ella con poca convicción y consciente de que era inapropiado.

Hasta que comprendió que estaba consolándolo...

-Sí -dijo él con rotundidad-. Si pasa.

Dió un paso a tras y ella dejó caer las manos con impotencia. Era evidente que no estaba contento consigo mismo y, seguramente, tampoco lo estaría con ella. Las últimas llamas de deseo que todavía le ardían en lo más profundo se apagaron definitivamente. La vergüenza empezaba a apoderarse de ella, se tapó la cara y se fue corriendo.

La pared de la casa le detuvo en su huida y ella, con la cabeza gacha, buscó el picaporte de la puerta corredera mientras deseaba que se la tragara la tierra para acabar con todo aquello.

-Lo siento. Yo tampoco quería que pasara lo que ha pasado -la voz de Paula parecía la de una desconocida-. Nos... mantendremos alejados. No pasará nada.

Sin embargo, claro que pasaba algo, se dijo Pedro tumbado en la cama de la casa de invitados de los Rodríguez. Su cuerpo ardía con sólo recordar su delicada carne que la acariciaba; necesitaba un alivio tan apremiantemente que cerraba los puños para no acabar por sus medios con esa situación.

No quería una solución temporal. Quería a Paula Chaves Rodríguez en su cama, rodeándolo con sus piernas y mirándolo mientras lo aceptaba en su cuerpo anhelante. Quería ver su sonrisa, como si su vida cobrara sentido cuando él entraba en la habitación. Quería poder abrir sus brazos para que ella se refugiara en ellos. ¿Cuándo había empezado a pensar que todo aquello era posible? Nunca ocurriría ni podría ocurrir. Paula casi no podía soportar la idea de hablar de la persona que había recibido el corazón de su marido y mucho menos conocerla. Enloquecería si supiera que había dado el beso más ardiente de su vida al hombre que tenía el corazón de Pablo.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 24

Paula casi dió un salto fuera del sendero. No lo había oído acercarse.

Intentó apartarse, pero sus manos mantuvieron el ritmo, los pulgares le deshacían los nudos de la base del cuello que ella ni siquiera sabía que tenía.

Era la primera vez que la tocaba desde el baile y le pareció algo muy íntimo en la creciente oscuridad.

-No te muevas -le dijo él-. Tienes los hombros como si fueran de cemento.

-Es... la... tensión.

Tenía los nervios más tensos que nunca. Se quedó en silencio y rígida mientras oía el roce de sus dedos con la tela. También oía su respiración en el silencio que los rodeaba.

Él le pasó los dedos por debajo del pelo. -¿Qué te pone tan rígida?

-Tú.

Él paró inmediatamente y se hizo el silencio.

Ella se arrepintió en cuanto oyó lo que acababa de decir. ¿Qué estaría pensando? Era un invitado de la familia, nada más... y nada menos.

-Quería decir...

-Shhh.

La giró delicadamente, le puso un dedo sobre los labios y con la otra mano le sujetó el cuello por la nuca, los largos dedos entraban por debajo del pelo hasta rozarle la oreja.

-Sé lo que querías decir. Tú también me pones bastante tenso.

Ella levantó las manos y agarró sus muñecas. ¿Para apartarlas? Ella misma no lo sabía.

-Paula -la voz era ronca y rebosante de deseo-. Tengo que besarte.

Era una forma extraña de decirlo, pero ella sabía exactamente lo que quería decir. El se inclinó hacia ella y ella levantó la cara como si algo le obligara a hacerlo. Se aferró a sus muñecas como si fueran una tabla de madera en medio de una tormenta. Eran fuertes y musculosas y él olía a una virilidad embriagadora, a una mezcla de colonia y aroma masculino.

Cuando los labios se encontraron, ella supo que había estado mintiéndose. Él era mucho más que un invitado de Pilar o un inquilino de la casa de invitados. Era el peligro. Era el deseo. Era todo lo que había tenido y un instante brutal le había arrebatado. Era lo que había añorado durante dos años. Si era sincera consigo mismo, era mucho más que todo eso.

Era un desconocido que le resultaba conocido y, por algún motivo, tenía la sensación de haber estado ya en sus brazos. Su abrazo le era conocido, aunque su cuerpo fuera más grande y más duro que el de su marido. La rodeaba ardientemente y la estrechaba contra sí con fuerza.

Le rodeaba la espalda con un brazo y con la otra mano le sujetaba la nuca.

Todo era fácil y fluido, como si hubieran estado así un centenar de veces, y ella se sentía relajada.

Tenía la boca sobre la de ella y ella se entregaba ciegamente, como si el cuerpo le cobrara vida por el contacto. Hacía tanto tiempo... No pudo evitar un leve ruido que le salió de lo más profundo de la garganta y una parte de ella, la que no estaba concentrada en corresponder a sus ardientes besos, no salía de su asombro.

Hacer el amor con su marido había sido un placer y divertido, pero no había sido como aquel maremoto que la arrastraba y la convertía en un amasijo de anhelantes terminaciones nerviosas.

Él le rozó los labios con la lengua y ella se estremeció. El leve contacto hizo que le bullera todo el cuerpo y que los pezones y las entrañas se le contrajeran al instante. Le flaquearon las rodillas y él la abrazó con más fuerza, con un contacto pleno que le presionaba la virilidad rampante contra el vientre. Ella volvió a gemir y separó los labios para tomar aliento. Él introdujo la lengua y se deleitó con un paladeo erótico que la llevó a un juego del escondite arrebatador.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 23

Las había. La muerte de Pablo fue un amargo ejemplo de la insignificancia del dinero en comparación con la muerte de un ser querido. Pero aun cuando Pablo vivía y el dinero no era un problema, ella nunca había sido frívola.

Llevaba ropa buena, no demasiado llamativa ni a la moda, que le duraba años y no iba a cambiar sus costumbres porque hubiera mejorado su situación económica.

Agradeció aquella actitud cuando Pablo murió y ella comprobó sus apuros económicos.

-Paula...

Volvió bruscamente a la realidad y se encontró con que Pedro la observaba con curiosidad desde el sendero.

Ah, hola. Perdona -dijo ella intentando no hacer caso del pulso que se le había desbocado-. Estaba soñando despierta.

-¿Dónde está tu compañero inseparable? -preguntó él mirando alrededor.

Ella sonrió y se señaló el reloj.

-Son las ocho y media. Pablito suele acostarse a las ocho. Quería fumigar las rosas para que no se las coman los pulgones.

-Son preciosas. He visto que tienes muchas rosas. Dan bastante trabajo, ¿no?

-Sí, pero no me importa. La jardinería me viene muy bien. Con un par de horas a la semana todo está perfecto.

-Yo había supuesto que alguien se ocuparía de esto -dijo él con cierto tono de sorpresa-. ¿Lo haces tú todo?

-Casi todo.

Mantuvo la mirada fija en el rosal, aunque notaba que las mejillas se le ponían como tomates. Afortunadamente, estaba anocheciendo y él no podría notarlo.

-No es para tanto -siguió ella-. La jardinería no lleva mucho trabajo si le dedicas un poco de tiempo a la semana. Además, yo no corto la hierba.

Él sacudió la cabeza.

-Eres una mujer sorprendente, ¿lo sabías? Ella negó con la cabeza.

-No, no lo soy -dejó los utensilios en la cesta que llevaba.

-Según Pilar, eres una mezcla de super heroína y ama de casa perfecta.

Ella se rió mientras se levantaba.

-Es aterrador.

-Está decidida a que vuelvas al mercado.

Se acercó un poco y le ofreció la mano para ayudarla, pero ella fingió no darse cuenta. Tocar a Pedro no habría sido una buena idea, sobre todo cuando su mera vecindad hacía que tuviera todo el cuerpo en efervescencia.

-Piensa que eres demasiado seria para ser tan oven.

De repente se sintió furiosa. Mucho más furiosa de lo que se merecían las palabras de Pedro y tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

-Si soy seria es porque tengo que ocuparme de una familia y una casa -dijo cortantemente-. Pilar no se da cuenta de que alguien tiene que ser responsable.

Se hizo un silencio sepulcral. El remordimiento se abrió camino entre la furia dejando un rastro de vergüenza. Pilar la quería y dependía de ella. No era culpa suya si nunca había tenido que preocuparse por el dinero y tenía que estarle agradecida por preocuparse por su felicidad. Si tenía que culpar a alguien de su situación... ¡No! No podía seguir ese razonamiento. Hizo un esfuerzo por calmar la ira que todavía le bullía en su interior.

-Lo siento -dijo en voz baja.

Pedro volvió la cabeza e, incluso en la penumbra, ella pudo notar la intensidad de su mirada.

-¿Por qué?

-Sabes por qué -dijo con tono de cansancio por intentar eludir las maniobras de Pilar-. Sé que a veces he sido poco hospitalaria. Es que...

Se dió cuenta de que estaba a punto de hacer una confidencia a un hombre al que casi no conocía y se mordió la lengua.

-¿Es que...? -el tono era profundo y tranquilizador.

Ella suspiró. -Nada.

Pedro se quedó en silencio y ella se volvió para mirar el jardín. Las flores blancas de una clemátides trepaban por la valla que rodeaba la piscina y brillaban en la penumbra como si tuvieran luz propia.

-¿Es que...? -volvió a preguntar él.

En ese mismo instante, dos grandes manos cayeron sobre los hombros de ella y empezaron a hacerle un masaje.

miércoles, 27 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 22

El transplante de corazón. Todo pasó mientras jugaba al rugby. Recibió una patada en pleno pecho que le rompió las costillas y le afectó el corazón. Pasó de ser la viva imagen de la salud a entrar en una lista de transplantes con pocas esperanzas de que llegara un corazón compatible a tiempo.

¿Qué jugada del destino hizo que Pablo Rodríguez muriera en un hospital de Baltimore, a menos de una hora en helicóptero del hospital donde agonizaba él? Además, ¿cómo era posible que encima sus corazones fueran perfectamente compatibles?

Era motivo casi suficiente para que creyera en la predestinación. Lo único que sabía con certeza era que deseaba a Paula, que la deseaba más de lo que había soñado desear a una mujer. Sin embargo, no podía tenerla. Nunca podría explicarle por qué había mantenido el transplante y todo lo demás en secreto.

«Para el centro de ancianos...» Paula resopló mientras esa tarde fumigaba el rosal trepador que había en la parte trasera de la casa. Realmente, no había sido una mentira. Daba cupones al centro de ancianos, pero después de haber decidido cuáles no le servían a ella. Notó que las mejillas le abrasaban al recordar el bochorno. Él sonrió, ella pensó que se reía de ella mientras se esforzaba por recoger los cupones antes de que él los viera, pero luego habló de su madre y se dió cuenta de que sonreía por el recuerdo. ¿También habría tenido una infancia llena de penurias? Si era así, no parecía que le hubiera afectado.

Se imaginaba que a ella tampoco le había afectado. Su padre la quería mucho y, a pesar de su ineptitud para administrar el dinero, ella también lo había querido mucho. Aun así, su infancia había transcurrido entre cortes del suministro eléctrico y de la línea de teléfono. Cuando cumplió trece años, empezó a abrir el correo y a recordarle a su padre que pagara puntualmente las facturas. Se hizo una experta en estirar las pequeñas cantidades que él le daba para hacer la compra de la semana. Cuando murió él y revisó sus papeles, se dió cuenta de que todos los boletos que tenía eran apuestas de caballos. Ella nunca se había planteado por qué no tenían dinero y había dado por supuesto que su sueldo de bibliotecario sería insuficiente. Comprobar que había sido un adicto a las apuestas fue una conmoción para ella, aunque no disminuyó su amor por él.

Fue a la universidad con una beca e iba a su casa lo suficiente como para asegurarse de que su padre no se quedaría sin agua o electricidad. Su colegio universitario era muy selecto y a él iban muchos hijos de las familias más influyentes de la Costa Este. Algunos eran simpáticos, pero otros muchos eran demasiado conscientes de las diferencias de posición social con los demás alumnos. A ella le resultó difícil superar el hecho de que estudiara con una beca y, además, tuviera que trabajar para llegar a finales de mes.

Después de casarse, el dinero dejó de ser una preocupación, pero nunca podría olvidarse de la humillación que sufrió por no tener dinero para hacerse socia del prestigioso club femenino al que le habían invitado. O por tener que hacer de niñera para poder pagarse los libros. O por haber llevado la misma ropa durante cuatro años cuando las demás alumnas cambiaban de modelos cada temporada. Se había dicho que todo aquello no importaba, que no quería ser tan superficial como las otras chicas, que había cosas más importantes que el dinero.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 21

-Gracias -dijo ella-. No queremos distraerte de tu trabajo. Intentaré que no grite.

-No me molestan.

-¡Alf! -el niño le señalaba con el dedo y él se agachó con una sonrisa.

-¿Qué pasa, amigo?

-Alf -Pablito le ofreció una de las palas de juguete.

Su vocabulario sería limitado, pero el significado estaba muy claro.

-Muy bien -Pedro tomó la pala-. ¿Quieres que te haga un castillo?

Los ojos del niño se iluminaron y mostró unos dientes diminutos y perfectos.

-¡Uhhhh!

La tierra estaba fría gracias a la sombra de unos árboles y un poco húmeda por la lluvia de la noche anterior. Era perfecta para darle forma.

Pedro agarró un cubo y empezó a llenarlo. Pablito se unió a él inmediatamente y golpeó la superficie cuando estuvo lleno. Pedro le dió la vuelta con cuidado y cuando lo levantó, una torre perfectamente redonda se erguía sobre la tierra que había allanado Paula. Lo repitieron varias veces como si fuera una fortaleza y Pedro hizo unos muros entre las torres.

Casi había terminado de dibujar los ladrillos de la última torre cuando se dió cuenta de que Pablito había perdido el interés y estaba llenando de tierra un camión rojo. Se sentó en los talones y se limpió las manos y la ropa. Miró a Paula por encima de la cabeza de Pablito.

-Me parece que la cuadrilla de construcción ha terminado por hoy.

Ella sonrió cariñosamente y miró a su hijo.

-Su capacidad de concentración deja algo que desear. Según lo que he leído, concentrarse durante poco tiempo es cuestión de la edad... ¡Pablito! -gritó apremiantemente-. No...

Pedro volvió la cabeza y vió al niño que se sentaba en medio del castillo.

-...te sientes ahí... -terminó Paula con un tono resignado.

Pedro la miró atentamente mientras ella levantaba a su hijo y le sacudía la tierra. Él no había estado mucho con niños, pero suponía que el comportamiento de Pablito era el normal.

Pablito estaba divertidísimo y no paraba de reírse. Se zafó de su madre y fue al césped en busca de otra aventura.

Paula miró a Pedro por encima de las ruinas del castillo. Sus ojos brillaban de alegría y a él le pareció muy divertido. Ella estalló en una carcajada y él la siguió.

Paula se rió hasta que le brotaron las lágrimas.

-Tu expresión no tenía precio -balbuceó ella mientras se sujetaba el vientre-. Tu obra maestra destruida por unos pañales malolientes.

-Mereció la pena -aseguró él cuando pudo hablar-. ¿Te has dado cuenta de lo contento que estaba consigo mismo?

Paula asintió con la cabeza sin dejar de reírse.

-Es un bicho. En cuanto veo ese brillo en sus ojos, sé que está tramando algo.

-Tendré que recordarlo.

Paula dejó de reírse y se hizo un silencio cómplice mientras miraban al niño que se tambaleaba y farfullaba algo en un idioma incomprensible. Ella suspiró.

-Es muy gracioso. Se me rompe el corazón al pensar que va a criarse sin conocer a su padre y que Pablo no podrá compartir estos momentos conmigo.

El tono no era lastimero sino reflexivo.

Pedro tuvo que morderse la lengua para no decirle la verdad, pero cuál era la verdad, se preguntó a sí mismo. Ella pensaría que estaba como una cabra y a lo mejor era verdad. ¿Cómo podía saber cosas tan íntimas sólo por un transplante de corazón?

Dos Vidas Contigo: Capítulo 20

-A él lo llamaron a filas. Se escribieron cartas y ella asegura que se enamoró a distancia. Se casaron tres días después de que él volviera a casa al terminar el primer año.

-Mamá... puja.

La voz chillona de Pablito hizo que los dos fueran hacia el niño que intentaba subirse a un columpio.

-Ya voy, Pablito.

Pedro se quedó a un lado mientras Paula montaba a su hijo en un columpio para niños pequeños.

-¡No! -protestó Pablito-. Lumpio ande.

-De acuerdo -Paula lo sacó del asiento y lo puso sobre su regazo en uno de los columpios grandes-. Mamá se columpiará contigo.

Agarró al niño con un brazo y empezó a balancearse impulsándose con los pies.

-Alf, puja.

Pedro pensó divertido que Pablito tenía muy claro como era todo el asunto de los columpios.

-Claro -se puso detrás de ellos-. Agárralo -le advirtió a Paula.

-¿Qué vas...? ¡Pedro! -fue un alarido.

Pedro tiró del columpio y lo soltó. No fue muy alto, pero Pablito se reía y gritaba.

-¡Más!

Él obedeció y los empujó durante un rato, hasta que Pablito empezó a agitarse. Paula paró el columpio y lo dejó en el suelo. Él salió disparado hacia una zona de tierra que había al lado. Paula  se bajó del columpio y se le cayó al suelo un sobre que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Unos trocitos de papel, algunos de ellos como si fueran recortes de revistas, quedaron desperdigados por el suelo y ella se agachó para recogerlos.

Pedro la ayudó y se dió cuenta de que eran cupones. Sonrió, los cupones le recordaban a su madre.

-No hace falta... -empezó a decir ella, pero él le dió un puñado de cupones que había rescatado de la leve brisa-. Gracias -estaba sonrojada y volvió a meterlos en el sobre-. Son para el centro de ancianos.

Ah -la observó mientras guardaba todo en el sobre-. Mi madre era la reina de los cupones. No he conocido a nadie que estirara tan bien un presupuesto como ella.

Paula suavizó el gesto.

-Los cupones pueden ser muy útiles para alguien con ingresos escasos.

Él asintió con la cabeza.

-Es un detalle de tu parte.

Ella dudó y Pedro se preguntó qué habría estado a punto de decir, pero ella desvió la atención hacia Pablito que se había dejado caer en un montón de tierra.

-Pablito, no te comas la tierra.

Pedro se rió al ver que el niño se sacaba un puñado de tierra de la boca con gesto de culpabilidad.

-Algunos lo hacemos.

Ella también se rió.

-Unos más que otros -dijo irónicamente mientras iba hacia su hijo-. No puedo quitarle el ojo de encima. Quiere probarlo todo.

-Lo tendré presente.

Paula se había sentado en el borde del recinto de tierra y ayudaba a su hijo a llenar un cubo. Le sonrió y a él casi se le para el pulso. Era maravillosa.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 19

Pedro se quedó donde estaba con los ojos clavados en la mujer y su hijo hasta que desaparecieron por una curva sombría del camino. Ella tenía una risa maravillosa y no sabía cuánto lo afectaba a él.

«Él estaba junto a la chimenea en una fiesta con algunos amigos. Tres chicas jóvenes entraron y se pararon al lado del árbol de Navidad para echar una ojeada como hace todo el mundo cuando entra en un sitio e intenta ver quién está. La más baja reconoció a un chico y fue hacia él seguida por las otras dos. Se presentaron unos a otros. Uno de los chicos dijo una tontería y ellas dejaron escapar unas risitas. A él le parecía que las chicas que se reían de aquella manera eran tontas, pero la de la melena rubia tenía una risa preciosa y él quiso escucharla otra vez. Se llamaba Paula y se acercó a ella sin dudarlo.

-Hola, Paula, me llamo Pablo Rodríguez. ¿Quieres beber algo?

Ella lo miró y él quedó atrapado por unos ojos tan azules y puros que sencillamente lo conquistaron.

Cuando volvió a poder pensar, lo primero que le vino a la cabeza fue que se casaría con ella».

-¡Caray!

Pedro se llevó las manos a la cabeza sin poder creérselo. Se dió cuenta de que estaba de rodillas en medio del camino, pero no recordaba haberse arrodillado. En cambio, recordaba perfectamente la escena que acababa de ver en su cabeza...

Se sacudió como aturdido. Nunca había pensado que tenía demasiada imaginación, pero menos aún había pensado que necesitaría un transplante de corazón a los treinta años para tenerla.

Era un disparate.

Se levantó, se limpió los pantalones y se le ocurrió que había una forma de saber si estaba soñando o no.

-¡Eh, Paula!

Salió camino abajo antes de pensar que podía ser una mala idea.

Cuando llegó hasta ellos, Paula y Pablito estaban en el césped aterciopelado. El niño se fue hacia una zona de juegos que había en el extremo del jardín.

-Paula... -repitió él.

Ella se volvió sorprendida de verlo.

-Sí...

Pedro dudó.

-Te parecerá una pregunta rara, pero... ¿cómo conociste a tu marido?

La sonrisa se tornó vacilante y la duda se reflejó en sus ojos.

-Efectivamente, es una pregunta muy rara.

-Es una apuesta con un amigo -improvisó Pedro sin apartar los ojos del niño para que ella no notara su inquietud-. Se lo pregunto a todo el mundo que conozco.

-Ah -su expresión se serenó y volvió a sonreír-. Bueno, si es una cuestión científica... Volví a casa para pasar las navidades del último año de universidad y fui a una fiesta con unas amigas. Pablo estaba allí. Conectamos al instante -se rió y, como la vez anterior, el sonido le tocó una fibra tan profunda que tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que decía-. Pero la historia de Pilar es completamente distinta. Ella y Gabriel, el padre de Pablo, eran vecinos y él no paraba de meterse con ella y tirarle del pelo. Ella no podía soportarlo.

-Entonces, ¿cómo llegaron a casarse? -preguntó Pedro.

Quería que ella siguiera hablando para disimular la impresión que había tenido al confirmarse lo que ya sabía.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 18

La risa penetrante de un niño le sacó de sus pensamientos, bajó las escaleras de dos en dos y abrió la puerta de la calle.

-Hola, Paula.

Iban a desviarse por otro sendero y ella tuvo que mirarlo por encima del hombro. No fue un gesto de coquetería, pero las miradas se encontraron, y Pedro sintió como si se desgarrara por dentro. ¿Habría sentido ella lo mismo?

-Hola, Pedro.

Le encantó cómo sonaba su nombre dicho por ella, pero fue una sensación lejana. Estaba concentrado en el niño que se volvió para mirarlo.

-Hola -dijo amablemente mientras se agachaba para estar a la altura del niño.

Le costaba hablar. Notaba una opresión en el pecho y tuvo que aclararse la garganta. No podía entender por qué se sentía así, pero estaba claro que se sentía abrumado por conocer al hijo de Paula.

El niño se había soltado de la mano de su madre, se había puesto detrás de ella y lo miraba entre sus piernas. Lo miraba con gesto serio, hasta que una sonrisa traviesa iluminó sus ojos azules. Miró a su madre.

-¿Qué es?

-El señor Alfonso -le contestó Paula-. Va a ser nuestro vecino una temporada.

-Cenó Alf -dijo el niño con aire de satisfacción.

-Alfonso -repitió Paula.

-¡Alf! -insistió el niño con una sonrisa.

Pedro se rió.

-Alf está bien -le dijo a Paula, sin apartar los ojos del niño-. ¿Cómo te llamas?

El niño se metió el pulgar en la boca y sonrió, pero no dijo nada. -Dile cómo te llamas al señor Alfonso -intervino Paula.

-¡Alf!

-Eso, dile a Alf cómo te llamas.

-Pablito.

-Encantado de conocerte Pablito -Pedro alargó la mano-. ¿Me das la mano?

El niño se la estrechó vigorosamente y los rizos se agitaron. Volvió a ponerse detrás de las piernas de su madre, pero Pedro vió que le sonreía.

-Muy bien -Pedro se levantó.

Estaba dándole el sol y se refugió automáticamente en la sombra. Uno de los efectos secundarios de los medicamentos que tomaba era que aumentaban el riesgo de cáncer de piel.

-¿Van de paseo? -le preguntó a Paula.

Ella asintió con la cabeza mientras le revolvía los rizos a su hijo.

-A Pablito le encanta salir fuera. Si le dejara, se pasaría el día escarbando en la tierra.

-¡Escabando! -el niño había oído la única palabra que le interesaba-. Escabando ya.

Paula se rió y se despidió con la mano de Pedro.

-Muy bien. Despídete del señor Alfonso.

-Adiós -lo dijo por encima del hombro mientras arrastraba a su madre.

lunes, 25 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 17

-Pero Pablo se ocupó de ella -intervino Pilar con un tono cantarín-. Se casaron cuando ella se licenció y yo me llevé la nuera más maravillosa del mundo.

Paula sonrió forzadamente mientras se dirigía a su suegra.

-Yo también fuí muy afortunada. Pilar ha sido como una madre para mí.

-¿Sabes una cosa, Pedro? -dijo Pilar mientras untaba minuciosamente una tostada de mantequilla-. Me parece una tontería que te prepares la cena para tí solo. ¿Por qué no cenas con nosotras todas las noches?

Lo inesperado de la propuesta lo dejó desconcertado.

-No querría abusar -contestó prudentemente sin mirar a Paula.

Sabía perfectamente lo que estaba pensando ella.

-No es un abuso -afirmó Pilar alegremente-. En realidad, creo que sería una forma maravillosa de que Pablito se acostumbre a que haya un hombre en casa.

Paula arqueó las cejas.

-¿Por qué tiene que acostumbrarse a qua haya un hombre en casa? -preguntó con un tono delicado.

-Bueno, cariño, estoy segura de que te casarás algún día -le contestó Pilar.

Pedro miró a Paula y ella sonrió mientras sacudía la cabeza.

-Pilar no descansará hasta que vuelva a casarme.

-Bah -Pilar agitó una mano-. Sólo quiero lo mejor para Pablito y para tí.

Pedro no pudo evitar reírse.

-Me imagino que Paula lo resolverá cuando le parezca oportuno -dijo él.

-Gracias -había cierto tono de desesperación en la voz de Paula.

-Entonces, ¿cenarás con nosotras mientras estés aquí? -insistió Pilar.

Pedro comprendió que era obstinada.

-Me encantará venir de vez en cuando -contemporizó él para que Paula no se sintiera abrumada-, pero prefiero no comprometerme a venir todos los días. Sin embargo, gracias por el ofrecimiento.

Quería tanto conocer al hijo de Paula que no podía más. Sin embargo, no podía entrar en la casa para conocer a Pablito sin ser un incordio o sin inventarse una excusa que Paula descubriría.

Pasaron tres días antes de que conociera al hijo del hombre que le había dado su corazón. También fue la primera vez que volvió a ver a Paula desde que Pilar lo invitó a cenar.

Él estaba en el dormitorio que había acondicionado como estudio. Estaba trabajando en el proyecto de una casa de tres pisos que le había encargado un actor para un terreno en Colorado. Le estaba saliendo muy bien y se planteaba presentarlo a un prestigioso concurso de arquitectura. Además, no tenía ni una ventana solar, se dijo con satisfacción.

Se alegraba mucho de todas las ventajas que tenía su invento, pero empezaba a cansarse de que siempre le encargaran casas con cuatrocientas ventanas de esas por las fachadas.

Estaba dándole vueltas al salón cuando oyó una voz estridente. Se levantó, fue hasta le ventana abierta y separó las cortinas.

Paula iba por uno de los senderos empedrados del jardín. Llevaba unos pantalones caqui, unas sandalias y una camisa azul claro. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo bastante suelta. Junto a ella, agarrado de su mano, un niño con un peto vaquero y una cabeza llena de rizos rubios andaba torpemente.

Pedro se agarró al alféizar y se sintió desbordado por una inesperada oleada de orgullo.

Casi al instante, se apartó de la ventana presa de la conmoción. ¿Qué le pasaba? Había leído las teorías obre la memoria celular en los transplantes, sabía que había pruebas empíricas que las sustentaban, pero lo que había sentido no era memoria, había sido una reacción.

Se dió un momento para comprenderlo, pero no consiguió encontrar una explicación lógica. Se sentía como si hubiera asimilado parte del alma de Pablo Rodríguez, como si realmente se hubiera emocionado al ver a su hijo por primera vez. Pero eso era imposible. ¿O no lo era?

Dos Vidas Contigo: Capítulo 16

Se enteró de que Pablito había cumplido diecisiete meses el primer día del mes, que hablaba increíblemente bien para un niño de su edad y que no había empezado a andar hasta que tenía más de un año, lo que preocupó tanto a su madre como a su abuela.

-Al fin y al cabo, aunque nos habían garantizado que el niño no resultó herido en el accidente, nos preocupaba que pudiera surgir algún efecto secundario.

-A Pilar la preocupaba -le corrigió Paula-. Según todo lo que yo había leído, el niño era completamente normal.

-En cualquier caso, estábamos muy agradecidas de tenerlo -dijo Pilar-. Volvió a traer algo de vida a la casa, que era una tumba desde la muerte de Pablo -se hizo un silencio y Pilar debió de darse cuenta de que no había elegido las palabras más adecuadas-. Bueno, ya sabes lo que quiero decir.

Pedro sonrió para intentar aliviar la tensión del momento.

-Supongo que un bebé ilumina el corazón más apesadumbrado.

La palabra corazón le retumbó en la cabeza y se preguntó si habría sido el único que pensó inmediatamente en transplantes.

-¿Eres de Filadelfia? -era la primera vez desde el baile que Paula le hacía una pregunta.

Él sabía que en gran medida lo había hecho para romper el silencio, pero tenía los ojos azules fijos en él con interés sincero.

-Sí.

-¡Oh! -Pilar sintió curiosidad inmediatamente-. Es una ciudad encantadora y majestuosa. ¿Tu familia vive allí?

Él dudaba que a Pilar le hubiera parecido encantador su barrio.

-No -se limitó a decir-. Soy hijo único y mi madre murió cuando yo estaba en la universidad.

-¿Y tu padre?

-Murió en un accidente antes de que yo naciera -también podría haberle contado todo lo demás, su vida había salido a la luz en los artículos que habían escrito sobre él-. Supo de mi existencia, pero murió antes de que pudieran casarse.

-Tu pobre madre... -Pilar tenía lágrimas en los ojos-. Es espantoso perder un hombre joven. Además, entonces, criar un hijo ilegítimo suponía un estigma mucho mayor que hoy en día.

Pedro podría haberla besado. Debió haber sabido que alguien con un corazón tan bueno como ella no la juzgaría. Podría haberle contado infinidad de ejemplos sobre lo difícil que había sido para su madre y él, pero Paula hizo un sonido como si se hubiera atragantado. Pedro la miró y estaba sonrojada y miraba a su suegra con expresión de escándalo. Se dió cuenta de que estaba... estaba incómoda por él porque su suegra lo había llamado bastardo, aunque lo hubiera hecho con las mejores intenciones. Le gustó que ella se preocupara por sus sentimientos, pero sabía que Pilar no tenía intención de ofenderlo. Sencillamente, había veces que no pensaba lo que decía. Tuvo que contener una carcajada.

-Me llamo como mi padre -dijo para disimular la risa-. Él se llamaba Pedro.

Paula se aclaró la garganta.

-Entonces, mi hijo y tú tienen algo en común. Los dos se llaman como sus padres y nacieron después de su muerte.

Pedro asintió con la cabeza sin saber muy bien qué hacer con aquella conversación.

-Mis padres también han muerto -siguió diciendo ella con una voz tranquila y bien modulada-. Mi madre murió joven, como tu padre, y no la conocí. Perdí a mi padre cuando yo estaba en la universidad. Fue... terrible.

-¿Se llevaban bien?

Ella asintió con la cabeza y los ojos clavados en la mesa.

-Mucho. Me quedé destrozada.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 15

-No, gracias. Todo está controlado.

-Ya lo veo -tenía los ojos muy oscuros y una arruga separaba las cejas-. Paula... siento haberte causado tantos problemas. Cuando me invitó Pilar, supuse que tendrían gente para cocinar y servir la mesa. Yo no habría...

-No importa -dijo ella apresuradamente-. No creo que haga falta mucha gente si sólo estamos Pilar, Pablito, Alicia y yo. Alicia y yo solemos ocuparnos de las comidas. Si vamos a dar una cena o una fiesta, contratamos personal preparado, naturalmente.

-Bueno, sigo agradeciéndote el esfuerzo que has hecho. Yo habría cenado encantado en la cocina.

-A Pilar le habría dado algo si se me ocurre decir que nuestro invitado iba a cenar en la cocina.

Paula sonrió. Estaba segura de que él sólo quería tranquilizarla. Tomó dos platos con las manos, se puso el tercero en el antebrazo y señaló con la cabeza una cesta con pan.

-Ya que estás aquí, ¿te importaría llevarla?

-En absoluto.

Tomó la cesta de pan, sujetó la puerta batiente que separaba la cocina del comedor y esperó a que Paula dejara los platos para volver a ayudarla a sentarse.

-Gracias -dijo ella.

Cada poro de su cuerpo sentía su cercanía y estuvo a punto de dar un salto cuando notó su aliento en la oreja.

-De nada.

La voz era grave y profunda e hizo que esa frase convencional adquiriera un tono tan íntimo que inmediatamente le evocó cuerpos resbaladizos y sábanas de seda. Podía imaginarse demasiado bien el placer que podría alcanzar con él.

Alejó aquellas imágenes de su mente e hizo acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía.

Él habría preferido comer en la cocina, pensó Pedro, mientras observaba la preciosa mesa a la que acababa de sentarse. Daba igual cuánto tiempo hiciese desde la última vez que tuvo que preocuparse por el dinero, en el fondo, seguía sin sentirse cómodo rodeado de tanta riqueza.

Se había acostumbrado a usar jerseys de cachemir y no podía negar que le gustaba conducir coches deportivos, de los que tenía demasiados. El jacuzzi y el gimnasio de su casa le encantaban, como le encantaba poder donar dinero a las obras de caridad que le apetecieran.

Pero dudaba mucho que alguna vez aceptara que otra persona le lavara la ropa y le hiciera la comida. El césped se lo cortaban unos chiquillos por una cantidad muy prudencial y, aun así, tenía remordimientos por no hacerlo él mismo. Seguía apagando las luces cada vez que salía de una habitación y nunca dejaba el grifo abierto mientras se lavaba los dientes. Preferiría que le cortaran una mano antes de contratar un mayordomo o un chofer como la gente esperaba que hiciera. Sin duda, era más un hombre de acero inoxidable que de plata.

En cambio, Pilar y Paula eran metales preciosos. Muy pulidas y bien cuidadas. Todavía no estaba seguro de si eran ostentosas o discretas, pero no creía que ninguna de las dos supiera lo que era salir a trabajar por la mañana sin saber si tendría electricidad cuando volviera por la tarde.

Era una cena interesante. Pilar habló sin parar y pasaba de contar historias de sus amigas del golf o de sus organizaciones cívicas a contar anécdotas de su nieto.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 14

Mantuvo la vista clavada en el suelo mientras Pedro cruzaba la alfombra persa con su bebida y una igual para él. Su mano enorme empequeñecía los vasos y ella no pudo evitar volver a rozarle los dedos mientras tomaba su bebida. El acto, completamente inocente, le pareció demasiado íntimo para lo susceptible que estaba hacia cualquier gesto de él.

-Vamos, Paula -Pilar se había sentado en un sofá color Burdeos y agitaba el paquete en el aire-. ¡Tenemos que abrirlos!

Empezó a soltar el lazo, pero se paró para esperar a Paula. Ella habría dado cualquier -cosa por no abrirlo, pero sabía que su suegra no lo entendería. Soltó el lazo de mala gana y separó una punta del papel sin romperlo.

-Paula es de las personas que da mala fama a abrir paquetes -le dijo Pilar a Pedro-. Puede tardar media hora con un solo paquete.

Pedro sonrió.

-Mi madre era igual y también guardaba el papel para volver a usarlo. Es más, lo planchaba para quitarle las arrugas.

-¡Dios mío! Qué aplicada.

Pilar sacó una cajita dorada y esperó a Paula. Luego levantaron las tapas a la vez.

-¡Ohhh! -exclamó Pilar-. Es absolutamente precioso y delicadísimo -mostró un broche con forma de azucena y con un esmalte que daba vida a la flor-. Adoro las azucenas... Gracias, Pedro.

Pedro inclinó la cabeza.

-Es un placer, te lo aseguro. Agradecí mucho tu ofrecimiento de un sitio para vivir, pero ahora que lo he visto lo agradezco mucho más.

-¿Qué es tu regalo? -Pilar estiró el cuello.

-Un lirio. Mi flor favorita -miró a Pedro que estaba al otro lado de la mesa baja-. También es mi tono de color favorito. Muchas gracias.

-De nada -sus ojos eran cálidos y profundos-. Cuando lo ví, pensé en tí inmediatamente.

¿Por qué tenía ella la sensación de que quería decir exactamente eso?

Agitada, miró el reloj.

-Dios mío, Alicia va a matarnos. Será mejor que no sentemos a la mesa.

-¿Dónde está tu hijo? -Pedro tenía el ceño fruncido-. Daba por supuesto que cenaría con nosotros.

-Ha cenado antes -de dijo Paula mientras él apartaba la silla de Pilar en la cabecera de la mesa-. Suele cenar hacia las cinco.

-Tenía que habérmelo imaginado -reconoció Pedro.

Estaba detrás de ella y separó su silla para que se sentara. Al volver a colocar la silla, inclinó la cabeza y ella notó su aliento en la nuca. Sintió un estremecimiento en toda la espalda.

-La recepcionista que tengo en Filadelfia tiene dos hijos de tres y cinco años. Se ponen como furias si se retrasa la cena -Pedro sonrió mientras se sentaba.

En la mesa había ensaladas y consomé frío y Paula comió deprisa y dejó que Pilar se ocupara de la charla durante los dos primeros platos. Cuando todos hubieron terminado, pidió disculpas y llevó los platos a la cocina. Con movimientos diestros, cortó las pechugas del pollo que había hecho esa tarde, las puso en los platos, las acompañó de espárragos y las cubrió de salsa holandesa...

-¿Puedo ayudar?

Paula dió un respingo y sólo los reflejos de Pedro evitaron que la maravillosa porcelana de Pilar acabara en el suelo.

-Dios mío, no esperaba que aparecieras tan sigilosamente.

-Perdona -arqueó las cejas-. No quería asustarte. He pensado que podía ayudarte.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 13

Él también estaba impresionante, pero no iba a decírselo. Llevaba una camisa de seda negra de manga corta y unos pantalones también negros. La combinación era elegante y desenfadada e increíblemente atractiva. El pelo negro le brillaba con destellos azulados y la sonrisa era como un corte blanco en la cara.

Esperó al pie de las escaleras mientras bajaba y ella era consciente de que no le quitaba los ojos de encima, aunque no lo miró y prestó una atención innecesaria a dónde ponía los pies en los escalones.

-Te he traído una cosa.

Hasta ese momento, ella no se había dado cuenta de que tenía una mano en la espalda.

-No puedo aceptar un regalo -dijo ella.

Él sonrió.

-¿Una mujer a la que no le gustan las sorpresas? Increíble -sacó la mano con dos pequeños paquetes-. Sólo es una muestra de mi agradecimiento -le dijo mientras le daba uno-. Uno para tí y otro para Pilar en agradecimiento por su generosidad.

Paula no sabía qué decir. No sólo había dado un carácter personal a la situación, sino que había hecho que se sintiera increíblemente culpable por su cicatería. El remordimiento hizo que sonriera radiantemente.

-Está bien, en ese caso, acepto encantada.

Fue a tomar el paquete, pero él no lo soltó inmediatamente y sus dedos se rozaron mientras ella levantó los ojos para mirarlo.

Él le miraba la boca.

El tiempo quedó suspendido como las motas de polvo en las franjas de luz que atravesaban la habitación.

Tenía el rostro tenso y ella se quedó inmóvil mientras él levantaba los ojos hasta que las miradas se encontraron. Tenía la mirada intensa y voraz y ella tuvo que tomar aire por la impresión.

-Hola, Pedro-la voz alegre y cantarina de Pilar llegó desde las escaleras.

Pedro cambió la expresión y un distanciamiento amable sustituyó al anhelo.

Ella parpadeó cuando él le soltó la mano, dió un paso atrás y la dejó caer con el paquete entre los dedos.

Paula se dió la vuelta para saludar a Pilar, tomó aire e intentó serenarse. Aquella mirada podía haberla derretido.

-Pilar -Pedro tomó las manos que le ofrecía la mujer y le dió un beso en la mejilla. Luego, le entregó el regalo.

-¿Un regalo? No era necesario -hizo un gesto con la mano como si se avergonzara, pero Paula vió que levantaba la cajita y la agitaba junto a la oreja-. ¿Qué será? ¿Tú también tienes una? Es delicioso. Bueno, pasa a tomar algo mientras los abrimos por turnos.

Pilar entró en la sala. Después de otro momento en suspenso, Paula la siguió y se sintió como una hoja en el camino de una apisonadora.

Pilar mandó inmediatamente a Pedro al bar donde le sirvió un poco de jerez, Paula no quiso tomar alcohol.

-Un poco de agua con gas y lima, por favor.

Se le hacía raro volver a tener un hombre en casa. Había vivido sola con Pilar el doble de tiempo que con Pablo y a veces ni se acordaba de lo que era aquello. Le pareció un pensamiento sacrílego o traicionero, pero aquella situación no tenía ni pies ni cabeza. Quería gritar, pero se sentó en la butaca tapizada de seda a rayas que estaba junto al piano, se alisó recatadamente la falda y cruzó los tobillos sin pensar lo que estaba haciendo.

domingo, 24 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 12

Pablo había muerto hacía dos años. Durante el primer año y medio ni siquiera se le pasó por la cabeza mirar a otro hombre. Sólo había sufrido y se había ocupado de su hijo. Cuando se dió cuenta de su situación económica, se dedicó por completo a intentar mantener el barco a flote sin preocupar innecesariamente a Pilar, quien no tenía cabeza para los números y parecía incapaz de asimilar la necesidad de apretarse el cinturón.

Sin embargo, hacía unos meses, Pilar había empezado a preocuparse porque Pablito creciera en una casa llena de mujeres. Había organizado una conspiración con sus compañeras de bridge, sus parejas de golf y sus amigas de almuerzos para presentarle nietos, sobrinos, ahijados, vecinos, abogados, contables y cualquier hombre que se les ocurriera.

Ella había conseguido esquivar a casi todos, aunque se citó con tres desconocidos y una de aquellas citas fue tan espantosa que nunca la olvidaría.

Sacó un vestido negro y se lo puso, se calzó unas sandalias, se paró un instante y tomó aire. Intentó serenarse y se dijo que no solucionaría nada enfadándose.

Además, sabía que Pilar no quería incomodarla. La buena mujer la había recibido en la familia con tanto cariño que a veces le parecía como su propia madre. Al pensar en su madre, que murió cuando ella nació, sus pensamientos se dirigieron inevitablemente hacia su padre. Volvió a tomar aire y los ojos se le empañaron de lágrimas.

Había sido bibliotecario de la universidad y vivía en su mundo, pero quería mucho a Paula, como ella lo quería a él. Su muerte, cuando ella estaba en el último curso de la universidad, fue devastadora. Lo único que hizo que lo superara fue Pablo, a quien había conocido unos meses antes. Le pareció natural acudir a él cuando se enteró de las deudas de juego de su padre y le pareció más natural todavía aceptar su petición de matrimonio unos meses más tarde. Todavía lo echaba de menos. No llevaban ni un año casados cuando murió.

Volvió a suspirar y se miró en el espejo de cuerpo entero para asegurarse de que no tenía rastros de lágrimas. No quería que Pedro percibiera ningún signo de debilidad.

El timbre de la puerta sonó con un tono imperativo mientras ella bajaba las escaleras. Alicia cruzó el vestíbulo y Paula pudo oír el saludo. La voz era inconfundible y notó un escalofrío en la espina dorsal. ¿Qué tenía Pedro que la alteraba tanto? Había sido educado y amable en el baile. No podía encontrar un fallo aunque lo intentara. No se la había comido con los ojos descaradamente como el idiota con el que había salido. Era encantador con Pilar y la escuchaba como si le interesara lo que decía. Debería ser el hombre perfecto.

Sin embargo... había algo que la molestaba. Algo tan profundamente instintivo que no podía pasarlo por alto. Estaba segura de que no era que fuese increíblemente sexy y atractivo, aunque era algo que no se le escapaba.

En ese momento, el objeto de sus preocupaciones entró en el vestíbulo.

Alicia cerró la puerta.

-Le diré a la señorita Rodríguez que ha venido. Pase a la sala -le dijo el ama de llaves antes de volver corriendo por donde había ido. Paula sabía que Pablito estaría gateando por el suelo inmaculado de la cocina en busca de algún cajón que no estuviera completamente cerrado.

Pedro  empezó a cruzar el vestíbulo, pero se paró al verla a mitad de las escaleras.

-Buenas tardes. Estás más guapa que nunca.

-Gracias.

Ella inclinó la cabeza e intentó no hacer caso del rubor de placer por las palabras.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 11

A la noche siguiente, mientras entraba en su dormitorio, Paula pensó que gracias a Dios Pedro se había empeñado en ocuparse de la electricidad y el agua de su casa. No sabía cómo explicarle a Pilar que no tenían dinero para actos de generosidad.

Se levantó diestramente el pelo y se lo sujetó con unas horquillas. Acababa de dar de cenar a Pablito y no podía perder ni un minuto. Fue hacia al armario mientras se preguntaba qué tramaba su suegra como si no estuviera meridianamente claro. Pilar había llegado de la partida de bridge y se había dirigido directamente a la casa de invitados. Cuando volvió, comentó despreocupadamente a Paula que Pedro cenaría con ellas.

¡Cenar! Resopló con desesperación. No podía culpar a Pilar, su suegra no asimilaba las dificultades económicas que a ella le abrumaban todos los días. Para ella, lo natural era ser hospitalaria con su invitado. Pilar quería que Alicia fuera a comprar un trozo de carne que era demasiado caro, pero Paula le había dicho que hiciera pollo Kiev, un plato cuyos ingredientes ya tenían. Además, aquella era la noche que Pablito solía cenar con ellas. Como había un invitado, Paula  le había dado de cenar antes y había pedido a Alicia que lo bañara ese día en vez del viernes, cuando ella solía tener compromisos y cenaba fuera.

Una cena. En vez de estar con Pablito tendría que poner la mesa en el comedor, cortar flores y sacar brillo a la plata que apenas usaban. Pilar, naturalmente, no pensaba en esas cosas. Su suegra había nacido en la opulencia y el servicio doméstico se ocupaba de los molestos detalles como el trabajo. No era una persona desconsiderada o insensible. Sencillamente se había criado así: elegante, distinguida, consentida. A veces, sobre todo últimamente, Paula daba gracias a Dios por su educación nada refinada.

Si no hubiera tenido experiencia en arañar cada céntimo, no sabía qué habría sido de Pilar, de Pablo y de ella misma.

Estaba segura de que Pilar no habría sabido qué hacer cuando se hubiera enterado de que Pablo había invertido casi todo el dinero en un negocio que los había dejado prácticamente arruinados. El único consuelo era que la casa estaba libre de cargas y que si podía hacer frente a los gastos para vivir y los impuestos, también podrían conservarla. Aunque tendría que decirle a Pilar que existía la posibilidad de que la perdieran.

Suspiró. Una cena con Pedro Alfonso. Bastante era que Pilar intentara organizarle planes cuando estaban en público, pero esa vez iba a llevarle un hombre a su casa.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 10

-No es por eso, pero... yo nunca he trabajado.

Pedro comprendió que Pilar no estaba siendo esnob ni displicente; no entendía, sinceramente, por qué Paula quería trabajar.

-Pilar, va a ser como un trabajo voluntario, pero más entregado -le explicó Paula con paciencia-. Te prometo que no voy a quitar tiempo de las otras cosas que hago ni de tí ni de Pablito.

Aquello pareció tranquilizar a su suegra.

-Sabes -dijo Pilar-, como Pedro es nuevo aquí, deberías ir a comer con él alguna vez y explicarle las organizaciones que tenemos y a lo mejor le gustaría afiliarse a alguna.

-Es una idea muy buena, Pilar -Paula no parecía muy sincera.

-Mañana estoy libre.

Pedro  no sabía por qué había dicho eso. Quizá fuera porque quería que aquellos ojos azules volvieran a fijarse en él en vez de pasarlo por alto como llevaban haciendo un buen rato.

-Lo siento, mañana tengo cosas que hacer -replicó Paula-. Quizá otro día.

-¿Tienes, cosas que hacer? -el tono de Pilar era de decepción-. Cariño, no lo sabía, creía que el martes era el día que pasabas en casa. Le he prometido a Beatríz que la invitaría con su grupo de bridge.

-Eso es lo que quería decir -la tranquilizó Paula-. El martes paso todo el día con Pablito.

A Pedro le hizo gracia ver el tono rosado que adoptaban las mejillas de Paula al decir la mentira.

-Otra vez será.

Sus miradas volvieron a encontrarse y él sonrió amablemente.

-Sí. Claro -Paula se levantó y agarró su chaqueta-. Tengo que ir a ver cómo está Pablito. Encantada de volver a verlo, señor Alfonso.

-Pedro -le corrigió él mientras se levantaba-. Llámame Pedro, ¿de acuerdo?

-Pedro -ella estaba a medio camino cuando se dió la vuelta y lo miró-. Adiós.

-Vaya, vaya... -susurró Pilar-. Esta tarde está un poco... nerviosa. No sé si lo del trabajo es una buena idea.

Él podría haberle dicho exactamente por qué estaba nerviosa, pero no era cuestión de alterarla. Paula Chaves Rodríguez no se encontraba nada cómoda con él, pero estaba demasiado bien educada como para demostrarlo. Saltaban chispas cuando los maravillosos ojos de ella se clavaban en él y aunque no estaba seguro de lo que estaba pasando exactamente, sí empezaba a tener muy clara una cosa: Paula lo atraía en todos los sentidos. Y no era sólo porque había recibido el corazón de su marido. Era su pulso el que se aceleraba cuando ella entraba en la habitación; era su boca la que se secaba como la piedra pómez; era su estómago el que se encogía por el deseo.

Se reconoció que eso podía ser un problema y se recordó cómo había reaccionado ella cuando su suegra habló de conocer al receptor. El jamás podría decirle que tenía el corazón de su marido.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 9

Él se encogió de hombros impresionado por la rapidez de ella y por su metedura de pata. Tendría que tener más cuidado si no quería que ella sospechara algo. Se sintió muy orgulloso; ella siempre había sido muy lista...

-Señor Alfonso... -el tono de Paula era interrogativo, pero igual de penetrante que antes.

-Perdón. Estaba distraído.

-¿Por qué sabías que a Pilar la llamamos mami?

No era una pregunta muy sutil.

-Cariño, a lo mejor se lo oyó a alguien en el baile -intervino Pilar-. La verdad es que sólo hablo de Pablito. Seguramente, Pedro me oyó contarle una anécdota a alguien sin darse cuenta siquiera de que lo había oído.

Pilar sonrió y miró impacientemente a los dos.

-Tú misma lo dijiste hace un rato -le dijo Pedro a Paula. -Supongo que he dado por supuesto que era como tu hijo llama a Pilar.

-Ya -susurró ella.

No estaba nada convencida, pero Pedro se dió cuenta de que no quería incomodar a su suegra.

-¿Qué tal te ha ido la comida? -le preguntó Pilar desenfadadamente.

La cara de Paula se iluminó como si se hubiera olvidado de algo durante un instante.

-¡Maravillosa! Tengo algunas noticias apasionantes.

Se desabrochó la chaqueta azul y se la quitó desafiando al descubierto una camisa sin magas de seda color marfil. La seda dejaba entrever una especie de camisola de encaje que le retenía los pechos. Pedro deseó que no se hubiera quitado la chaqueta. Ella la colgó del respaldo de la silla y se sentó antes de que Pedro pudiera levantarse para ayudarla.

-El consejo de administración del museo me ha ofrecido un puesto como directora ejecutiva.

Pilar  sonrió vagamente.

-Está muy bien, cariño -se volvió hacia Pedro-. Paula trabaja de voluntaria con varias organizaciones.

Pedro  comprendió que la mujer no había entendido lo que había dicho Paula.

-Pero esto no es un trabajo de voluntaria -le aclaró Paula-. Seré directora ejecutiva y tendré un sueldo. Además, seguiré ocupándome de la recaudación de fondos.

Parecía emocionada.

-Enhorabuena -le felicitó él-. ¿Cuáles serán tus funciones?

-Supervisaré el personal, gestionaré el presupuesto y llevaré la publicidad, pero, en gran medida, me concentraré en recaudar fondos.

-¿Cómo se financia el museo? -le preguntó Pedro.

-Con fondos federales, estatales y locales -contestó ella.

Pedro tuvo la sensación de que a ella no le gustaba su participación en la conversación, aunque no hizo ni dijo nada que fuera descortés.

-Campañas especiales -continuó Paula-, fiestas, donaciones, aportes de fundaciones... el museo, como cualquier institución sin ánimo de lucro, recibe dinero de muchos sitios.

-En Filadelfia fuí miembro de un par de consejos de administración -dijo Pedro-. Tengo algo de experiencia en reunir fondos de explotación.

Se recordó que tenía que hacer una donación anónima al museo.

-Paula... -la voz de Pilar denotaba preocupación-. ¿Quieres decir que vas a trabajar?

-Sí -el tono de Paula era firme-. Sólo es media jornada. Puedo hacer algo del trabajo de casa mientras Pablito duerme la siesta, así que no creo que haya ningún problema. Alicia y tú no van  a tener que ayudar más con Pablito de lo que ya lo hacen.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 8

-Tu cara me dice que fue un matrimonio felíz. Tienes que añorarlo mucho.

-Todos los días -se limitó a decir ella-. Pero a veces me alegro de que no tuviera que sufrir la muerte de Pablo.

-Tuvo que ser algo espantoso.

Estuvo a punto de añadir, mami, pero se contuvo. ¿Su hijo la llamaba mami o era una expresión que su subconsciente había decidido que encajaba en el embrollo que empezaban a ser sus recuerdos?

Ella sintió con la cabeza y los labios temblorosos. Se llevó una servilleta a los labios con las manos avejentadas y cuidadosamente arregladas y esperó unos segundos.

-Ha sido lo peor que me ha pasado en mi vida. No sé qué habría hecho sin Paula-el dolor de sus ojos se disipó un poco-. Nos enteramos de su embarazo cuando estaban haciéndole pruebas en el hospital después del accidente. Después del entierro y cuando empezó a pasar la conmoción de todo, comprendimos que teníamos que estar agradecidas por tener ese regalo póstumo de Pablo.

-Seguro que tu nieto será un mimado insoportable.

Pedro le guiñó un ojo y se sintió aliviado cuando ella le sonrió y el ambiente volvió a distenderse. Estaba deseando ver al niño y saber algo más de él.

-No si interviene Paula -lo dijo con una sonrisa cariñosa-. Es una madre muy buena.

-Como Pilar es una mami.

Paula entró en la habitación con una sonrisa resplandeciente y besó a Pilar en la mejilla. A él le dirigió un saludo muy educado con la cabeza. Mami... No se había vuelto loco. Sin embargo, miraba a aquella mujer y se sentía como un hombre lobo que se esforzaba por no aullar a la luna.

Paula llevaba un ceñido vestido veraniego azul claro y el pelo rubio lo tenía recogido en un brillante moño en la nuca. El austero peinado no favorecería a ninguna mujer que no fuera Paula, pero ella no era una mujer cualquiera. Le resaltaba la belleza clásica de sus rasgos, la línea cincelada de los pómulos y mandíbula, los labios carnosos y perfectamente dibujados y sus enormes ojos azules.

Estaba fascinado con aquellos ojos. No eran de un vulgar azul oscuro como los suyos, sino de un tono más claro y delicado que se iluminaba con el genio y la burla, así como con el cariño cuando estaba relajada y felíz. A pesar de que se habían conocido en pleno verano, tenía una piel blanca como la leche que se tornaba ligeramente rosa en los pómulos. Supo, sin tener que acariciarla, que era sedosa, que era tan suave detrás de las rodillas como en la deliciosa curva donde el cuello se encontraba con los hombros.

Sin embargo, eso era imposible. No podía saberlo. Aunque tuviera una seguridad íntima que iba más allá de un anhelo imaginario. Su cuerpo también lo sabía, se dijo a regañadientes mientras agitaba las piernas debajo de la mesa.

-Me llamaban mami -dijo Pilar-. Se me quedó cuando Pablo empezó a balbucear. Él me llamó así toda su vida y Pablito también lo hace ahora.

Pedro asintió con la cabeza distraídamente sin poder apartar la mirada de Paula.

-Ya lo sé.

-¿Lo sabes? -el tono de voz de Paula era tan penetrante como la mirada que le dirigió-. ¿Cómo lo sabías? Ni siquiera conoces a Pablito.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 7

Incluso conocía el regusto característico de Paula. Una parte de él quería conservarla porque era suya, pero, en realidad, nunca había sido suya.

Sabía que la había importunado y lo lamentaba, pero no tanto como para no acercarse a ella.

Sin embargo, ¿cómo podía lidiar esa situación? Pablo Rodríguez tuvo que amar a aquella mujer con todo su corazón, pero el corazón de martín Rodríguez latía en el pecho de otro hombre. Su pecho. Él deseaba a la mujer de Pablo Rodríguez con toda su alma y lo peor de todo era que ella río lo sabía y nunca lo sabría. No podía saberlo, se dijo al recordar la reacción de ella cuando se planteó conocer al receptor del corazón de su marido.

-¡Holaaaa!

Pedro miró en dirección a la voz y vió a Pilar Rodríguez. La suegra de Paula lo saludada vigorosamente con la mano desde la galería de una gran casa de ladrillos que había al otro lado de la piscina.

-Hola, señora Rodríguez.

-¡Llámame Pilar! ¿Vendrás a comer?

Se dijo que no debería hacerlo. Ya había terminado con la mudanza y le vendría bien empezar a instalarse, pero... a lo mejor volvía a ver a Paula y si era sincero consigo mismo, estaba deseándolo.

-Te lo agradezco.

Rodeó la piscina y subió por el camino de piedras que transcurría entre los elegantes y descuidados jardines.

-Cómo me alegro -dijo Pilar mientras él se acercaba-. Paula se ha ido a una comida y el ama de llaves acaba de acostar a mi nieto para la siesta. No tengo nada que hacer. Distráeme un poco.

Pedro  sonrió aunque se sintió muy decepcionado al saber que Paula no estaría con ellos. Pilar era irresistible. Su propia madre había muerto hacía unos años y si bien su serenidad no tenía nada que ver con la exuberancia de Pilar, las dos se parecían en que todos los que las rodeaban se encontraban inmersos en el cariño y el amor.

-Me encanta la idea.

Pedro le ofreció el brazo y dejó que ella lo introdujera en la casa.

-¿Qué te parece Paula?

Pilar no se anduvo con rodeos mientras se acomodaban en el mirador donde había cuencos con consomé, deliciosos sándwiches de pepino y ensalada de huevo duro.

Alicia, el ama de llaves, no se alteró lo más mínimo cuando Pilar, se lo presentó y le dijo que se quedaría a comer. Él se recordó que tenía que alabarle la comida.

Pedro sonrió a Pilar y ella le devolvió la sonrisa con un brillo de alegría en los ojos.

-¿Haces esto con todos los hombres que conoce ella?

-Sí, pero estás eludiendo la pregunta.

-Paula es preciosa, pero no estoy seguro de si es tan impresionante como tú vestida de rosa.

Pilar se rió mientras se acariciaba el vestido que parecía sacado de una fiesta campestre del siglo pasado.

-Adulador.

-Sincero -brindó con el vaso de agua-. Esta casa es muy bonita. Tengo que confesar que no sabía si había hecho bien al aceptar tan rápidamente, pero ahora a lo mejor tienes que sacarme de aquí con una palanca.

-Era la casa familiar de la familia de mi marido -los ojos de Pilar se abatieron-. Gabriel murió repentinamente hace unos años.

Pedro sintió lástima al darse cuenta de que ella había sobrevivido tanto a su marido como al único hijo que había tenido y le tomó la mano.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 6

-Como acabamos de conocernos -dijo Pedro-, me parece que lo correcto es que le dé algunas referencias mías. Las mandaré el lunes.

Paula pensó que era como si le leyera los pensamientos, pero había uno que no había captado. ¿Qué pasaría con Pablito? ¿Había pensado Pilar en que la presencia constante de un desconocido podía afectar a su hijo? ¿Le gustaban los niños a Pedro? Pilar le había prometido silencio y había veces que Pablito era cualquier cosa menos silencioso. Ella tampoco iba a estar todo el día callando a su hijo porque el vecino necesitara paz para trabajar.

Tomó aire para tranquilizarse. Ese Alfonso tenía algo que la desconcertaba, pero no sabía qué era. Era como si sus ojos azules traspasaran la careta que se había construido y llegaran hasta la mujer insegura que era en realidad.

Era como si la conociera, aunque estaba segura de que no se habían visto jamás. Era un hombre que no se olvidaba fácilmente.

Pedro, que parecía no darse cuenta de lo que pasaba por la cabeza de Paula, tomó una mano de Pilar y la besó.

-No sabe cuánto se lo agradezco.

No podía creerse la suerte que había tenido

A la semana siguiente, Pedro se maravillaba de la suerte que había tenido mientras dirigía la mudanza de sus muebles y de la mesa de dibujo.

Había ido al acto benéfico con la única intención de conocer a la mujer de sus sueños. ¿Sueños? Ella no habitaba sus sueños, ella estaba en su memoria y sabía exactamente de dónde había llegado.

Era la viuda de Pablo Rodríguez. Paula. Se deleitó con cada sílaba. No vió su nombre en su historial médico, pero sí vió el nombre del hospital que envió su corazón en un helicóptero. El corazón tenía que ser reciente porque sólo servía durante seis horas, por lo que el donante tenía que haber muerto el mismo día del transplante en algún sitio de la región de Baltimore. El resto fue fácil.

Entró en Internet y buscó en el periódico más importante de esa región. Lo supo en cuanto leyó la noticia de la muerte de Pablo Rodríguez. El corazón se le salía del pecho mientras leía el artículo que describía a un hombre que encajaba con sus características. Hasta que leyó el nombre de ella: Paula Chaves Rodríguez.

Paula. Ni Pau ni Pauli ni Paulita. Sencillamente, Paula.

El nombre le había evocado la imagen borrosa de una sonrisa dulce, unas pestañas oscuras y unos ojos azules que llevaban meses adueñándose de sus pensamientos. Súbitamente, pudo imaginarse su rostro con una claridad cristalina, como si estuviera viéndola. ¿Era real o estaba volviéndose loco?

Durante días se devanó los sesos intentando encontrar la forma de conocer a Paula Chaves Rodríguez para conseguir saber si sólo soñaba despierto. Hasta que leyó que había ese baile benéfico; aunque tampoco sabía qué le diría si se la encontraba cara a cara.

«Hola, tengo el corazón de tu marido y me parece que te conozco».

Ella saldría corriendo del espanto. El artículo decía que ella estaba en el comité organizador y él supuso que asistiría al baile. Aunque no hablara con ella, por lo menos sabría si era como la mujer que lo abrumaba con su imagen.

Pero resultó que su plan tenía un fallo. Era ella. No pudo apartar los ojos de ella desde que sus miradas se cruzaron entre la multitud. Percibió que la conocía. Podía recordar su aroma y su tacto.

viernes, 22 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 5

Sin embargo, a Pedro parecía no importarle.

-La triste realidad, señoras, es que vivo en una casa muy pequeña en una zona bastante ruidosa de la ciudad mientras construyen la que será mi casa.

Además, el contratista me dijo la semana pasada que van retrasados, por lo que voy a tener que esperar más de lo que pensaba.

-Es una lástima -dijo Paula.

-Es absurdo -le corrigió Pilar-. No puedes vivir así.

Pedro sonrió y se encogió de hombros.

-Sí puedo, aunque no me guste.

-Seguramente no pases mucho tiempo en casa si estás poniendo un estudio nuevo -comentó Paula.

-La verdad es que sí lo paso. Tengo un director de estudio extraordinariamente competente que se ocupa de todos los asuntos cotidianos para que yo pueda seguir haciendo proyectos. Mi estudio privado está en mi casa.

-Pero... para el proceso creativo es muy importante tener un espacio agradable -objetó Pilar-. Yo era pintora hasta que mis manos me lo impidieron... -levantó las manos y mostró los dedos retorcidos por la artritis-. Sé lo difícil que puede resultar.

-Afortunadamente -le dijo Pedro-, es algo a corto plazo. El estudio estará funcionando dentro de dos meses y podré trabajar allí hasta que terminen mi casa.

-Pero no puedes seguir viviendo en un sitio donde estás incómodo... ¡oh! - Pilar se puso una mano en el pecho-. He tenido una idea genial.

El tono entusiasmado aterró a Paula.

-¿De qué se trata?

-¡Pedro puede vivir en la casa de invitados!

-¿La casa de invitados? -Paula no daba crédito a lo que había oído-. Pero... el agua y la electricidad están cortadas.

Ni podían permitirse el contratarlas, se dijo a sí misma.

Además, las casa de invitados que había en la extensa finca que compartía con Pilar se veía desde la casa principal. La mera idea de tener a ese hombre tan cerca hacía que sintiera algo parecido al vértigo.

-Un detalle sin importancia. Es una solución perfecta -Pilar se volvió hacia Pedro-. Es una casa de dos pisos con dos dormitorios, cocina completa, sala y comedor. Estoy segura de que es mucho más grande y más tranquila que donde vives ahora. ¡Sería perfecta para tí!

Paula pensó que rechazaría amablemente el ofrecimiento después de agradecérselo una y mil veces.

-Es muy generosa, señora Rodríguez. Se lo agradecería eternamente -se detuvo-. ¿Está amueblada?

-No -Pilar inclinó la cabeza-. ¿Es un inconveniente?

-En absoluto. Tengo algunos de mis muebles en la casa de la ciudad -arqueó las cejas-. Si lo dice en serio, estaría encantado de aceptar.

Paula lo miraba fijamente. ¡Eso no era lo que él debía decir!

-Maravilloso -el tono de Pilar indicaba que el asunto estaba zanjado-. Mañana la limpiaremos. Podrás mudarte a principios de la semana que viene.

-¿Cuál es la renta?

Pilar agitó una mano. -No hace falta...

-Sí -lo dijo tan rotundamente que, por una vez, Pilar no parecía dispuesta a discutir-. Lo es. No puedo aceptar un regalo así. Además, yo me ocuparé del agua y la electricidad.

-Bueno, si insistes... -la voz de la mujer era un poco lúgubre-. Ya lo hablaremos más tarde y llegaremos a un acuerdo.

Paula quiso gritar que eso era imposible, pero, en realidad, la casa era de Pilar y podía invitar a quien quisiera.

Miró a su suegra con la intención de que interpretara el mensaje que estaba mandándole con los ojos. ¿Qué sabía de Pedro Alfonso? Había leído algo sobre él, ¿pero era suficiente? Que hubiera patentado un invento no lo convertía en alguien aceptable.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 4

-Gracias. Mi hijo donó su corazón -hizo un gesto con la mano que abarcó toda la habitación-. Es un acto maravilloso donde se puede recaudar fondos para la donación de órganos.

Pedro tragó saliva y se pasó un dedo por el cuello de la camisa como si estuviera demasiado apretado.

-Estoy completamente de acuerdo.

-Lo único que lamento es no haber conocido a la persona que recibió el corazón de Pablo - siguió diciendo Pilar-. Me habría gustado ver la cara de la persona que lleva una parte del cuerpo de mi hijo.

Paula hizo un gesto de impaciencia con la mano, pero se contuvo inmediatamente y juntó las manos sobre el regazo.

-Eso es imposible, Pilar. Ya conoces las normas. Es anónimo salvo que el receptor decida presentarse.

Pilar asintió tristemente con la cabeza.

-Ya lo sé -miró a Pedro-. Recibimos una nota anónima del hombre que recibió el corazón. Era encantadora y me habría gustado mucho que hubiera querido conocernos.

Pedro asentía con la cabeza y con gesto inexpresivo.

-Paula no comparte mis ganas de conocer al receptor.

Paula habría querido estrangular a su suegra.

-Es que... Pablo ya no está y hay alguien por ahí que lleva su corazón. Me siento un poco... resentida. Ya sé que es mezquino e injusto, pero... -intentó sonreír para suavizar sus palabras-. Si funciona tan bien, ¿por qué no lo lleva Pablo? Lo siento, Pilar, pero por el momento no quiero conocer a esa persona.

-Yo también lo siento, cariño -Pilar tomó la mano de Paula-. No quería parecer insensible a tu dolor -sonrió y se volvió hacia Pedro-. Los transplantes de órganos son bastante complicados y no sólo por una cuestión médica.

Pedro asintió con la cabeza. Miraba a las dos mujeres con ojos abatidos.

-Muy complicado, desde luego.

Paula sintió lástima. Estaba claro que el transplante de órganos no era algo agradable para él.

-Pedro, ¿has venido a Baltimore por motivos de trabajo?

Él se volvió hacia ella con un alivio tan evidente que Paula estuvo a punto de sonreír.

-Sí, soy arquitecto y he pensado abrir una sucursal de mi empresa aquí.

-¡Ah! Eres ese Alfonso -exclamó Pilar mientras se volvía hacia Paula-. Pedro ha diseñado un no sé qué solar...

Se volvió hacia él para que se lo confirmara.

-Una ventana.

-Ha sido un éxito enorme. Leí un artículo sobre tí la semana pasada. Al parecer, tu ventana está revolucionando la construcción con energía solar.

-Quizá.

Él inclinó la cabeza. Era la viva imagen de la humildad, una imagen difícil de compaginar con la seguridad del hombre real.

-¿Utilizas esa ventana en tus proyectos? -le preguntó Pilar.

Él dudó.

-No siempre. Me gustaría que me conocieran por la calidad de mis proyectos, no porque llevan algo peculiar.

-¿Te has hecho una casa impresionante y podemos visitarla? -Pilar no callaba.

-¡Pilar!

Paula estaba atónita, su suegra solía ser la personificación de la discreción.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 3

Ella volvió a sonreír y se tomó las palabras al pie de la letra.

-El embarazo no estuvo mal, pero me habría ahorrado el parto.

-No me extraña -Pedro sonrió y se le iluminaron los ojos-. ¿Quieres seguir bailando?

Ella asintió con la cabeza y entraron en una parte más movida del baile, pero ella notó que él parecía distinto. ¿Qué le habría pasado por la cabeza durante los últimos minutos? No podía dejar de pensar que había tenido algo que ver con la conversación sobre su hijo. Quizá él también hubiera tenido una muerte reciente y estuviera sensible.

Se dijo para sus adentros que eso era una tontería, que llevaba demasiado tiempo sin tratar con hombres y que había perdido práctica.

Bailaron hasta que acabó la canción. Ella sabía que no debería estar demasiado tiempo con él y darle esperanzas, pero hacía mucho tiempo que no bailaba y era un magnífico bailarín. No se parecía en nada a su marido, bailaba mucho mejor que Pablo, pero la agarraba de una forma que hacía que se sintiera a gusto. Como se sentía en brazos de Pablo. Era bastante desconcertante y cuando se dió cuenta, se apartó.

-¡Vaya! Será mejor que vuelva a la mesa. Me siento culpable por dejar sola a la pobre Pilar.

Él la acompañó a la mesa y comprobó que Pilar no sólo no estaba sola sino que se había encontrado con una de sus mejores amigas. Dos cabezas maravillosamente peinadas estaban inclinadas y untas, pero se irguieron y separaron en cuanto vieron que ellos se acercaban. La amiga de Pilar, socia del club de bridge, sonrió y se levantó para volver a su mesa.

Paula hizo las presentaciones pertinentes y Pedro le separó la silla para que se sentara.

-Por favor, acompáñenos -le invitó Pilar-. Paula y yo pasamos demasiado tiempo juntas. Necesitamos un apuesto caballero.

Pedro sonrió y mostró unos dientes blancos y perfectos.

-Si están solas será porque quieren. Dos damas tan encantadoras como ustedes podrían tener a todos los hombres pendientes de ellas si quisieran.

Pilar se rió abiertamente y Paula se dió cuenta, aterrada, de que su suegra estaba coqueteando con Pedro Alfonso.

-Además, es galante. Paula, quizá debieras quedarte con este.

-A lo mejor no quiere que nadie se quede con él -replicó Paula.

Estaba francamente incómoda con el celestineo descarado de Pilar.

-Ya lo mejor sí.

Los ojos de Pedro tenían un brillo burlón, pero también tenían una calidez que hizo que Paula tuviera que mirar a otro lado.

-¿Por qué ha venido a la gala de esta noche? -le peguntó Pilar sin dejar de sonreír.

Pedro se encogió de hombros.

-No soy de aquí y me ha parecido que venir era una forma de conocer gente además de ayudar a una buena causa. Los transplantes de corazón han salvado muchas vidas.

-Es verdad, aunque, propiamente dicho, aquí no se recaudan fondos para los transplantes de corazón -dijo Pilar, cuya sonrisa se había desvanecido.

-Ya lo sé -afirmó él rápidamente-. Sólo quería decir...

-Pero tiene razón -le interrumpió Pilar-. Los transplantes de corazón pueden ser maravillosos.

Paula estaba quieta como una estatua y sólo quería que sus acompañantes cambiaran de tema.

-No sé si Paula se lo ha comentado, pero mi hijo, su marido, falleció - Pilar lo dijo en voz baja.

-Sí, me lo ha dicho. Lo siento mucho.

Pilar esbozó una sonrisa fugaz.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 2

-No, pero me ha resultado muy fácil saber su nombre sólo con preguntar quién era la preciosa mujer vestida de azul. Usted ha organizado el baile y casi todo el mundo la conoce.

Era verdad, pero ella tenía la sensación de que esa explicación tan amable ocultaba algo.

-¿Es usted de Baltimore, señor Alfonso?

Ella se concentraba en una charla trivial para intentar no pensar el los músculos que notaba claramente debajo del impecable esmoquin.

-Por favor, llámame Pedro. Soy de Filadelfia, pero me trasladé a Baltimore hace unas semanas. ¿Te has criado aquí?

-Sí -ella inclinó la cabeza-. En Columbia, fuera de la ciudad.

Él la llevaba en círculos y ella se sentía diminuta en comparación con su poderoso cuerpo. Medía casi un metro y setenta centímetros y nunca se había sentido baja. Su marido, Pablo, medía más de uno ochenta, pero tenía un cuerpo esbelto y atlético. Pedro Alfonso era unos quince centímetros más alto que Pablo y si no había sido jugador de fútbol americano, había perdido una oportunidad de oro.

Se movía con una ligereza increíble para un hombre tan grande y la llevaba con mucha soltura.

-Daría cualquier cosa por saber lo que piensas.

Lo dijo con un susurro grave y ella sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Se rió e intentó disipar cualquier rastro de intimidad.

-No vale nada. Estaba pensando en lo mucho que me gusta bailar.

-Entonces, deberías hacerlo con frecuencia.

-Soy viuda. No tengo muchas ocasiones -las palabras, dichas en voz alta, le parecieron atrevidas y muy dolorosas.

-Lo siento. ¿Hace cuánto falleció tu marido?

Aunque las palabras eran convencionales, él no parecía sorprendido por la confesión. Quizá se hubiera enterado cuando se enteró de su nombre.

-Dos años -contestó ella-. Más tiempo del que pasamos casados.

Él le agarró la mano con más fuerza durante un instante.

-¿Fue algo inesperado?

-Un accidente de coche. Un camión nos sacó de la carretera.

El rostro de Pedro se crispó.

-¿Estabas con él?

Ella asintió con la cabeza.

-Pero todo el golpe fue en su lado -sacudió la cabeza-. Lo siento. No es la conversación más apropiada para un acto social.

-No te preocupes -el vals dio paso a un ritmo más rápido, pero él no la soltó-  Entiendo que no tienes hijos...

-¡Sí! -sonrió de oreja a oreja como siempre lo hacía al acordarse de Pablito-Tengo un hijo. Nació después de la muerte de su padre. Ya tiene casi diecisiete meses.

Pedro Alfonso se quedó rígido con los brazos alrededor de ella. Abrió los ojos de par en par y ella llegó a pensar que sus palabras lo habían impresionado.

-¿Lo sabía tu marido?

-No. Yo no lo supe hasta después del accidente. Pedro se paró y ella lo miró con preocupación. -¿Te pasa algo? -le preguntó.

-No. Estoy bien -seguía mirándola con aquellos ojos penetrantes-. Ha tenido que ser muy doloroso.

Ella consiguió sonreír, aunque los meses de embarazo habían sido espantosos por la muerte de Pablo y por saber que su hijo se criaría sin padre.

-Lo fue, pero también fue un regalo increíble.

-No puedo imaginarme todo lo que has tenido que pasar.

Dos Vidas Contigo: Capítulo 1

-¿Me concede este baile?

Paula Chaves Rodríguez, que estaba hablando con su suegra, se volvió lentamente para mirar al desconocido. La verdad era que había empezado a cotillear con Pilar cuando aquel hombre se levantó para cruzar la habitación, de modo que él seguramente sabría que no interrumpía nada importante.

Había estado observándola toda la noche, aunque ella no sabía quién era. El baile benéfico para el programa de donantes estaba abierto a todo el mundo.

-Se lo agradezco... pero no bailo.

No recordaba la última vez que había dicho una mentira y las palabras se le atragantaban.

Pilar Rodríguez se rió.

-Qué bobada, Paula-se volvió hacia el alto desconocido cuyo pelo negro y muy corto tenía reflejos que parecían azul oscuro-. Claro que baila. Le encanta bailar. Adelante.

La última palabra se la dirigió a Paula.

Paula esbozó una sonrisa forzada. Adoraba a su suegra, con quien seguía manteniendo un trato muy íntimo a pesar de la muerte de Pablo, el marido de Paula, y sabía que Pilar tenía buena intención. La buena mujer le había dicho muchas veces que era demasiado joven como para encerrarse, que Pablo habría querido que saliera y encontrara a alguien con quien compartir su vida, pero ella preferiría que su suegra dejara de intentar emparejarla. Durante los últimos seis meses le había presentado un montón de solteros. posó lentamente la mano en la que tenía extendida el hombre y lo miró a los ojos mientras sentía que la calidez del contacto le alteraba el pulso.

-Gracias... será un placer...

Él tenía los ojos más azules y más oscuros que había visto en su vida y la mirada era tan intensa que se olvidó de lo que había dicho. Él la miraba penetrantemente, casi indiscretamente, como no había dejado de hacerlo desde que sus miradas se cruzaron al principio de la velada.

¿Quién era?

La agarraba con fuerza de la mano mientras la acompañaba a la pista de baile. Cuando él se volvió y la tomó entre sus brazos, ella se puso tensa antes de que pudiera evitarlo. No había bailado ni había estado en los brazos de un hombre desde la muerte de Pablo.

-Soy inofensivo -le susurró él al oído mientras la llevaba al compás del vals.

Ella lo miró con incredulidad.

-¿Lo es?

El arqueó las cejas negras y pobladas y sonrió.

-Más o menos. Me llamo Pedro Alfonso.

-Encantada de conocerlo, señor Alfonso -replicó ella intentando no hacer caso de la punzada que había sentido en las entrañas cuando él sonrió-. Yo me llamo...

-Paula -terminó él-. Paula Chaves Rodríguez.

Ella esbozó una sonrisa inexpresiva para que no se notara lo mucho que le alteraba su proximidad y la forma de decir su nombre como si fuera interminable.

-Me saca ventaja, señor Alfonso. ¿Nos conocemos?

Él negó con la cabeza.

Dos Vidas Contigo: Prólogo

-Me alegro de saber que le va tan bien, señor Alfonso -el médico escribió una receta-. Veinticuatro meses desde el transplante es una buena marca. El corazón parece que funciona maravillosamente. Esta es otra receta para sus medicamentos contra el rechazo. ¿Alguna pregunta?

Pedro tomó el papel que le entregaba el médico.

-Gracias -se acarició la zona que rodeaba a la cicatríz que marcaba el punto donde latía el corazón del donante-. ¿Alguna vez ha oído...? ¿Algún otro receptor le ha comentado... que sintiera cosas raras después del transplante?

El médico dejó de ordenar el historial de Pedro y lo miró fijamente.

-¿Cosas raras? ¿Como qué?

Pedro se encogió de hombros. Se sintió ridículo por sacar el tema.

-La verdad es que no es nada. Algunas cosas que no me pasaban antes. Comida que no me gustaba y que ahora sí me gusta...

El médico sonrió sin dejar de mirarlo.

-A lo mejor quiere hablar con otros receptores. Tenemos un grupo de apoyo que colabora con el hospital -dudó un instante-. Hay pruebas, obtenidas de comentarios de pacientes, de que algunas veces los recuerdos se transplantan con el órgano. Se llama memoria celular. Un paciente descubrió que le entusiasmaba el pollo frito y a otra le gusta la cerveza, cuando antes no la soportaba.

«¿Pero cuántos recuerdan una cara?» se preguntó Pedro para sus adentros.

«¿Cuántos recuerdan una voz y tienen recuerdos íntimos de una mujer concreta que no conocen?»

-Gracias -dijo en voz alta-. Lo pensaré.

-Se reúnen los terceros jueves del mes, creo -el médico miró disimuladamente el reloj-. ¿Es todo?

-Una cosa más. Me gustaría darle las gracias personalmente a la familia del donante. Ya sé que va contra las normas...

El médico sacudió la cabeza antes de que terminara la frase.

-Ya sabe que el programa de transplantes tiene unas normas de confidencialidad muy estrictas. Puede escribir una carta y los encargados del programa se la harán llegar a la familia. Puede poner su nombre y teléfono. Si ellos quieren ponerse en contacto, puede hacerlo.

-Ya lo he hecho -había escrito una nota una semana después del transplante, pero no había dado su nombre-. Sólo... me gustaría conocerlos. Aunque fuera verlos desde lejos.

Quizá escribiera otra carta con su nombre.

El médico sonrió con comprensión.

-Es muy loable que quiera expresar su agradecimiento, pero hay familias que no pueden soportar que les recuerden lo que han perdido. Para ellos es excesivo encontrarse de repente con alguien que tiene un órgano de alguien querido.

-Lo entiendo -Pedro lo dijo con un tono calmado aunque por dentro gritaba que quería saber quién era la mujer que se había metido en su cabeza-. Gracias.

-De nada. Siga así. Creo que nunca había visto a un paciente con un corazón transplantado que estuviera en tan buena forma física. Desde luego, usted tenía mejor salud, salvo por las consecuencias del accidente, que la mayoría de personas que están en la lista de transplantes.

Pedro asintió con la cabeza.

-Por el momento, me siento de maravilla.

«Excepto porque al parecer tengo la memoria de otra persona además de su corazón».

-No dude en llamarme inmediatamente si tiene fiebre o le pasa algo inusitado. Si no, lo veré dentro de seis meses para el reconocimiento y la biopsia.

El médico se levantó y extendió la mano, que Pedro estrechó. El médico salió de la habitación y Pedro agarró la camisa del gancho donde la había colgado para que el médico lo examinara. Se dio cuenta de que tenía la receta en la mano y la dejó sobre la mesa para vestirse.

Al hacerlo, se fijó en un historial. Su historial. Dudó mientras sus principios se debatían con la necesidad de saber más, pero lo agarró y lo abrió. Echó una ojeada a las primeras páginas y no encontró lo que buscaba, pero por lo menos supo que el corazón del donante había llegado desde el hospital John Hopkins, en Baltimore, al de Temple, en Filadelfia, donde él lo había recibido.

Al cabo de unos momentos, mientras se abotonaba las mangas, el médico volvió a entrar y tomó el historial mientras sacudía la cabeza.

-Me parece que necesito uno de esos medicamentos para la memoria que toma todo el mundo -dijo con una sonrisa forzada-. Cuídese, señor Alfonso.

Dos Vidas Contigo: Sinopsis


Paula Chaves no comprendía por qué se sentía tan bien con un completo desconocido como Pedro Alfonso. Con él había vuelto a sentirse atractiva y dispuesta a dar rienda suelta a unos deseos que llevaba demasiado tiempo reprimiendo.


Tenía el corazón de otro hombre en el pecho y la cara de una desconocida en la mente. Estaba seguro de que si hubiera conocido a una mujer como Paula, no habría podido olvidarla, y sin embargo parecía conocerla mejor que nadie. ¿Habría recibido algo más que el corazón de su donante? ¿Acaso tenía también sus recuerdos?


Entre los brazos de aquel desconocido se sentía como en casa.

miércoles, 20 de abril de 2016

Inesperado Amor: Epílogo

—¡Papi, papi! —la aguda voz de Nicolás se llenó de emoción al ver cómo se abría la puerta de la entrada. Gateó hasta allí.

Su hermano se apresuró a acercarse a la puerta, estaba deseando contarle algo a su padre.

—Papá, la profesora dice que tengo que hacer de rey mago en la obra del colegio, pero no tiene camellos para hacerlo y yo no quiero —le dijo Bautista.

Pedro dejó su maletín en el suelo, tomó a su hijo menor en brazos y abrazó a Bautista.

—Lo siento, compañero, pero si eres lo suficientemente mayor como para ir a la guardería tienes que cumplir tus responsabilidades y una de ellas es hacer de rey en la obra. Con camello o sin camello.

Pedro miró hacia delante en busca de Paula. Su cuerpo entero se tensaba cada vez que la veía de pie, en la entrada a la cocina. La miró de arriba abajo y se detuvo a la altura de su pequeña barriga. De repente sintió cómo el deseo hacía su aparición.

—Buenas tardes, mujercita mía —Pedro sentía una gran satisfacción al decir aquella palabras. Una satisfacción que no había desaparecido tras diez años de matrimonio—. ¿Qué tal están tú y nuestra hijita?

Paula sonrió y se acarició el vientre.

—Se está comportando por una vez. Hoy ha sido un día tranquilo en el colegio y después los niños y yo hemos ido al cuentacuentos que había en la biblioteca.

—¡Fue genial, papá! —exclamó Bautista entusiasmado—. La mujer que contaba el cuento trajo un pájaro con garras y un poco torcido.

—Un búho —le dijo Paula.

—¡Yo! —gritó Nicolás de repente y después le dio un beso muy húmedo a su padre. Luego trató de meterle un dedo en el ojo.

—No —le dijo Pedro apartándose— No se opera con los dedos, Nicolás.

Pedro dejó a Nicolás en el suelo y se dirigió a su mujer para darle un abrazo. Ella se apoyó contra el pecho de él.

—Papá, no quiero hacer de rey, en serio —insistió Bautista.

—Y yo lo que quiero es estar a solas contigo —le susurró Pedro a Paula.

Ella sintió un pequeño escalofrío y le dió un beso en el cuello.

—Más tarde —-le dijo ella-—¿Qué tal tu día?

—Muy atareado y cuando me iba entró una urgencia que tuve que atender. Por eso llego tan tarde. Fueron cuatro horas de operación, pero creo que la paciente sobrevivirá.

Paula lo miró orgullosa.

—Por supuesto que sí, la ha atendido el mejor cirujano de Massachusetts.

Paula sintió un gran placer al ver la sonrisa de Pedro. A veces se sentía tan felíz que le daba miedo. Tenía todo lo que siempre había soñado e incluso cosas con las que no se había atrevido a soñar. Tenía un esposo encantador que la quería con locura, dos hijos preciosos, y una hija en camino. Además había encontrado un trabajo de media jornada como profesora de lectura de la escuela local. Incluso su madre había accedido a ver a un psiquiatra. Paula se dijo a sí misma que su vida era perfecta, y en aquel momento Pedro la besó, y ella dejó de decirse nada.


FIN