miércoles, 27 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 22

El transplante de corazón. Todo pasó mientras jugaba al rugby. Recibió una patada en pleno pecho que le rompió las costillas y le afectó el corazón. Pasó de ser la viva imagen de la salud a entrar en una lista de transplantes con pocas esperanzas de que llegara un corazón compatible a tiempo.

¿Qué jugada del destino hizo que Pablo Rodríguez muriera en un hospital de Baltimore, a menos de una hora en helicóptero del hospital donde agonizaba él? Además, ¿cómo era posible que encima sus corazones fueran perfectamente compatibles?

Era motivo casi suficiente para que creyera en la predestinación. Lo único que sabía con certeza era que deseaba a Paula, que la deseaba más de lo que había soñado desear a una mujer. Sin embargo, no podía tenerla. Nunca podría explicarle por qué había mantenido el transplante y todo lo demás en secreto.

«Para el centro de ancianos...» Paula resopló mientras esa tarde fumigaba el rosal trepador que había en la parte trasera de la casa. Realmente, no había sido una mentira. Daba cupones al centro de ancianos, pero después de haber decidido cuáles no le servían a ella. Notó que las mejillas le abrasaban al recordar el bochorno. Él sonrió, ella pensó que se reía de ella mientras se esforzaba por recoger los cupones antes de que él los viera, pero luego habló de su madre y se dió cuenta de que sonreía por el recuerdo. ¿También habría tenido una infancia llena de penurias? Si era así, no parecía que le hubiera afectado.

Se imaginaba que a ella tampoco le había afectado. Su padre la quería mucho y, a pesar de su ineptitud para administrar el dinero, ella también lo había querido mucho. Aun así, su infancia había transcurrido entre cortes del suministro eléctrico y de la línea de teléfono. Cuando cumplió trece años, empezó a abrir el correo y a recordarle a su padre que pagara puntualmente las facturas. Se hizo una experta en estirar las pequeñas cantidades que él le daba para hacer la compra de la semana. Cuando murió él y revisó sus papeles, se dió cuenta de que todos los boletos que tenía eran apuestas de caballos. Ella nunca se había planteado por qué no tenían dinero y había dado por supuesto que su sueldo de bibliotecario sería insuficiente. Comprobar que había sido un adicto a las apuestas fue una conmoción para ella, aunque no disminuyó su amor por él.

Fue a la universidad con una beca e iba a su casa lo suficiente como para asegurarse de que su padre no se quedaría sin agua o electricidad. Su colegio universitario era muy selecto y a él iban muchos hijos de las familias más influyentes de la Costa Este. Algunos eran simpáticos, pero otros muchos eran demasiado conscientes de las diferencias de posición social con los demás alumnos. A ella le resultó difícil superar el hecho de que estudiara con una beca y, además, tuviera que trabajar para llegar a finales de mes.

Después de casarse, el dinero dejó de ser una preocupación, pero nunca podría olvidarse de la humillación que sufrió por no tener dinero para hacerse socia del prestigioso club femenino al que le habían invitado. O por tener que hacer de niñera para poder pagarse los libros. O por haber llevado la misma ropa durante cuatro años cuando las demás alumnas cambiaban de modelos cada temporada. Se había dicho que todo aquello no importaba, que no quería ser tan superficial como las otras chicas, que había cosas más importantes que el dinero.

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