miércoles, 6 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 11

—Bienvenida a mi humilde morada —dijo él tras abrir la puerta e invitarla a entrar mientras encendía la luz.

Paula lo siguió al interior de la casa, pasada la entrada giraron a la derecha y entraron en lo que parecía que era el salón. No pudo evitar mirar a su alrededor con curiosidad.

La casa estaba amueblada con muebles antiguos y buenos, pero un tanto descuidados. En un extremo del salón había una mesa con una televisión, vídeo y un equipo de música.

Paula volvió a mirar a Pedro de arriba abajo, había algo en la casa que no concordaba con la primera impresión que había tenido de él, pero no sabía de qué se trataba y decidió que no era el momento de averiguarlo.

—¿Ahora entiendes por qué necesito un ama de casa? —dijo Pedro rompiendo el silencio.

Paula se dijo a sí misma que sí, que era más que evidente.

—En el piso de arriba hay ocho dormitorios y un baño. Yo duermo en uno de ellos y uso el otro como estudio. También hay un dormitorio con baño en el piso de abajo, si quieres instálate allí.

Paula  se quedó estupefacta ¿Ocho dormitorios y tan sólo un baño? Aquello debía haber sido motivo de muchos conflictos.

—Ven conmigo, te mostraré tu habitación.

Paula lo siguió. Atravesaron un arco que estaba a un lado del salón y entraron en la cocina.

—La cocina es un poco... —dijo Pedro cuando entraron.

Paula frunció el ceño. Estaba claro a qué se refería. Aquella cocina parecía la foto del «antes» de un artículo sobre renovación de casas antiguas que había visto en el periódico el domingo anterior.

—Mi madre amenazó con tirarla abajo y remodelarla completamente, pero mi padre se negó en rotundo —le contó Pedro— Él solía decir que si a su padre le había valido, también le tendría que valer a él.

—Entiendo perfectamente a tu madre.

—Bueno, ella obtuvo su revancha. Cuando se jubilaron y se mudaron a Florida me regaló la casa y a mí no me importa. Quiero decir que mi padre tenía algo de razón, mi tatarabuela solía cocinar aquí sin problemas.

—Tu tatarabuela tampoco conocía la penicilina, pero eso no quiere decir que le fuera mejor.

—Entonces, ¿no te gusta? —Pedro miró a su alrededor algo preocupado y a Paula le dió pena.

Probablemente no podía permitirse cambiar una cocina que parecía datar de la Segunda Guerra Mundial.

—Para el poco tiempo que voy a estar aquí me servirá perfectamente —dijo ella mientras miraba con dudas la antigua cocina de gas—. ¿Dónde está mi habitación? Ah, y también, ¿me podrías prestar un pijama?

La idea de imaginársela llevando su ropa hizo que todo su cuerpo temblara de emoción y Pedro  se dijo a sí mismo que debía controlarse si no quería que aquella mujer saliera corriendo en aquel mismo instante.

—Lo siento, yo no utilizo pijama, ¿te conformas con una camiseta de manga corta?

Paula tomó aire al imaginarse a aquel hombre dormido desnudo.

—Perfecto. Creo que me acostaré ya, sé que aún no es tarde, pero llevo desde las seis de la mañana conduciendo y estoy cansada.

—Entonces, iré por la camiseta —después señaló el pasillo que estaba detrás de ella-— En el armario del baño puedes encontrar sábanas.

—Deja la camiseta sobre la mesa de la cocina —se apresuró a decir Paula, necesitaba estar sola para recuperar su tranquilidad mental. Lanzarse a vivir de verdad era mucho más cansado de lo que ella se había imaginado.

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