domingo, 10 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 26

—Sí pero hay una pequeña diferencia entre los músculos que tienen algunos con los de otros... Bien, ¿conoces algún ejercicio para estirar?

—Unos cuantos, también podríamos calentar caminando despacio y después cada vez más deprisa.

—Muy bien, empezaremos despacio e iremos cada vez más deprisa.

Paula pensó que lo que realmente deberían hacer era comenzar con un beso y después ir avanzando... Se quedó mirando los abdominales de Pedro y un escalofrío le recorrió la espalda. Después se dijo que no debía hacerlo, que no debía mirarlo de aquella manera.

—Yo controlaré el tiempo —dijo Pedro mientras miraba su reloj—. Pondré la alarma para que nos avise cuando tengamos que regresar.

Paula  se fijó en el reloj de oro y con correa de cuero. Parecía antiguo y muy caro.

—Ese reloj no parece tuyo —le dijo ella mientras aceleraba el paso para alcanzarlo.

— ¿Por qué no?

—Dijiste que eras técnico, y a los técnicos les gusta estar a la última en tecnología así que esperaba que tuvieras un reloj digital, el último modelo.

Pedro frunció el ceño, no quería contarle la verdad. Y la verdad era que un reloj de agujas era mejor para tomarle el pulso a alguien.

—Me gusta éste, tiene todo lo que necesito.

—¿Qué tipo de técnico eres?

—Arreglo maquinas que funcionan mal —le dijo repitiendo las palabras de un profesor de la facultad que había dicho que el cuerpo humano era una de las máquinas más maravillosas.

—¿Te gusta tu trabajo?

—Me encanta, me hace feliz.

—Tienes suerte de haber encontrado algo que realmente te gusta, a mí me encantaría trabajar con niños con problemas de lectura.

—¿Quieres enseñar a los niños que no saben leer?

—Hoy en día hay pocos niños que no sepan leer, pero hay muchos niños disléxicos. A este tipo de niños les cuesta mucho leer. Yo quiero trabajar con esos niños.

Pedro la miró fijamente y vio el brillo de sus ojos, el entusiasmo con que hablaba del tema. Enseguida se dio cuenta de que sería una profesora maravillosa. Una mujer paciente y cariñosa, una mujer dedicada y muy motivada en su trabajo.

—Serás una profesora estupenda.

—Gracias —dijo Paula un tanto sorprendida por aquel comentario.

Todo el mundo con quien había hablado del tema le había dicho que iba a ser un trabajo muy frustrante y que enseguida se cansaría. Pedro era la primera persona que había respetado su decisión y la había animado a ello. Aquello la llenó de placer.

—¿Con qué edades piensas trabajar?

—Con los más pequeños, en la etapa infantil. Cuanto antes se trabaje el problema, mayor será la posibilidad de solucionarlo. Cuando están en el colegio es muy difícil cambiar sus procesos de lectura.

Paula estaba tan absorta en lo que le estaba contando que no miró por dónde pisaba y se tropezó con una piedra, antes de caerse buscó algo para apoyarse y encontró el brazo de Pedro. Lo agarró con fuerza y notó que a pesar de que no hacía ejercicio estaba en muy buena forma.

Pedro usó su brazo malo para ayudarla a recuperar el equilibrio.

—¿Estás bien? —le preguntó después.

Paula miró hacia arriba y pudo ver una pequeña mata de vello negro que asomaba de su pecho ya que llevaba el último botón de la camisa desabrochada. Se estremeció al pensar en el placer que le provocaría dejar que sus dedos juguetearan con aquellos rizos.

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