domingo, 24 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 10

-No es por eso, pero... yo nunca he trabajado.

Pedro comprendió que Pilar no estaba siendo esnob ni displicente; no entendía, sinceramente, por qué Paula quería trabajar.

-Pilar, va a ser como un trabajo voluntario, pero más entregado -le explicó Paula con paciencia-. Te prometo que no voy a quitar tiempo de las otras cosas que hago ni de tí ni de Pablito.

Aquello pareció tranquilizar a su suegra.

-Sabes -dijo Pilar-, como Pedro es nuevo aquí, deberías ir a comer con él alguna vez y explicarle las organizaciones que tenemos y a lo mejor le gustaría afiliarse a alguna.

-Es una idea muy buena, Pilar -Paula no parecía muy sincera.

-Mañana estoy libre.

Pedro  no sabía por qué había dicho eso. Quizá fuera porque quería que aquellos ojos azules volvieran a fijarse en él en vez de pasarlo por alto como llevaban haciendo un buen rato.

-Lo siento, mañana tengo cosas que hacer -replicó Paula-. Quizá otro día.

-¿Tienes, cosas que hacer? -el tono de Pilar era de decepción-. Cariño, no lo sabía, creía que el martes era el día que pasabas en casa. Le he prometido a Beatríz que la invitaría con su grupo de bridge.

-Eso es lo que quería decir -la tranquilizó Paula-. El martes paso todo el día con Pablito.

A Pedro le hizo gracia ver el tono rosado que adoptaban las mejillas de Paula al decir la mentira.

-Otra vez será.

Sus miradas volvieron a encontrarse y él sonrió amablemente.

-Sí. Claro -Paula se levantó y agarró su chaqueta-. Tengo que ir a ver cómo está Pablito. Encantada de volver a verlo, señor Alfonso.

-Pedro -le corrigió él mientras se levantaba-. Llámame Pedro, ¿de acuerdo?

-Pedro -ella estaba a medio camino cuando se dió la vuelta y lo miró-. Adiós.

-Vaya, vaya... -susurró Pilar-. Esta tarde está un poco... nerviosa. No sé si lo del trabajo es una buena idea.

Él podría haberle dicho exactamente por qué estaba nerviosa, pero no era cuestión de alterarla. Paula Chaves Rodríguez no se encontraba nada cómoda con él, pero estaba demasiado bien educada como para demostrarlo. Saltaban chispas cuando los maravillosos ojos de ella se clavaban en él y aunque no estaba seguro de lo que estaba pasando exactamente, sí empezaba a tener muy clara una cosa: Paula lo atraía en todos los sentidos. Y no era sólo porque había recibido el corazón de su marido. Era su pulso el que se aceleraba cuando ella entraba en la habitación; era su boca la que se secaba como la piedra pómez; era su estómago el que se encogía por el deseo.

Se reconoció que eso podía ser un problema y se recordó cómo había reaccionado ella cuando su suegra habló de conocer al receptor. El jamás podría decirle que tenía el corazón de su marido.

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