miércoles, 20 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 57

Pedro miró a su alrededor.

—¿Que mire qué?

—¡Libros! ¡Libros usados! Vamos a ver qué tienen —a Paula le estaba encantando el mercadito.

Pedro la observó mirar los libros.

—¿Eres alérgica a algo?—le preguntó.

—No, ¿por qué lo preguntas? —dijo ella mientras ojeaba una copia antigua de un libro de Ágata Christie.

—Porque estos libros están llenos de polvo y humedad.

—No te preocupes por ésos, aquí hay muchos más —dijo ella mientras se ilusionaba al encontrar otro libro de Ágata Christie que no había leído.

Pedro no prestó atención a los libros, estaba demasiado fascinado con ella como para hacerlo.

Una hora después abandonaron el puesto y Paula terminó con una caja de cartón llena de libros.

—¿No te gustó ninguno? —le dijo Paula al darse cuenta de repente de que él era el que iba a buscar algo para coleccionar.

—Sí, un libro de Umberto Eco que no había leído.

—¿Eso es todo?

—Es todo lo que quería, ¿qué te parece si llevo esa caja a la camioneta antes de que sigamos?

Paula miró el yeso  y después la caja.

El dueño del puesto notó las miradas de ambos y se apresuró a hablar.

—El precio de los libros incluye servicio de entrega hasta el coche —dijo el señor—-. ¡Rafael! -un niño adolescente apareció de inmediato— Lleva esta caja hasta el coche de estos señores.

—Por supuesto, papá —el niño terminó de comerse el dulce que tenía en la boca y llevó la caja como si no pesara nada.

—Mejor será que lo acompañe para abrir la camioneta —dijo Pedro.

—Iré mirando los otros puestos —le dijo Paula antes de que se fuera.

Cuando Pedro regresó Paula estaba mirando cómo una mujer hacía madejas de lana y después siguieron avanzando hasta un puesto de casas de muñecas.

Paula estaba tan fascinada con las casitas que Pedro sintió ganas de coleccionarlas con ella y quizá algún día podría incluso tener una pequeña niña con el sedoso pelo de Paula o un niño con sus precioso ojos marrones. Se llevó una tarjeta del hombre del puesto.

Pero lo primero que tenía que hacer era convencer a Paula de que casarse con él era una idea estupenda. Se preguntó cómo podría conseguirlo.

Él nunca había sentido la necesidad de pedirle a ninguna mujer que se casara con él, siempre había temido que casarse se interpusiera en su trabajo. Pero con ella todo parecía diferente, Paula sabría entender que a veces tendría que sacrificarse por su trabajo. No era del tipo de mujeres que exigían que un hombre estuviera a su disposición, ella tenía ambiciones personales que deseaba realizar.

Sonrió al recordar lo placentero que le había resultado sentarse en el salón con ella la noche anterior. Ella había leído y él había estudiado un caso de transplante de corazón.

Paula era una persona muy especial y él la amaba y como la amaba no sólo estaba dispuesto a trabajar un poco menos, sino que estaba deseando hacerlo. Deseando pasar el mayor tiempo posible con ella.

Sin embargo, ¿sentiría ella lo mismo por él? Pedro se dijo que parecía que le gustaba estar con él, que le gustaba besarlo pero no había visto en ella nada que le hiciera pensar que sintiera algo más profundo por él.

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