lunes, 29 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 25

Aunque tenía el cerebro embotado por la falta de sueño, Paula creía recordar que una vez había podido llegar a su destino y sencillamente salir del coche. Tal vez había tenido que llevar el bolso y el ordenador portátil, pero eso no era nada comparado con el viaje de aquel día hasta el estadio de los Astros. La bolsa de los pañales iba llena de cosas: Biberones, un cambio de ropa, juguetes, crema solar, la medicina para el delicado estómago de Isabella… Por no hablar de toallitas, pañales, pomada… La gente subía al Everest con menos carga. Con la bolsa de los pañales al hombro y empujando el cochecito por el aparcamiento, solo tenía una mano libre para sujetar a Thiago. Era la primera vez que llevaba a los niños a un sitio lleno de gente y estaba un poco angustiada.


–No te separes de mí –le advirtió al niño–. Y no te alejes cuando estemos dentro del estadio. Especialmente cuando estemos dentro.


–Bueno –murmuró Thiago, su rostro apenas visible bajo la gorra de los Astros, que prácticamente le tapaba los ojos. 


Pero el niño le había pedido que se la pusiera y, además, lo protegería del sol. Precisamente por el calor, Paula llevaba una camiseta roja sin mangas y un pantalón corto de color arena, pero mientras iba en el coche se había arrepentido porque no estaba acostumbrada a que sus compañeros de oficina la vieran con tan poca ropa. En fin… Al menos llevaba los colores del equipo. Aunque ella y su hermano se criaron fuera de Houston, su padre les había inculcado la pasión por el equipo local. Solía llevarlos al estadio y, al entrar, sintió cierta nostalgia. Estaba deseando enseñárselo a Thiago, pero el pobre había dormido tan poco que seguramente se quedaría dormido. Sus gritos a las tres de la madrugada le habían dado un susto de muerte.


–¡Mamá, hay agua en mi habitación!


Paula había saltado de la cama y había encontrado al niño con los ojos abiertos de par en par, manoteando para apartar un agua que solamente él veía. Había tardado un rato en despertarlo y esa terrible imagen se había quedado con él, impidiendo que volviese a conciliar el sueño. En cuanto entraron en el estadio, Thiago anunció que tenía hambre.


–¿Otra vez?


–Has dicho que me comprarías un perrito caliente –le recordó el niño, mirándola con cara de pena.


–Pero no quería decir nada más llegar –objetó ella–. Acabamos de comer.


–Tengo hambre otra vez –insistió el niño.


Paula prefería lidiar con eso que con un niño desconcertado que llamaba a su madre en medio de la noche.


–Dentro de un ratito, aún no. Primero vamos a buscar nuestros asientos, ¿De acuerdo? Y debería llevar a tu hermana al aseo.


La niña había ido dormida en el coche, pero acababa de despertarse y Paula estaba segura de que debía cambiarle el pañal. Desafortunadamente, la cola en los servicios era interminable.


–¿Por qué no vienes conmigo al de señoras? –le preguntó al niño cuando este le dijo que también tenía que ir al aseo–. Yo soy demasiado mayor para entrar en el de los chicos.


–Puedo entrar solo –replicó Thiago, arrugando la frente.


–Esto está lleno de extraños y no quiero perderte de vista.


–Pero es que puedo entrar solo.


Paula suspiró.


–Esta bolsa pesa mucho y te agradecería que me hicieras caso.


–Mi padre siempre me llevaba al de chicos –insistió el niño, intentando soltarse de la mano–. Ya soy mayor.


Tal vez echaba de menos a su padre y no era una simple pataleta, de modo que Paula se inclinó para hablarle con voz pausada.


–Eres mayorcito y sé que tu papá estaría orgulloso de tí, pero a él le gustaría que me hicieras caso.


–¿Algún problema? –escuchó una voz masculina tras ellos. 


Pedro. Encontrarse con él cuando iba cargada como una mula y estaba regañando a su sobrino no era mejor que su primer encuentro, pensó. Qué mala suerte.

Un Gran Equipo: Capítulo 24

Algo en el tono de Juan Manuel hizo que Pedro levantase la mirada… Y perdiese de vista la bola, que botó dos veces.


–¿Estás haciendo trampas?


–¡Claro que no! No esperaba que charlar un momento te hiciese perder la concentración. Juegas mientras hablas con clientes todo el tiempo –Juan Manuel sonrió–. A menos que la chica de la que estamos hablando te ponga nervioso, claro. Silvana me dijo que parecía haber cierta chispa entre vosotros.


Pedro puso los ojos en blanco.


–Silvana tiene mucha imaginación, algo habitual en los escritores. O quizá se siente culpable y quiere casarme con alguien lo antes posible.


–Está bien, no te haré más preguntas sobre tu compañera de trabajo –Juan Manuel hizo botar la bola un par de veces–. Pero podrías llevarla a la fiesta.


Era alarmantemente fácil para Pedro imaginarse del brazo de Paula y más fácil imaginarla con un vestido de noche. Había notado que tenía unas piernas fabulosas y una sonrisa que podría iluminar una habitación. Por supuesto, tendría que encontrar una niñera para esa noche… Frunció el ceño al darse cuenta de que ya estaba haciendo planes.


–No puedo salir con alguien de la oficina.


–¿Por qué no? Solo estás allí como asesor, ¿No?


–Ya, pero…


–Si no pudieras salir con las mujeres con las que trabajas o has trabajado, tendrías que tachar de la lista a miles de ellas.


–Deja de preocuparte por mi vida amorosa y saca de una vez – protestó Pedro.


En las reuniones de trabajo, él animaba a la gente a pensar en voz alta porque a menudo eso llevaba a soluciones que habían estado en el subconsciente desde el primer momento. ¿Sería bueno hablarle a Juan Manuel de Paula?, se preguntó. Pero decidió no hacerlo porque también había estado seguro de que Silvana era la mujer de su vida y había resultado ser un gran error. La mayoría de las mujeres con las que había salido reforzaban la imagen que tenía de sí mismo, pero cuando estaba con Paula veía una imagen distorsionada. El estoicismo que lo hacía tan eficaz era un problema cuando uno se enfrentaba a una mujer deshecha en lágrimas. Su habitual deseo de tener éxito, como le había explicado a ella, había sonado como una colosal arrogancia, un defecto más que un atributo. Que una vez hubiera tenido pesadillas sobre un coche parlante siempre lo había hecho sentir como un idiota, pero cuando se lo contó a Paula… Le había parecido una anécdota tonta, aunque enternecedora.


–¿Qué te pasa? –se quejó Juan Manuel, exasperado–. ¿Te das cuenta de que has perdido los últimos tres puntos y me falta uno para ganar?


–¿Qué? –Pedro se apretó el puente de la nariz con la mano libre–. Parece que hoy no estoy concentrado en el juego.


–Desde luego que no.


–El trabajo para el que me ha contratado Daughtrie es… Ligeramente diferente a lo habitual. Y si quieres que te diga la verdad, Javier me saca de quicio. Casi desearía no haber firmado el contrato.


–Javier no puede ser el único empresario insoportable con el que has trabajado, pero nunca te había oído quejarte.


–Perdona, no era mi intención aburrirte. Venga, saca.


–No, no quería decir eso. Es que me extraña porque nunca te quejas de nada. Es algo nuevo –Juan Manuel sonrió– y te convierte en un simple mortal.


Aunque Pedro sabía que su amigo estaba exagerado, sus palabras acababan de dar en la diana. Había pensado que Paula hacía que se viera de manera diferente, pero recordando su inquietud durante el verano o el impulso que le había hecho invitarla a comer, se preguntó si habría algo más. ¿Estaba cambiando, convirtiéndose en otra persona? Ese pensamiento lo animaba de una forma extraordinaria.

Un Gran Equipo: Capítulo 23

Encontrarse con Silvana en el restaurante había hecho que Pedro se sintiera culpable por no devolver la última llamada de Juan Manuel, pero esa no fue la única razón por la que lo llamó al móvil en cuanto volvió a la oficina. Cada vez que pronunciaba el nombre de Juan Manuel era un recordatorio de la amistad que habían compartido durante tantos años. Pensó en su primer año de universidad, cuando recibió la noticia de que su padre había muerto y cómo Juan Manuel, su compañero de habitación entonces, había intentado estar a su lado en todo momento.


–¿Sí? –escuchó la voz de Jake al otro lado del móvil.


–¿Tienes tiempo libre mañana? –le preguntó, a modo de saludo– . Hace tiempo que no te gano al tenis.


Al otro lado hubo una levísima pausa, tras la cual Juan Manuel soltó un bufido.


–Querrás decir nunca. Tirarte al suelo en el último set para ganar un punto no cuenta. Pero podemos vernos mañana después de las cuatro.


La tensión que Pedro sentía desapareció.


–Reservaré la pista y te enviaré un mensaje. Diría que te preparases, pero ambos sabemos que da igual, voy a ganarte de todas formas.


–¿Quién necesita una buena raqueta cuando el contrario eres tú? Podría ganarte con una de madera. Nos vemos mañana, Alfonso.



Pedro estaba peloteando en la pista cuando Juan Manuel apareció. Paradójicamente, mientras él estaba tenso, su amigo parecía más relajado que nunca, seguramente porque se había casado con la mujer de la que estaba enamorado y porque su padre, al fin, había dejado de beber.


–Me alegro de verte –dijo Pedro sinceramente.


–Fue un alivio que me llamaras. Es la primera vez que hablamos desde que te conté que Silvana y yo íbamos a casarnos y pensé que…


Pedro negó con la cabeza.


–Silvana se ha casado con el hombre con el que debía casarse. No puedo estar enfadado contigo por eso.


–Y eso lo dice el hombre que me dió un puñetazo –bromeó Juan Manuel.


–No podía seguir enfadado contigo para siempre –murmuró Pedro, que no quería recordar la noche en la que había perdido los nervios por primera vez en su vida.


Primera y última vez. Esa aberrante pérdida de control había sido completamente desconcertante para él.


–¿No recibieron la postal que les envié?


–Sí, claro, y significó mucho para Silvana. Estaba desolada pensando que había roto nuestra amistad.


–Dile que no se preocupe –Pedro apartó la mirada, avergonzado–. Bueno, si hemos terminado de hablar de sentimientos, yo he venido a jugar.


–Yo también. ¿Al mejor de tres?


–Al mejor de tres.


Eran igualmente habilidosos con la raqueta y ninguno de los dos tenía una clara ventaja, de modo que pelotearon durante un rato hasta que la bola salió fuera.


–Silvana me ha dicho que te vió comiendo con una chica –dijo Juan Manuel, rompiendo el servicio de Pedro.


O no podía contener la curiosidad o estaba intentando distraerlo y, conociendo a Juan Manuel, lo primero parecía más probable.


–Es una compañera de trabajo –respondió. Una a la que estaba vigilando, además. ¿Qué habría ocurrido de haberse conocido en otras circunstancias? Claro que no tenía sentido hacerse esas preguntas porque Paula y él llevaban vidas muy distintas–. Trabajo para Javier Daughtrie, ¿Te acuerdas de él?


–Sí, claro.


–Pues Paula trabaja en su empresa, fin de la historia.


–¿Estás seguro?

Un Gran Equipo: Capítulo 22

No sabía por qué, pero se sentía más ligera, como si aquella conversación con Pedro le hubiera quitado un peso de los hombros.


–Hay otra cosa que me daba miedo, pero nunca se lo he contado a nadie –dijo él entonces.


–¿Y qué es?


–¿Prometes no reírte?


–Claro.


–Los coches parlantes.


–¿Qué?


–Me daban miedo los coches parlantes. Mi padre invirtió en una empresa de nuevas tecnologías que organizaba una convención anual. Pues bien, me llevó una vez cuando era niño, más o menos a la edad de Thiago. Era una convención de inventores, y mientras mi padre hablaba con unos colegas yo me acerqué a un coche que estaba en exposición. Pero cuando iba a tocarlo, el coche me advirtió que me alejase… Seguramente era una alarma, pero sonaba como un robot diabólico y me dió pánico.


Paula intentaba contener la risa, pero eso solo empeoró la situación.


–Por favor…


–No, en serio, fue horrible. Imagina el trauma cuando al año siguiente salió El coche fantástico en televisión –siguió Pedro–. Pero yo estaba decidido a enfrentarme a mis miedos. Cuando mis padres se iban a dormir, yo iba de puntillas al garaje y me encerraba en el coche. Solo, por la noche, esperando que dijese algo. Me juraba que no me asustaría pasara lo que pasara.


La imagen era absurda pero enternecedora; un niño en pijama, solo en el garaje.


–Deberías contarles esa historia a tus clientes porque demuestra lo perseverante que eres. Pedro Alfonso, un hombre que siempre hace lo que tiene que hacer, pase lo que pase.


De repente, Pedro se puso serio.


–¿He dicho algo malo?


–No, no, al contrario –Pedro apartó la mirada–. Es que me has recodado que tenemos un trabajo que hacer. Deberíamos irnos.


–Tienes razón –asintió Paula–. Pero gracias por todo. Lo he pasado muy bien.


De hecho, no lo había pasado tan bien desde hacía… ¿Cuánto tiempo? Ni siquiera recordaba la última vez que estuvo comiendo, charlando y flirteando un poco con un hombre tan atractivo. Seguramente con Santiago antes de la ruptura, pero su relación con él se había convertido en algo rutinario.


–En fin, gracias por escucharme.


Paula no entendía por qué Silvana había dejado a un hombre como él. Pedro era perfecto… Para otra mujer, por supuesto. Para alguien que no tuviese tantos problemas como ella. Porque incluso peor que el potencial desastre de salir con alguien de la oficina sería que Thiago se encariñase con otro adulto que desapareciera de su vida. De modo que Pedro era tan inalcanzable como las millonarias mansiones de River Oaks. ¿Para qué tentarse mirando unas propiedades que nunca podría tener?

Un Gran Equipo: Capítulo 21

 –Quiero creer que hago todo lo que puedo.


–Seguro que sí –asintió él–. Solo te ví con tu sobrino unos minutos, pero creo que los dos son muy afortunados de tenerte.


–Eso es lo que dice Florencia… Mi mejor amiga, Florencia Wilder. Pero no sé si tienen suerte o no. Thiago aprendió a nadar a los tres años, pero desde que sus padres murieron le da pánico el agua. No quiere ni oír hablar de la playa e incluso tiene miedo de meterse en la bañera – pensando que aquella era una conversación demasiado mórbida para un almuerzo de trabajo, intentó sonreír–. ¿Qué cosas te daban miedo cuando eras niño?


–Cometer errores –respondió él–. Eso me daba mucho más miedo que los matones del colegio.


–¿Tuviste problemas con unos matones? –exclamó Paula, sorprendida. No podía imaginar a nadie metiéndose con un hombre que medía un metro ochenta y cinco.


–Una vez –Pedro sonrió–. Pero Juan Manuel se puso de mi parte y nunca volvió a pasar.


Su amigo de la infancia se había puesto de su lado… Para luego robarle la chica. Qué interesante. Pero después del inesperado encuentro con Silvana, Pedro seguramente prefería no hablar del asunto.


–¿Por qué te daba miedo cometer errores? Todo el mundo los comete.


–Yo intentaba evitarlos a toda costa, de modo que no he aprendido a meter la pata para después recuperarme y seguir adelante… –Pedro hizo una mueca–. ¿De verdad he dicho eso? Debo parecerte el tipo más arrogante de todo Texas.


–No seas tonto, Texas es enorme. Tal vez el más arrogante del golfo –bromeó Paula.


–Vaya, gracias por ponerlo en perspectiva.


La comida estaba rica, pero Paula apenas probó bocado; sus sentidos estaban demasiado centrados en el hombre que tenía enfrente.


–Creo que me preocupaba cometer errores por mis padres –dijo él finalmente.


–¿Por qué? ¿Te presionaban para que sacaras buenas notas?


–No, mis padres eran maravillosos, casi perfectos, de modo que yo quería ser como ellos –Pedro sonrió–. Mi madre sufrió un cáncer de mama el año pasado y yo… No sabía cómo hacer que se sintiera mejor, y pensé que si mi padre estuviera vivo lo habría hecho.


Paula apretó su mano.


–Tu madre es afortunada de tenerte y seguro que agradece mucho todo lo que haces por ella.


Eran unas palabras de consuelo no solo para Pedro sino para ella misma. ¿El cariño que sentía por sus sobrinos sería suficiente? ¿Se acordarían de eso con el paso de los años y olvidarían sus torpezas de primeriza? 

miércoles, 24 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 20

 –Quería llamarlo, pero he estado muy ocupado con un nuevo trabajo –Pedro señaló a Paula–. Pensábamos charlar mientras comíamos.


–¿Trabajan juntos? –Silvana perdió la sonrisa de repente, como si la noticia le disgustase–. Entonces, los dejo. Pero nos veremos en la fiesta, dentro de dos sábados, ¿Verdad?


–Por supuesto –respondió él, jovialmente. Aunque su sonrisa desapareció en cuanto la morena se dió la vuelta–. Mi ex prometida –le explicó a Paula–. Silvana y Juan Manuel se casaron en secreto, pero van a celebrar una fiesta con todos los amigos dentro de dos semanas.


–¿Juan Manuel? ¿Tu mejor amigo? –exclamó Paula.


–¿Qué quieren beber? –les preguntó el camarero.


–Pues… Agua mineral para mí –contestó Paula, visiblemente perpleja.


–Lo mismo –dijo Pedro.


Los dos se quedaron en silencio un momento mientras miraban la carta. Paula sentía como si el tema del compromiso roto hubiese quedado colgado en el aire, pero no sabía qué decir.


–Yo también estuve prometida –le contó finalmente–. Hasta principios del verano.


–¿También él se marchó con tu mejor amiga?


–No, no…


Pedro le hizo un guiño.


–Entonces, yo gano.


La broma disipó la tensión y cuando el camarero volvió decidieron pedir dos platos diferentes y compartirlos. Ninguno de los dos pidió la quîche de verduras.


–Antes me has preguntado si Juan Manuel y yo nos llevábamos bien.


Paula hizo un gesto.


–Creo que mi pregunta ya está contestada.


–No les guardo rencor, pero nuestros encuentros son… Un poco forzados.


Eso era decir poco, pensó Paula.


–Estás siendo muy maduro. Si mi ex entrase aquí ahora mismo, dudo mucho que le sonriera. O tal vez sí, pero por dentro tendría pensamientos diabólicos.


–¿Crees que puedes ser diabólica?


–Por supuesto. No me subestimes.


–Lo tendré en cuenta.


–Era una broma, ¿Eh? –dijo Paula, al ver que la miraba con expresión seria.


–Bueno, ¿Qué pasó entre tu prometido y tú? Sé que no es asunto mío, pero ya que estamos intercambiando historias…


–Fueron los niños –respondió ella–. Al menos, esa fue su excusa. En cuanto tuve que hacerme cargo de mis sobrinos empezó a mostrarse distante y no tardó mucho en romper el compromiso. Según él, convertirse en padre antes de casarse no entraba en sus planes.


–¿Te dejó cuando murió tu hermano? ¿Cuánto tiempo llevabas con ese idiota?


–Tres años, pero hizo lo que debía. Santiago no estaba preparado para ser padre.


–¿Y tú sí?


Paula sabía que no pretendía juzgarla, que solo intentaba ser comprensivo, pero de todas formas torció el gesto porque esa era la pregunta que ella misma llevaba haciéndose desde el día en que se había hecho cargo de Thiago e Isabella.


Un Gran Equipo: Capítulo 19

Era tan diferente a otras mujeres que conocía… Su estoica madre, por ejemplo, o las chicas de la alta sociedad de Houston con las que había salido. O Silvana, que era una persona reservada. Además, él mismo no era una persona extrovertida, así que se sentía un poco incómodo con la gente expresiva. Juan Manuel se metía con él en la universidad porque le dolía romper con las chicas; su mayor temor era que alguna se pusiera a llorar. Una ex novia incluso le había tomado el pelo sobre su naturaleza reservada.


–¿Seguro que eres de Texas? –le había preguntado, burlona–. Los texanos llevan pantalones vaqueros, conducen camiones y cantan canciones country cuando les rompen el corazón. Tú pareces británico.


Su serenidad en momentos de crisis era una de las razones por las que era un buen asesor. Los clientes podían contar con él para resolver cualquier problema y, en aquel momento, su cliente era Javier Daughtrie. Y, a pesar de que a veces lo sacaba de quicio, pensaba hacer el trabajo que le había encomendado. Además, no era una tarea nada desagradable cuando una de las personas a las que debía vigilar tenía unos suaves rizos cobrizos enmarcando un rostro encantador y unas piernas estupendas. Paula esperaba en el pasillo y, sin poder evitarlo, Pedro la miró de arriba abajo con admiración. La primera vez que la vió no se había dado cuenta de lo guapa que era, algo comprensible dado que estaba hecha un mar de lágrimas. Como solo había dos mujeres en el equipo, no era difícil notar las diferencias entre ellas. Pilar, objetivamente hablando, era una mujer muy atractiva, pero con un carácter demasiado agresivo. Paula era más como un retrato que llamaba su atención, invitándolo a encontrar algo nuevo cada vez.


–¿Te apetece ir a algún sitio en particular?


Ella negó con la cabeza.


–No, me da igual. Pero no tienes que llevarme a comer, en serio. Puede que haya estado un poco despistada pero…


–No es eso. Me apetece comer contigo.


–Muy bien –Paula sonrió–. Entonces, vamos a cualquier sitio menos a una pizzería para niños.


A pesar del calor, decidieron ir caminando hasta un restaurante cercano. No merecía la pena subir al coche para recorrer dos manzanas.


–Si voy a tener que correr con un montón de niños en el campo de fútbol necesito hacer ejercicio –bromeó ella.


–Juan Manuel y yo jugábamos al fútbol en el colegio.


–¿Juan Manuel?


–El amigo de la infancia del que te hablé. Yo soy hijo único, pero él es como de mi familia.


Paula asintió con la cabeza.


–¿Entonces siguen llevándose bien?


Pedro se detuvo bajo el toldo del restaurante y abrió la puerta.


–Es complicado.


El frío del aire acondicionado era más que bienvenido y, por suerte, no había demasiada gente. El maître los acompañó a una mesa.


–El problema del menú cuando uno tiene hambre es que todo suena bien –murmuró Paula.


–Sí, es verdad.


–¿Pedro? –escucharon la voz de una mujer.


Una bonita morena con un vestido azul eléctrico se acercó a la mesa. Llevaba el pelo en una melenita perfectamente peinada y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no pasar la mano por sus rizos. Pedro la miraba con cara de sorpresa, pero no parecía precisamente contento.


–Hola, Silvana. No esperaba… ¿Cómo te encuentras? Estás muy guapa, por cierto. El matrimonio te sienta bien.


La joven sonrió.


–Siento interrumpir… soy Silvana McBride.


–Encantada. Paula Chaves.


–¿Juan Manuel está contigo? –preguntó Pedro.


–No, hoy tiene guardia. He venido al centro para ver a mi editor… Acabamos de comer, os recomiendo la quîche de verduras.


–Encantado de volver a verte. Saluda a Juan Manuel de mi parte.


–Lo haré.

Un Gran Equipo: Capítulo 18

 –No, en realidad… ¿Por qué no comemos juntos, Paula? – sugirió Pedro entonces–. Espero que no te importe, Pilar. Como líder del proyecto, es mi responsabilidad comprobar que todos los miembros del equipo conocen los objetivos.


Paula estaba sorprendida y un poco avergonzada por la invitación. Ella no necesitaba un tutor, pero tampoco podía admitir que la razón por la que parecía perdida no tenía nada que ver con el trabajo. Sin embargo, mereció la pena por ver la expresión de Pilar, que lamentaba no haberla hecho quedar mal, como era su intención. Y, además, había conseguido una cita con Pedro… No, no era una cita, iban a comer juntos para hablar de trabajo. Nada más.


–Me parece bien –asintió finalmente.


–Estupendo –dijo él–. Saben que los bancos y las grandes empresas contratan gente para que entre ilegalmente en sus programas y descubrir así las debilidades de sus competidores. Pues bien, me gustaría que me dijeran cómo entrarían ilegalmente en los programas de la empresa y cómo borrarían sus huellas –Pedro sonrió–. Ya saben lo que dicen los actores: Es más divertido hacer de malo. Esta es su oportunidad de pensar como delincuentes.


Paula se aclaró la garganta, deseando decir algo, cualquier cosa, que la hiciese parecer alerta y mentalmente ágil.


–Un buen programador podría borrar sus huellas sin el menor problema, ¿Por qué no hacer que parezcan las huellas de otro? La mayoría de la gente no se molestaría en investigar más.


–Interesante –murmuró él, sorprendido–. Sigue, por favor.


En realidad, Paula había dicho lo primero que se le había pasado por la cabeza, pero su entrenamiento y su talento le hicieron encontrar un par de posibilidades más. Aunque se tardaría mucho tiempo en desarrollar el plan, sus compañeros parecían impresionados. Adrián Jenner soltó una carcajada.


–¿Quién hubiera imaginado que tras esa carita inocente se escondía una mente tan retorcida?


–Desde luego –asintió Pilar–. A partir de ahora tendré mucho cuidado contigo.



Pedro miró el reloj. Paula y él habían quedado a la una en los ascensores. Aún faltaban unos minutos y había mirado el reloj con más frecuencia de la que debería. Invitarla a comer había sido un gesto impulsivo, algo raro en él. Pero la evidente antipatía de Pilar lo había instado a tener un gesto de galantería con Paula. Era algo que hubiera hecho su mejor amigo, Juan Manuel McBride, un bombero que rescataba gente todos los días. Juan Manuel lo había rescatado a él en el colegio, cuando tres matones lo habían acorralado en el pasillo. Tenerlo a su lado había equilibrado la pelea. Después de eso fueron como hermanos, pero cuando Silvana canceló la boda porque se había enamorado de Juan Manuel… En fin, la relación entre ellos se había vuelto tensa. Pedro no estaba enfadado con su amigo, pero tampoco respondía a sus mensajes de inmediato, como antes. Solían cenar juntos en un restaurante mexicano, Comida Buena, adonde pensó que podía ir a comer con Paula, pero estaba lejos de la oficina. Paula Chaves era encantadora e inteligente y le caía bien, pero eso hacía que verla como una ladrona le resultase incómodo.

Un Gran Equipo: Capítulo 17

 –¿Alguna sospecha del departamento de tecnología informática? –le preguntó Javier.


–Creo que sí. Aunque, por el momento, es una intuición.


–Entonces será mejor que vuelvas a la oficina. Deberías vigilar de cerca a las dos mujeres –dijo Javier, preparándose para golpear la pelota.


–¿Qué quieres decir?


–Ganan menos dinero que los hombres y sé que eso les molesta.


Pedro se preguntó si a Javier le molestaría que alguien infravalorase su trabajo.


–¿Crees que el motivo podría ser el resentimiento?


–Podría ser.


–Si les pagases el mismo sueldo que a los hombres no habría razón alguna para que estuvieran resentidas.


–Las programadoras informáticas no ganan lo mismo que los hombres, todo el mundo sabe eso, Pedro.


Pedro apretó los labios. No era buena idea golpear a la persona que le pagaba a uno con un palo de golf, pero mientras volvía a la oficina iba pensando en lo que le había dicho Javier. Aunque él tenía experiencia en robos informáticos, no era un detective. ¿La avaricia sería suficiente para corromper a una persona o Javier tendría razón al decir que el móvil del robo era el resentimiento? Sería más fácil robar a alguien si uno se sentía infravalorado. Pero tal vez no era avaricia, sino desesperación. Alguien que tuviese que pagar deudas o múltiples facturas… Alguien que había tenido que hacerse cargo de dos niños. Ese pensamiento lo dejó helado. ¿Desde cuándo era Paula tutora legal de sus sobrinos? «Eso es una tontería. Paula no ha robado información confidencial para venderla». Recordó entonces lo disgustada que estaba el día que la conoció y la preocupación que sentía por sus sobrinos. El instinto le decía que una mujer tan generosa era incapaz de robar. Además, aunque lo intentase, no podría disimular. Paula Chaves tenía una de esas caras que no podían ocultar nada. Pero en realidad no la conocía y no podía sacarla de la lista de sospechosos solo porque el instinto le dijera que no podía ser ella… O porque tuviera esperanzas de que no lo fuese. Tendría que conocerla mejor, decidió.




«Maldita sea, Florencia». A la mañana siguiente, Paula culpaba al comentario de su amiga por su falta de concentración. «No serán compañeros durante mucho tiempo». Tal vez no, pero por el momento lo eran y debía concentrarse en sus palabras, no en lo guapo que estaba. Se había remangado la camisa, mostrando unos fuertes antebrazos, y su pelo, por una vez, no estaba en su sitio, sino un poco despeinado. Le gustaría tanto pasar los dedos por él y…


–¿Señorita Chaves… Paula? –Pedro había pedido que todos se llamasen por el nombre de pila, pero no daba la impresión de sentirse cómodo–. ¿Me sigues? Pareces perdida.


–Tal vez porque ha faltado a varias reuniones últimamente – intervino Pilar, con falso tono de preocupación–. Si quieres, podemos comer juntas. Yo te contaré todo lo que te has perdido.


Adrián Jenner apartó la mirada y otros parecieron encontrar la superficie de la mesa increíblemente interesante.

Un Gran Equipo: Capítulo 16

 –Aquí viene tu sobrino –le advirtió Jonna.


Thiago se acercó a ellas, cabizbajo.


–¿Lo estás pasando bien?


–Sí, pero tengo sed.


Paula le dió su refresco y un par de monedas para la máquina de marcianitos.


–Después iremos a ver qué hay al otro lado del restaurante, ¿Te parece?


–Bueno.


–Y recuerdas lo que he dicho de volver temprano a casa, ¿Verdad?


El niño arrugó el ceño.


–Sí, me acuerdo –Thiago se alejó, suspirando.


–Puede que ahora te cueste mucho, pero eso ha sido el típico «Sí, mamá» –dijo Florencia–. Debes de estar haciendo algo bien.


–Gracias –Paula esperó un momento para no parecer demasiado interesada–. Entonces conoces a Pedro, ¿No? ¿Debo saber algo sobre él? Al fin y al cabo, trabajamos juntos.


–¿Solo lo preguntas por eso? –bromeó su amiga.


Paula se encogió de hombros.


–Admito que es guapísimo, pero no pienso seducirlo en la sala de juntas ni nada parecido. Aunque tuviese tiempo para salir con alguien, nunca lo haría con un compañero de trabajo.


Uno que, además, estaba por encima de ella. Pilar la acusaría de buscar favoritismos, y no merecía la pena pasar por eso solo por unos ojos verdes.


–Sé que estuvo prometido hasta hace unos meses –dijo Florencia–. Con Silvana no-sé-qué, una periodista. Eran una pareja muy atractiva y me sorprendió saber que ella lo había dejado.


–¿Ella lo dejó?


Paula se preguntó por qué una mujer dejaría a un hombre como Pedro, guapo, rico y, a juzgar por su actitud, comprensivo y amable.


–Se enamoró de otro, creo. Pobre Pedro –Florencia sonrió–. Una pena que yo esté con Damián y no pueda consolarlo.


Paula soltó una carcajada.


–Eres terrible.


–¿De verdad nunca saldrías con un compañero de trabajo? Tal vez podrían consolarse el uno al otro. A los dos les han roto el corazón, así que tienen algo en común.


–Santiago no me rompió el corazón –dijo Paula. De hecho, casi le parecía desleal lo poco que lo echaba de menos–. Nunca pensé que fuera mi alma gemela o el hombre con el que estaba destinada a pasar el resto de mi vida, pero pensé que podría contar con él.


–Lo sé –asintió Florencia–. Pero estás mejor sin él. Y, además, Pedro solo está contratado durante unos meses, de modo que no es exactamente un compañero de trabajo.


–¿Y?


–Que has dicho que no sales con compañeros de trabajo, pero Pedro no lo es exactamente. O no lo será durante mucho tiempo.





Aunque según el informe meteorológico aquel día volvería a hacer calor, la brisa matinal era lo bastante fresca como para saber que el otoño estaba a la vuelta de la esquina. Pedro iba a reunirse con Javier Daughtrie en el club de golf. Le había pedido que se reuniera con él allí para charlar sin que el trabajo de la oficina los interrumpiera.


–Bueno, por el momento, ¿Qué te parece? –le preguntó su antiguo compañero de facultad, mientras ensayaba el golpe.


Pedro eligió sus palabras cuidadosamente, sabiendo que su opinión podría afectar a las personas con las que había trabajado esa semana. Los empleados de Javier le caían bien, sobre todo Paula Chaves. La familia era importante para él, una de las razones por las que se había comprometido apresuradamente con Silvana, y entendía por lo que Paula estaba pasando. De hecho, la admiraba por darles una familia a sus sobrinos.


–Aún no tengo pruebas, pero que no las haya encontrado significa que el responsable es un experto.


Daughtrie le había confiado que después de perder tres pujas no le había hablado a nadie de la última. Sin embargo, si las sospechas de Pedro eran correctas, alguien había logrado esa información y la había filtrado a la empresa competidora. Cualquiera podría borrar datos superficiales, pero había que ser un experto para no dejar huellas.

lunes, 22 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 15

 –No estoy en casa esperando que algún hombre vaya a buscarme, estoy muy ocupada.


En casa, preocupándose de que el biberón de Isabella estuviese a la temperatura adecuada o si debía dejar que Thiago viese una película en la que unos androides se desmembraban entre sí.


–Tal vez el hombre ideal para tí sea alguien que tenga experiencia con niños –dijo Florencia, repentinamente emocionada por la idea–. Un padre divorciado, por ejemplo, que sepa por lo que estás pasando y que quiera entrenar a un equipo de fútbol.


Estaría bien tener ayuda y no sentirse tan sola, desde luego. Paula intentó imaginar a un padre divorciado de bonita sonrisa y unos hombros en los que pudiera apoyarse… Pero el rostro que imaginó fue el de Pedro. Probablemente un recordatorio de que los niños eran su prioridad en ese momento.


–Aparte de Thiago, el único hombre en mi vida ahora mismo es Pedro Alfonso.


–¿Cómo lo has conocido? –exclamó su amiga.


Paula la miró, sorprendida.


–Trabajo con él, al menos durante unos meses.


–¿Es el nuevo director de proyectos? No me habías dicho su nombre.


–¿De qué lo conoces?


–Su madre es una filántropa y nos hemos encontrado un par de veces en eventos benéficos en los que yo representaba al museo. Me dijiste que era atractivo, pero… No sabía que fuera tan atractivo.


Paula recordó su encuentro con Pedro. La buena noticia era que no había vuelto a meter la pata desde el martes, pero tampoco había hecho nada para quedar bien. De ahí su determinación de impresionarlo. Aunque no sería su supervisor durante mucho tiempo, él informaría a Javier Daughtrie y ella necesitaba desesperadamente conservar su puesto de trabajo. Por el momento, podía hacerse cargo de los gastos, pero con los años las facturas aumentarían: Aparatos para los dientes, campamentos, clases de música.


Un Gran Equipo: Capítulo 14

Cuando llegaran a casa, donde Isabella estaría rodeada de sonidos suaves como el CD de música para bebés o el tintineo del móvil sobre su cuna, la niña abriría los ojos como platos. En la pizzería, sin embargo, con el mismo ruido que el aeropuerto de Houston, decibelio por decibelio, entre los videojuegos, los gritos de los niños y la música, Isabella estaba prácticamente comatosa, profundamente dormida en su moisés. Por supuesto, Paula sabía que iba a pagar por ello mas tarde. De ningún modo iba a dormir de un tirón toda la noche, pero casi merecía la pena por tener unos minutos de paz para charlar con Florencia. Menuda ironía. Un mes antes, aquel sitio le habría parecido demasiado ruidoso, demasiado hortera, la antítesis de la paz que tanto buscaba. Estaba adaptándose, evidentemente. Dos mellizos pasaron corriendo a su lado, discutiendo a voz en grito. Uno de ellos estuvo a punto de tirar la copa de Florencia y su amiga torció el gesto, algo raro en ella, que era una alegre y despreocupada rubia. Paula adoraba el natural optimismo de su amiga, pero durante su época universitaria siempre se había preguntado cómo podía alguien estar tan alegre a primera hora de la mañana sin tomar medicación.


–Admito que enamorarme de Damián me ha llevado a soñar alguna vez con una boda, pero este sitio te quita las ganas… –Florencia se mordió los labios–. Ay, perdona. No me refería a Thiago e Isabella. 


Paula dejó su refresco sobre la mesa.


–No pasa nada. Después de ver esto, entiendo que no quieras tener hijos. Tampoco yo estoy preparada, te lo aseguro.


Aparte de los juegos de rigor, la pizzería tenía un laberinto de túneles que llegaba hasta el techo, con ventanas de plástico transparente para que las nerviosas madres pudieran ver lo que hacían los niños. Tanner se había metido en uno de los túneles superiores y estaba mirando tranquilamente lo que hacían los de abajo. A Paula le gustaría que jugase con los demás niños, pero estaba sonriendo, así que mejor no quejarse.


–No puedo creer que haya tanta gente un miércoles por la noche –añadió. Todos los niños debían ir al colegio al día siguiente, incluido Thiago.


–Estarán celebrando algún cumpleaños –sugirió Florencia.


–Eres una santa. Gracias por darme la idea de venir aquí. Isabella se ha quedado dormida y Thiago parece estar pasándolo bien.


Su amiga frunció los labios.


–Me alegra que se porte mejor que la mayoría de estos monstruitos, pero…


–Lo sé, pero el fútbol empieza la semana que viene y tal vez se anime un poco –dijo Paula–. Y no te rías.


Cuando descubrió que ella iba a ser la entrenadora del equipo, Florencia había soltado una carcajada de incredulidad.


–Lo siento, es que no puedo imaginarte con una gorra y un silbato dando charlas a un montón de niños, pero aplaudo tu decisión. Será bueno para tí y para Thiago. Y tal vez para tu vida social.


Paula levantó los ojos al cielo.


–¿Qué vida social?


–Por eso precisamente. No has salido con nadie desde que Santiago te dejó. ¿Debo decir una vez más que estás mejor sin él? Ahora eres libre para conocer a otro hombre.


Aunque era cierto, Paula no estaba precisamente de brazos cruzados.

Un Gran Equipo: Capítulo 13

Pedro la sorprendió apretando su mano. Era un sencillo gesto de compasión, un gesto de humanidad, pero se había sentido tan aislada ese día, tan angustiada, que lo agradeció de corazón.


–Gracias –logró decir, después de tragar saliva–. De verdad me ha pillado en un mal día.


–Los malos días irán siendo cada vez menos, ya lo verá.


Ella asintió con la cabeza.


–Es usted muy amable.


–Lo dice como si le sorprendiera.


–No, no, solo quería decir… Considerando la primera impresión que se ha llevado de mí, es más de lo que merezco.


En realidad, un hombre al que no conocía de nada estaba mostrándose más comprensivo que su prometido. Desde el día que supo que sería la tutora legal de dos niños hasta el día que rompió con ella, Santiago se había mostrado frío e impaciente. Pedro ya no estaba tocándola y seguramente era lo mejor, pero estaba lo bastante cerca como para sentir el calor de su cuerpo y respirar el aroma de su colonia masculina…


–Sus compañeros tienen muy buena opinión de usted.


–¿Ah, sí?


–Durante la reunión, muchos de ellos me han dicho que debería pedir su opinión.


Paula intentó no pensar que si Pilar había sido una de ellos solo lo habría hecho para recalcar su ausencia.


–Siento mucho no haber podido estar allí. Hoy no puedo quedarme más tarde de las cinco, pero tal vez mañana…


Él levantó una mano.


–No se preocupe por eso. ¿Thiago volverá mañana al colegio?


–Sí, claro.


–Entonces, nos veremos mañana. Por ahora, necesito hablar con la señorita López sobre unos cambios en el software de la empresa –Pedro iba a salir de la sala, pero se volvió–. ¿Puedo hacer algo por usted?


Podría ser una pregunta retórica, pero parecía sinceramente decidido a ayudarla.


–Solo una cosa –respondió Paula, sin pensar que no debería pedirle más favores–. A Thiago le encanta jugar al fútbol y lo he apuntado en el equipo del barrio, pero necesitan un entrenador.


Pedro frunció el ceño.


–Yo sé algo de fútbol americano, pero los niños juegan al fútbol europeo, ¿No?


–No estaba pidiéndole que hiciese de entrenador, yo me he presentado como voluntaria –se apresuró a decir ella–. Solo intentaba encontrar valor para decirle que alguna vez tendré que salir unos minutos antes para llegar a tiempo al entrenamiento.


–Ah, ya –murmuró él–. No creo que sea un problema… A menos que su trabajo se vea resentido por ello.


–No, en absoluto. Y gracias por ser tan comprensivo. A Thiago le encantan los deportes y espero que esta sea una buena manera de conectar con él.


–¿Sabe que Javier Daughtrie invita a todos los empleados al partido de los Astros este fin de semana?


Paula asintió con la cabeza. Era un evento anual que se había convertido en una tradición.


–Pensaba ir con los niños.


–Genial, entonces nos veremos allí –Pedro esbozó una sonrisa–. Aparte de verla todos los días en la oficina, claro.


–Ya, claro.


Que ella supiera, todos los empleados habían sido invitados a acudir con sus familias. No era precisamente una cita íntima, de modo que no había razón para ponerse colorada o alegrarse porque iba a verlo el fin de semana.  Pero así era.

Un Gran Equipo: Capítulo 12

 –Entonces, puedes tomar una chocolatina.


–¿Y tú, tía Paula? –preguntó Magalí–. Creo que también a tí te vendría bien una.


–Desde luego que sí.


Lamiéndose el chocolate de los dedos unos segundos después, Paula se sentía lo bastante reconfortada como para enfrentarse con Pedro Alfonso y darle explicaciones sobre su repentina ausencia. Pero sentirse reconfortada no evitó que diera un respingo cuando él entró en el despacho de Magalí.


–Ah, vaya, iba a buscarlo.


–Qué coincidencia –dijo él–. Es una suerte que el director de marketing me haya pedido que viniera a hablar con la señorita López. ¿Y a quién tenemos aquí? –preguntó luego, al ver a Thiago.


–Es mi sobrino, Thiago Cahves –Paula cruzó mentalmente los dedos para que Pedro se ablandase al ver al niño. Al fin y al cabo, había estado a punto de casarse. Claro que tal vez era como Santiago y los niños le horrorizaban–. Thiago, te presento a mi jefe, el señor Alfonso.


–Hola.


–Encantado –dijo él–. Señorita Chaves, me gustaría aprovechar la oportunidad para contarle lo que se ha perdido en la reunión.


–Thiago puede quedarse un rato conmigo –intervino Magalí.


Paula lo siguió hasta una pequeña sala de juntas, donde se dejó caer sobre una silla, intentando controlar su nerviosismo. Pedro cerró la puerta y permaneció de pie, con los brazos cruzados, sin decir una palabra hasta que a ella se le encogió el estómago. Pero no era el momento de meter la pata, y se mordió los labios para no lanzarse a hablar a tontas y a locas. Él la miraba con tal intensidad que casi esperaba que empezase a interrogarla.


–Imagino que Thiago es la razón por la que tuvo que marcharse a toda prisa –empezó a decir finalmente–. ¿La han llamado del colegio?


–Me temo que sí –respondió ella–. Parece que tuvo un pequeño problema con otro compañero… Imagino que usted nunca se metía en líos en el colegio.


No sabía por qué había dicho eso en voz alta, pero tenía un aspecto tan irritantemente perfecto, tan guapísimo, con su bien cortado traje… Un chico de oro en el mundo de los negocios. Desearía poder retirarlo, pero él no parecía ofendido.


–Mi mejor amigo era un tarambana. Tenía buenas intenciones, pero no siempre pensaba en las consecuencias y me arrastraba con él.


Tal admisión era tan humana y sincera que Paula sonrió. Con su metro ochenta y cinco y su mandíbula cuadrada era difícil imaginar a Pedro Alfonso metiéndose en líos.


–Thiago es un buen niño, pero perdió a sus padres este verano. Él y su hermana pequeña están viviendo conmigo ahora. Soy su tutora legal y… En fin… Seguimos intentando acostumbrarnos.


Pedro la miró, sorprendido.


–Mi padre murió cuando yo estaba en la universidad, de modo que sé lo que se sufre. Aunque yo tuve la suerte de contar con él durante toda mi infancia. Lo siento mucho… ¿Dice que es su sobrino?


–Su padre era mi hermano. Mi cuñada y él murieron cuando el barco en el que viajaban se hundió –Paula exhaló un suspiro–. Mis padres viven todavía y… Aunque he leído todo lo posible y he hablado con varios psicólogos, no puedo imaginar cómo debe de estar pasándolo el pobre Thiago. Lo ha perdido todo: A sus padres, su casa, sus amigos del colegio… Isabella tiene cinco meses y llora todo el tiempo, pero ella apenas conoció a sus padres y…

Un Gran Equipo: Capítulo 11

 –Vamos, Thiago, la tía Paula tiene que ponerse a trabajar para pagar los pañales de Isabella.


El niño arrugó la nariz.


–Usa muchos pañales.


–Desde luego que sí –asintió. 


Pero el número de pañales que Isabella necesitaba no era nada comparado con lo que la esperaba: Enseñarle a ir al baño, a caminar, a hablar. Respirando profundamente, se recordó que aún faltaba mucho para eso y decidió no pensar en ello. Ya había tenido suficiente por un día. En el ascensor, miró en la mochila de Thiago para ver si tenía algo con lo que entretenerse. Llevaba un cuento, un plumier con lápices y un cuaderno de dibujo.


–Por aquí –murmuró.


El niño la miró, inclinando a un lado la cabeza.


–¿Por qué hablas tan bajito?


–No lo sé. Ven, voy a presentarte a mi amiga Magalí. Es muy simpática y, si eres amable con ella, seguro que te dará un caramelo.


El bote de caramelos que Magalí tenía en su escritorio era legendario. Nada de productos baratos, sino de la mejor calidad, e incluso chocolatinas. Todo el mundo encontraba excusas para charlar con ella, especialmente a última hora, cuando necesitaban una descarga de azúcar para aguantar hasta las cinco. Magalí enarcó una ceja cuando Paula asomó la cabeza en su despacho.


–¿Dónde te habías metido? Han preguntado por tí.


Paula suspiró.


–Ha habido una pequeña emergencia en el colegio de Thiago – le dijo, empujando suavemente al niño–. Mi sobrino va a estar aquí unas horas.


Las cejas de Magalí desaparecieron en la raíz de su pelo, pero esbozó una sonrisa.


–Me alegro de conocerte, Thiago. Soy Magalí López, pero puedes llamarme Maga. Por casualidad, ¿No te gustará el chocolate?


Los ojos del niño se iluminaron, pero cuando iba a dar un paso adelante se detuvo.


–Me gusta mucho el chocolate, pero estoy castigado. Seguramente no me lo merezco.


–¿Juras que nunca volverás a empujar a nadie por decir que no tienes papá y mamá? –le preguntó Paula, intentando no pensar que un niño que se metía con otro porque no tenía padres merecía un empujón.


–Te lo juro, tía Paula.

viernes, 19 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 10

 –Creo que Thiago es sincero al decir que no quería hacer daño al otro niño, pero no debería haberlo empujado. Tarde o temprano, alguien le dirá algo que le haga daño o que le moleste, y responder con violencia no es aceptable.


–Hablaré con él –le prometió ella.


–Según nuestras normas, no tengo más remedio que expulsarlo durante un día. Tendrá que irse a casa con usted y mañana pasará el día en el despacho de la señorita Lee. Después de eso podrá volver a clase, pero antes tendrá que disculparse con el otro niño. Y la profesora hará que el chico se disculpe por burlarse de que Thiago no tenga padres.


–Muy bien –asintió Paula. 


No era lo ideal, pero podría haber sido peor.


–¿Le explicará a su sobrino que no debe volver a pasar?


–Por supuesto.


–Muy bien, entonces vaya a buscarlo. Tal vez debería hablar con la señorita Lee, ella podría aconsejarla. Queremos que Thiago lo pase bien en el colegio, señorita Caine, pero no podemos aceptar que se muestre violento con otros niños.


Seguramente era un buen consejo. Le vendría bien ayuda profesional para tratar con su sobrino, aunque no sabía cómo iba a salir de la oficina para hablar con la psicóloga. Su jefe le había dado dos semanas libres cuando Diego murió y tenía la sensación de que no debería tentar a la suerte. De modo que… ¿Qué iba a hacer con Thiago? ¿Debía llevarlo a la oficina o ir a casa y llamar a una niñera? Ninguna de las dos soluciones la haría quedar bien con su nuevo jefe de equipo.




–¿Prometes portarte bien? –le preguntó Paula cuando llegaron al garaje de la oficina.


Thiago asintió con la cabeza, pensativo.


–Tía Paula, ¿A los niños los pueden echar de otros sitios, aparte del colegio?


–¿A qué sitios te refieres?


–Si Isabella y yo hacemos algo malo en tu casa… –la voz de Thiago sonaba tan temblorosa que a Paula se le rompió el corazón.


–No, no. Yo nunca te echaré de mi casa, cariño. Ni siquiera durante un segundo. Me temo que vas a tener que quedarte conmigo.


El niño la miró a los ojos y Paula casi deseó que no lo hubiera hecho.


–A menos que te mueras.


¿Qué podía decirle? ¿Iba a contarle que era inmortal? Lo abrazó.


–Te quiero mucho, Thiago. ¿Quieres saber lo que he hecho hoy? Te he apuntado en el equipo de fútbol del barrio.


–¿Fútbol? –exclamó el niño.


–Te gusta, ¿Verdad?


«Aleluya».


–Sí.


–Y yo voy a ser la entrenadora. ¿Qué te parece?


–¿Sabes jugar al fútbol, tía Paula?


–Sí, claro –respondió. No era cierto del todo, pero tal vez se le daría bien. No había jugado nunca, pero no podía ser tan difícil–. Pero como hace tiempo que no juego, tal vez deberías darme algunos consejos.


Los ojos castaños de Thiago brillaron, alegres.


–¡Claro!


Pasara lo que pasara aquel día, incluyendo la posibilidad de que su jefe la despidiera, al menos sabía que había hecho algo bien. Llamar al equipo de fútbol del barrio había sido una idea genial. Claro que no podría pagar la cuota si perdía el trabajo.


Un Gran Equipo: Capítulo 9

Bajó del coche rezando para aprender a educar a los niños lo antes posible. «Diego, si estás mirándome desde ahí arriba, podrías echarme una mano». Cuando entró en el colegio vió una fila de niños encabezada por una profesora que les recordaba que no arrastrasen los pies. Paula recordó las palabras de la directora por teléfono:


–Tenemos unas normas muy claras, señorita Chaves, y mi obligación es expulsar a cualquier alumno que pegue a otro. No toleramos un comportamiento violento en ninguna circunstancia.


¿De verdad iban a expulsar a un niño de seis años que acababa de perder a sus padres? Y si así era, ¿Qué iba a hacer con Thiago? Tenía que ir a la oficina. Ya había pedido muchos días libres tras la muerte de su hermano y su cuñada y dudaba que pudiese pedir alguno más. Se dirigió a la oficina que tenía delante, sintiéndose como una alumna castigada, y se aclaró la garganta para llamar la atención de la mujer que estaba tras el escritorio.


–Perdone, soy Paula Chaves.


–Ah, sí, la tutora de Thiago Chaves–la mujer se quitó las gafas y miró a Paula con unos penetrantes ojos azules–. Ha venido a ver a la directora.


Había pronunciado «Thiago Chaves» como si dijera «Delincuente Chaves» y a Paula le dieron ganas de recordarle que no debía juzgar a un niño de seis años que estaba lidiando con la muerte de sus padres. Pero como no quería problemas, se limitó a asentir con la cabeza.


–Por ese pasillo, la primera puerta a la izquierda. Está esperándola.


En el despacho estaban Thiago, la directora del colegio y Belén Lee, la psicóloga con la que había hablado cuando fue a matricular al niño. Y se alegró al ver que tenía una mano sobre el respaldo de la silla de Thiago, en actitud amistosa.


–Señorita Chaves –la saludó la directora–. Me alegra que haya venido tan rápidamente, eso demuestra que entiende la gravedad de la situación.


Paula se volvió hacia su sobrino.


–¿Estás bien?


Él apartó la mirada.


–Lo siento, tía Paula.


Ella tragó saliva, emocionada por su tono derrotado.


–Thiago no resultó herido en el altercado –le informó la directora–. Pero el otro niño tuvo que ir a la enfermería.


–¡Yo no quería tirarlo al suelo! –exclamó Thiago–. Sé que no debería haberlo empujado, pero… Le salió sangre, tía Paula.


Belén Lee apretó el brazo del niño.


–¿Por qué no vamos a mi despacho? Así podrás comerte el sándwich mientras la directora habla con tu tía.


Thiago miró a Paula con tal expresión de miedo que ella quiso abrazarlo y decirle que todo estaba bien, pero no sabía si era apropiado.


–A mí me parece buena idea, Thiago.


–Pero es que no tengo hambre.


–Ya sabes que no debes saltarte ninguna comida. Ve con la señorita Lee, yo iré en unos minutos.


O eso esperaba. Cuando volviese a la oficina, seguramente Pilar estaría pidiendo su cabeza. La psicóloga salió con Thiago y cerró la puerta mientras Paula se dejaba caer sobre una silla.


–Lo siento mucho. Es un buen niño… No le haría daño a una mosca.


–Tendrá que convencer de eso a los padres del otro niño – replicó la directora–. Señorita Chaves, sé que Thiago está pasando por un momento muy difícil y es una pena que la profesora sustituta no conociera la situación. Pero hay casi ochocientos niños en este colegio y docenas de ellos han sufrido alguna tragedia en el último año, de modo que no puedo aceptar eso como excusa.


–Lo entiendo –aceptó Paula.

Un Gran Equipo: Capítulo 8

Pedro le ofreció la mano y cuando ella la estrechó sintió un ligero escalofrío. Y volvió a sentirlo de nuevo cuando miró sus ojos grises. No había ni rastro de las lágrimas de esa mañana y su expresión era decidida. ¿Qué habría pasado para que una mujer que, según Javier, era tan capaz, se hubiera derrumbado de tal modo?


–Encantada de conocerlo, señor Alfonso –tenía una voz ronca–. Quería saber si podría hablar un momento con usted.


–Si nos perdonas un momento, Javier… –dijo Pedro.


–Claro que sí. Después de todo, soy yo quien paga por la comida y aún no he comido nada –exclamó jovialmente su amigo.


Mientras iba con Pedro a una esquina de la sala, Paula se dió cuenta de que Pilar la fulminaba con la mirada.


–Así que tú eres Paula.


–Señor Alfonso, quería pedirle disculpas por lo de esta mañana. Me pilló en un mal momento, pero quiero que sepa que no volverá a pasar. Espero que me valore por mis méritos y prometo demostrar lo que valgo. Le aseguro que soy una profesional.


Parecía sincera y no como Pilar Harrington, que prácticamente le había vendido su currículum en cinco minutos.


–Claro que sí –Pedro asintió–. Empezaremos de nuevo a partir de ahora. Todo el mundo tiene derecho a un mal momento, ¿No?


Ella exhaló un suspiro de alivio.


–Gracias, no lo lamentará. De verdad… –en ese momento empezó a sonar su móvil, que sacó del bolsillo del pantalón–. Perdone, tengo que contestar.


Pedro, que era un caballero, estaba a punto de darse la vuelta. ¿Pero no lo había contratado Javier para espiar a los empleados? Por el momento, Paula era la que había mostrado un comportamiento más extraño. Además, si no quería que escuchase la conversación, podía apartarse. Pero no se movió del sitio, pálida como un cadáver.


–¿Que ha hecho qué? ¿Está segura? No, yo… sí, claro, lo entiendo. Iré enseguida –guardó el móvil y lo miró con cara de angustia–. Lo siento, pero no puedo quedarme a la reunión. Tengo que irme ahora mismo.


Y, antes de que Pedro pudiera pedirle una explicación, se dió la vuelta y salió de la sala de juntas. 


Paula detuvo el coche en el estacionamiento del colegio. Había ido hasta allí casi sin darse cuenta de lo que hacía, intentando controlar los nervios y concentrarse en el tráfico, pero de repente notó que le temblaban las manos. ¿Thiago se había peleado con otro niño? Era un niño travieso que solía romper cosas sin querer con su espada láser, pero siempre había sido bueno y paciente con Isabella... Solo llevaban tres semanas con ella. No podía haberles arruinado la vida tan pronto, ¿No?

Un Gran Equipo: Capítulo 7

Aunque el almuerzo que les ofrecieron consistía en un par de bandejas de sándwiches de pavo y patatas fritas, el estómago de Paula le recordó que no había comido nada desde la noche anterior. Por suerte, y a pesar de haber llegado tarde a la reunión, había podido contribuir haciendo algún comentario interesante que sus compañeros aprobaron. Después de eso, había llamado para matricular a Thiago en el equipo de fútbol del barrio y la encargada le había dicho que necesitaban padres que se ofrecieran como entrenadores.


–No hace falta experiencia. No es una liga competitiva con árbitros y marcadores, lo importante es que los niños hagan ejercicio, aprendan los fundamentos del juego y lo pasen bien.


Por impulso, Paula había aceptado. Después de todo, tenía que conectar con su sobrino de algún modo. Unas horas después de hablar con Florencia había logrado calmarse un poco y estaba decidida a asombrar al nuevo director de proyectos con su energía y sus conocimientos. Tomando un pepinillo, intentó participar en una de las conversaciones. Estaban hablando de Javier Daughtrie, que no acudía a todas las reuniones y menos cuando se trataba de presentar a un empleado temporal. Diciéndose que no estaba cotilleando, Paula escuchó a Adrián Jenner expresar exactamente lo que ella estaba pensando.


–O Daughtrie cree que ese tipo es importante o el proyecto es importante. ¿Qué sabemos de él?


–Eran compañeros de facultad –respondió Pilar–. Y el tipo es ni más ni menos que Pedro Alfonso.


Paula estaba intentando recordar de qué le sonaba ese nombre cuando Jenner preguntó:


–¿Y qué quieres decir con eso?


Pilar soltó un bufido.


–Si leyeras algo más que las páginas deportivas del Chronicle sabrías que Alfonso proviene de una familia rica y filantrópica y que iba a casarse este verano, pero la boda fue cancelada repentinamente. Es un experto en tecnología informática, trabaja como asesor para una docena de empresas y dicen que es infalible.


Aunque a Paula solo deberían importarle los conocimientos profesionales de su nuevo jefe, ya que solo iba a estar allí unos meses, la cancelación de la boda llamó su atención y se preguntó si la novia lo habría dejado o si habría sido él, como Santiago, quien había dado un paso atrás.


–Buenos días –Javier Daughtrie entró en la sala de juntas–. Ya veo que están casi todos… Por favor, sigan comiendo. Solo quería presentarles a Pedro Alfonso, que será temporalmente director de nuevos proyectos. Algunos de ustedes habrán oído hablar de Pedro…


Las palabras del presidente de la empresa quedaron ahogadas por los murmullos de sus compañeros mientras Paula miraba al tipo alto que estaba a su lado. Era el hombre guapísimo con el que se había encontrado en la cocina. Oh, no. El hombre guap… Su nuevo jefe se volvió hacia ella con las cejas levantadas, como si hubiera leído sus pensamientos.


A Pedro no le sorprendió ver a la pelirroja, pero ella sí parecía sorprendida y mientras iba estrechando manos notó que lo miraba de soslayo. Cada vez que iba a una nueva empresa intentaba que la gente se sintiera cómoda con él. En general, se alegraban de contar con su experiencia, pero a veces se mostraban un poco territoriales. ¿Debería hablar con ella? Por otro lado, la última vez que intentó hacerlo había salido corriendo, y tal vez debería dejar que terminase su sándwich tranquilamente. En cualquier caso, no debería haberse preocupado porque fue ella quien se acercó unos minutos después. Pedro estaba charlando con Javier y una mujer de pelo oscuro llamada Pilar cuando la pelirroja se aclaró suavemente la garganta.


–Ah, te presento a Paula Chaves–dijo Javier–. Una de las mujeres más capaces de nuestro equipo. Paula, te presento a Pedro Alfonso.

Un Gran Equipo: Capítulo 6

Tras el escritorio de caoba había un hombre alto y grande. Javier Daughtrie medía más de metro noventa y tenía hombros de jugador de fútbol, de modo que el traje de chaqueta debía ser hecho a medida. Estaba haciendo un máster mientras Pedro terminaba la carrera y su pelo se había vuelto blanco prematuramente en los últimos años.


–Todo el mundo pensará que te he contratado durante unos meses para dirigir el nuevo proyecto, pero preferiría que esto quedase solucionado en tres o cuatro semanas. Si sigo perdiendo clientes…


–Lo entiendo –Pedro acostumbraba a trabajar hasta que el cliente quedaba completamente satisfecho, pero si no había descubierto nada en un mes sería difícil dar con la pista. Y aunque por el momento tenía la agenda libre y era relativamente flexible, no podía permanecer allí indefinidamente.


Según Javier, había perdido cuatro proyectos importantes en el último año ante el mismo rival, incluso alterando su presupuesto y recortando beneficios. El cliente le había confesado después que se había visto obligado a buscar un contrato más barato debido a la crisis, pero que las ofertas eran muy parecidas. Sospechosamente parecidas.


–No me importa la competencia sana, pero esto huele mal y no tengo intención de tirar la toalla –estaba diciendo Javier–. Con la excusa de conocerlos mejor, podrás vigilar a los empleados, y una vez que hayas encontrado al culpable, el departamento jurídico se encargará de todo. Me encantaría que encontrases prueba fehacientes, pero empezaremos por cualquier comportamiento que te parezca raro.


Pedro pensó en la pelirroja a la que había visto esa mañana. ¿Soltar maldiciones y salir corriendo se consideraría un comportamiento raro? En su mundo, sí. Su madre, por ejemplo, era una mujer muy elegante y de fuerte personalidad que en su lucha contra el cáncer había demostrado un coraje increíble. Su ex prometida, Silvana, también tenía carácter. Criada en una familia de exaltados, había decidido ser una persona ponderada y racional. Conocer y enamorarse de Juan Manuel McBride, el mejor amigo de Pedro, había hecho que perdiera su habitual serenidad, pero no podía imaginar a Silvana como aquella pobre mujer. Nunca perdería la compostura de ese modo. Y él no estaba acostumbrado a esas cosas, de modo que no había sabido reaccionar. Se había limitado a limpiar las gotas de café del suelo antes de ir al despacho de Javier.


–Tengo más experiencia sacando información de los ordenadores que de la gente, pero haré lo que pueda.


–Sabía que podría contar contigo –Javier Daughtrie asintió–. Después de todo, tú sabes lo que es sentirse traicionado.


Pedro enarcó una ceja.


–Yo trabajo solo, no entiendo la comparación.


–Me refiero a tu compromiso. No puedo creer que tu novia te hiciera eso. Por no hablar de tu amigo…


–No creas todo lo que oyes –lo interrumpió Pedro–. Silvana y yo nos separamos de forma amistosa y les deseo lo mejor a los dos.


Debería haber imaginado que los rumores llegarían a Houston. La gente hablaba, aunque últimamente lo hacían a través de mensajes de texto y no desde la verja del jardín. Aunque no era asunto de nadie más que suyo, Juan Manuel le había hecho ver que pedir a Silvana en matrimonio había sido más una reacción visceral debida a la enfermedad de su madre que verdadero amor. Y tenía razón. Sentía un gran cariño por ella, desde luego, pero no estaba locamente enamorado. ¿Era capaz de amar de ese modo? Él había visto el amor entre sus padres, un amor que se había roto solo tras la muerte de su padre, y buscaba lo que habían tenido ellos, pero tal vez no era capaz de arriesgar su corazón de ese modo. Tal vez era el equivalente al beige. Una idea muy entristecedora. Claro que… Pensó entonces en la pelirroja de manos temblorosas que parecía a punto de derrumbarse. «Prefiero el digno y discreto beige antes que eso».

miércoles, 17 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 5

 –Tienes derecho, es tu vida –le dijo a su amiga–. Además, agradezco que hayas respondido a mi llamada.


Estaba escondida en el cuarto de baño, donde por suerte no había aparecido nadie en esos diez minutos, y había llorado de tal forma antes de llamar a Florencia que pensó que iba a vomitar. Aparte de saber que estaría perdiéndose la charla de Pilar sobre la implementación de medidas, se sentía un poco mejor, más centrada. Vacía, pero en el buen sentido, como si ya no llevase dentro una bomba de relojería.


–Me alegro de haberte ayudado –dijo Florencia–. Debería hacer algo más, pero tengo menos experiencia con niños que tú.


Florencia era la mayor de tres hermanas solteras, ninguna de las cuales tenía hijos.


–No te preocupes, es mi responsabilidad, así que ya me iré acostumbrando. Solo necesito… No sé, conectar con ellos.


Con Isabella era muy difícil conectar porque era muy pequeña, pero Thiago tenía intereses, el fútbol por ejemplo. ¿Sería demasiado tarde para apuntarlo a la liga infantil?


–¿Por qué no cenamos juntas esta semana? –sugirió su amiga–. Mañana, por ejemplo. Invito yo.


Solían ir a Michelangelo en ocasiones especiales como cumpleaños o fiestas y al café La Madeleine cuando se trataba de un almuerzo rápido.


–¿Dónde se te ocurre?


–Alguna de esas pizzerías para niños con videojuegos y empleados disfrazados de peluches gigantes.


Paula pensó en el estruendo… Pero luego pensó en la posibilidad de ver reír a su sobrino.


–¿De verdad irías conmigo a un sitio así?


–Te quiero mucho, cariño.


–Eres una amiga de verdad, Flor. En fin, tengo que ponerme a trabajar.


Y debería asomar la cabeza en la cocina para ver si había dejado un charco de café en el suelo. Con su mala suerte, seguro que alguien resbalaría y se partiría la crisma. ¿El guapo del pelo dorado seguiría allí? Fue un alivio descubrir que había desaparecido. No tenía por costumbre llorar de ese modo, y saber que alguien la había visto la hacía sentir incómoda, así que prefería no volver a encontrarse con él. 


Un Gran Equipo: Capítulo 4

 –Pilar no ganará el premio a la compañera más simpática de la oficina, pero tiene razón. No puedo ir a la reunión así… –Paula miró su reloj–. Si preguntan por mí, dí que iré enseguida.


–Buena suerte.


Cuando Magalí salió de la cocina, Paula se maravilló de la sensación de estar sola. Era una novedad para ella… «Aquí está todo tan tranquilo…». Solo se oía el sonido de la cafetera y, si cerrase los ojos, se quedaría dormida solo unos segundos… Para no hacerlo, sacó un espejito del bolso y descubrió que solo se había pintado un ojo y que sus rizos parecían un halo electrificado alrededor de su cabeza. Suspirando, se quitó el prendedor y sacó una taza del armario. Si tenía que esperar un segundo más antes de tomar un café se volvería loca. Pero después de servírselo, levantó la taza con demasiada brusquedad y unas gotas cayeron en su blusa…


–¡Maldita sea!


–¿Necesita ayuda?


Paula levantó la cabeza al escuchar la voz masculina, pero tenía la mirada vidriosa por falta de sueño, de modo que era posible que el hombre que acababa de entrar no fuese tan guapo como le parecía. Era alto, de pelo castaño claro con algunos mechones dorados que parecían naturales y no de peluquería. Tenía los ojos verdes y unas facciones tan atractivas que podría ser una estrella de cine… Y tenía que aparecer en la oficina precisamente aquel día, cuando ella estaba hecha unos zorros. Aunque al menos se había abrochado bien la blusa. Su intención era reírse, pero el sonido que salió de su garganta no era una risa sino más bien todo lo contrario. Y entendió entonces que el dique se había roto finalmente. Desde que recibió la noticia de la muerte de su hermano y su cuñada no había tenido un minuto para llorar porque debía atender a los niños, consolar a sus padres, organizar el funeral, poner en venta la casa, buscar un sitio para guardar los muebles… Había estacionado su rabia cuando Santiago la dejó al igual que había controlado el dolor por la muerte de su hermano, pero, de repente, ya no parecía capaz de controlarse.


–Pe-perdone –sin mirar al extraño, hizo lo que había querido hacer desde que recibió la llamada de los guardacostas: Salir corriendo.


–Cariño, lo siento mucho –el tono de Florencia Wilder por el móvil era compasivo–. Sabía que estabas pasándolo mal, pero he estado tan centrada en Damián… Ya sabes cómo es cuando te enamoras, no puedes pensar en otra cosa.


No, la verdad era que no lo recordaba. Paula se sonó la nariz con papel higiénico, intentando recordar si había sido así con Santiago. Tal vez al principio. Recordaba que besaba muy bien, pero en el último año de su relación no se habían besado mucho. Sus encuentros amorosos habían sido esporádicos y rápidos, más por costumbre que por auténtica pasión. Aunque seguía pensando que era una canallada haberla dejado cuando su vida se había puesto patas arriba, estaba empezando a pensar que en el fondo le había hecho un favor.

Un Gran Equipo: Capítulo 3

 –Chica, qué mala cara tienes.


Paula tuvo que contenerse para no darle un coscorrón a su compañera, Magalí López, ayudante del director de marketing. Aunque seguramente no hubiera podido, porque para eso tendría que levantar el brazo y no le quedaba energía.


–No he pegado ojo esta noche –le dijo.


Mientras Magalí probablemente llevaba ya media hora trabajando, Paula aún no había llegado a su escritorio. Antes tenía que tomar una taza de café. Con un poco de suerte, la cafeína la despertaría un poco. Ella y los niños habían sobrevivido al puente del Día del Trabajo, pero después de tres días sin colegio, Thiago se negaba a volver y había subido al autobús escolar llorando a lágrima viva. Sabía que era por su bien y que sencillamente estaba haciendo lo que debía, pero había sentido como si lo obligase a caminar por la tabla de un barco pirata… Esa analogía le recordó el accidente de Diego y Ludmila y se le encogió el estómago. Echaba tanto de menos a su hermano que no podía ni imaginar lo horrible que debía de ser para Thiago.


–Todo será mucho más fácil con el tiempo, ya lo verás –estaba diciendo Magalí–. Durante los dos primeros años con mis mellizos pensé que iba a perder la cabeza, pero ahora lo tengo todo controlado.


Paula agradecía el consuelo, pero no le recordó que ella tenía la ayuda de su marido y la de sus padres.


–Seguro que la cosa mejorará algún día. Por ahora, necesito una taza de café.


Magalí hizo una mueca.


–Acabo de servirme la última taza, pero he vuelto a poner la cafetera.


–¡Chaves, muévete! –desde la puerta, Pilar Harrington, impecable con un traje de chaqueta y zapatos de tacón, ladraba órdenes como de costumbre. En realidad, las habían contratado al mismo tiempo, pero Pilar se había convertido en su directa competidora porque eran solo dos mujeres en un mundo dominado por hombres. Paula preferiría que contratasen más chicas en el departamento de tecnología informática, pero en aquel momento tenía otras preocupaciones–. Vas a llegar tarde a la reunión.


–¿La reunión sobre implementación de estrategias? –frunció el ceño, intentando hacer funcionar su cerebro–. No, esa es a las doce.


–La han cambiado a las ocho y media. ¿Ya ni siquiera lees tus correos? Tenemos la reunión ahora mismo porque el nuevo director de proyectos llegará a las doce –Pilar sonrió, una sonrisa que destilaba insinceridad–. Deberías abrocharte bien la blusa, no me gustaría que dieras una mala impresión.


Y luego desapareció, dejando tras ella el tema musical de la malvada bruja de Disney.


–El corazón de esa mujer es tan negro como su pelo –comentó Magalí.


Pilar tenía una melena larga y lisa que caía casi hasta la mitad de su espalda. Paula, en cambio, tenía unos rizos cobrizos que se descontrolaban cada vez que había humedad. Y como vivía en Houston, eso ocurría casi cada día. Algunas mañanas era capaz de controlarlos con una plancha de pelo, pero aquella mañana había tenido que contentarse con sujetarlos con un prendedor mientras atendía a Isabella y Thiago, antes de llevarlos a la guardería y al colegio respectivamente. 

Un Gran Equipo: Capítulo 2

Un mes antes, Paula habría llamado a Santiago para pedirle ayuda, pero su prometido había salido corriendo en cuanto se leyó el testamento en el que se la declaraba tutora legal de los niños.


–Por favor, entiéndelo, esto no significa que no me importes, Paula. Es que… No estoy preparado para convertirme en padre de familia de repente.


Tampoco lo estaba ella, pero no había alternativa. Era la tía de los niños y debía hacerse cargo de ellos. Desgraciadamente, se sentía inadecuada, incapaz. Necesitaba ayuda. Isabella arrugó la carita y lanzó un alarido tan potente que Paula pensó que se les caería el techo encima. No, más bien necesitaba un milagro. 




Por el altavoz del manos libres, Pedro Alfonso escuchó una voz masculina con acento texano:


–Te agradezco mucho que me hagas este favor.


Pedro comprobó distraídamente los coches que tenía delante. La congestión de tráfico en el centro de Houston era debida a que los niños habían vuelto al colegio, aunque por el calor que hacía parecía pleno verano y no el mes de septiembre. Otras personas se enfurecían en los atascos, pero él estaba demasiado acostumbrado.


–Con el salario del que me has hablado, no sé si esto podría calificarse de favor, Javier.


Aparte del dinero, Pedro se alegraba secretamente del encargo porque sería una distracción. Así no podría pensar en los repentinos cambios en su vida y en la resultante melancolía… Una palabra estúpida que lo hacía parecer el héroe de una novela gótica. Olvidarse de todo, eso era lo importante. Se enorgullecía de permanecer sereno en cualquier circunstancia, pero hacía tiempo que no experimentaba ninguna emoción fuerte y, cuando menos, la oferta de Javier Daughtrie le había parecido curiosa. Era asesor de alta tecnología informática y su trabajo consistía en solucionar problemas o renovar sistemas informáticos, pero era la primera vez que alguien requería sus servicios como espía corporativo. «Seré como James Bond, pero sin el bolígrafo-pistola», había pensado al escuchar la oferta de trabajo. Javier Daughtrie era un antiguo compañero de facultad, propietario de una empresa de ingeniería, y estaba decidido a protegerse de un empleado traidor que, supuestamente, pasaba información a su mayor competidor.


–No podrías haberme llamado en mejor momento –le dijo–. Esta temporada no tengo la agenda tan llena como de costumbre.


De hecho, la había limpiado deliberadamente porque debería estar recién casado en ese momento. Y habría vuelto de su luna de miel para montar la casa… Apretó el volante con fuerza. No estaba enfadado con Silvana, que se había enamorado de su mejor amigo, Juan Manuel, pero se había hecho ilusiones sobre cómo iba a ser su vida y en aquel momento se sentía perdido. Y solo. Su mejor amigo y su ex prometida estaban en Hawai, donde se habían casado en secreto, y su única pariente viva, la madre a la que había cuidado mientras luchaba contra un cáncer de mama, se había recuperado maravillosamente y estaba haciendo un crucero por el Caribe. La gente que más le importaba en el mundo estaba en zonas tropicales y él estaba allí, en Houston, en medio de un atasco. No sabía qué iba a encontrar trabajando de incógnito como director de proyectos informáticos en la empresa de su amigo, pero una cosa estaba bien clara: Necesitaba un cambio.

Un Gran Equipo: Capítulo 1

La situación pedía mostrarse alegre y relajada. «Lo siento, no me queda de eso, pero el menú del día incluye: Desesperada al borde de la histeria». Era más de medianoche y Paula Chaves estaba de los nervios. Había intentado pacientemente explicárselo a su sobrina, pero los bebés de cinco meses no atendían a razones ni aceptaban sobornos.


–Por favor, Isabella, deja de llorar –murmuró, mientras paseaba de un lado a otro con el bebé en brazos. Paula miró hacia la puerta, que había cerrado para que los gritos no se oyeran por toda la casa, aunque probablemente sería tan efectivo como intentar parar un misil con un paraguas–. Por fin he logrado que tu hermano se durmiera y vas a despertarlo otra vez.


Sabía que cuidar niños no era tarea fácil, pero no había esperado que fuese imposible. Claro que, siendo una mujer soltera de veintiocho años, no había esperado convertirse en madre de dos niños de manera inmediata. Estaba demasiado cansada y la sensación de soledad era más dolorosa que los gritos de Nicole. Se le encogió el corazón al recordar la sonrisa de su hermano… La sonrisa que su sobrino de seis años, Thiago, había heredado. Aunque apenas lo había visto sonreír en las últimas semanas. Los grandes ojos castaños de Thiago eran demasiado solemnes cuando poco antes corría por toda la casa, atacando enemigos imaginarios con su espada láser. El niño había perdido su casa en Corpus Christi, Texas, el mismo fin de semana que perdió a sus padres, y después había tenido que irse a vivir con su tía en un departamento de dos dormitorios en Houston y acudir a un colegio donde no conocía a nadie. Las clases habían empezado la semana anterior y su profesora, la señora Phipps, le había dicho a Paula que apenas hablaba con nadie. Isabella dormía en la habitación de invitados y Thiago en un diminuto estudio, pero los dos, acostumbrados a una casa con jardín, merecían algo más que eso, había decidido ella. Una vez que vendiera la casa de Corpus Christi compraría una a las afueras de Houston, pero llevaba dos semanas buscando y no había encontrado nada que le gustase. Cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla. Habían pasado tres semanas desde la muerte de su hermano mayor y su esposa en un accidente de barco. Estaban emocionados por la excursión con unos amigos porque era su primer viaje desde que nació Isabella. Había ido a Corpus Christi para cuidar de sus sobrinos y recordaba a su cuñada explicándole cómo debía preparar los biberones:


–Me ha costado un poco, pero el sacaleches es un gran invento y creo que tendrás suficiente hasta que vuelva. He dejado tres biberones en la nevera.


Tres semanas después, Isabella aún no se había acostumbrado a la fórmula que compraba en la farmacia. Se la había recomendado un pediatra de Houston, pero a la niña no le gustaba. «Lo siento, cariño, no puedo hacer nada más». Paula estaba a punto de gritar, pero hizo un esfuerzo para controlarse. Debería llevarla al salón, pero su salón daba al dormitorio de los vecinos… Lo que daría por tener a alguien que la ayudase o le diese apoyo moral, al menos. Si no fuera medianoche llamaría a sus padres, que vivían en una comunidad para jubilados de Miami. Su madre había querido quedarse para ayudarla, pero Alejandra y Miguel Chaves eran mayores y no tenían la misma energía que antes. Su mejor amiga desde la universidad, Florencia Wilder, tenía una cita esa noche con su último novio y, si las cosas habían ido como esperaba, seguramente no estaría en casa.

Un Gran Equipo: Sinopsis

Juntos podían formar el mejor equipo.


Tras la muerte de su hermano y su cuñada en un accidente, Paula Chaves se convirtió en tutora legal de sus sobrinos, un niño de seis años y una niña de cinco meses. Aunque cuidar de ellos era una experiencia maravillosa, también era agotadora y cuando un hombre guapísimo, Pedro Alfonso, fue asignado como nuevo jefe de proyectos en su oficina, lamentó no tener tiempo para romances. Sin embargo, Pedro parecía muy interesado en ella. ¿Sería eso parte de su trabajo o de verdad estaba enamorándose? 


Pedro debería estar vigilando a los empleados, no buscando una novia y mucho menos una que ya tenía familia. Salir con una mujer a la que estaba investigando no era buena idea y, sin embargo, se apuntaba alegremente a todo tipo de aventuras: Desde cambiar pañales a dar lecciones de pesca a un niño de seis años. Algo en Paula hacía que quisiera formar parte de su equipo… Y para siempre.

lunes, 15 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Epílogo

El paraíso. Los rayos del sol bañaban la pequeña iglesia de piedra en la hermosa campiña de Northcumbria, y a Paula se le antojó encontrarse en el paraíso cuando su hermano menor le dio la mano para ayudarla a bajarse del coche nupcial.


El paraíso. Pedro llevaba tres días sin ver a Paula, aunque a él le habían parecido tres años. Y los tres últimos minutos también le habían parecido tres años. Entonces, se oyó un rumor a la puerta de la iglesia, el párroco ocupó su lugar y el órgano empezó a tocar la marcha nupcial. La vió enmarcada en el umbral de la puerta, con los diamantes de su madre sujetándole el velo en su sitio. Y a él le pareció que el corazón ya no podría caberle nunca más en el pecho. Entonces, la vió avanzar hacia él por el pasillo y, cuando llegó hasta él, le tomó la mano.


—Que una secretaria se case con su jefe es tan típico, ¿No te parece?


Alejandra Chaves, mirando a su hija colocarse al lado de Pedro delante del altar, sonrió a su hermana.


—¿Verdad que sí?


—Y es mayor que ella.


—Bueno, Paula siempre ha sido muy madura para su edad.


—¿Y no te parece que ha sido un poco precipitado? Se conocen desde hace poco.


—¿Y para qué iban a esperar? Están enamorados y, al contrario que la mayoría de la gente, no tienen que ahorrar para la fianza de un piso.


La sonrisa de la madre de Paula se agrandó. Llevaba años oyendo a su hermana hablar de vacaciones en lugares exóticos, de los coches de su marido y del último novio de Juliana.


—¿Te he dicho ya que Pedro tiene tres?


—¿Tres qué?


—Tres casas. Bueno, la cuarta es una villa en Tuscany. 


Después...


—Tu Juliana es una chica muy mona. Siempre he pensado que sería la primera en casarse. En fin, de todos modos, le sienta muy bien lo de ser dama de honor.


En ese momento, el párroco empezó:


—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos para...


El paraíso. Votos, anillos, firmas y testigos. Cuando Paula salió de la sacristía del brazo del hombre al que amaba, le esperaban amigos, familiares, flores y deseos de toda felicidad. Se sentía absolutamente feliz; sin embargo, durante un momento, mientras recorría el pasillo, se vió presa del pánico: La vida no era así, aquello era demasiado perfecto y ella era demasiado feliz... Llegaron a la salida de la iglesia y salieron al sol de primavera resplandeciente.


—¿Paula? —y ella miró al hombre que estaba a su lado—. Cariño, ¿Qué te pasa?


Pedro le puso una mano en el brazo que descansaba en el suyo, su voz llena de preocupación.


—Dime, cielo, ¿Qué te ocurre?


—Nada.


—Dímelo.


—Nada, que soy una tonta. Pero es que... Pedro, ¿Cómo vamos a poder seguir tan felices?


Pedro vió aquel momento de duda en sus ojos. Sabía lo que Paula estaba pensando, que él había sido así de feliz una vez en el pasado y que, al final, aquella felicidad se había convertido en tragedia.


—Paula, mi vida, esto sólo es el principio. Tenemos por delante toda una vida de amor, de hijos y de recuerdos que iremos acumulando con los años. El único límite a nuestra felicidad es nuestra capacidad para imaginar las posibilidades —Pedro le levantó la mano y se la besó—. Quiero que sepas que nunca he hecho nada tan perfecto como esto.


Pedro levantó la mirada y vió al fotógrafo esperándolos, y a los familiares y a los amigos deseosos de felicitarles.


—Vamos, señora Alfonso, tenemos que empezar los festejos antes de que a nuestros invitados les mate la falta de champán y a mí me mate la espera de tenerte en mis brazos. No olvides que tengo dos billetes para el paraíso en el bolsillo.


—¿Otra vez Newcastle?


—Lo pasé muy bien en Newcastle.


Paula se echó a reír.


—Y yo, pero esperaba pasar la luna de miel en algún sitio un poco más romántico.


—En ese caso, no vas a sufrir una desilusión. El paraíso es un destino cambiante, como pronto vas a descubrir, señora Alfonso. No se trata de dónde estés, sino de con quién estés.


Y cuando Pedro bajó el rostro para besarla, el fotógrafo lo tomó como señal para empezar.







FIN

Tú Me Haces Falta: Capítulo 77

Pedro se volvió, y ahí estaba ella, a la entrada del buffet, con la cabeza agachada buscando el monedero en el bolso.


—¿Puedo pagarle con tarjeta de crédito?


—Sí, señorita. ¿Adónde va?


—A Newcastle.


—¿Sencillo o de ida y vuelta?


Paula titubeó.


—La verdad es que no estoy segura...


Pedro se inclinó sobre el hombro de Paula y le dió la tarjeta de crédito al revisor.


—Dos billetes en primera, por favor.


Paula se dió la vuelta al momento.


—¡Pedro!


Todo el amor que sentía estaba en sus ojos. ¿Cómo  no lo había visto antes? De repente, no sintió necesidad de buscar las palabras adecuadas, la verdad estaba ahí.


—Creía que...


—Iba a buscarte, Paula.


—Luciana me lo ha dicho. He venido a Londres a la boda de Ivi, y me pasé por la oficina... Y fue cuando ella me dijo que...


¿A Paula no le importaba que se casara con otra?


—Creía que me llevabas horas de adelanto —añadió ella cuando Pedro no dijo nada.


¡Y había ido a buscarlo a él! Saberlo le dió valor, coraje, esperanza...


—Te necesito, Paula.


—¿Me necesitas? —Paula lo miró a los ojos—. ¿Como secretaria?


El revisor esperaba.


—Laura es mi secretaria. Te necesito... Como esposa.


Paula creyó estar soñando. Amarlo y que la amara era más de lo que se atrevía a soñar. Y sabía lo mucho que eso significaba para él.


—Pedro... —pronunció ella en voz apenas audible—. Oh, Pedro, ¿Estás seguro? 


—Claro que está seguro, jovencita —dijo alguien animándola—. ¿Es que no ve que el pobre está perdidamente enamorado?


La intención de Pedro había sido ir despacio, de mostrarle poco a poco lo mucho que la quería.


—Sí, Paula, estoy completamente seguro. Pero estoy dispuesto a esperar hasta que tú también lo estés. Y no me importa el tiempo que te lleve.


—Dios mío, mujer, ponga fin al sufrimiento de ese pobre hombre.


Los labios de Paula esbozaron una sonrisa insegura.


—Yo estoy segura si tú lo estás.


—Bien, ya está arreglado. ¿A qué están esperando? Vamos, hombre, dele un beso.


Pedro le puso una mano en la mejilla, pero antes de poder hacer lo que aquel desconocido pasajero le había sugerido, el revisor tosió para llamarle la atención.


—Perdone, caballero, pero ¿Le importaría posponer este momento y decirme antes para dónde quieren los billetes?


Pedro no apartó los ojos de Paula.


—Para el paraíso —respondió Pedro.


—¿El paraíso? Bien, caballero —el revisor sabía cuándo darse por vencido—. ¿Y los quiere sencillos o de ida y vuelta?


—Sencillos —respondió Pedro sin vacilar—. No vamos a volver nunca de allí. 

Tú Me Haces Falta: Capítulo 76

¿Había vuelto a su hogar con el corazón roto porque Blake había decidido casarse con otra? Sin embargo, se habían abrazado como grandes amigos y Blake la había llevado a casa. Él, por su parte, había estado tan seguro de... Pero no, Blake no podía ser tan sinvergüenza, ¿o sí? Nadie que conociera a Paula podía hacerle eso. Sólo había una forma de averiguarlo, y él tenía que averiguarlo. Tres horas. Tres horas que le parecían tres años. ¿Qué demonios iba a hacer durante el trayecto?


—Siempre hay alguien al que le pasa eso, ¿Verdad?


Pedro miró al hombre que se había sentado frente a él.


—Perdone, ¿Qué ha dicho?


—Que siempre hay alguien que pierde el tren —el hombre indicó con la cabeza la barrera que no dejaba pasar a más gente.


Pedro, educadamente, se volvió. Vió a una joven elegantemente vestida rogándole a la empleada del ferrocarril que la dejara pasar. Llevaba un abrigo oscuro largo, pero fue el cuello de cisne del jersey color melocotón lo que llamó su atención. Era igual que el que Paula se había comprado. Continuó mirando.


—¡Oh, Dios mío, Paula!


—¿Amor? —la empleada del ferrocarril esbozó una enorme sonrisa—. Haberlo dicho antes.


Después, se volvió al guardia que estaba revisando si las puertas estaban cerradas para que saliera el tren.


—Eh, Diego, espera un momento. Una pasajera más para el tren —la mujer levantó la barrera y dejó a Paula pasar—. Vamos, adelante. Y dele un beso de mi parte.


—Ah, menos mal, se han compadecido de ella. ¿Y quién no lo haría, con una sonrisa así?


Pedro no podía creerlo. Paula estaba en Newcastle, se lo había dicho Luciana. ¿Cómo podía estar ahí? Dejó el periódico, se puso en pie y empezó a caminar hacia la cola del tren. Debía estar equivocado, no podía ser ella. Era el color del jersey lo que le había confundido, y también el pelo. Sin embargo, sabía que era ella. Por algún motivo, por increíble que fuese, ella estaba allí...  


Era viernes y el primero de los vagones estaba lleno de estudiantes que volvían a casa a pasar el fin de semana. Paula comenzó a recorrer el pasillo central con la esperanza de encontrar un asiento en alguno de los vagones. 


Pedro recorrió despacio el tren, examinando todos los asientos, buscando un jersey de color melocotón. Llegó al vagón restaurante y, durante un momento, pensó que la había encontrado. Pero la chica que hacía cola para el buffet se volvió en ese momento y a Max se le encogió el corazón al ver que se había equivocado. Volvió la cabeza. Tres horas.


—Billetes, por favor.


—Oh, Dios mío, no tengo billete. He llegado al tren de milagro y...


Aquella voz, aquel acento eran inconfundibles. Sin embargo, debía haber docenas de chicas en ese tren que hablaban como Paula.


—No va a ser un problema, ¿Verdad? No podía esperar. Verá... 

viernes, 12 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 75

Luciana abrió la carpeta y sacó el currículum que Paula le había enviado. Pedro tomó el papel con manos visiblemente temblorosas. Luciana sonrió y luego le dió un empujón.


—Vamos, ¿A qué esperas, hermano?


—A esto.


Y Pedro le dió un abrazo de oso antes de volverse y salir a toda prisa. Laura apareció en la puerta.


—¿Adónde va Pedro?


—A buscar a Paula —Marcela, que no se había movido de la puerta desde la llegada de Luciana, sonrió de oreja a oreja.


Luciana también estaba feliz.


—¿No es absolutamente romántico?


Laura se limitó a arquear las cejas con gesto de desaprobación.


—A mí me parece una locura. Se ha dejado el bastón... ¡Y el abrigo! Va a pillar una pulmonía. 



Delante de la puerta de la agencia Garland, Paula vaciló antes de abrir. Necesitaba desesperadamente el dinero que había ganado trabajando para Pedro, pero le resultaba casi insoportable ver a la hermana de éste y estar tan cerca. Pero todo era insoportable, estuviera donde estuviese. Al menos ahí, en Londres, estaba en la misma ciudad que él. Y Luciana le había dicho que le encontraría otro trabajo. Quizá, si se quedaba, lo vería algún día. Sandra se volvió cuando Paula entró en el despacho y se la quedó mirando como si estuviera viendo un fantasma.


—Paula...


—Hoy estaba en Londres, porque he venido a una boda, y... Bueno, Pedro me dijo que me pasara por aquí para recoger un cheque. Siento no haber enviado la hoja de trabajo, pero...


—¿Has visto a Pedro? —le preguntó Sandra.


—No, desde el sábado pasado.


Paula se volvió en ese momento, cuando Luciana entró en la oficina.


—¡Paula!


Paula miró de una a otra sin comprender por qué tanta perplejidad.


—¿Ocurre algo?


—Bueno, es que Pedro...


—¿Pedro? ¿Le ha pasado algo? —la angustia se reflejó en su rostro, que empalideció al momento—. ¿Qué le ha pasado? ¿Está mal? ¿Está enfermo?


—Se ha marchado a Newcastle.


Paula frunció el ceño. ¿Qué demonios había ido Pedro a hacer a Newcastle?


—Ha ido a buscarte —gritó Luciana—. Yo creía que... Los dos creíamos que... Oh, Paula, ¿Qué diablos estás haciendo aquí?


Paula había ido a Londres para asistir a la boda de Iván, que incluso le había enviado un coche para que la llevara. ¡Y Pedro había elegido ese preciso momento para ir a Newcastle a buscarla! ¡A buscarla a ella! Durante unos segundos, no sabía si reír o llorar. Pero al momento se recuperó y supo lo que tenía que hacer. Sin más palabras, se dio media vuelta y abrió la puerta.


—¿Qué hay del cheque? —gritó Sandra. 


—Que espere. Envíamelo.


—¿Adónde?


—A Newcastle, naturalmente.


Sandra se volvió a Luciana.


—Newcastle debe ser un sitio increíble —dijo Sandra—. Quizá debiéramos abrir una oficina allí.




Pedro se sentó en el asiento de ventanilla de un vagón de primera clase con el periódico en la mano. Ahora tenía tres horas de espera en las que pensar en el futuro. Al marcharse, no había pensado en nada, sólo había sentido. No obstante, lo único que había hecho la semana anterior era pensar, pensar e intentar hacer lo que Paula quería, o lo que él creía que ella quería.