miércoles, 3 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 55

El teléfono la despertó. Paula lanzó un gruñido y se dió media vuelta, ignorándolo. Continuó sonando. Se tapó la cabeza con la almohada. Siguió sonando. Desesperada por poner fin a aquel ruido infernal, se levantó de la cama y con una mano en la frente, por si se le caía, llegó al horroroso aparato. Entonces, descolgó el auricular, lo dejó caer al suelo y volvió a la cama. Tan pronto como cerró los ojos llamaron a la puerta. No podía creerlo. ¿Qué podía ser tan urgente? Pero consiguió arrastrar los pies hasta la puerta y abrirla. Pedro no esperó a que le invitasen a entrar. Se dirigió directamente a la cocina y puso a hervir agua para el café. Después, llenó un vaso con agua y echó un par de pastillas contra la resaca.


—Toma, bébete esto.


Paula dijo algo ininteligible a modo de respuesta, pero aceptó el vaso, tragó el líquido y se estremeció.


—¿No estás acostumbrada al coñac? —preguntó Pedro, como si no lo supiera.


—También recuerdo haber bebido alguna que otra copa de champán —observó ella—. No estoy acostumbrada al alcohol, a ningún tipo de alcohol.


—Debería haberme dado cuenta, lo siento. No permitiré que vuelva a ocurrir.


—No vas a ser consultado, Pedro. Soy yo quien no va a permitirlo.


—Tienes razón. Bueno, vamos, ve a vestirte, Paula. Tenemos un montón de cosas que hacer hoy por la mañana. Mientras tú te arreglas, yo voy a preparar café y unas tostadas.


—No quiero nada. Lo único que quiero es volverme a la cama y pasarme todo el fin de semana durmiendo. Márchate y cierra la puerta.


—¿Dos copas de coñac y estás acabada?


—Para ser economista, Pedro, las cuentas se te dan muy mal —dijo Paula, apretándose la frente con la mano—. Y si tú te encuentras bien, en mi opinión es porque tienes un problema. 


—El único problema que tengo eres tú. He tenido que vender mi alma para conseguirte una cita con un peluquero al que hay que pedirle cita con tres meses de antelación.


—¿Tu alma?


—Está bien, he exagerado un poco. Cuatro entradas para el estreno del musical de Lloyd Webber.


—¿Cómo las has conseguido? —Paula alzó la mano—. No, no me lo digas. Tu alma.


—En cualquier caso, haya vendido lo que haya vendido, volver a la cama es impensable.


Paula lo miró enfadada tras una masa de pelo que parecía no haber pasado por la mano de ningún peluquero en tres años por lo menos.


—¿Y si te digo que no quiero que me corten el pelo?


—Paula, si no estás duchada y vestida dentro de diez minutos, te cortaré el pelo yo mismo —le advirtió Pedro—. Y con las tijeras de podar.


Ella se lo quedó mirando.


—¡De qué humos te levantas!


—Tú, por supuesto, estás hecha un ángel, ¿No? Pues para que te enteres, llevo en pie desde las seis y media. Tú deberías haber hecho lo mismo y haberte ido a correr al parque, así no encontrarías tan mal.


—No me encontraría, punto. Estaría muerta.


—Ahora, la que exagera eres tú.


—Está bien, está bien —dijo Paula, rindiéndose por fin—. Vamos, prepara un zumo de naranja y olvídate de las tostadas, estaré lista en un momento.


La ducha la ayudó. Se vistió rápidamente con unos vaqueros y una camisa. Después, se puso un chaleco y un fular alrededor del cuello. 

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