viernes, 12 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 72

¿Mejores deseos? ¿Y el beso? ¿Y la forma como había bailado con ella? ¿Cómo la había abrazado? Se quedó mirando la nota: tono amable, formal y un adiós. No podía creerlo. No podía ser que Candela hubiera sido tan sensacional. ¿O sí? Se puso el chándal, las zapatillas de deporte, salió de la casa y cruzó el patio hasta la cocina. Marcela levantó la vista de las verduras que estaba preparando para el almuerzo.


—¿Dónde está?


—¿Pedro? —Marcela parecía incómoda—. Creía que te había dejado una nota explicándote que ha tenido que marcharse de Londres.


—¿Adónde? Quiero hablar con él.


—Se ha ido a Strasburgo, mañana por la mañana se reúne el comité de la Unión Europea. Ha hablado con la señora Garland antes de marcharse y lo ha arreglado todo para que la llames a la oficina mañana por la mañana con el fin de que te busque otro trabajo.


De repente, Paula se sintió fuera de lugar. ¿Quién era ella para exigir hablar con Pedro como si fuera algo más que una secretaria temporal?


—¿Te apetece algo para almorzar, Paula? 


—¿Qué? No, no gracias, Marcela. Me marcho hoy. Y no te preocupes, lo dejaré todo ordenado antes de marcharme —Paula hizo una pausa—. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Créeme, he estado muy a gusto aquí. Siento... Siento no haber visto a Pedro.


—Ha sido una de esas cosas de urgencia...


—Sí, ya. Dejaré la ropa de la señora Alfonso en el departamento, Marcela. Si no te importa, te agradecería que la llevaras a la tienda de caridad.


—Por supuesto.


—Luego pasaré para devolverte las llaves.


—Échalas por la rendija para el correo si tienes prisa.


Paula asintió y se marchó de la cocina. Durante un momento, Marcela se la quedó mirando. 



Después, Pedro se reunió con ella en la cocina.


—¿Qué habrías hecho si hubiera aceptado tu invitación a almorzar, Marcela?


—Yo más bien diría, ¿Qué habrías hecho tú? —Marcela se volvió para mirarlo—. Eres un idiota por dejarla marchar, Pedro.


Pedro sacudió la cabeza.


—Los idiotas no aprenden de sus errores. Puede que Mariana no hubiera sido feliz aunque no se hubiera casado conmigo, pero es casi seguro que, por lo menos, estaría viva. 




A punto de marcharse, el teléfono del departamento sonó. Era Iván, no Pedro.


—Prometiste llamarme, Paula. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?


Paula vaciló antes de contestar.


—Sí, Iván.


—¿Estás segura, cielo? No pareces decirlo muy convencida.


—No me pasa nada que no solucionen un par de aspirinas. Supongo que no estoy hecha para esta clase de vida.


—Así que no vas a ir de juerga esta noche, ¿Eh?


—¿Otra juerga? 

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