lunes, 8 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 61

Paula se contempló en el espejo. Frunció el ceño. Quizá fuera el pelo, o el sofisticado maquillaje, pero parecía mayor. No, no era eso, lo que parecía era diferente. Madura. Muy madura. Siempre se había creído algo rellena, pero la línea de aquel vestido enfatizaba unas curvas que ya no parecían excesivas, sino sencillamente tentadoras. Llamaron a la puerta.


—Entra —respondió Paula, alzando la voz.


Entonces, agarró el abrigo de terciopelo negro y salió del dormitorio para entrar en el cuarto de estar. Había supuesto que era Marcela, que le había prometido ir para ver si necesitaba algo más. Pero no era ella, sino Pedro. Alto y sumamente atractivo. En la puerta, se detuvo en seco.


—Yo... Iba de camino para la casa.


Pedro sintió la garganta seca. No sabía... No había tenido tiempo para... Prepararse. La transformación de Paula le dejó asombrado.


—Un caballero siempre va a buscar a la dama, Paula. Me parece que voy a tener que llamar a Luciana para que me tenga a otra secretaria para el lunes.


—Pedro, ya te lo he dicho, pase lo que pase con Iván, voy a quedarme aquí hasta que vuelva Laura.


Se lo había dicho, pero él no sería capaz de trabajar con ella sabiendo que cada noche acudiría a los brazos de otro hombre. Pedro le quitó el abrigo y lo sostuvo para que ella deslizara los brazos por las mangas. Y mientras Paula le daba la espalda, él dijo:


—¿Iván Blake? No estaba pensando en él. En realidad, como tu señor Blake no se dé prisa, se le van a adelantar.


Paula se dió media vuelta. ¿Qué había querido decir con eso? Pero Pedro tenía llevaba una sonrisa ilegible en los labios.


—¡Dios mío! ¿Es eso a lo que tú llamas un halago?


—¿Qué más quieres?


Todo. Paula lo quería todo. Pero contestó.


—Algo más personal. ¿O tan falto de práctica estás?


Pedro tragó saliva. Él había empezado, pero no había anticipado que le fuera a resultar tan difícil parar. Se encogió de hombros y logró sonreír. 


—¿Eso crees? Bien, puede que sea así. Vamos a ver.


Pedro dió un paso atrás y, con la mano en la barbilla, le paseó la mirada por todo el cuerpo, de pies a cabeza. Paula deseó fervientemente no haber dicho nada. Esperó con el rubor subiéndole por las mejillas mientras él le clavaba los ojos en el escote. Ella hizo ademán de abrocharse el abrigo; pero Pedro, sin decir nada, le amonestó moviendo un dedo. Entonces, cuando completó la inspección, cuando lo único que podía oírse era el tictac del reloj y los latidos del corazón de Paula, Pedro le clavó los ojos en los suyos.


—¿Qué más quieres que diga, Paula?


—Nada —contestó ella rápidamente, haciendo un movimiento para recoger el bolso que tenía encima de la mesa.


Los ojos de Pedro habían dicho más que suficiente. Le habían dicho que era una chica estúpida que no sabía cómo mantener la boca cerrada.


—El pelo te ha quedado muy bonito —dijo Pedro estirando la mano para retirarle un mechón de pelo de la mejilla—. Ahora comprendo por qué hay que pedirle cita a ese peluquero con meses de antelación.


Paula era perfectamente consciente de que tenía toda la culpa de encontrarse en semejante tesitura.


—Le escribiré una nota diciéndole que has dado tu aprobación. Estoy segura de que quedará encantado.


—Sé un poco más amable, Paula, estoy haciendo todo lo que puedo. Como tú misma has señalado, estoy falto de práctica.


«¡Ya, falto de práctica!», pensó Paula. Entonces, dejó de pensar y empezó a sentir. Sintió frío y luego calor, un calor que dió paso al sofoco.


—¿No deberíamos marcharnos ya? —sugirió ella con voz ronca.


—También llevas un maquillaje distinto, ¿No? 

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