lunes, 29 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 25

Aunque tenía el cerebro embotado por la falta de sueño, Paula creía recordar que una vez había podido llegar a su destino y sencillamente salir del coche. Tal vez había tenido que llevar el bolso y el ordenador portátil, pero eso no era nada comparado con el viaje de aquel día hasta el estadio de los Astros. La bolsa de los pañales iba llena de cosas: Biberones, un cambio de ropa, juguetes, crema solar, la medicina para el delicado estómago de Isabella… Por no hablar de toallitas, pañales, pomada… La gente subía al Everest con menos carga. Con la bolsa de los pañales al hombro y empujando el cochecito por el aparcamiento, solo tenía una mano libre para sujetar a Thiago. Era la primera vez que llevaba a los niños a un sitio lleno de gente y estaba un poco angustiada.


–No te separes de mí –le advirtió al niño–. Y no te alejes cuando estemos dentro del estadio. Especialmente cuando estemos dentro.


–Bueno –murmuró Thiago, su rostro apenas visible bajo la gorra de los Astros, que prácticamente le tapaba los ojos. 


Pero el niño le había pedido que se la pusiera y, además, lo protegería del sol. Precisamente por el calor, Paula llevaba una camiseta roja sin mangas y un pantalón corto de color arena, pero mientras iba en el coche se había arrepentido porque no estaba acostumbrada a que sus compañeros de oficina la vieran con tan poca ropa. En fin… Al menos llevaba los colores del equipo. Aunque ella y su hermano se criaron fuera de Houston, su padre les había inculcado la pasión por el equipo local. Solía llevarlos al estadio y, al entrar, sintió cierta nostalgia. Estaba deseando enseñárselo a Thiago, pero el pobre había dormido tan poco que seguramente se quedaría dormido. Sus gritos a las tres de la madrugada le habían dado un susto de muerte.


–¡Mamá, hay agua en mi habitación!


Paula había saltado de la cama y había encontrado al niño con los ojos abiertos de par en par, manoteando para apartar un agua que solamente él veía. Había tardado un rato en despertarlo y esa terrible imagen se había quedado con él, impidiendo que volviese a conciliar el sueño. En cuanto entraron en el estadio, Thiago anunció que tenía hambre.


–¿Otra vez?


–Has dicho que me comprarías un perrito caliente –le recordó el niño, mirándola con cara de pena.


–Pero no quería decir nada más llegar –objetó ella–. Acabamos de comer.


–Tengo hambre otra vez –insistió el niño.


Paula prefería lidiar con eso que con un niño desconcertado que llamaba a su madre en medio de la noche.


–Dentro de un ratito, aún no. Primero vamos a buscar nuestros asientos, ¿De acuerdo? Y debería llevar a tu hermana al aseo.


La niña había ido dormida en el coche, pero acababa de despertarse y Paula estaba segura de que debía cambiarle el pañal. Desafortunadamente, la cola en los servicios era interminable.


–¿Por qué no vienes conmigo al de señoras? –le preguntó al niño cuando este le dijo que también tenía que ir al aseo–. Yo soy demasiado mayor para entrar en el de los chicos.


–Puedo entrar solo –replicó Thiago, arrugando la frente.


–Esto está lleno de extraños y no quiero perderte de vista.


–Pero es que puedo entrar solo.


Paula suspiró.


–Esta bolsa pesa mucho y te agradecería que me hicieras caso.


–Mi padre siempre me llevaba al de chicos –insistió el niño, intentando soltarse de la mano–. Ya soy mayor.


Tal vez echaba de menos a su padre y no era una simple pataleta, de modo que Paula se inclinó para hablarle con voz pausada.


–Eres mayorcito y sé que tu papá estaría orgulloso de tí, pero a él le gustaría que me hicieras caso.


–¿Algún problema? –escuchó una voz masculina tras ellos. 


Pedro. Encontrarse con él cuando iba cargada como una mula y estaba regañando a su sobrino no era mejor que su primer encuentro, pensó. Qué mala suerte.

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