viernes, 4 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 46

Paula estaba en la pista de baile, rodeada de admiradores. La expresión de Pedro debió de delatar sus sentimientos, porque Brikman le sirvió un vaso de whisky y lo miró.

–¿Qué te concome por dentro?

–No me gustan mucho las fiestas.

–Entonces, has ligado con la chica equivocada –opinó el director–. Paula vive para la gente. No me malinterpretes. No es ninguna diva. Ha llegado adonde está por su esfuerzo y su talento. La gente la adora.

–Me doy cuenta de eso –repuso él en voz baja, siguiéndola con la mirada–. De hecho, me di cuenta desde el primer día –añadió y apretó los dientes. Ver que otros hombres eran receptores de su sonrisa le llenaba de desasosiego–. Dime, Rafael. ¿Crees lo que escriben sobre ella en las revistas del corazón?

Brikman dió un respingo.

–Eso es todo mentira.

–Pero todos esos hombres… ¿Se aprovechan de ella?

El director afiló la mirada, con los ojos puestos en Paula mientras hablaban.

–Puede que lo intenten, pero no subestimes a Paula. Ella ha sobrevivido en este mundo sin perder la cabeza ni su dulzura. No tiene nada de artificio. Lo que ves es lo que hay.

–No estoy celoso.

–No he dicho que lo estés. Un hombre tiene que valorar las consecuencias antes de correr un riesgo.

–¿Qué riesgo?

–No te hagas el tonto conmigo, Alfonso. Tú sabes de primera mano lo que es sufrir. Conozco tu historia. Hice que te investigaran en cuanto apareciste aquí con ella. No podía permitirme ninguna sorpresa. Mi trabajo consiste también en calcularlo todo.

La banda hizo un descanso. Pedro estaba deseando que Paula volviera a la mesa. Cuando ella se acercó, se levantó y le tendió un vaso de agua.

–Pareces acalorada –observó él.

Ella se bebió el vaso de un trago.

–Soy todo fuego, hombretón –bromeó ella, dando una vuelta sobre sí misma–. Y tú vas a ser el afortunado que me lleve a casa.

Paula le dió un beso en la cabeza a su jefe.

–Hasta mañana. Mi Alfonso y yo nos vamos a buscar una playa desierta para aullarle a la luna.

Paula le dió la mano a su acompañante y tiró de él hacia la salida. Al menos, tres personas trataron de interceptarla, pero ella no se rindió. Estaba deseando irse. Fuera, Pedro la rodeó por la cintura y la condujo al coche. Al llegar, la agarró de las caderas y la acorraló delante del capó, apretando su erección contra ella. A Paula se le aceleró el corazón. Miró al cielo lleno de estrellas. No solo estaban en lo más alto de la isla, sino que habían llegado a un punto de inflexión en su relación. Despacio, él la besó con exquisita ternura.

–Oh, Pedro –suspiró ella–. Por favor, no me provoques más, si no quieres nada.

–Sí quiero –afirmó él, recorriéndole el cuello con la lengua.

–No me quejo de tus besos –repuso ella, notando que le temblaban las rodillas–. Pero creo que no nos vendría mal un poco más de privacidad.

–¿Estás segura de que no podemos hacerlo en el asiento de atrás?

–Me gusta cuando te olvidas de guardar las formas –replicó ella, tomando el rostro de él entre las manos.

Entonces, cuando Pedro se puso tenso, ella se arrepintió de sus palabras. ¿Cuándo aprendería a tener la boca cerrada?

–Tenemos que hablar –dijo él en voz baja, soltándola–. Hay cosas que debes saber. Sube al coche.

La atmósfera que los rodeaba cambió de inmediato, dejando a Paula perpleja por completo.

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