viernes, 18 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 9

–¿Dónde vamos a cenar?

–A un restaurante nuevo que han abierto en King Street donde sirven platos tradicionales con un toque de nouvelle cuisine. Un amigo que ha ido me dijo que hacía años que no comía tan bien.

–Suena muy tentador, pero… ¿Y si nos ven juntos?

Paula había dado por hecho que escogería un lugar discreto y poco concurrido.

–La gente nos ve juntos todos los días. Que piensen lo que quieran.

¿Estaba dándole a entender que aquella velada no significaba nada y que no tenía que preocuparse por que pudieran verlos juntos?, se preguntó Paula. Sin embargo, el fuego en su mirada parecía sugerir algo muy distinto.

–Preferiría ir a un sitio más privado –insistió. Sintió una punzada de nervios al pronunciar esas palabras. Al fin y al cabo era con su jefe con quien estaba hablando, y no estaba acostumbrado a que discrepara de sus decisiones–. Detestaría que la gente empezara a hablar.

–Que hablen. Todo Charleston está hablando de mi familia y no nos hemos muerto por ello.

El rostro de Pedro se ensombreció cuando dijo eso. Probablemente había acudido a su mente el asesinato de su padre. ¿Por qué estaba poniéndose puntillosa con un restaurante con la presión a la que sabía que Pedro estaba sometido con todo lo que estaba ocurriendo?

–De acuerdo, dejaré de preocuparme. Supongo que si nos encontramos con alguien podríamos decir que hemos ido a probar la comida porque estás pensando en hacer allí una fiesta para algún cliente.

–Siempre piensas en todo –dijo él con una sonrisa antes de tomar otro sorbo de su copa–. Este martini está delicioso, pero creo que deberíamos irnos yendo. He hecho la reserva para las ocho y ahora mismo es el restaurante de moda en la ciudad.

Paula tenía la esperanza de conseguir un ascenso, y si la gente la veía cenando con el jefe podrían pensar que estaba intentando ganarse ese ascenso acostándose con él. Tragó saliva. Ya era tarde para echarse atrás.

–Lista –le dijo.

Para bien o para mal iba a cenar con su jefe, pensó cuando se subieron al Porsche negro. Los asientos de cuero eran tan cómodos y deliciosamente pecaminosos como había imaginado, y una ola de excitación la invadió cuando Pedro puso en marcha el motor. No sería capaz de resistirse a contarle aquello a su madre. Seguro que la impresionaría. Frunció el ceño ligeramente. ¿Acaso estaba empezando a pensar como su madre? A ella no le gustaba Pedro porque tuviera un Porsche y un montón de dinero en su cuenta bancaria; le gustaba porque era un hombre bueno e inteligente. Bueno, y también por esos abdominales marcados y su trasero.

–¿Y esa sonrisilla? –le preguntó él, sacándola de sus pensamientos.

Paula  no se había dado cuenta de que estaba sonriendo.

–Debe ser por el martini –mintió.

Poco después llegaban a su destino, y apenas le dio tiempo a Paula  a desabrocharse el cinturón de seguridad cuando Pedro, que ya se había bajado del coche, estaba abriéndole la puerta. La tomó de la mano para ayudarla a salir, haciéndola sentirse como si fuera de la realeza. Había ido otras veces a restaurantes con él, por comidas de negocios, por supuesto, pero de pronto todo era distinto.

Cuando entraron el maître los condujo a su mesa, en una terracita que se asomaba a un pequeño pero encantador jardín en la parte trasera del edificio, con una tapia de ladrillo cubierta por una planta trepadora en flor y una fuentecilla con forma de cabeza de león. Pedro le retiró la silla para que se sentara, haciéndola sentirse de nuevo como una princesa.

–Tráiganos una botella de Moët, por favor –le dijo al camarero.

Paula parpadeó al oír el nombre de aquel champán tan caro.

–¿Qué celebramos?

–Que la vida sigue –contestó Pedro, sentándose también–. Y que vamos a disfrutarla pase lo que pase, ¡Qué demonios!

–Esa es un filosofía admirable –dijo ella.

Igual que todo el mundo en Charleston, Pedro debía estar preguntándose qué más podría pasarle a su familia. Su padre estaba muerto y su madre estaba bajo arresto en la cárcel del condado como sospechosa del asesinato. Le habían negado la fianza porque consideraban que con su dinero y sus contactos había riesgo de fuga. Y había algo que Pedro no sabía: que ella le había dicho a la policía, cuando la habían interrogado, que había visto a su madre en el edificio la noche del asesinato.

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