lunes, 14 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 68

Pedro la condujo por una puerta adyacente. Allí los estaba esperando su chófer. Ella parecía a punto de derrumbarse. Una vez dentro de la limusina, con su privacidad protegida por los cristales tintados, él la abrazó.

–Ya está, princesa. Lo has hecho muy bien.

Paula empezó a llorar, aferrada a él. A Pedro también se le humedecieron los ojos.

–¿Quieres irte a la cama? –preguntó él cuando amainaron sus lágrimas–. ¿O prefieres comer algo? Dime qué necesitas.

–Llévame a la playa, en mi coche –pidió ella, limpiándose los ojos–. Quiero ver el mar.

El conductor los dejó en casa de Paula.

–Ve a cambiarte. Puede hacer frío –aconsejó él.

Ella negó con la cabeza y le entregó las llaves del coche.

–No. Vámonos.

No estaban lejos de la costa. En voz baja, Paula le dió indicaciones para llegar. Estacionaron delante de una casa en la playa.

–Es de una amiga mía que se ha ido a Europa. Me ha dejado las llaves para que se la cuide.

Sin embargo, en lugar de ir hacia la casa como Jacob había esperado, Paula se dirigió a la playa. Se quitó los tacones y los dejó en el suelo.

–¿Adónde vas?

Sin responder, ella siguió caminando hasta la orilla, todavía con las medias puestas. Su figura parecía diminuta y solitaria enmarcada en la inmensidad del océano. El agua debía de estar helada, pero Paula no se inmutó cuando las olas le tocaron los pies. Pedro se quitó los zapatos también y la acompañó. Se quedaron callados, hombro con hombro, contemplando el horizonte.

–¿Sabes por qué me gusta venir aquí? –preguntó ella con un suspiro.

–No. Dímelo.

–Me recuerda que soy insignificante en el gran esquema de las cosas. El mundo podría seguir girando sin mí. Eso me consuela en cierto modo.

–Te equivocas –replicó él, tomándola por los hombros para que lo mirara a la cara–. Sin tí, mi mundo se detendría.

–Parece la frase de una película barata, doctor. Actúas muy mal.

–Siento haberte dejado sola en Antigua –se disculpó él, sintiéndose avergonzado y merecedor de su sarcasmo–. Estaba asustado.

–¿De qué?

–Llevo toda la vida buscando la felicidad y nunca he logrado alcanzarla. Contigo, ha sido diferente. Puedo imaginarme a tu lado por toda la eternidad. Pero me aterroriza pensar que puedas dejarme.

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