viernes, 25 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 19

Paula emitió un gemido ahogado cuando el avión despegó, pero se relajó cuando ascendieron, sobrevolando Charleston, y pusieron rumbo al horizonte, donde el ocaso teñía con sus cálidos colores las montañas.

–¿Cómo está tu madre? –le preguntó Paula.

–Lo sobrelleva con entereza. Es una mujer valiente y no quiere que nos preocupemos. Esta tarde he ido a visitarla y le he llevado unos libros que quería. Le he dicho que estamos haciendo todo lo posible para sacarla de allí. La policía no nos ha dicho mucho, así que hemos contratado a un detective privado que se dedica en exclusiva al caso y colabora con Diana Thomas, nuestra detective corporativa. Y nuestros abogados siguen intentando negociar una fianza, pero es complicado. Al parecer alguien vio a nuestra madre esa noche en las oficinas. Eh… ¿Estás bien?

Paula había palidecido de repente.

–Sí, es que tengo un poco revuelto el estómago. Seguro que se me pasará en cuanto aterricemos.

Minutos después, cuando descendían sobre el aeropuerto de Gatlinburg, Paula le apretó la mano con fuerza, y suspiró aliviada cuando el avión hubo tomado tierra y se detuvo en la pista.

–¿Lo ves? –le dijo él–. Has sobrevivido.

–Perdona que sea tan miedosa. Seguro que te he dejado marca, clavándote las uñas en la mano.

Siguiendo sus instrucciones, el guardés de la cabaña le había dejado en el aeropuerto el Chevrolet Suburban para que pudieran desplazarse hasta allí. También le había dicho que su esposa y él podían tomarse el fin de semana libre después de dejar preparada la cabaña. Sospechaba que la presencia de alguien más en la casa haría que Paula se sintiera incómoda. Una ola de tristeza lo invadió cuando se puso al volante del Chevrolet Suburban. Cuando habían ido a la cabaña siempre había sido su padre quien lo había conducido. Pedro suponía que le gustaba mantener los roles de padre e hijo aun cuando él hacía casi veinte años que conducía.

–Esto es precioso –dijo Paula–. Hasta la luz es distinta.

Sí que era distinta, pensó él, admirando los reflejos dorados que el sol arrancaba de su cabello rubio mientras miraba por la ventanilla. Introdujo la llave en el contacto y la giró para poner el vehículo en marcha.

–Mi padre me escribió una carta cuando hizo testamento –dijo. No le había hablado a nadie más de aquello –. En ella me dice que no estaba seguro de cuánto tiempo más iba a vivir, y quería asegurarse de que la cabaña fuese mía.

Paula se volvió hacia él sorprendida y se quedó mirándolo pensativa un momento.

–Casi parece como si hubiera sabido que iba a morir –murmuró.

–Sus abogados me han dicho que reescribía el testamento cada cierto número de años, así que no creen que signifique nada. Dejó escrita una carta a cada miembro de la familia excepto a mi madre.

–¿Tu madre sabía lo de la otra mujer y sus hijos?

Pedro tragó saliva.

–Parece ser que sí, y no nos dijo nada a ninguno. Un día encontró una copia del borrador del testamento en un cajón de su escritorio –le aliviaba poder hablar de aquello, y sabía que podía confiar en la discreción de Paula–. Mi madre no quería que ninguno de nosotros lo supiera.

–¿Y por eso la policía piensa que tenía motivos para cometer el asesinato?

–Supongo que piensa que quería vengarse.

Paula palideció y emitió un gemido ahogado. ¿Acaso creía posible que su madre empuñase una pistola para disparar contra el que había sido su marido durante casi cuarenta años?

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