miércoles, 9 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 57

–Tendré que ver su historial.

Pedro sacó su pequeño maletín de médico, con el que viajaba a todas partes, y examinó a la paciente con atención. Frunció el ceño cuando la auscultó. Tenía una neumonía importante. Cuando terminó su examen, la señora Chaves parecía muy incómoda. Por suerte, apareció una enfermera que le administró una medicación para el dolor. Mientras, Pedro echó un vistazo al historial. Los resultados de los análisis de sangre eran alarmantes. Y el cóctel de medicinas que el médico le había prescrito encajaba con los nuevos protocolos de tratamiento. Pedro no vió nada raro, ninguna decisión de los médicos que pudiera poner en duda. Eso significaba que no podía darle esperanzas a Paula.

Paula subió nada más recibir un mensaje de texto de Pedro, indicándole que había terminado.

–Bueno, ¿Cuál es tu veredicto, doctor?

–¿Salimos un momento?

–Nada de secretos –protestó la señora Chaves–. Me gustan las verdades directas.

–Lo entiendo –asintió Pedro–. ¿Por qué no tomas asiento, Paula?

Ella se sentó junto a su madre, en la cama. Las dos se dieron las manos, mirándolo como si fuera un verdugo.

–Dinos qué piensas –pidió Paula.

–Tu madre está muy enferma, como ya sabías. Está respondiendo al antibiótico, aunque despacio. La buena noticia, señora Chaves, es que cuando la infección haya cedido, no se encontrará peor de lo que estaba antes. Esto pasará.

–¿Y el cáncer?

–Es lo que es. Las dos han hablado con el médico sobre su evolución. He visto las pruebas y el historial y no parece que se hayan equivocado en el diagnóstico. El tratamiento ha funcionado como se esperaba.

La expresión de Paula era difícil de descifrar.

–¿Estás decepcionada o contenta? –quiso saber él.

–Las dos cosas, supongo –admitió ella y se mordió el labio–. ¿Así que tú habrías hecho lo mismo que sus médicos?

–Sí.

–Entiendo.

–Lo siento –dijo él con el corazón encogido–. Me gustaría poder darte otra respuesta.

–Son buenas noticias, Paula –señaló, mirando a su hija–. Pronto, estaré como antes. Estoy decidida a ver los Oscar cuando te llamen para darte la estatuilla.

Una enfermera les avisó de que tenían que irse ya. Paula abrazó a su madre.

–Volveremos por la mañana.

–Si me sacan de cuidados intensivos, quiero que vuelvas a Antigua.

–No pienso dejarte –negó Paula con cara triste.

Pedro se encogió por dentro. Él no había tenido tiempo para despedirse de su madre. Una mañana, se había sentado a desayunar con ella y, por la tarde, ella había desaparecido. No sabía si era mejor o peor saber que el final se acercaba.

–Hasta mañana, mamá.

Fuera de la habitación, Pedro la tomó del brazo.

–Tienes que cenar.

–Bien. Elige tú el sitio –aceptó ella sin oponerse.

Caminaron un par de manzanas y encontraron un restaurante italiano que olía de maravilla. Aunque ella se mostró ausente y poco habladora, Pedro consiguió que se comiera media ensalada y un plato casi entero de lasaña. También le sirvió un poco de vino tinto.

–Creo que deberías irte a tu casa –dijo ella, de pronto, con la mirada turbia–. Te he sacado de tu clínica bajo falsas pretensiones. No estoy enferma. Además, ya hemos filmado lo bastante como para que no puedan prescindir de mí en la película. Puedes irte mañana.

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