lunes, 24 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 10

 –Es posible –Paula parpadeó y, con gesto de no darle importancia, volvió el rostro hacia la pintura que tenía delante–. Por otra parte, no esperaba verte en una galería de arte. ¿Has cambiado de gustos? ¿Se trata de que quieres conocer a otro tipo de chica? Se dice que los museos y galerías de arte se están poniendo de moda entre la gente soltera. Dime, ¿Cómo es que conoces la obra de Ana Zolezzi? Pareces ser uno de sus admiradores. ¿Me equivoco?


Oyó a Pedro respirar hondo.


–Puede que lo sea. Pero vamos a ver, pareces sentir curiosidad por mí y yo siento curiosidad por tí. ¿Qué te parece si te hago una pregunta, tú la respondes, y después tú me haces una pregunta a mí? Un simple intercambio. Pregunta por pregunta. ¿Qué te parece?


Paula arqueó las cejas y luego lo miró.


–¿Seguro que vas a cumplir con tu parte del trato?


–Me ofendes –respondió él–. Claro que cumpliré. Y te prometo no hacer preguntas personales. Palabra de honor de boy scout.


–¡Tú jamás has estado en los boy scouts!


–Dos semanas en la isla de Wight, quemándome la espalda y aprendiendo a hacer fogatas. No se me olvidará nunca. Y no has respondido a mi primera pregunta.


Paula sintió despertar su interés mientras se veía sometida a la mirada de Pedro. ¿Podía permitirse el lujo de hablar con él? ¿De igual a igual? ¿Hacer como si fuera la primera vez que se veían? Sería un descanso y le libraría hablar con Ian sobre la fiesta de recaudación de fondos y las fotos que iba a tomar. Podía incluso ser divertido verlo tratando de recordar cuándo y dónde se habían visto antes.


–De acuerdo –respondió ella. 


–¿De acuerdo? ¿Eso es todo?


–Eso es todo lo que vas a conseguir de mí, lo tomas o lo dejas – contestó Paula encogiéndose de hombros–. Y mi pregunta va primero. ¿Te acuerdas de la pregunta que te he hecho?


–Sí. Y sí, conozco la obra de Ana Zolezzi y me gusta mucho. Todas sus exposiciones me han encantado y… mucho más que eso. ¿Contenta? Bien, porque ahora me toca a mí el papel de inquisidor. Porque, al margen del periódico o la revista en la que trabajas, lo que sé es que han elegido a la persona adecuada para la sección de cultura. Y ahora dime, ¿qué nombre debo buscar en la crítica de la exposición de Ana Zolezzi?


Paula se mordió el labio para no echarse a reír. Pedro creía que era una crítica de arte. Perfecto. Aquello iba a ser divertido.


–Paula. Pero puedes llamarme Pauli. Me llaman las dos cosas.


–Pauli –repitió él en voz baja. Después, parpadeó un par de veces antes de sacudir la cabeza de un lado a otro–. Una crítica de arte llamada Pauli. Debería haber imaginado que sería algo así.


Su famosa cabellera le cubrió parte del rostro. Pedro echó la cabeza hacia atrás, una costumbre más que un gesto estudiado, y se echó a reír.


–Gracias. Necesitaba reírme. Y dime, ¿Tiene o no tiene Pauli un apellido?


Paciencia. De ninguna manera iba a permitir que ese hombre arrogante le ganara la partida. El apellido la delataría al instante.


–Eres muy impaciente. Esa es otra pregunta y ahora me toca a mí.


Paula ladeó la cabeza en dirección al cuadro e hizo un mohín con los labios. Debido al negocio de su madre había conocido a bastantes críticos de arte por lo que estaba segura de poder representar ese papel convincentemente durante unos minutos.


–Esta pintura es muy interesante, pero también es muy diferente al resto. La mayoría de los paisajes son exuberantes y los retratos son tan vivos que da la impresión de que van a saltar del lienzo, magníficos. Pero este es más…


Paula movió la mano en el aire en busca de la descripción adecuada, pero no lo consiguió.


–¿Introspectivo? –susurró Pedro–. ¿Era esa la palabra que andabas buscando? Los colores captan el estado de ánimo de Ana. Los colores que utilizan los pintores en sus obras reflejan su carácter. Los tonos oscuros hacen que resalten los más claros. ¿Qué opinas tú?


Y tras esas palabras, Pedro volvió el rostro hacia ella y le dedicó una sonrisa que mostraba sinceridad en lo que había dicho y también calidez. Después de pasar años trabajando en el mundo de la banca, en el que una llamada podía costar millones, Paula creía saber juzgar a la gente.

El Sabor Del Amor: Capítulo 9

Pedro poseía una mandíbula angulosa y sus pómulos conferían prominencia a su boca. No sabía cómo había ocurrido, pero se había roto la nariz en algún momento de su vida, y se veía algo torcida a partir del puente. Menos mal, un defecto. A parte de eso, debía reconocer que estaba aún más guapo que la última vez que le viera. Cuando Pedro estiró el brazo para agarrar una copa de champán, la tela de la camisa se le estiró por encima de los músculos pectorales, prominentes debido al duro trabajo, no a levantar pesas en un gimnasio. No era justo que un creador de sabores como él fuera, además, tan atractivo. Una pena que él se supiera guapo.


Con un ligero movimiento, Pedro se subió la manga izquierda de la chaqueta y dejó al descubierto un oscuro tatuaje que empezaba en la muñeca y que parecía hacer juego con el que le asomaba por el cuello de la camisa blanca desabrochada. Iba sin corbata. Durante una fracción de segundo, Paula se preguntó cómo sería el resto del tatuaje que, sin duda, le adornaba el pecho. Rápidamente apartó la idea de su mente. ¿Un cocinero con tatuajes? Un típico exhibicionista. Cualquier cosa por llamar la atención. En el pequeño mundo de la alta cocina, era imposible no encontrarse a Pedro en algunas de las muchas fiestas de entregas de premios a las que ella asistía ocupando uno de los asientos de atrás como una de tantas mortales. Y también estaban los programas de televisión de él. Había que tener valor para entrar en una cocina ajena y decirle al cocinero que tenía que dirigir su restaurante de otra manera y que él, Pedro Alfonso, sabía cómo hacerlo. Los televidentes no se cansaban nunca de ver los traumas familiares y las lágrimas que acompañaban al hecho de que un completo desconocido les dijera que debían cambiar su vida. El programa ya debía ir por la tercera o cuarta temporada. Una locura. Ella jamás haría una cosa así. Pedro era la clase de hombre al que ella despreciaba precisamente por jugar con las vidas de otras personas. Por presionarlos y manipularlos. Por ser cruel y egoísta.


¿Le estaba juzgando con dureza? Quizás. Pero era la verdad. ¿Qué promesa se había hecho a sí misma el día que dejó el banco? Ni una mentira más. Nada de engañarse a sí misma. Nada de conformarse con cualquier cosa. Y no volver a ser víctima de las manipulaciones de otras personas. Pedro Alfonso era un manipulador. Y ella no tenía ninguna intención de dejarse manipular. 


Fue entonces cuando Pedro alzó la cabeza y la miró. No. Fue más que eso. La examinó. Se la quedó mirando fijamente, como si buscara algo en su rostro y… acabara de encontrarlo. Porque esbozó una sonrisa que atrajo su atención a esos sensuales labios.


–Tengo la impresión de que nos hemos visto antes, pero debo reconocer que no me acuerdo de tu nombre. ¿Podrías ayudarme?


La voz de Pedro era como una salsa de chocolate caliente por encima de un helado de nata, con el poder de hacer que su corazón de chica atontada latiera con más fuerza y dificultara su respiración. Con un acento americano más acentuado que en el pasado, lo que no era de sorprender. De hecho, ese acento añadía atractivo a la voz. ¿Qué si ella podía qué? ¿No se le ocurría nada mejor que hacerla sentirse culpable por haberle dejado en ridículo? Se sintió insultada. ¿Cómo era posible que al famoso Pedro Alfonso no se le ocurriera una frase algo más sofisticada? Quizá no estuviera en plena forma. Le veía diferente a otras veces, algo menos arrogante quizás. No le extrañaba, si era verdad lo que la prensa decía, que él no paraba.


–¡Por favor! ¿No se te ocurre algo más original?


Pedro arqueó las cejas y esbozó una sonrisa sensual.


–A veces sí. Pero cada vez me siento más intrigado. Por favor, ayúdame. ¿Nos hemos visto antes?

El Sabor Del Amor: Capítulo 8

 –El mismo –dijo Pedro encogiendo los hombros. Y sin pedir permiso, se sentó al lado de ella y estiró las piernas–. Espero que le esté gustando la exposición. Este cuadro en concreto es muy bueno.


Paula trató de asimilar lo que estaba ocurriendo, pero sin conseguirlo. Pedro Alfonso. La última persona en el mundo que había esperado ver la noche de la inauguración de aquella exposición en esa galería de arte. Parecía una tarjeta postal del cocinero ideal: traje elegante, cabello, barba incipiente a la moda… Maldita la persona que lo había ayudado a elegir el atuendo, había hecho muy bien su trabajo. Pero debajo de esa elegante apariencia se escondía el Pedro de siempre. Lo veía en su actitud y en la arrogancia de sus ademanes que le hacían parecer el capitán de un barco de otro tiempo escrutando los mares a la espera de divisar algún barco pirata cargando un tesoro. No había cambiado mucho desde su último encuentro tres años atrás… Cuando la despidió de su primer trabajo como cocinera. Solo de pensar en ese día se le revolvía el estómago. Había estado trabajando tres meses de aprendiz en la cocina del hotel Alfonso cuando el gran Pedro Alfonso entró en la cocina furioso y exigió al idiota que había preparado el postre de chocolate que saliera al comedor y pidiera personalmente disculpas a la persona sentada a su mesa que casi se había roto un diente al morder la masa de piedra que acababan de servirle. Al parecer, se había visto humillado y avergonzado. Con una mirada, la jefa de pastelería de la cocina la había señalado a ella. Acto seguido, la agarró por el delantal y la alzó hasta hacerla sentir su brutal e irritado aliento en la mejilla.


–No quiero volverte a ver en mi cocina, ¿Entiendes? No tienes lo que se necesita tener para trabajar en esto, así que desaparece de aquí ahora mismo y no sigas haciéndonos perder el tiempo. No consiento que me humillen de esta manera. ¿Lo has entendido?


Sí, claro que lo había entendido. Había comprendido lo injustos que eran esos cocineros. Había esperado a que los otros cocineros dejaran de darle la razón y sirvieran en los platos otros postres para agarrar el abrigo y escapar por la puerta de atrás antes de que la jefa de pastelería de la cocina, la insoportable Rosario, que estaba tan borracha que apenas podía mantenerse en pie y mucho menos hacer un decente pâté sucrée, pudiera pronunciar una palabra más. En ese momento se juró a sí misma ser su propia jefa. Costara lo que costase. Lo que le llevó a la pregunta que acababa de hacerse: ¿Qué demonios estaba haciendo ese hombre allí? ¿Comprar una pintura para alguno de sus restaurantes? Era posible, pero no lo creía. No, debía ser que había alguien en la inauguración que, de alguna manera, podía ayudarlo profesionalmente. Pedro Alfonso no perdía oportunidad de dejarse ver. Siempre había sido así. Y si daba la impresión de que sabía algo de los cuadros allí expuestos… bueno, debía haberse informado de antemano pensando que eso le procuraría alguna ventaja personal. Lo más humillante era que no parecía haberla reconocido. La había olvidado como olvidaba a todos los aprendices a los que había despedido. Y ella no tenía intención de refrescarle la memoria.


Paula se pasó una mano por la nuca y se alzó el pelo; de repente, la ira había hecho que un intenso calor le subiera por el cuerpo. La grave y fuerte voz de Pedro parecía resonarle en la cabeza y sintió un profundo cosquilleo en el vientre. La presencia de él ocupaba el espacio. Se sintió acorralada, aprisionada entre la pared color marfil y el banco en el que estaban sentados. La última vez que había estado cerca de él le había visto lanzar chispas por los ojos, y se negó a que volviera a ocurrir. «No, no va a volver a pasar». En esta ocasión, fue ella quien echó chispas por los ojos al mirarlo a la cara.

El Sabor Del Amor: Capítulo 7

Hasta el día en que la mentira de la vida que llevaba se descubrió, dejándola sin nada y sola. En una playa como la del cuadro. Extendiendo los brazos hacia el mar, buscando un nuevo camino y una nueva identidad. Ya no era la chica que había dejado un salario exorbitante y una carrera prometedora en el banco de inversiones de su padre para hacerse pastelera. No, ya no. Esa chica había dejado de existir. Esa chica ahí sentada con lágrimas en los ojos era Paula la pastelera. Una chica que aún sufría a pesar de haber pasado tres años intentando superar su dolor. Pero un dolor que, en momentos como aquel, afloraba de nuevo. Por primera vez en mucho tiempo, no podía ocultar que todavía sufría. ¡Tonta! El agotamiento y la soledad la hacían vulnerable. Eso era todo. La servilleta de papel se estaba desintegrando, así que volvió a meterla en el bolso. Quizá al final de la noche, cuando todos regresaran a sus casas, podría encontrarse a solas con la pintora y hablar de «Las últimas oportunidades». Quizá Ana Zolezzi tuviera la clave de cómo aprovechar las últimas oportunidades para cambiar de vida y qué hacer cuando todos esos que creías amigos y que pensabas que te apoyarían decidían que no querían volver a saber nada de ti y dejaban de contestar a tus llamadas. Empezando por el, en teoría, modélico novio. Sí, quizá Ana pudiera darle alguna pista. Paula parpadeó y se secó las lágrimas con la mano. Mejor retocarse el maquillaje. Le quedaba por servir en platos doscientas raciones de canapés. Sí, debía ponerse en marcha. ¡Oh, demasiado tarde! No oyó, sintió a alguien acercándosela y observar el cuadro en silencio durante lo que le pareció varios minutos, aunque quizá solo fueran unos segundos.


–Es perfecto, ¿Verdad?


Paula sintió otra lágrima correrle por la mejilla, lo que le impidió volver la cabeza ya que no quería ponerse en evidencia delante de un desconocido.


–Absolutamente perfecto. ¿Cómo lo hace esa mujer? – preguntó Paula–. ¿Cómo consigue Ana impregnar de tanto sentimiento una pintura? Es increíble.


–Talento. Y un conocimiento profundo de ese lugar. Ana conoce esa playa como la palma de su mano. Observa cómo conjuga el mar con el cielo. Eso solo se puede hacer si se ha visto una y otra vez.


Paula parpadeó, pero esta vez lo hizo de sorpresa. Ese hombre lo comprendía. Ese hombre se había hecho eco de lo que ella pensaba. ¿Cómo era posible? El temblor en la voz del desconocido la calmó y la relajó. Había alguien que veía lo mismo que ella en esa pintura. Increíble. Y le sorprendió que él supiera tanto del cuadro y que pudiera hablar de él con tanta pasión. Entonces, de repente, la dura realidad la sacudió y se sintió como una tonta. Diego le había dicho que esa noche, la de la inauguración, estaba reservada para los críticos de arte y los periodistas. Ese hombre debía ser un amigo de Ana Zolezzi y por eso conocía la historia del cuadro. Quizá tuviera la respuesta a una pregunta suya. Alzó la barbilla, se volvió en su asiento y, alzando los ojos, miró el rostro del hombre que estaba a su lado. Y se quedó de piedra. Las risas y las conversaciones de fondo se transformaron en un murmullo distante. Incluso el aire se tornó frío y espeso mientras ella respiraba hondo para calmarse. ¿Era eso posible?


–Pedro Alfonso–dijo Paula en voz alta. 


Y, al instante, cerró la boca y apretó los dientes. Pensar en voz alta siempre había sido uno de sus defectos. Pedro Alfonso. El cocinero que menos le gustaba del mundo. Y el hombre que había tratado de destruir su carrera profesional.

El Sabor Del Amor: Capítulo 6

Le encantaba lo que hacía. La pastelería era su sueño convertido en realidad. Pero cuando su amigo fotógrafo, Ian, le mencionó de pasada que estaba buscando una empresa de catering para preparar canapés y pequeños postres para la fiesta de inauguración de una nueva galería especializada en arte contemporáneo, ella no había dejado pasar la oportunidad. Ella había necesitado un profesional para hacer fotos a La Pastelería y Café Paula con el fin de colgarlas en su página web, y Diego había necesitado comida para la inauguración de aquella noche. Un intercambio que a ella le había gustado y que no tenía nada que ver con las prácticas profesionales de su antiguo trabajo en el mercado de las acciones.


Paula dirigió la mirada hacia el vestíbulo de entrada. Notó que más y más invitados habían llegado y estaban reunidos en la zona bar montada en el bonito patio con vistas al Támesis. El tiempo, aquella tarde de junio, era cálido y soplaba una suave brisa. Perfecto. Tal y como a ella le gustaba. A su piel no le gustaba el sol. Era demasiado blanca y con demasiadas pecas. Mucho mejor quedarse ahí unos minutos más contemplando aquel cuadro ahora que estaba sola antes de que la fiesta comenzara. La comida estaba ya lista para ser servida en la pequeña cocina detrás del bar. Los camareros iban a llegar en unos diez minutos y ni siquiera la pintora había hecho aún su aparición. Por tanto, se permitiría unos minutos más de disfrute antes de ponerse a trabajar. Aquel era un tiempo precioso para ella. Sola con el arte. Relajó los hombros, movió el cuello de un lado a otro, alzó la barbilla y suspiró con placer. La mayoría de los cuadros eran retratos y paisajes al óleo, y multimedia en brillantes colores. Pero, sin saber por qué, se había dirigido inmediatamente a aquel rincón apartado, alejado de la entrada y de la zona del bar, pero bañado en luz natural que se filtraba por los ventanales que iban del suelo al techo. Y se había dirigido a ese cuadro en concreto, un cuadro sutil y discreto. Era un cuadro pequeño con un marco de cristal color vino, igual que el resto.


Pero aquel era especial. Diferente. Le había gustado desde que lo viera por primera vez en el catálogo que su amigo Diego había hecho. Le resultaba difícil explicarlo, pero algo en ese cuadro la había llegado a lo más profundo de su ser. Paula examinó el cuadro. Una mujer con vestido rojo, hasta la rodilla, de pie en una playa en la que se veían pinos y plantas mediterráneas. La mujer era delgada y extendía los brazos hacia el mar. La mujer llevaba la cabeza alta y sonreía débilmente mirando al mar, buscándolo con las manos mientras la arena de la playa le cubría los pies. Era un atardecer, el horizonte mostraba los característicos trazos rojos, dorados y naranjas. Pronto caería la noche, pero la mujer del cuadro iba a quedarse ahí, absorta en su contemplación del mar hasta que la última sombra apagara todo rastro de luz. Iba a aprovechar toda posibilidad de felicidad. Una lágrima le corrió por la mejilla y metió la mano en el bolso para agarrar un pañuelo de celulosa, pero se acordó de que se los había dejado olvidados en la pastelería, así que utilizó una servilleta de papel que también llevaba ahí. Sí, ella también sabía de eso, de aprovechar hasta la última posibilidad de ser feliz. 


Hasta hacía tres años había sido una mujer enfundada en un traje, encerrada en un cubículo en el banco de inversiones en el que su padre había trabajado durante cincuenta años. Su misión había consistido en hacer lo que se le mandara; solo con eso, se le había asegurado llegar a la cima en el futuro. También había tenido el novio ideal, en teoría, y solo un escalón por encima de ella. ¿No había sido eso la vida perfecta? Pero había odiado su trabajo hasta el punto de vomitar casi todas las mañanas. Y todo eso por dinero.

viernes, 21 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 5

 –Ah, entiendo. Así que, en realidad, le hago un favor, ¿Eh? Por supuesto, no tiene nada que ver con que el encantador Sebastián remueva cielo y tierra si tú se lo pides, ¿Verdad? Bueno, en serio, no sabes cuánto te lo agradezco. ¡Eres toda una amiga! Gracias, Sofía. Y que lo pases bien en China.


–Lo haré, pero solo si dejas de preocuparte, querida. No lo niegues, lo noto en tu voz. Que unos cientos de personas vayan a presentarse el sábado por la noche no significa que tengas que ponerte nerviosa. Ya verás como ni siquiera notarán la ausencia de Valeria –entonces, la voz de Sofía se tornó urgente–. Lo siento, Paula, pero están anunciando mi vuelo. Cuídate. Adiós, Pau, adiós.


Paula se quedó con el móvil en la mano durante varios segundos antes de cerrarlo y expulsar despacio el aire que había contenido en los pulmones. ¿Preocupada? Claro que estaba preocupada. Mejor dicho, aterrorizada. Y sería una estupidez no estarlo. ¿Qué pasaría si la fiesta para recaudar fondos acababa siendo un fracaso total? Había mucha gente creativa y con gran talento que necesitaba ayuda para realizar sus sueños. Las becas para formar a jóvenes y prometedores cocineros eran solo el principio, pero un buen principio en muchos sentidos. Una pena que Dee tuviera que estar en China aquella semana, le habría venido bien su apoyo. Sobre todo, ahora que la famosa cocinera a la que había logrado convencer para que asistiera a la fiesta como invitada de honor la había llamado, aquella misma mañana, para decirle que no podía ir. Le había llevado meses de súplicas lograr que la famosa Valeria Cagoni accediera a asistir al acto. Por supuesto, comprendía que Valeria se encontrara aún con su familia en Turín debido a que sus dos mellizos de cuatro años tenían la varicela. Y era una pena que Valencia estuviera demasiado estresada para ayudarla a encontrar a otro cocinero que pudiera ir en su lugar. «Gracias, Valeria, antigua jefa y mecenas. Muchas gracias». El pánico se apoderó de ella durante varios segundos, pero logró controlarlo, igual que controlaba el miedo y la sofocante angustia que le producía haber asumido semejante responsabilidad. La fiesta de recaudación de fondos había sido idea suya, pero si había algo bueno que su padre le había enseñado era que uno siempre tenía diferentes opciones. Ahora, lo único que necesitaba era encontrar un sustituto… Y lo antes posible.


Paula cambió de postura en el duro asiento con el fin de ponerse más cómoda, aunque pronto iba a tener que ir a hablar con el dueño de la galería ya que, al fin y al cabo, era su cliente. Por otra parte, aquello no era un museo, y había estado sentada más tiempo del anticipado. Sus clientes, gente rica en busca de un cuadro que adornara una pared no iban a esperar sentados en un banco de cuero más de unos minutos mientras ella estaba ahí sentada. Se miró el reloj y casi no pudo creer que hubieran pasado ya veinte minutos. Sorprendente. Era la primera vez en varias semanas que había logrado disponer de unos minutos para disfrute personal. Entre la pastelería y organizar el acto de recaudación de fondos no había tenido tiempo para nada; pero ahora que podía, estaba decidida a aprovechar hasta el último segundo. En cualquier caso, siempre había sido así. Cada vez que su madre, como diseñadora de interiores, compraba una obra de arte para alguno de sus clientes, era ella, su hija, quien tenía que ir a examinar la obra antes de que esta fuese enviada a una de las dos, tres u ocho casas que el cliente tuviera esparcidas por todo el mundo. Aquello formaba parte del negocio de su madre. Cuando veía una pieza de arte que le gustaba, se tomaba todo el tiempo que podía para disfrutarla. Era así de sencillo. Disponer de tiempo para ver obras de arte era quizá lo único que echaba de menos después de haber cambiado el rumbo de su vida. Desde el primer momento, había sido consciente de que llevar una pastelería y un café no era un trabajo de ocho horas, pero ahora trabajaba mucho más que cuando estaba en el banco.

El Sabor Del Amor: Capítulo 4

Podría haber explicado a los críticos el significado de cada brochazo en todos y cada uno de los cuadros; dónde, cuándo y cómo se encontraba su madre al pintarlos. Y las horas que había pasado ella eligiendo el lugar en el que iba a pintar y el tipo de luz en un intento desesperado por crear una obra perfecta. Sin fallos. Ideal. Y también podría hablar de la desesperación que le sobrevenía cuando no conseguía lo que quería. Y de la felicidad y las carcajadas de su madre paseando por una playa u otra un día sí y otro también, una felicidad en contraste profundo con sus días más negros. Como la vez que él tuvo que abandonar una reunión de negocios para acudir a su lado cuando esta quemó seis de sus pinturas preferidas en un horno en el patio del hotel en medio de una depresión que duró seis semanas. Estas pinturas ahí expuestas habían logrado sobrevivir. Sobre todo, el cuadro que la rubia estaba contemplando en ese momento. Pedro respiró hondo. Era natural que un cuadro tan emocional y sentimental absorbiera a cualquier crítico de arte. Era una buena pintura, de eso no había duda. Pero el cuadro también reflejaba el depresivo estado de ánimo de la artista durante su creación, hasta el punto de que su madre había tenido que volver a medicarse. Era, probablemente, el único cuadro que él le había sugerido que dejara atrás en su casa en Carmel, California. Era una pintura excesivamente personal para exhibirla en público. Demasiado tarde, porque ahí estaba. No era el cuadro más grande, pero sí el más íntimo y el más revelador de toda la colección. Y… ¿Quién era esa mujer que se había fijado en la mejor pintura de la exposición?



En un extremo de la sala, bebiendo champán, Pedro se quedó observando en silencio a la mujer durante varios minutos. Se fijó en su cuerpo y en su ropa con el fin de adivinar lo que estaba viendo. Ella no parecía una de las críticas de arte de las que su madre era amiga, ni tampoco una de la manada de hienas de Toronto. Melena rubia lisa hasta los hombros, vestido azul claro sin mangas, cuello largo, elegante y musculoso, no delicado y delgado en extremo como le ocurría a la mayoría de las artistas que conocía. Y poseía una belleza deslumbrante. Se la veía absorta y tranquila. Observaba la pintura como si fuera lo más importante del mundo. Parecía cautivada, ajena al mundo que la rodeaba. Completamente sumergida en la pintura. Porque la comprendía, eso era evidente. Y por primera vez aquel día… no, por primera vez en un mes, sintió ganas de sonreír con sinceridad. ¿Cabía la posibilidad de que hubiera un crítico de arte en la galería que iba a hacerle cambiar de opinión respecto a dicha especie? Lo único que tenía que hacer era averiguar cómo se llamaba esa mujer y…


–Pedro. Qué alegría verte.


Pedro parpadeó cuando el dueño de la galería de arte le tendió la mano y, dándole una palmada en el hombro, le condujo hacia la entrada para presentarle a varios periodistas reunidos alrededor de la mesa reservada para los miembros de la prensa. Volvió la cabeza para mirar a la rubia, pero ella se había vuelto ligeramente para hablar por el móvil. Después. Después averiguaría lo que pudiera acerca de esa mujer.




Paula Chaves lanzó una queda carcajada mientras hablaba por el móvil.


–¡No tienes ningún pudor, Sofía Flynn! En serio, ¿seguro que a Sebastián no le importa que utilice su hotel para el acto de recaudación de fondos? Me haría un tremendo favor.


–No tienes de qué preocuparte, organizadora mayor –la risa de Sofí resonó en su oído–. Digamos que es una de las ventajas de tener un novio propietario de una cadena hotelera. Además, Sebastián espera que llenes su hotel con la flor y nata londinense. Así que una vez que vean lo fabuloso que es su nuevo hotel, trabajo hecho.

El Sabor Del Amor: Capítulo 3

Pedro dió un paso hacia delante rápidamente, sonriendo, con el bolígrafo en la mano, y estampó su firma en el libro mientras el resto de la gente gritaba su nombre a espaldas de la joven. Continuó firmando libros y también un póster anunciando uno de sus programas televisivos en los que él ayudaba a cambiar la imagen y los servicios de otros restaurantes. Entonces empezaron las preguntas. Una voz de hombre y luego otra.


–¿Va a asistir Ana en persona a la apertura de la galería esta noche o se ha vuelto a escapar como hizo la última vez?


–¿Dónde has escondido a tu madre, Pedro?


–¿La has dejado en el centro de rehabilitación? ¿Es ese tipo de refugio para artistas a los que va tu madre últimamente?


–¿Es verdad que piensa retirarse del mundo del arte después de esta exposición?


Las voces más altas, más próximas a él, lanzándole preguntas desde todas las direcciones, cada vez más afiladas y todas ellas exigiendo saber el paradero de su madre. Le estaban retando. Le estaban presionando con la intención de provocar en él una reacción violenta. Querían que estallara. Querían hacer que arrebatara la cámara a algún fotógrafo o incluso que diera un puñetazo a alguien. Y unos años atrás lo habría hecho sin pensar en las consecuencias. Pero esa noche no, esa noche no le pertenecía y se negó a morder el anzuelo, fingiendo sordera e ignorando los comentarios educadamente. Lo que, por supuesto, hizo que le provocaran aún más. Después de nueve minutos así, los de la prensa le dieron la espalda en el momento en el que otra limusina se detuvo delante de la entrada. Y sin más, él se dió la vuelta, caminó por la alfombra roja hasta la puerta abierta de la galería de arte y se refugió en la relativa calma del patio interior de mármol donde se encontraban los otros invitados de lujo.


La noche de la inauguración era una oportunidad para que los críticos de arte estudiaran, en exclusiva, la obra de su madre, sin tener que compartir la galería con el público en general. Eso era lo que tenía de bueno. Lo menos bueno era que habían sido precisamente los críticos de arte los que se habían lanzado al ataque de su madre cuando esta se derrumbó en la exposición previa en Toronto. Sufrir un ataque de nervios en público ya era malo de por sí, pero lo peor había sido que las cámaras de los fotógrafos de la prensa habían captado su expresión atormentada y horrorizada. En vez de defender su frágil creatividad, la habían condenado acusándola de dar mal ejemplo con sus excesos a los jóvenes artistas. Pero eso había ocurrido hacía ocho años. No obstante, la situación había cambiado. Y la gente. Y la actitud hacia las enfermedades mentales. ¿O no?


Pedro se detuvo para agarrar una copa de champán de la bandeja de un camarero y estaba a punto de acercarse a un grupo que rodeaban al dueño de la galería cuando vio su imagen reflejada en una lámpara de las instalaciones. Un rostro moreno lo miraba fijamente. El rostro tenía cejas espesas sobre unos ojos entrecerrados y una mandíbula máspropia de un boxeador que de un amante del arte. ¡Maldición! Mejor no acercarse. No quería asustar a los críticos antes de que vieran las pinturas de su madre. Además, la mayoría parecía estar disfrutando el champán. Lanzó una mirada por la estancia y se dio cuenta de que, de no haber una puerta posterior que diera a la calle en la cocina, estaba atrapado. A menos que… ¡Perfecto! Había una persona que estaba examinando los cuadros en vez de hacer comentarios con otros mirando los catálogos y bebiendo a la espera de que sirvieran la comida. Era una bonita rubia. No, una muy bonita rubia. Estaba completamente sola, sentada al fondo de la galería, alejada de la gente y del ruido de la calle. Parecía totalmente absorta contemplando los cuadros. Se alejó del resto de los invitados, saludando al pasar mientras se dirigía hacia el fondo de la galería despacio, echando un vistazo a los veintidós cuadros que sabía que había allí colgados.

El Sabor Del Amor: Capítulo 2

Hasta hacía una hora, Pedro había creído que su madre estaría arreglada, vestida y lista para salir, sonriente y feliz de que, después de ocho años de trabajo, sus pinturas iban a exponerse en público. Pero su madre había cometido la equivocación de asomarse a la entrada del hotel, había visto a los miembros de la prensa y, respirando con dificultad y el rostro blanco, había vuelto a su habitación con la intención de controlar el ataque de pánico al tiempo que ponía como excusa que había llegado el momento de recorrer la alfombra roja sola. Al fin y al cabo, era su noche. Mejor que no la esperara. Haría su aparición sola. No necesitaba que su apuesto hijo la eclipsara. Bien. Pero su madre había olvidado que él la conocía bien. Demasiado bien. Así que la limusina había doblado la esquina con él como único ocupante mientras su madre se refugiaba en su habitación en el hotel y repetía los ejercicios de relajación una vez más. Aterrada de salir y bajar unos escolanes alfombrados en rojo y permitir que le tomaran fotos.


El hecho de que su hermosa madre no se creyera digna de aquella gente hacía que le hirviera la sangre. Los invitados a la inauguración no tenían ni idea del esfuerzo realizado por su madre durante años para llegar al punto en el que se atreviera a presentarse en persona a una exposición de sus cuadros. Y no lo sabrían nunca. Él había prometido a su madre que la protegería, cuidaría de ella y nunca revelaría su secreto. Y había mantenido esa promesa y la seguiría manteniendo, por mucho que le afectara personalmente y por mucho que hubiera afectado a las decisiones que se había visto obligado a tomar con el fin de proteger a su madre. A su madre tampoco le gustaban las ciudades. Él había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había tenido que salir corriendo al aeropuerto con sus ropas de cocinero para hacerle compañía en un vuelo al refugio de moda de artistas del que su madre había oído hablar aquel mismo día y en el que, de repente, necesitaba estar con el fin de completar su obra. Y debía hacerlo ese mismo día o, de lo contrario, su vida se desmoronaría.


En esas ocasiones, no había podido hacer el equipaje ni organizar nada. Y su madre, normalmente, había emprendido el viaje sin las cosas que necesitaba por las prisas. Y ese día, él lo había dejado todo y había ido allí para protegerla, para cuidarla. Pedro dirigió la mirada hacia el grupo de fotógrafos detrás de las barreras metálicas a ambos lados de la entrada y saludó con un movimiento de cabeza a unos conocidos paparazzi que siempre estaban presentes en los actos públicos a los que asistía cuando estaba en Londres. El resto de los reporteros buscaban una buena posición detrás de las vallas, gritaban su nombre y le pedían que posara para sus fotos. Sus fans levantaban carteles con su nombre. El fulgor de las cámaras fotográficas no cesaba. Todos desesperados por captar la presencia del cocinero que, una vez más, había sido elegido candidato al premio de cocinero del año. Todos los focos se dirigían a él.


Se volvió despacio de un lado a otro delante de un póster que anunciaba la exposición de la obra de Ana Zolezzi con el fin de asegurarse de que la foto de su madre del póster apareciera de fondo. Se metió una mano en el bolsillo izquierdo de los pantalones, extendió la otra hacia la multitud. Iba vestido con un traje de diseño oscuro y camisa blanca, sin corbata. La corbata era demasiado convencional. Enderezó los hombros, alzó la barbilla y se acercó a los allí congregados. Había pasado diez años cultivando una imagen que favoreciera sus intereses y los de la familia Alfonso, y ahora se le presentaba la oportunidad de aprovechar esa imagen para ayudar a su madre. Una bonita morena de veintitantos años le dio uno de los libros de cocina que él había escrito para que se lo firmara. La joven estaba pegada a la valla y le permitió ver un bonito escote.

El Sabor Del Amor: Capítulo 1

Pedro Alfonso salió de la limusina negra delante de la última y más prestigiosa galería de arte de Londres. Despacio, enderezó los hombros. Se pasó los dedos de la mano derecha por sus cabellos negros y ondulados que le llegaban al cuello de la camisa, un gesto que había perfeccionado con el fin de atraer la atención y que, según los del departamento de marketing de la cadena hotelera Alfonso, era su mayor atractivo.


–Asegúrate de que tus fans te vean bien la cabeza durante la filmación –le repetía constantemente su agente, Carla–. Eso es lo que esperan las millones de seguidoras que tienes. ¡Aprovecha mientras puedas!


¡Ah, las delicias de la autopromoción! Después de veinte años en el negocio hotelero, Rob conocía todos los trucos. Daba a la prensa lo que la prensa quería de él y así se ganaba su adoración. Le habían visto en malos y buenos momentos, y siempre les interesaba. Era una pena que los paparazzi ganaran más dinero cuando representaba el papel de cocinero famoso y chico malo que cuando pasaba horas y horas en las cocinas inventando las recetas culinarias que tantos premios habían dado a los restaurantes de los hoteles Alfonso. Querían que se portara mal y que, de una rabieta, arrebatara una cámara. Querían que diera un puñetazo a alguien por algún comentario de mal gusto o que perdiera los estribos por un insulto a su familia o a su comida.


El Pedro Alfonso que querían ver era al joven cocinero famoso por haber levantado de la silla, en Chicago, al más famoso crítico culinario de la ciudad y haberle echado del restaurante del hotel Alfonso por atreverse a criticar la preparación de su filete. Y, a veces, estaba lo suficientemente cansado o aburrido para dejarse provocar y responder como un idiota, cosa de la que se arrepentía inmediatamente. ¡Pulse el botón rojo y observe los fuegos artificiales! Pero esa noche no. No había ido allí a celebrar la marca Alfonso, tampoco estaba ahí para promocionar su programa televisivo ni su último libro de cocina. Esa noche estaba dedicada al éxito de otra persona, no al suyo propio. Llevaba el traje de rigor y había ensayado lo que iba a decir. Y ahora le tocaba representar su papel hasta que la estrella del espectáculo hiciera su aparición. Esa noche necesitaba el apoyo de la multitud y ensalzar el éxito de la galería de arte y el de la pintora cuyo trabajo había sido elegido para ser expuesto la noche de la apertura del lugar, Ana Zolezzi. Pintora y su madre. Pero… ¿Por dentro del traje de diseño? Por dentro, estaba destrozado. Ni siquiera los fotógrafos en primera fila, a corta distancia de él, podían ver las gotas de sudor que bañaban su frente aquella fresca noche de junio. Y se apresuró a disimular la tensión esbozando una amplia sonrisa con el fin de que nadie se diera cuenta de que, por primera vez, Pedro estaba más que nervioso. Temía lo que pudiera ocurrir durante las próximas horas y solo lograría relajarse cuando, de regreso en la habitación del hotel con su madre, pudiera felicitarla por el éxito de la exposición y la rápida venta de sus cuadros. El plan había sido sencillo: se suponía que iban a ir juntos a la galería, su madre iba a sonreír y a saludar, con él como escolta, acompañada de los aplausos de sus fans y de amantes del arte. Hijo orgulloso y madre de éxito. Perfecto. Pero el plan había fallado. La semana anterior había sido un caos de cosas pendientes por resolver a última hora y, para colmo, un resfriado de veinticuatro horas, un virus generalizado en California, que había dejado a su madre en la cama la mayor parte del día. Y después, el ataque de nervios.

El Sabor Del Amor: Sinopsis

Estaba descubriendo una nueva receta de amor.


Paula Chaves solía ignorar a los hombres no idóneos, como el famoso cocinero y playboy Pedro Alfonso. Estaba acostumbrada a no perder el control y, como Pedro no era una apuesta segura, era mejor que no se enterara de que a ella le gustaba. Sin embargo, no se cerraba a mantener una aventura pasajera… ¡Sin olvidar nunca que la especialidad de él eran las noches locas sin ataduras! 


Pero Paula estaba a punto de descubrir que Pedro era capaz de añadir algunos ingredientes sorpresa a la mezcla que podían estropearle la receta.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 73

Ella se detuvo. No quería hablar con él, pero se lo debía, por haberlos ayudado.


–Gracias. Esto ha significado mucho para los niños –dijo ella, tratando de ocultar el maremoto que arreciaba en su interior.


–No lo he hecho solo por ellos –aseguró él y, ante su silencio, continuó–: Lo siento. No debí irme así. Solo pensé en mí. No quería hacer daño a nadie, pero lo hice. Espero que puedas perdonarme por haber sido tan egoísta.


–Te perdono –afirmó ella con el corazón encogido.


–Gracias. No sabes lo que eso significa para mí.


Paula no quería saberlo.


–Tengo que irme…


–Quédate.


–¿Por qué? –preguntó ella, llena esperanza.


–Quiero decirte algo más –añadió él–. Tú me has hecho comprender que no quiero que el fútbol sea lo único en mi vida. Quiero más que eso. Te necesito a tí, Paula.


Paula se quedó paralizada. No podía creer lo que estaba oyendo.


–Cuando llegué a Phoenix, me di cuenta de que tenías razón. Estaba asustado. No fui honesto conmigo mismo. Significas mucho para mí. No quiero perderte.


–Vivimos en mundos diferentes, en lugares diferentes. No puede salir bien –repuso ella tras un momento con lágrimas en los ojos.


–Podemos hacer que funcione.


–Lo dices en serio.


–Muy en serio –repuso él, tomándole la mano y besándole cada dedo–. Te quiero.


Paula se llenó de alegría y supo, al momento, que él era sincero, que no eran solo palabras.


–Yo también te quiero.


Pedro la tomó entre sus brazos con pasión y la besó. Entonces, cuando ella lo rodeó de la cintura, a él se le cayó algo al suelo. Era una cajita con un lazo blanco y el logotipo de la joyería Tiffani’s. Paula se quedó boquiabierta. Él le entregó el pequeño paquete. Dentro, relucía un anillo de compromiso con un gran diamante.


–Solo quiero estar contigo. Te quiero. Quiero casarme contigo, Paula, si me aceptas.


Paula no podía creer lo que estaba pasando. Pedro Alfonso le había pedido que se casara con él. Estaba decidido a que lo suyo funcionara. Y ella no tuvo duda en cuál era su respuesta.


–Sí.


Pedro le puso el anillo en el dedo. Encajaba a la perfección. Igual que ellos dos. Paula se quedó mirando la joya. Una sensación de serenidad la invadió.


–Así que esto lo hace oficial.


–Eres mía –afirmó él, acariciándole el rostro con los labios.


–Y siempre lo seré.


–Te amo, Paula –dijo él y la tomó entre sus brazos de nuevo.


–Te amo –suspiró ella, radiante de felicidad. 






FIN

Inevitable: Capítulo 72

Cuando el presidente de la Liga Mayor de Fútbol había ofrecido a los Defeeters un viaje con los gastos pagados a Indianápolis para jugar en su estadio el partido final de los contra los Strikers, Paula había sospechado que era cosa de Pedro. Pero él no la había llamado ni habían hablado. Ignacio salió corriendo al campo con sus zapatillas nuevas de fútbol y una gran sonrisa, junto con sus compañeros.


–Esto es justo lo que necesitábamos después del tornado – comentó Mónica, tomando una foto–. Un fin de semana de vacaciones pagadas y terminar la liga de primavera con clase.


Además, a cada familia le habían regalado entradas para ver el partido del Fuego contra el Rage. Ignacio estaba deseando ver jugar a Pedro, pero Paula, no tanto. A pesar de los días que habían pasado, seguía teniendo el corazón hecho pedazos. No había conseguido olvidarlo. Los niños estaban locos de excitación. De pronto, comenzaron a gritar con entusiasmo. Solo una persona podía provocar tanta emoción, adivinó ella. Pedro. Con reticencia, se giró y se quedó atónita. Una docena de futbolistas profesionales estaba entrenando con los Defeeters y los Strikers, ayudándoles a calentar y dándoles consejos. Uno de los jugadores, sin embargo, destacaba de entre los demás. Pedro. A Paula se le encogió el corazón al verlo. Pero no tenía por qué hablar con él, se dijo a sí misma. Debía concentrarse en el juego de los Defeeters, nada más. El árbitro hizo una seña para que ambos equipos prepararan sus alineaciones.


–Me alegro de verte, Paula –dijo él, detrás de ella.


Por suerte, el árbitro tocó su silbato y el juego comenzó. Salvada por la campana, pensó ella. Fue un partido rápido y reñido. En el descanso, cuando los Defeeters habían marcado dos y los Strikers, tres, Ryland habló con los chicos y les dió instrucciones. Dos minutos antes de que acabara el partido, Connor le robó el balón a un defensa y se lo pasó a Damián, que lanzó a la red. ¡Gol! Los padres gritaron emocionados. Los Strikers respondieron atacando, estuvieron a punto de marcar, pero fallaron. Damián le pasó la pelota a Marcos, que volvió a intentar un gol pero, antes de que lanzara, el árbitro pitó el final del partido. Defeeters y Strikers habían empatado.


–Buen trabajo, entrenadora –aplaudió Pedro–. Has mejorado mucho.


–Gracias –repuso ella, sin mirarlo.


–Han jugado a lo grande, chicos –los felicitó Pedro.


Los jugadores de ambos equipos se estrecharon las manos. Pedro y sus colegas les regalaron camisetas y firmaron autógrafos.


–Vamos, Ignacio. Podemos ir al hotel a darnos un baño en la piscina antes del partido del Fuego –dijo Paula a su sobrino, recogiendo sus cosas.


–Yo me voy al hotel con Marcos y su familia –replicó Ignacio con gesto conspirador.


–He pensado llevarlos a tomar un granizado antes –señaló Mónica.


Los niños parecían tan emocionados que Paula no pudo negarse. Era hora que dejara de comportarse como una adolescente con el corazón roto y le echara valor.


–Genial. Nos veremos en el hotel –repuso Paula con una sonrisa y se preparó para desaparecer.


–Paula –llamó Pedro–. Por favor, espera.

Inevitable: Capítulo 71

El lunes a primera hora, Pedro acudió a las oficinas del Fuego en Phoenix.


–El señor McElroy te espera –dijo la secretaria.


–Gracias –dijo Pedro y pasó a su despacho–. Señor McElroy, le agradezco que aceptara verme con tan poca antelación.


–Dijiste que era importante. Siéntate.


–Un tornado ha arrasado mi pueblo natal el sábado.


–Lo he oído en las noticias. No hubo muertos.


–No, pero varias casas, la escuela y el campo de fútbol quedaron destruidos –explicó Pedro–. Los Defeeters, un equipo de niños de nueve años a los que he estado ayudando, tienen su partido final de la temporada el sábado, pero no tienen dónde jugar. Quiero encontrarles un campo para que puedan terminar la temporada de primavera. Y quiero estar allí cuando jueguen.


–Parece importante para tí –observó el otro hombre, mirándolo con atención.


–Sí. Soy quien soy porque empecé jugando en la liga infantil como ellos. Se lo debo.


Además, quería una segunda oportunidad con Paula.


–Muy considerado por tu parte –dijo McElroy–. ¿Pero te has olvidado del partido con los Rage?


–El Rage juega en Indianápolis. El estadio está a un par de horas de Wicksburg. Se me ha ocurrido una manera de estar en los dos partidos. Pero voy a necesitar su ayuda, señor, y la del propietario del Rage.


–No me has dado más que dolores de cabeza desde que compré el equipo. ¿Por qué iba a querer ayudarte? –preguntó McElroy tras un tenso silencio.


–Porque sería bueno para todos. Esos niños son el futuro del fútbol. Será una publicidad excelente para el Fuego y el Rage.


–No pareces el mismo que cuando te fuiste –observó McElroy, frunciendo el ceño–. ¿Qué te ha hecho cambiar?


–Esos niños me han enseñado cosas que había olvidado sobre el fútbol. Y he conocido a una chica que me ha hecho darme cuenta de que soy algo más que un futbolista.


–Tienes todo mi apoyo –repuso McElroy, satisfecho con su respuesta–. Dime solo qué necesitas.


Pedro estaba seguro de que sus planes para el partido iban a funcionar, pero no estaba tan seguro de cómo iban a salir sus planes con Paula. No quería vivir sin ella. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde.

lunes, 17 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 70

 –Es mejor que no podamos jugar el último partido –dijo Ignacio, sacándolo de sus pensamientos–. Nos han ganado seis a cero hoy. La tía Paula dijo que estábamos desconcentrados y no teníamos el alma puesta en el juego. Los Strikers nos habrían dado una paliza el sábado –continuó–. Diez a cero o algo así.


–Nada de eso. Han mejorado mucho desde aquel primer partido. Y solo os ganaron por tres goles. Tienen que jugar contra ellos para demostraros que están a la altura.


–No hay campo donde jugar.


–Vamos. Esa no es la actitud de los Defeeters –le animó Pedro, pensando en los rostros de todos los niños del equipo. Con el tiempo, había aprendido a reconocer sus fortalezas y sus debilidades y les había tomado mucho cariño.


–Pero ha sido el tornado.


–No te preocupes, compañero. Pensaré en algo –prometió Pedro, sintiéndose en deuda con los pequeños. Él sabía que había tenido parte de culpa de que los niños perdieran el partido esa mañana. Había sido un egoísta al pensar que podía irse del pueblo sin que a nadie le afectara.


–¿De verdad?


–De verdad –aseguró Pedro, decidido a cumplir su palabra–. ¿Ha vuelto tu tía?


–No. Igual debería colgar por si quiere hablar conmigo.


–Bien. Dile a tu tía que me llame cuando vuelva –pidió Pedro y se miró el reloj–. Te llamaré para decirte dónde pueden jugar el partido contra los Strikers.


–Me gustaría que pudieras estar aquí para vernos jugar.


–Y a mí –contestó él. 


Pero no era posible. El sábado siguiente tenía un partido. Sin embargo, lo que su corazón quería era estar en Wicksburg, con Paula y los chicos. Qué ciego había estado, pensó, tomando una decisión. Había tenido delante de las narices todo el tiempo lo que había necesitado. Y no estaba en Phoenix, sino en Wicksburg. Era hora de dejar de hablar y hacer lo que tenía que hacer.




Paula llegó a casa magullada y con arañazos, después de haber tenido que escarbar entre los escombros para sacar a Tom. El gato estaba bien, solo mojado y asustado.


–¿Tía Paula? –llamó Ignacio desde el sótano–. ¿Has encontrado a Tom?


–Sí –repuso ella, contenta de volver a ver a su sobrino–. ¿Por qué está tan oscuro?


–La linterna dejó de funcionar.


Paula se sintió orgullosa de Ignacio, que se había quedado donde le habían dicho, a pesar de la oscuridad y de que debía de haber estado asustado. El niño tomó al gato entre sus brazos.


–Ah, ha llamado Pedro.


–¿Cuándo? –preguntó ella, emocionada. No había esperado volver a saber de él.


–Hace un rato. Dijo que lo llamaras cuando volvieras. Estaba preocupado.


Cuando iba a pulsar el botón para devolverle la llamada, Paula se detuvo. Una cosa era que Pedro se preocupara por el tornado y otra volver a entablar comunicación. No había podido dejar de pensar en él desde que se había ido. Lo echaba de menos. Pero tenía que quitárselo de la cabeza. Por eso, decidió que sería mejor enviarle solo un mensaje de texto.


Inevitable: Capítulo 69

 –¿Hola? –respondió al fin una vocecita joven.


–¿Ignacio? –dijo Pedro, agarrando con fuerza el auricular.


–Pedro –dijo el niño con alivio–. Sabía que no nos olvidarías.


–Nunca –aseguró él de todo corazón–. Mi madre me acaba de llamar para contarme lo del tornado.


–La tía Paula y yo nos metimos en el armario del sótano con almohadas, un par de linternas y el teléfono –explicó el niño con voz temblorosa.


–¿Puedo hablar con tu tía?


–Se ha ido a buscar a Tom.


–¿Dónde está?


–No lo sé. La tía Paula piensa que igual se ha escapado. No hemos podido encontrarlo después de que sonara la sirena. Igual se asustó por el ruido.


Por su vocecita, Pedro adivinó que Ignacio también estaba asustado. Miró el reloj. Si tomaba un avión a Chicago y, desde allí, alquilaba un coche… Pero tenía una reunión con el equipo al día siguiente. ¿Y querría Paula que se presentara allí sin invitación, de todos modos? Sin embargo, a él no le gustaba pensar que ella estuviera por ahí fuera, con los efectos de un tornado aún frescos. La línea se quedó en silencio.


–¿Estás ahí, campeón?


–Sí, pero se ha acabado la pila de la linterna. Está muy oscuro.


–Me gustaría poder estar allí.


–Y a mí. Pero, aunque estuvieras aquí, no podrías ver nuestro partido del próximo sábado.


–¿Por qué no?


–El campo ha quedado destrozado, así que la temporada de fútbol se suspenderá. No jugaremos más hasta el otoño.


–¿Cómo lo sabes?


–La mamá de Marcos llamó antes. Mi colegio también se ha destruido. Y algunas de las casas de la zona, también.


–¿Marcos y su familia están bien? –preguntó Pedro, perplejo.


–Sí, pero les ha caído un árbol encima del coche. El padre de Marcos está furioso.


–Los coches pueden reemplazarse –repuso Pedro. Las personas, no.


¿Por qué no volvía Paula al sótano de una vez? Odiaba no poder hacer nada. Aunque era probable que ella no quisiera su ayuda. Entonces, desfilaron en su mente imágenes de sus días en Wicksburg: Paula dándole galletas, tomando granizado, él enseñándole cómo hacer los calentamientos, besándola. Había sido maravilloso estar con ella. Si pudiera volver atrás y cambiar su último día en Wicksburg… Con un nudo en la garganta, recordó cómo su madre le había acusado de huir…

Inevitable: Capítulo 68

 –No –negó ella con fuerza. Si Pedro no estaba dispuesto a ser honesto consigo mismo, ¿Cómo iba a ser honesto con ella? Con el corazón hecho pedazos, supo que debía dejarlo marchar. Dió un paso atrás–. Es hora de despedirnos. Gracias por tu ayuda. Me has enseñado mucho. Buena suerte. Te deseo una vida muy feliz.


–¿Eso es todo?


–Sí –afirmó ella, sacando fuerzas para no romper a llorar.


Era hora de irse. Paula agarró la bolsa de deporte y comenzó a caminar hacia el coche. Por dentro, todo le temblaba. Había creído que nada podría hacerle sufrir más que la traición de su marido y su mejor amiga. Pero lo que sentía por Pedro… Lo amaba de verdad. No pudo seguir conteniendo las lágrimas. Agarró con fuerza la bolsa de deporte.


–Paula –llamó él a sus espaldas. Ella no miró atrás. No quería que él la viera llorar.




El sábado por la noche en Phoenix, Pedro estaba contento por haber podido contribuir con un gol a la victoria de su equipo. No había esperado que lo sacaran del banquillo en su primer partido. El señor McElroy le había estrechado la mano y lo había felicitado. Fernando le había dado la enhorabuena por haber vuelto en plena forma. En la mesa, su móvil sonaba con cada mensaje de texto que llegaba. Decenas de personas, incluidas las bellezas que había dejado atrás, querían darle la bienvenida, invitarlo a sus fiestas… Pero él no tenía ganas de socializarse. No podía dejar de pensar en Paula e Ignacio y el resto de los chicos. Los Defeeters habían jugado esa tarde y no sabía cómo les había ido. Esperaba que bien. Tuvo la tentación de llamar para averiguarlo, pero no quería lastimarla más. Ella se había enfadado con él. La echaba de menos, ansiaba verla, escuchar su voz, tocarla, besarla. Pero tenía que dejarla en paz. Se merecía más de lo que él podía ofrecerle. Al menos, no había querido engañarla ni entregarle un anillo de compromiso, fingiendo que sentía por ella algo más. Su móvil sonó. Era su madre.


–Hola, mamá. ¿Has visto el partido?


–No, nos quedamos sin luz –repuso ella con voz temblorosa.


–¿Qué pasa? ¿Todo está bien?


–Un tornado ha sacudido la zona del colegio. Tu padre y yo estamos bien, pero no sabemos cuál ha sido el alcance de los daños. Estamos en el sótano con Daisy.


–Quedense ahí. Luego los llamo –dijo él. Su preocupación por Paula e Ignacio eclipsó el alivio porque sus padres estuvieran bien–. Los quiero. Pero ahora tengo que hacer una llamada.


–¿A Paula?


–Sí.


–Avísanos si necesita algo o un sitio donde quedarse.


Lleno de temor, Pedro marcó el número de móvil de Paula. El teléfono sonó cuatro veces y saltó el contestador.


–-"Ahora no puedo hablar, pero si me dejas tu mensaje, te llamaré".


El sonido de su dulce voz hizo que algo se estremeciera en su interior. Pedro abrió la boca para hablar, pero no consiguió decir nada. Colgó. Tal vez, ella tenía encima el móvil, pensó y llamó al teléfono fijo de casa de Gonzalo. ¿Por qué nadie respondía?, se preguntó con frustración. ¿Dónde podían estar?

Inevitable: Capítulo 67

 –Siento no poder estar con ustedes esos dos partidos. Pero la entrenadora Paula hará un gran trabajo.


–Demos las gracias a Pedro por su ayuda, ¿Les parece, chicos? –propuso ella, aclarándose la garganta.


Los niños gritaron el lema de los Defeeters, aunque sin entusiasmo. Ella no podía culparlos. Había sabido desde el principio que ese día llegaría, sin embargo, no podía aceptarlo. Lo habían pasado tan bien juntos que aquello no podía terminar sin más, pensó Paula. Podían seguir en contacto, verse de vez en cuando… Pedro se despidió de los chicos uno por uno. Cuando le tocó el turno a Ignacio, el pequeño lo abrazó con fuerza, sin querer soltarlo. A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Ignacio se había apegado mucho a Pedro. Después de haberse tenido que despedir de sus padres, tenía que repetir una separación dolorosa. Pero no sería para siempre, esperó ella. Él no podía hacerle eso a un niño de nueve años.


–Marcos está en el coche llorando –dijo Mónica, posándole la mano en el hombro a Paula–. Voy a llevarlo a tomar una pizza. Me llevaré a Ignacio también, así podrás estar un poco a solas con Pedro.


–Muchas gracias –repuso Paula.


Cuando Pedro terminó de hablar con Ignacio, su tía le contó al niño los planes. El muchacho asintió con ojos tristes y se fue con la madre de Marcos.


–Está disgustado –observó Pedro, un poco sorprendido.


–Ha tenido que decirles adiós a sus padres y, ahora, a tí – comentó ella–. Es mucho para un niño de nueve años.


–Lo superará.


–Sí, antes o después. ¿Cuándo te vas?


–Esta noche.


–¿Tan pronto? –preguntó ella, quedándose sin aire.


–Sabías que me iría.


–Sí, pero esperaba que me lo hubieras dicho antes que los demás –repuso ella con voz temblorosa.


Sin embargo, él no dio explicaciones ni se disculpó.


–Tengo que irme. Soy futbolista. Quiero jugar.


–Había pensado que Ignacio y yo podríamos ir a verte jugar contra los Rage cuando vengas a Indianápolis.


–Eso no sería… buena idea.


–Él quiere verte jugar y yo también –afirmó ella, perpleja.


–Necesito centrarme en mi carrera –señaló él con voz plana–. No quiero tener una relación a distancia ni una novia. Creo que lo dejamos claro…


–¿El tiempo que hemos pasado juntos no significa nada para tí? –le espetó ella, dolida y furiosa. No le importaba que él supiera cuánto le afectaba. Se había enamorado de Pedro y había creído que él la correspondía–. Todos esos besos…


–Sabes que me gustas, pero eso es todo –señaló él–. Tú misma dijiste que no estabas preparada para tener una relación.


–Es verdad. Pero tú me enseñaste lo bueno que puede ser. Llegué a pensar que podía funcionar. Creo que tú lo sabes.


Él levantó la vista, sin decir nada. Entonces, Paula se dió cuenta de que él no quería reconocer sus sentimientos.


–Tienes miedo.


–No tengo miedo de tí.


–Tienes miedo de tí mismo y de tus sentimientos, porque pueden ser más importantes para tí que el fútbol.


–Eso es una locura.


–No lo es –replicó ella–. Yo he sentido lo mismo. No quería correr riesgos porque tenía miedo a sufrir –apuntó ella–. Te conozco mejor de lo que crees. Y sé que tengo razón. Aunque tal vez sea demasiado tarde.


–Tengo un poco de tiempo antes del vuelo. Puedo llevarte a casa, si quieres.

Inevitable: Capítulo 66

 –Tus compañeros de equipo están deseando que vuelvas – señaló Fernando–. Cuando estés listo, avísame y haré los preparativos para tu viaje de vuelta a Phoenix.


A Pedro se le encogió el estómago. No se sentía preparado para irse, esa era la verdad. Sin embargo, debía enfrentarse a la realidad. Tenía que ocuparse de su carrera. E irse cuanto antes de Wicksburg. Cuanto más tiempo siguiera allí jugando a tener una relación, más hondos serían sus sentimientos y podía terminar haciéndole daño a Paula.




El miércoles por la tarde, Paula se miró el reloj. Faltaban quince minutos para que terminara el entrenamiento y Pedro no se había presentado. Aunque ella se había sentido molesta el lunes por la noche, lo cierto era que se moría de ganas de verlo. Tocó el silbato.


–Si la pelota vuelve a salirse del campo de juego, tendrán todos que hacer flexiones.


Los niños siguieron jugando.


–Lo estás haciendo muy bien, entrenadora.


Ella se derritió al oír la voz de Pedro y se giró hacia él.


–No llevas la bota –observó Paula al momento.


–Ya no la necesito.


–Qué bien –repuso ella y, al instante, se dió cuenta de lo que eso significaba. Se le encogió el corazón–. Me alegro por tí.


–Gracias –dijo él con una mirada extraña–. Quiero hablar con los chicos.


Paula tuvo un mal presentimiento. Sopló el silbato y los niños la miraron.


–Vengan aquí –ordenó Pedro. Cuando se hubieron sentado todos delante de él en el césped, continuó–: Siento haber llegado tarde. Pero lo están haciendo muy bien. Sigan hablando en el campo de juego, pasándose la pelota y obedeciendo a su entrenadora. Han mejorado mucho.


–Estoy deseando que llegue el partido del sábado –dijo Ignacio.


Los otros niños pensaban lo mismo. Pedro se pasó la mano por el pelo.


–Sé que van a jugar muy bien el sábado, pero yo no estaré allí. Tengo el pie mejor. Es hora de que vuelva con mi equipo.


Los rostros de los muchachos se tornaron tristes. Cuchichearon entre ellos. Algunos parecían conmocionados. Paula parpadeó para contener las lágrimas. Tenía que ser fuerte por Ignacio y el equipo.


–Dejen terminar a Pedro.

viernes, 14 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 65

Más tarde, esa noche, el señor Alfonso estaba enseñándole a Ignacio su pantalla plana gigante de televisión y la señora Alfonso estaba dándole un baño a Daisy. Pedro y Paula se sentaron en el patio.


–Los chicos se lo han pasado en grande.


–Sí –asintió Paula y fue directa al grano–. Silvana me ha enseñado un artículo de una revista del corazón. Es sobre… nosotros –explicó, tendiéndole el artículo en cuestión en la pantalla de su teléfono.


–Esto es normal. No dejes que te preocupe –señaló él, echándole un vistazo al artículo. Entrelazó sus dedos con ella–. A los forofos del fútbol les gusta saber qué hacen sus jugadores favoritos. Este artículo no tiene nada de especial.


Paula tomó aliento para calmar sus nervios.


–El artículo lo cuenta como si fuéramos en serio, casi como si fuéramos a casarnos.


–Pero no es verdad –replicó él sin titubear.


Frustrada, Paula comprobó que él no mostraba ningún signo de haber cambiado de opinión respecto a su relación.


–Puede que sea raro para tí, pero yo sé lo que hay que hacer en estos casos –afirmó él, rodeándole con un brazo–. Ignóralo.


Paula no quería ignorarlo. Quería que fuera cierto. Quería ser novia de Pedro y… su esposa.


–Eh, no te pongas triste –dijo él, acariciándole el rostro–. Es un artículo estúpido lleno de mentiras. No te preocupes.


Sus palabras la hirieron como cuchillos. Cuanto más menospreciaba él el artículo, más le dolía. Irritada, cambió de idea. No pensaba decirle lo que sentía. No se humillaría de ese modo, cuando sabía que él no la correspondería. Molesta con la situación, levantó la barbilla.


–No me preocupo. Solo quiero asegurarme de que esto no dañe tu imagen.



Al día siguiente, Pedro salió a pasear a Daisy sin la bota ortopédica, por órdenes del médico. No podía dejar de darle vueltas a la actitud de Paula la noche anterior. Su reacción a lo del artículo había sido un poco extraña. Tal vez, se estuviera cansando de él y de su fama. Su móvil sonó, sacándolo de sus pensamientos. Era Fernando.


–¿Tú has filtrado a la prensa la historia sobre Paula y yo?


–Buenos días, hombre. Sí, estoy bien, gracias por preguntar – bromeó Fernando al otro lado de la línea.


–¿Has sido tú?


–No, pero se lo sugerí a tu relaciones públicas.


–¿Por qué?


–Tu futuro con los Fuego es incierto –explicó Fernando–. Tener una relación seria ayudará a lavar tu reputación. Da la imagen de que estás dejando atrás tu vida de crápula y estás madurando. Debes sentar la cabeza.


–Hablas como mi madre –protestó Pedro y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo oyera–. Paula y yo no vamos en serio.


–Un reluciente anillo de diamantes puede cambiar eso.


Pedro sintió una emoción inesperada al pensar en pedirle a Paula que se casara con él.


–¿Estás de broma o has perdido la cabeza?


–Dijiste que querías jugar en la Liga Mayor de Fútbol, ¿No? Solo quiero que lo consigas.


–¿Mintiendo?


–Yo lo llamaría exagerar un poco la verdad –repuso Fernando–. Deja que la gente vea el anillo de compromiso y que saquen sus propias conclusiones.


–Paula nunca aceptará algo así.


–Le encantará. Cualquiera que vea esas fotos, sabe que ella está tan loca por tí como tú por ella.


–Loco, tal vez. Pero no enamo… –comenzó a decir Pedro, incapaz de pronunciar la palabra entera–. Paula me gusta, pero eso no quiere decir que esté listo para… casarme. Además, ella vive en Wicksburg y yo, en Phoenix.


–No lo dices con mucho entusiasmo.


–Claro que sí –repuso Pedro, nada convencido–. Lo que quiero es volver a jugar. Pero no como la temporada pasada, sino como cuando empecé. Entrenar a los chicos me ha recordado lo mucho que amo el fútbol. Y lo mucho que lo echo de menos.


–Por primera vez, suenas como el viejo Pedro Alfonso–comentó su agente, emocionado.


–Lo soy –aseguró Pedro, aunque sentía un agujero en el corazón al pensar en dejar a Paula.


Pero ¿Qué podía hacer? Tenía que ocuparse de su equipo. Su objetivo siempre había sido escapar de Wicksburg, no volver atrás y casarse con una chica del pueblo.


Inevitable: Capítulo 64

Cuando Paula leyó el artículo, se quedó pálida. Sugería una boda inminente. Oh, no.


–No sabía que lo de ustedes fuera tan serio –señaló Silvana.


–Ni yo –repuso Paula, pensando que a Pedro no le iba a gustar. De pronto, sin embargo, a ella no le pareció tan malo ser su novia–. Espero que nadie crea esto.


–Pedro y tú se quieren, eso es lo que importa.


Al escucharla, a Paula se le encogió el estómago. Mirando las fotos, comprendió lo que había estado tratando de ignorar todo el tiempo. No podía seguir negándolo. Amaba a Pedro. Se había enamorado de él. A pesar de todas las razones en contra.


–Te has puesto pálida –observó Silvana–. ¿Estás bien?


–No lo sé –admitió Paula.


Se había engañado a sí misma, creyéndose inmune a los encantos y los besos de Pedro.


–No dejes que los cotilleos de la revista te preocupen –aconsejó Silvana–. Habla con Pedro. Estoy segura de que él sabrá qué hacer.


Sí, Pedro se había visto metido en líos de faldas en muchas ocasiones. Sin embargo, Paula no estaba segura de que muchas otras mujeres se hubieran enamorado de él. Además, si ella había cambiado de idea respecto a querer una relación, tal vez, él también. Si no… Pero Pedro la correspondía, se dijo a sí misma. Sus besos eran la prueba de que sentía algo por ella. Sabía que así era. ¿Qué tenía de malo si le decía que se había enamorado? Podía hablar con él y ver lo que pasaba.


Después de cenar, Pedro ayudó a recoger las sobras de la comida y las llevó a la cocina.


–Esto es lo último –señaló él, dejándolo sobre la mesa.


–Me gusta Paula –comentó su madre.


–Y a mí.


–Bien, porque ya es hora de que vayas en serio con una mujer.


–¿Por qué dices eso? –preguntó él, encogiéndose.


–Tu padre y yo nos estamos haciendo mayores. Nos gustaría tener nietos para poder jugar con ellos. Paula y tú tendrán bebés muy guapos.


–Espera, mamá –repuso él, levantando las manos como para pedir una tregua–. Me gusta Paula. Eso no quiere decir que vaya a tener hijos con ella. Debo centrarme en mi carrera.


–Una pelota de fútbol no te va a hacer mucha compañía cuando te retires.


–Buscaré pareja cuando deje de jugar.


–Faltan años para eso.


–Eso espero –señaló él.


–Una mujer como Paula no va a esperar mucho tiempo. No tiene por qué hacerlo –opinó su madre y llenó una fiambrera con los restos de queso–. Mientras tú andas por ahí jugando al fútbol y coqueteando con mujeres fáciles, alguien llegará y se la llevará. Tendrá un anillo en el dedo antes de Navidad.


–Paula no quiere un anillo. Ni mío ni de nadie –aseguró él–. Ella piensa lo mismo que yo sobre las relaciones. Además, está demasiado ocupada cuidando a Ignacio como para tener nada serio con nadie.


–Entonces, cuando vuelvas a Phoenix…


–Lo nuestro se habrá terminado.


–¿Y cuándo volverás?


–Papá y tú pueden visitarme. He luchado mucho para salir de Wicksburg –respondió él.


–Tú eres adulto y puedes tomar tus propias decisiones, cariño, pero, por favor, piénsalo bien. Piensa lo que puedes perder si te vas de aquí y dejas a Paula, sin mirar atrás.


–No sabes lo que estás diciendo, mamá.


–Tal vez. Pero un día te darás cuenta de que el fútbol no lo es todo. Me gustaría que tuvieras una vida propia cuando eso pase.


–Solo quieres que vuelva a Wicksburg y tenga hijos.


–Quiero que seas feliz.


–Soy feliz –aseguró él. Sí, era cierto que gran parte de su felicidad se debía a Paula, pero ¿Qué más daba eso? Los dos habían acordado que lo suyo sería solo algo temporal–. Sé lo que hago. Sé lo que quiero.


Y eso no incluía ni a Paula ni Wicksburg.


Inevitable: Capítulo 63

El verano se acercaba y los Defeeters iban ganando cada vez más partidos. Pero Paula no quería que terminara la primavera. No quería que Pedro se fuera. Con él, Wicksburg ya no le parecía un pueblo aburrido. Solía comer o cenar con él a menudo. Y, cuando estaba sola, pintaba llevada por un productivo estallido de creatividad. Cuando los Alfonso volvieron, invitaron a todos los miembros del equipo a cenar a su casa.


–Ignacio me recuerda a su padre –comentó la señora Alfonso a Paula, mientras contemplaban cómo los niños jugaban a la pelota en el jardín–. Me encanta tener niños en casa. Siempre le digo a Pedro que se case y me dé nietos, pero ese chico solo tiene una cosa en la cabeza.


–El fútbol –dijo Paula, al mismo tiempo que la madre de Pedro.


–Lo conoces bien –señaló la señora Alfonso, mirándola con curiosidad.


–Nos ha estado ayudando con los entrenamientos.


–Y salen juntos. Ya sabes que en Wicksburg no se puede guardar un secreto –observó la mujer mayor, que llevaba el pelo gris recogido en una cola de caballo y pantalones vaqueros–. Me alegro mucho de que Pedro esté con alguien que lo conoce desde antes de que fuera famoso.


–Siempre ha sido una estrella del fútbol aquí.


Pedro les gritó algo a los niños. El aire se llenó de risas.


–Sí, pero tiene que comprender que la vida es algo más que jugar a la pelota. Espero que estar contigo le ayude a darse cuenta.


–El fútbol es su única prioridad –insistió Paula, pues eso era algo que ella misma se esforzaba en no olvidar–. No está interesado en nada más.


–Solo necesita darse cuenta de dónde está su hogar –opinó la madre–. Pero descubrir dónde están sus raíces va a tomarle tiempo. Tal vez, lo comprenda cuando regrese a Phoenix.


–No le queda mucho tiempo aquí –comentó Paula con el corazón encogido.


–Siempre puede volver.


Paula asintió. Esperaba que Pedro volviera cuando terminara la Liga Mayor, pero para eso faltaban meses todavía.


–Bueno, es mejor que terminemos de preparar los tacos –señaló la señora Alfonso–. Los niños deben de estar muertos de hambre.


–¿Cómo puedo ayudar?


–Diviértete, nada más.


Cuando la señora Alfonso se alejó, Silvana se acercó para hablar con Paula. Tenía un iPad en la mano.


–Haces bien en entablar amistad con su madre –comentó Silvana y le mostró lo que había estado leyendo, la página web de una revista del corazón–. Supongo que esto es lo que pasa cuando sales con una estrella del fútbol.


Paula se quedó mirando las fotos en las que Pedro y ella parecían dos tortolitos. La imagen principal era del primer partido de los Defeeters, cuando él le había susurrado algo al oído, pero parecía que estaba besándole el cuello. La segunda era de los dos en la pizzería, mirándose a los ojos. Y la tercera exhibía el rápido beso que se habían dado después de la primera victoria del equipo, aunque daba la sensación de que lo estaban haciendo era darse un largo beso con lengua.

Inevitable: Capítulo 62

Cuando Paula le dió la vuelta al cuadro, Pedro se quedó atónito. Había esperado ver una cesta de frutas o un jarrón con flores. No un vibrante retrato de personas divirtiéndose en un parque. Por suerte, estaba sentado, si no, se habría caído de espaldas. Era una pintura increíble. Al verla, era como si estuviera allí entre esa gente que volaba cometas, montaba en bici o llevaba carritos de bebés. Incluso había una tortuga junto a un gran estanque.


–Tienes mucho talento.


–Pero tú no sabes nada de arte.


–Ya, pero reconozco la calidad cuando la veo. Esto es mil veces mejor que la basura que cuelga de mis paredes en Phoenix.


–No creo que lo que tú tengas pueda llamarse basura… pero gracias.


–Nada de gracias –repuso él. El cuadro le decía muchas cosas sobre Paula. Cada pincelada exudaba vida–. Tengo un par de amigos que poseen galerías de arte.


–No estoy preparada para eso, gracias.


–Sí lo estás. Confía en tí misma y en tu talento. Piénsalo al menos.


–Lo haré –repuso ella poco convencida–. ¿Quieres ver otro? No todos son tan alegres como este.


–Por favor –pidió él. Ver su obra era como asomarse dentro de su alma.


Paula no había imaginado que acabaría enseñándole sus pinturas a Pedro. Pero él no solo las había apreciado, sino que las comprendía y se había fijado en detalles que la mayoría de la gente pasaba por alto. Él acompañó a la cama a Ignacio, por petición del niño. Aunque los Fuego habían perdido cero a uno contra los Galaxy, los dos estaban de acuerdo en que había sido un buen partido.


–Habrían ganado si tú hubieras estado allí –dijo Ignacio.


–Eso nunca se sabe –contestó Pedro, revolviéndole el pelo.


Desde la puerta, Paula los escuchó hablar un rato más de fútbol. Gracias a Pedro, su sobrino era feliz de nuevo. Al menos, por el momento. Tras desearle buenas noches a Ignacio, Pedro salió al pasillo y entrelazó su mano con la de Paula.


–Al fin te tengo para mí solo.


–¿Tenemos que ver los comentarios de después del partido?


–He programado mi vídeo para que los grabe, así que no hace falta –afirmó él y la tomó entre sus brazos–. Pero esto sí hace falta – añadió y la besó con ternura.


Pedro besaba tan bien… En el salón, se sentó con ella sobre el regazo y siguieron  besándose. Poco a poco, el calor iba aumentando. Un mar de agradables sensaciones la envolvía, derritiéndola entre los brazos de él.


–Te dije que esto sería divertido –comentó Pedro cuando sus bocas se apartaron.


–Sí –respondió ella. 


Aunque podía convertirse en un hábito muy peligroso. Por suerte, él se iría pronto. Ninguno de los dos podía permitirse tener una relación seria.

Inevitable: Capítulo 61

Ignacio lo saludó con entusiasmo y se fue a terminar sus deberes de matemáticas antes de poder ver el partido. Pedro se dirigió a la cocina, donde Paula estaba preparando en el horno algo que olía de maravilla. Se le hizo la boca agua al ver cómo le quedaban los vaqueros que se había puesto. Por el cuello de la camiseta, pudo verle el tirante de encaje blanco del sujetador. Estaba hermosa. Él se acercó por su espalda y la rodeó con sus brazos. Sus cuerpos encajaban a la perfección. La besó en el cuello.


–¿Es así como sueles decir «Hola»? –preguntó ella, girándose con ojos brillantes.


–No, prefiero así –repuso él y la besó en la boca con pasión.


Paula se apretó contra él, entregándose con ternura. Qué delicia, pensó Pedro. Le gustaría estar así… toda la vida. Al darse cuenta de lo que acababa de pensar, apartó la cara. Él no podía permitirse un compromiso sentimental para toda la vida. Ella lo miró con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. La pasión de sus ojos era igual que el deseo que él sentía. Sin duda, era la clase de mujer con la que quedarse toda la vida. Pero él no buscaba eso…


–Me gusta cómo dices «Hola».


A Pedro también le gustaba, al menos, con ella. Pero no podía ir más allá. Debía controlar sus impulsos.


–Huele muy bien.


–Estoy haciendo macarrones con queso –indicó ella–. Brenda me dejó una lista de las recetas favoritas de Ignacio.


Pedro se fijó en el iris que le había regalado. Estaba sobre la mesa, junto a un juego de pinceles.


–¿Es un buen momento para que me enseñes lo que pintas?


–¿De veras quieres verlo? –preguntó ella con desconfianza.


–Si no, no te lo habría pedido.


–Es que… no le enseño a mucha gente mis obras.


–Solo soy yo –replicó él–. Enséñame solo una.


–¿Será suficiente para aplacar tu curiosidad?


–Sí, si no quieres enseñarme más –contestó él, dispuesto a conformarse con lo que ella quisiera ofrecerle.


Paula lo condujo por el pasillo hasta una habitación inmaculada, con todo en su sitio. Había una cama de matrimonio con colcha de flores y almohadas a juego. Ella abrió el armario, que tenía dentro solo unos cuantos vestidos. En el suelo, descansaban lienzos de varios tamaños y cajas de pinturas.


–Lo pinté cuando vivía en Chicago –informó ella y, con mano temblorosa, sacó el lienzo más cercano.


Al notar su incomodidad, Pedro la tocó en el hombro.


–Me lo puedes enseñar en otro momento, si prefieres.


–No, está bien –aseguró ella–. Lo que pasa es que es un poco difícil…


–¿Enseñar esta parte de tí?


Ella asintió y lo miró con ojos vulnerables.


–Si te sirve de consuelo, no sé nada de arte. Mi opinión no será la de un crítico especializado.


–Bien. Entonces, si te gusta, no me emocionaré demasiado.


Él sonrió y ella, también. De pronto, Pedro sintió que sé quedaba sin aire en los pulmones. ¿Qué estaba pasando? Paula solo había sonreído…


–¿Listo? –preguntó ella, lista para darle la vuelta al lienzo.


–Claro –contestó él, casi sin aliento por la extraña sensación que acababa de experimentar, y se sentó en la cama.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 60

No podía negar su deseo, pero si empezaban algo… ¿Podría parar? ¿Querría hacerlo? Ir demasiado lejos podía ser desastroso.


–Yo creo que deberíamos despedirnos por hoy.


–¿Eso crees? –preguntó él y le acarició el borde de la mandíbula.


–No estoy lista para dar ningún gran paso.


–¿Y uno pequeño?


Quizá, solo un besito… Paula levantó la cabeza y lo besó en la boca. Él se apretó contra ella con pasión. La rodeó con sus brazos. Y ella se sumergió en él. Eso era lo que… necesitaba. A Paula se le cayeron las llaves. Posó ambas manos en los hombros de él, palpando sus músculos bajo los dedos. Luego, entreabrió los labios, para dejar que sus lenguas se entrelazaran. Un mar de agradables sensaciones la recorrió. Presa del deseo, soltó un gemido.


–Vaya –jadeó Pedro cuando sus bocas se separaron.


Paula tomó aliento, pero no consiguió calmar su agitada respiración. Le ardían los labios…


–He estado intentando controlar mi lado impulsivo. Parece que he fracasado –se excusó ella.


–Yo te doy un sobresaliente y te recomiendo que seas más impulsiva –repuso él con buen humor, sin soltarla–. Podemos ir dentro y dejar que nuestros impulsos nos dominen.


A Paula le dió un brinco el corazón. Entonces, recordó las palabras de su hermano, advirtiéndola sobre Pedro.


–No podemos. No puedo.


–Si crees que estoy fingiendo, no es así –aseguró él.


–Ni yo. Pero tengo que pensar en Ignacio.


–Va a pasar la noche con Marcos.


–Pronto te irás del pueblo –replicó ella, barajando sus posibilidades.


–Es verdad, pero podemos aprovechar al máximo el tiempo que tenemos –propuso él con voz tentadora–. Dijiste que no querías tener novio. Yo no quiero una novia.


–Dirás que no quieres una de verdad.


–Touché.


–Esto no puede llegar a ninguna parte. Yo no quiero una aventura. Gonzalo piensa que, si tengo algo contigo, me romperás el corazón.


–¿Tu hermano te ha dicho eso? –preguntó él, paralizado.


–Sí. La otra noche, cuando llamó.


–Bueno, pues limitémonos a seguir haciendo lo que hasta ahora.


–Fingir.


–Saldremos, pero nada más –acordó él–. Nada de promesas.


–Y nada de sexo.


–Eso me lo has dejado claro –repuso él–. Solo disfrutaremos de estar en compañía hasta que yo me vaya a Phoenix.


Iba a ser jugar con fuego, pero podría hacerlo, se dijo Paula. Al menos, sabía cuál era la situación con Pedro. Él había sido honesto. Aunque debería tener a mano un extintor por si las llamas se salían de control. No quería terminar convertida en un montón de cenizas.


–De acuerdo. Podemos seguir como hasta ahora.




El domingo por la tarde, Pedro llamó a la puerta de Paula. Había hecho lo mismo menos de veinticuatro horas antes. No había podido dejar de pensar en ella desde la noche anterior. Sus besos habían alimentado sus fantasías, haciéndole desear más. Paula le había dejado claro que no quería tener una aventura. Nada de sexo, le había dicho. Pero no había acordado nada respecto a los besos. Se conformaría con eso, pensó. Quizá, así, ella llegaría a cambiar de idea respecto a la parte física de su acuerdo. La puerta se abrió.


–Los Fuego juegan dentro de una hora –dijo él con una amplia sonrisa.


Era el segundo partido de la temporada. Tendría lugar en Los Ángeles, contra los Galaxy. Pedro había lamentado no estar allí en el partido anterior, cuando habían perdido contra los Portland Timbers. Se sentía como si hubiera abandonado a sus compañeros. El ortopeda le había dicho que podría quitarle la bota dentro de una semana o dos. Eso significaba que podría volver con su equipo. Aunque, para hacer eso, tendría que irse de Wicksburg. Y dejar de ver a Paula. No debía darle vueltas a eso. Cuando estuviera jugando, todo lo demás desaparecería de su mente. No podía permitirse ninguna distracción.

Inevitable: Capítulo 59

Sentada en el coche, Paula miró a Pedro. Su perfil parecía esculpido bajo las luces de las farolas. Pero su corazón no era de piedra. Era un hombre generoso, atento y divertido. Tal vez la prensa lo había presentado como un vividor, pero ella podía percibir otra clase de hombre bajo la fachada. Y le gustaba lo que veía. Él tomó la calle donde ella vivía. Después de compartir sus secretos, Pedro y ella se habían pasado el resto de la cena riendo y contándose historias. Era una pena que la noche llegara a su fin, pensó.


–No puedo creer que nos comiéramos ese pastel de manzana después de la fondue y el resto de la cena.


–Yo solo probé dos bocados –bromeó él.


–Dirás veintidós.


Pedro estacionó ante la casa.


–Nunca se me han dado bien las matemáticas. Por eso, el fútbol es mi deporte preferido. Los resultados rara vez alcanzan los dos dígitos.


–Por eso inventaron las calculadoras –apuntó ella, sonriendo–. Para las personas como nosotros.


Pedro le guiñó un ojo y sacó la llave del contacto.


–Espérame ahí. Voy a abrirte la puerta.


Sus modales de caballero impresionaron a Paula. Lo cierto era que esa noche la había impresionado en muchos aspectos.


–¿Milady? –dijo él, tendiéndole el brazo después de abrirle lapuerta.


–Gracias, muy amable, señor –repuso ella, siguiéndole el juego. 


Cuando los dedos de ella lo tocaron, le dió calambre. ¿Sería de la electricidad estática del coche? Fuera como fuera, estaba cargada de calor y su cuerpo parecía un volcán a punto de explotar.


–Debes de tener frío –comentó él cuando estuvieron los dos en la acera.


A pesar de la que la noche había refrescado y de que llevaba un vestido sin mangas, Paula no tenía frío. No con Pedro a su lado.


–Estoy bien –aseguró ella. El cielo estaba cuajado de estrellas resplandecientes–. Hace una noche preciosa.


–Mucho.


Pedro la estaba mirando a ella, no al cielo. Al darse cuenta, a Paula se le aceleró la sangre en las venas. Deseó poder quedarse allí con él toda la noche, derritiéndose con su sonrisa. Apartó la mirada y se dirigió hacia el porche de su casa. Él la siguió. Ella titubeó. Pedro la había hecho sentir de una manera especial esa noche, escuchándola y compartiendo partes de sí mismo con ella. Pero aquello no era una cita de verdad. Aunque, en algún momento de la noche, había parecido que ninguno de los dos había estado fingiendo. Eso… La preocupaba. No confiaba en ella misma en lo relativo a los hombres y, menos, con él. Era mejor darse las buenas noches y retirarse sola a su casa para poder pensar con calma. En el porche, sacó las llaves del bolso con mano temblorosa.


–Lo he pasado muy bien, gracias.


–La noche es joven aún.


Paula tembló de excitación. Quería invitarlo a entrar. ¿A quién iba a engañar? Quería lanzarse a sus brazos y besarlo hasta quedarse sin aliento. Hasta que saliera el sol.

Inevitable: Capítulo 58

Al recordar aquello, Pedro se sentía como un perdedor, como un don nadie. Aunque sabía que los verdaderos perdedores eran los acosadores. David Swanson había sido uno de ellos, pero no se lo diría nunca a Paula. No quería mortificarla más.


–No tenía ni idea.


–Tú eras muy pequeña –observó él y la recordó con coletas y pecas y jugando en el columpio.


–Algunos niños mayores, como Gonzalo, intentaban defenderme pero, si se enfrentaban a los acosadores, también les pegaban. Un solo niño no podía hacer mucho contra ellos, incluso un buen tipo como Gonzalo –prosiguió él–. Yo odiaba ir al cole. Lo odiaba todo. Menos el fútbol.


La sonrisa de Paula lo inundó de calidez.


–El fútbol te salvó –comprendió ella, apretándole la mano.


–Sí, fue mi salvación. Con mis compañeros de equipo al lado, los acosadores tuvieron que dejarme en paz –recordó él–. Además, el fútbol me dió esperanzas de salir de Wicksburg y ser alguien.


–Y lo has conseguido –comentó ella, mirándolo con afecto–. Has logrado grandes cosas.


–Y tú.


Los dos se quedaron en silencio. Pedro se sentía en la gloria mientras Paula le daba la mano. No quería separarse de ella nunca… Poco a poco, casi con reticencia, ella apartó la mano.


–Wicksburg tiene malos recuerdos para ambos. Y otros buenos –señaló ella y tomó un poco más de fondue–. Al principio no estaba muy de acuerdo con fingir que salimos juntos. No me gusta mentir. Pero, después de ver a David y Yanina, me alegro de que estuvieras conmigo esta noche.


–Y yo –aseguró él–. Pero no quiero que te preocupes más por el idiota de David. Es hora de reír y divertirse.


–Eso es lo que necesito.


Cuando Paula se llevó un pedazo de pan cubierto de queso a la boca, Pedro se quedó prendado de sus labios. Eran tan sexys… Le subió la temperatura al ver que se le había quedado un poco de queso junto a los labios. Deseó lamérselo, aunque se limitó a alargar la mano y se lo quitó con el pulgar, notando lo suaves que eran esos labios. Estaba deseando besarla.


–Ya está. Tenías un resto de queso en el labio.


–Gracias –repuso ella con ojos brillantes.


–De nada.


Mientras comían, Pedro no pudo dejar de pensar en lo que pasaría cuando terminaran el postre, cuando estuvieran los dos solos en casa.

Inevitable: Capítulo 57

Pedro la miró a los ojos y, al ver tanta tristeza en ellos, se estremeció. Le tomó la mano por encima del mantel.


–Tú sabes lo de mi transplante de hígado.


Pedro asintió.


–Alguien murió para que yo pudiera vivir –continuó ella con dramatismo–. Siempre me he preguntado si la familia de esa persona pensaría que estoy a la altura. La muerte de su niña es lo que me permitió vivir a mí. ¿Les decepcionaría saber lo que he hecho con mi vida?


A Pedro se le encogió el corazón. Aquella era una carga demasiado pesada para cualquiera. Sobre todo, para alguien tan sensible y dulce como Paula. Le apretó la mano.


–David me convenció de que podíamos hacer algo importante juntos –admitió ella con una nube de angustia en los ojos–. Pero no fue así. Fue solo palabrería. Dejó de preocuparse por eso cuando nos casamos –añadió acongojada–. Yo quería hacer algo que mereciera la pena, después del regalo que me habían hecho con el transplante. Pero no lo he hecho. Ni al casarme con David. Ni sola. Dudo que lo consiga nunca.


–Estás haciendo algo importante con Ignacio –apuntó él con el corazón encogido por verla así–. Y por Gonzalo y su esposa.


–Pero no es algo grande, ni va a cambiar el mundo.


–Para tu familia, sí –aseguró él. ¿Acaso Paula ignoraba lo especial que era?–. Mírate a tí misma. Te has licenciado en la universidad. Llevas tu propio negocio. Eso es mucho para alguien de tu edad.


–Tengo veintiséis –repuso ella con sarcasmo–. Estoy divorciada. Todavía tengo que pagar el préstamo que me hizo el banco para estudiar en la universidad. Vivo en casa de mi hermano y todas mis pertenencias caben dentro de un coche.


–Venciste una enfermedad mortal –replicó él–. Que estés viva es más que suficiente.


Paula lo miró pensativa. Sonrió.


–¿Dónde has estado toda mi vida? Gracias –le dijo ella con toda sinceridad y le apretó la mano–. Por esta noche. Y por escucharme.


–No tienes que darme las gracias. Yo te pedí que me lo contaras. Yo sé lo que es pasarlo mal.


Oh. Pedro no había querido decir eso. Apartó la mano y le dió un trago a su vaso de agua.


–¿Tú?


–No es lo mismo. Ni parecido –aseguró él, tratando de zafarse del tema.


–Yo te he abierto mi corazón. Es tu turno.


Pedro nunca contaba sus cosas. A la gente no le importaba lo que tenía en su interior. Dió otro trago al vaso de agua, intentando buscar una escapatoria. Por la forma en que lo miraba, con la barbilla levantada, Paula no parecía dispuesta a dejarlo correr. Y, para ser justos, era cierto que era su turno.


–Cuando iba a primaria, sufrí acoso escolar –confesó él con un nudo en la garganta.


–¿Te pegaban?


–A veces… Muchas veces.


–Oh, Pedro. Lo siento mucho. Debió de ser horrible –replicó ella, tomándole de la mano como él había hecho antes.


–En ocasiones, me ignoraban, como si fuera invisible –continuó él. Nunca le había hablado a nadie de eso. Ni siquiera a sus padres. Pero la compasión que llenaba los ojos de Paula le dió fuerzas para seguir–. Eso era en los momentos buenos. El resto del tiempo, me empujaban, me golpeaban.

Inevitable: Capítulo 56

 –Los niños no son fáciles. Sin embargo, Paula se desenvuelve de maravilla con Ignacio.


–David y mi mejor amiga, Aldana, van a hacerme una fiesta para celebrar la llegada del bebé –señaló Yanina, tocándose la barriga–. Llevan planeándolo durante semanas.


El comentario abrió una compuerta en la memoria de Paula, despertando su antiguo dolor por la traición de David y Yanina.


–Recuerdo cuando los dos pasaron también semanas preparando mi fiesta de cumpleaños –dejó caer Paula con amargura–. Fue entonces cuando comenzó su relación, ¿Verdad?


Yanina soltó un grito sofocado, miró a David con rabia y salió como un huracán del restaurante.


–Maldición –murmuró David y salió corriendo tras ella–. No es lo que tú crees, Yani –gritó.


–Yanina casi me da pena –comentó Paula, siguiéndolos con la mirada.


–Ella sabía bien con quién se casaba. Swanson es un completo imbécil –opinó Pedro, sin dejar de abrazarla–. Si eligió a esa mujer en vez de a tí, es que no tiene ni una neurona sana.


–Gracias –repuso ella–. Pero la verdad es que nunca debí casarme con él.


–¿Por qué lo hiciste?


En una pequeña mesa para dos en un rincón, iluminada por la luz de unas velas, Pedro se sentó delante de Paula, sus piernas rozándose bajo el mantel de lino blanco. Ante ellos, había un plato de fondue de queso y una cesta con picatostes. Mientras ella le hablaba de David Swanson, Pedro deseó poder cambiar el pasado y borrar todo el dolor que ella había sufrido.


–La gente me advirtió sobre David –recordó Paula con tono de dolor–. Me aconsejaron que rompiera con él. Gonzalo. Incluso Yanina. Sin embargo, yo creía saber lo que estaba haciendo, pero me engañó.


–Dudo que seas la única a la que ha engañado.


–Cuando nos casamos, descubrí que David esperaba que yo fuera una esposa sumisa, que me quedara en casa, cocinara, limpiara y bebiera los vientos por él. Admito que no encajaba en el papel – confesó ella–. Pero eso no justifica que me fuera infiel.


–David trataba a las chicas muy mal en el instituto. Aun así, todas querían salir con él.


–A mí me conquistó en la universidad. Sabe decir lo que una chica quiere escuchar –contestó ella–. Aunque yo sé que también tuve parte de culpa en la ruptura. Solo me gustaría que hubiera sido más honesto conmigo.


–Si pudieras hacerlo otra vez…


–No lo haría –le interrumpió ella con decisión–. Estoy mucho mejor sin él. Lo que pasa es que es difícil estar de vuelta en el mismo pueblo que él. Seguro que la gente me tiene lástima y habla de mí a mis espaldas.


–Lo que la gente diga no importa –afirmó él, deseando verla sonreír–. Olvídate de ellos. Eres fuerte.


–¿Fuerte? Nada de eso…


Maldito David Swanson, se dijo Pedro. Había roto la confianza de Paula en los demás y en sí misma.


–Date tiempo. Tómatelo con calma.


–Lo intento. Lo que pasa es que, cuando estábamos saliendo, David me hacía sentir…


–¿Qué? –preguntó él con curiosidad, al ver que se quedaba callada.

lunes, 10 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 55

 –Me alegro por tí –señaló Yanina–. En el instituto, tú y yo siempre estábamos haciendo dietas, ¿Te acuerdas?


Hasta que había descubierto lo de su aventura, Paula siempre había dado gracias porque Yanina hubiera sido su mejor amiga.


–Pedro Alfonso. Me sorprende verte por aquí –saludó David al otro hombre, extendiéndole la mano.


–Mis padres siguen viviendo aquí –replicó Pedro con la mandíbula tensa.


–Yani, ¿Recuerdas a Pedro? –preguntó David–. Un futbolista extraordinario.


-Claro –dijo Yanina con una sonrisa–. Paula estaba loca por tí cuando íbamos al colegio.


–Lo sé –aseguró Pedro.


–¿Lo sabías? –le preguntó Paula, muerta de vergüenza.


Él asintió. Gonzalo debía de habérselo contado, adivinó ella. Pero ¿Por qué? Se suponía que debía haber sido un secreto.


–Yo no lo sabía –anunció David.


–Los maridos… quiero decir los ex maridos son los últimos en enterarse –comentó Yanina, meneando la cabeza.


Paula hizo un esfuerzo supremo por ignorarla. Trató de morderse la lengua para no decir lo que pensaba, pues no sería apropiado de una dama. Además, Yanina no merecía que montara una escena. Pedro le pasó el brazo por la cintura y la atrajo a su lado. Paula se llenó de gratitud. En ese momento, era lo que ella necesitaba y se sumergió en su calor y en su fuerza. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa. David y Yanina se quedaron boquiabiertos.


–¿Están… juntos? –quiso saber David, atónito.


Paula asintió. No le gustaba mentir, pero en ese caso era lo adecuado. Iban a cenar juntos, así que, después de todo, no era una mentira tan grande.


–Supe que habías vuelto para ocuparte de Ignacio, pero no sabía que tuvieras pareja –comentó David con disgusto.


Controlándose para no responder una grosería, Paula levantó la vista hacia Pedro. Él la sujetaba con gesto posesivo, sin quitarle los ojos de encima. Iba a estar en deuda con él para siempre, pero merecía la pena, pensó.


–Intento ser lo más discreto que puedo con mi vida privada – señaló Pedro.


–Pero no vives aquí, ¿Verdad? Creí que residías en la otra punta del país –inquirió Yanina, pálida de envidia.


–Phoenix –contestó él, apretándose más contra Paula–. Pero no me importaría jugar en el Indianápolis, para estar más cerca de Wicksburg.


–Vamos a tener un bebé –escupió Yanina, como si su protuberante vientre no fuera evidente–. Es un niño.


–Felicidades –dijeron Pedro y Paula a la vez.


–Sé que querías tener hijos cuando estabas con David –le recordó Yanina a su antigua amiga–. Tal vez, no puedas a causa de la enfermedad que tuviste, por todas esas medicinas y el transplante… Pero siempre puedes adoptar.


Después de dos años intentándolo, Paula no había conseguido quedarse embarazada. Los médicos le habían asegurado que no había ninguna razón biológica para ello y Yanina lo sabía. Igual que David. Aun así, no pudo evitar sentirse una fracasada. Pedro la abrazó un poco más, haciéndola sentir especial y aceptada.