miércoles, 12 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 58

Al recordar aquello, Pedro se sentía como un perdedor, como un don nadie. Aunque sabía que los verdaderos perdedores eran los acosadores. David Swanson había sido uno de ellos, pero no se lo diría nunca a Paula. No quería mortificarla más.


–No tenía ni idea.


–Tú eras muy pequeña –observó él y la recordó con coletas y pecas y jugando en el columpio.


–Algunos niños mayores, como Gonzalo, intentaban defenderme pero, si se enfrentaban a los acosadores, también les pegaban. Un solo niño no podía hacer mucho contra ellos, incluso un buen tipo como Gonzalo –prosiguió él–. Yo odiaba ir al cole. Lo odiaba todo. Menos el fútbol.


La sonrisa de Paula lo inundó de calidez.


–El fútbol te salvó –comprendió ella, apretándole la mano.


–Sí, fue mi salvación. Con mis compañeros de equipo al lado, los acosadores tuvieron que dejarme en paz –recordó él–. Además, el fútbol me dió esperanzas de salir de Wicksburg y ser alguien.


–Y lo has conseguido –comentó ella, mirándolo con afecto–. Has logrado grandes cosas.


–Y tú.


Los dos se quedaron en silencio. Pedro se sentía en la gloria mientras Paula le daba la mano. No quería separarse de ella nunca… Poco a poco, casi con reticencia, ella apartó la mano.


–Wicksburg tiene malos recuerdos para ambos. Y otros buenos –señaló ella y tomó un poco más de fondue–. Al principio no estaba muy de acuerdo con fingir que salimos juntos. No me gusta mentir. Pero, después de ver a David y Yanina, me alegro de que estuvieras conmigo esta noche.


–Y yo –aseguró él–. Pero no quiero que te preocupes más por el idiota de David. Es hora de reír y divertirse.


–Eso es lo que necesito.


Cuando Paula se llevó un pedazo de pan cubierto de queso a la boca, Pedro se quedó prendado de sus labios. Eran tan sexys… Le subió la temperatura al ver que se le había quedado un poco de queso junto a los labios. Deseó lamérselo, aunque se limitó a alargar la mano y se lo quitó con el pulgar, notando lo suaves que eran esos labios. Estaba deseando besarla.


–Ya está. Tenías un resto de queso en el labio.


–Gracias –repuso ella con ojos brillantes.


–De nada.


Mientras comían, Pedro no pudo dejar de pensar en lo que pasaría cuando terminaran el postre, cuando estuvieran los dos solos en casa.

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