lunes, 3 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 40

 –No hacía falta que estuvieras de acuerdo –repuso él y tomó el tarro de nata.


–Bueno, Ignacio dijo que eres casi tan buen entrenador como su padre.


–¿Casi, eh? –repitió él con una sonrisa y se acercó–. Pensé que estábamos en el mismo equipo, pero como no es así…


Pedro apuntó el tarro de nata en su dirección. Paula dió un pasó atrás y se topó con la encimera. Tenía la puerta abierta del lavavajillas a un lado y Pedro al otro. Estaba acorralada. Y lo malo era que le gustaba.


–No te atreverás.


–La nata le iría bien a tu ropa –dijo él con ojos traviesos.


Podrían divertirse mucho jugando con la nata, pensó ella y sonrió. ¿En qué estaba pensando? Debía olvidarse de eso. Y de él. Con un rápido movimiento, Paula agarró el grifo flexible del fregadero y apuntó hacia su oponente. Se llenó de confianza al ver su mirada de desconcierto.


–Me pregunto qué aspecto tendrías mojado.


Pedro esbozó una sonrisa de medio lado. El aire se llenó de tensión. De calor. Sus ojos ardían. Cielos. Paula tragó saliva. De no ser por tener un punto de apoyo en la encimera, se habría derretido sobre el suelo.


–Si tú te atreves a jugar, yo también.


Por primera vez en mucho tiempo, Paula tuvo la tentación de… Jugar. Pero estaba demasiado nerviosa. Sin saber qué hacer o decir, ella se aferró al grifo como si pudiera salvarse así. De qué, no estaba segura. Aun así, no estaba dispuesta a retroceder. Rendirse no era una opción.


–¿Y qué pasa si he perdido práctica y ya no recuerdo lo que es jugar?


–Soy un excelente entrenador. Puedo enseñarte –dijo él, acercándose.


Seguro que sí podía, se dijo Paula, imaginándose toda clase de cosas que Pedro podía enseñarle. Le ardieron las mejillas.


–¿Cuáles son las reglas?


–Jugar limpio. No engañar –repuso él con una sonrisa.


A ella se le encogió el corazón.


–Parecen buenas reglas. No me gustan los engaños.


–Ni a mí.


Sus miradas se entrelazaron. Durante un instante eterno, se quedaron quietos, con las armas listas. Paula quería… Un beso. Al reconocerlo para sus adentros, sintió una mezcla de sorpresa y anticipación. Todavía no había soltado el grifo flexible y seguía apuntando a su oponente. Como si así pudiera apagar el fuego… Quería que la besara con pasión. Pero… No era posible. No quería salir escaldada otra vez. Aun así, entreabrió los labios en un gesto de invitación o desesperación, no estaba segura. Los ojos de él ardían de deseo.


–¿Cómo sé que no es una trampa? –preguntó él fingiendo seriedad.


–Podría decirte lo mismo.


–Podemos dejar nuestras armas a la de tres.


–Bien.


Él se puso justo delante de ella.


–Una, dos…


Pedro inclinó la cabeza y la besó. Ella se estremeció y se agarró al grifo para no caerse del gusto. Eso era justo lo que había estado necesitando, un beso así. Y qué beso. Paula quería más. Mucho más.

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