lunes, 24 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 6

Le encantaba lo que hacía. La pastelería era su sueño convertido en realidad. Pero cuando su amigo fotógrafo, Ian, le mencionó de pasada que estaba buscando una empresa de catering para preparar canapés y pequeños postres para la fiesta de inauguración de una nueva galería especializada en arte contemporáneo, ella no había dejado pasar la oportunidad. Ella había necesitado un profesional para hacer fotos a La Pastelería y Café Paula con el fin de colgarlas en su página web, y Diego había necesitado comida para la inauguración de aquella noche. Un intercambio que a ella le había gustado y que no tenía nada que ver con las prácticas profesionales de su antiguo trabajo en el mercado de las acciones.


Paula dirigió la mirada hacia el vestíbulo de entrada. Notó que más y más invitados habían llegado y estaban reunidos en la zona bar montada en el bonito patio con vistas al Támesis. El tiempo, aquella tarde de junio, era cálido y soplaba una suave brisa. Perfecto. Tal y como a ella le gustaba. A su piel no le gustaba el sol. Era demasiado blanca y con demasiadas pecas. Mucho mejor quedarse ahí unos minutos más contemplando aquel cuadro ahora que estaba sola antes de que la fiesta comenzara. La comida estaba ya lista para ser servida en la pequeña cocina detrás del bar. Los camareros iban a llegar en unos diez minutos y ni siquiera la pintora había hecho aún su aparición. Por tanto, se permitiría unos minutos más de disfrute antes de ponerse a trabajar. Aquel era un tiempo precioso para ella. Sola con el arte. Relajó los hombros, movió el cuello de un lado a otro, alzó la barbilla y suspiró con placer. La mayoría de los cuadros eran retratos y paisajes al óleo, y multimedia en brillantes colores. Pero, sin saber por qué, se había dirigido inmediatamente a aquel rincón apartado, alejado de la entrada y de la zona del bar, pero bañado en luz natural que se filtraba por los ventanales que iban del suelo al techo. Y se había dirigido a ese cuadro en concreto, un cuadro sutil y discreto. Era un cuadro pequeño con un marco de cristal color vino, igual que el resto.


Pero aquel era especial. Diferente. Le había gustado desde que lo viera por primera vez en el catálogo que su amigo Diego había hecho. Le resultaba difícil explicarlo, pero algo en ese cuadro la había llegado a lo más profundo de su ser. Paula examinó el cuadro. Una mujer con vestido rojo, hasta la rodilla, de pie en una playa en la que se veían pinos y plantas mediterráneas. La mujer era delgada y extendía los brazos hacia el mar. La mujer llevaba la cabeza alta y sonreía débilmente mirando al mar, buscándolo con las manos mientras la arena de la playa le cubría los pies. Era un atardecer, el horizonte mostraba los característicos trazos rojos, dorados y naranjas. Pronto caería la noche, pero la mujer del cuadro iba a quedarse ahí, absorta en su contemplación del mar hasta que la última sombra apagara todo rastro de luz. Iba a aprovechar toda posibilidad de felicidad. Una lágrima le corrió por la mejilla y metió la mano en el bolso para agarrar un pañuelo de celulosa, pero se acordó de que se los había dejado olvidados en la pastelería, así que utilizó una servilleta de papel que también llevaba ahí. Sí, ella también sabía de eso, de aprovechar hasta la última posibilidad de ser feliz. 


Hasta hacía tres años había sido una mujer enfundada en un traje, encerrada en un cubículo en el banco de inversiones en el que su padre había trabajado durante cincuenta años. Su misión había consistido en hacer lo que se le mandara; solo con eso, se le había asegurado llegar a la cima en el futuro. También había tenido el novio ideal, en teoría, y solo un escalón por encima de ella. ¿No había sido eso la vida perfecta? Pero había odiado su trabajo hasta el punto de vomitar casi todas las mañanas. Y todo eso por dinero.

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