viernes, 21 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 2

Hasta hacía una hora, Pedro había creído que su madre estaría arreglada, vestida y lista para salir, sonriente y feliz de que, después de ocho años de trabajo, sus pinturas iban a exponerse en público. Pero su madre había cometido la equivocación de asomarse a la entrada del hotel, había visto a los miembros de la prensa y, respirando con dificultad y el rostro blanco, había vuelto a su habitación con la intención de controlar el ataque de pánico al tiempo que ponía como excusa que había llegado el momento de recorrer la alfombra roja sola. Al fin y al cabo, era su noche. Mejor que no la esperara. Haría su aparición sola. No necesitaba que su apuesto hijo la eclipsara. Bien. Pero su madre había olvidado que él la conocía bien. Demasiado bien. Así que la limusina había doblado la esquina con él como único ocupante mientras su madre se refugiaba en su habitación en el hotel y repetía los ejercicios de relajación una vez más. Aterrada de salir y bajar unos escolanes alfombrados en rojo y permitir que le tomaran fotos.


El hecho de que su hermosa madre no se creyera digna de aquella gente hacía que le hirviera la sangre. Los invitados a la inauguración no tenían ni idea del esfuerzo realizado por su madre durante años para llegar al punto en el que se atreviera a presentarse en persona a una exposición de sus cuadros. Y no lo sabrían nunca. Él había prometido a su madre que la protegería, cuidaría de ella y nunca revelaría su secreto. Y había mantenido esa promesa y la seguiría manteniendo, por mucho que le afectara personalmente y por mucho que hubiera afectado a las decisiones que se había visto obligado a tomar con el fin de proteger a su madre. A su madre tampoco le gustaban las ciudades. Él había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había tenido que salir corriendo al aeropuerto con sus ropas de cocinero para hacerle compañía en un vuelo al refugio de moda de artistas del que su madre había oído hablar aquel mismo día y en el que, de repente, necesitaba estar con el fin de completar su obra. Y debía hacerlo ese mismo día o, de lo contrario, su vida se desmoronaría.


En esas ocasiones, no había podido hacer el equipaje ni organizar nada. Y su madre, normalmente, había emprendido el viaje sin las cosas que necesitaba por las prisas. Y ese día, él lo había dejado todo y había ido allí para protegerla, para cuidarla. Pedro dirigió la mirada hacia el grupo de fotógrafos detrás de las barreras metálicas a ambos lados de la entrada y saludó con un movimiento de cabeza a unos conocidos paparazzi que siempre estaban presentes en los actos públicos a los que asistía cuando estaba en Londres. El resto de los reporteros buscaban una buena posición detrás de las vallas, gritaban su nombre y le pedían que posara para sus fotos. Sus fans levantaban carteles con su nombre. El fulgor de las cámaras fotográficas no cesaba. Todos desesperados por captar la presencia del cocinero que, una vez más, había sido elegido candidato al premio de cocinero del año. Todos los focos se dirigían a él.


Se volvió despacio de un lado a otro delante de un póster que anunciaba la exposición de la obra de Ana Zolezzi con el fin de asegurarse de que la foto de su madre del póster apareciera de fondo. Se metió una mano en el bolsillo izquierdo de los pantalones, extendió la otra hacia la multitud. Iba vestido con un traje de diseño oscuro y camisa blanca, sin corbata. La corbata era demasiado convencional. Enderezó los hombros, alzó la barbilla y se acercó a los allí congregados. Había pasado diez años cultivando una imagen que favoreciera sus intereses y los de la familia Alfonso, y ahora se le presentaba la oportunidad de aprovechar esa imagen para ayudar a su madre. Una bonita morena de veintitantos años le dio uno de los libros de cocina que él había escrito para que se lo firmara. La joven estaba pegada a la valla y le permitió ver un bonito escote.

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