lunes, 17 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 70

 –Es mejor que no podamos jugar el último partido –dijo Ignacio, sacándolo de sus pensamientos–. Nos han ganado seis a cero hoy. La tía Paula dijo que estábamos desconcentrados y no teníamos el alma puesta en el juego. Los Strikers nos habrían dado una paliza el sábado –continuó–. Diez a cero o algo así.


–Nada de eso. Han mejorado mucho desde aquel primer partido. Y solo os ganaron por tres goles. Tienen que jugar contra ellos para demostraros que están a la altura.


–No hay campo donde jugar.


–Vamos. Esa no es la actitud de los Defeeters –le animó Pedro, pensando en los rostros de todos los niños del equipo. Con el tiempo, había aprendido a reconocer sus fortalezas y sus debilidades y les había tomado mucho cariño.


–Pero ha sido el tornado.


–No te preocupes, compañero. Pensaré en algo –prometió Pedro, sintiéndose en deuda con los pequeños. Él sabía que había tenido parte de culpa de que los niños perdieran el partido esa mañana. Había sido un egoísta al pensar que podía irse del pueblo sin que a nadie le afectara.


–¿De verdad?


–De verdad –aseguró Pedro, decidido a cumplir su palabra–. ¿Ha vuelto tu tía?


–No. Igual debería colgar por si quiere hablar conmigo.


–Bien. Dile a tu tía que me llame cuando vuelva –pidió Pedro y se miró el reloj–. Te llamaré para decirte dónde pueden jugar el partido contra los Strikers.


–Me gustaría que pudieras estar aquí para vernos jugar.


–Y a mí –contestó él. 


Pero no era posible. El sábado siguiente tenía un partido. Sin embargo, lo que su corazón quería era estar en Wicksburg, con Paula y los chicos. Qué ciego había estado, pensó, tomando una decisión. Había tenido delante de las narices todo el tiempo lo que había necesitado. Y no estaba en Phoenix, sino en Wicksburg. Era hora de dejar de hablar y hacer lo que tenía que hacer.




Paula llegó a casa magullada y con arañazos, después de haber tenido que escarbar entre los escombros para sacar a Tom. El gato estaba bien, solo mojado y asustado.


–¿Tía Paula? –llamó Ignacio desde el sótano–. ¿Has encontrado a Tom?


–Sí –repuso ella, contenta de volver a ver a su sobrino–. ¿Por qué está tan oscuro?


–La linterna dejó de funcionar.


Paula se sintió orgullosa de Ignacio, que se había quedado donde le habían dicho, a pesar de la oscuridad y de que debía de haber estado asustado. El niño tomó al gato entre sus brazos.


–Ah, ha llamado Pedro.


–¿Cuándo? –preguntó ella, emocionada. No había esperado volver a saber de él.


–Hace un rato. Dijo que lo llamaras cuando volvieras. Estaba preocupado.


Cuando iba a pulsar el botón para devolverle la llamada, Paula se detuvo. Una cosa era que Pedro se preocupara por el tornado y otra volver a entablar comunicación. No había podido dejar de pensar en él desde que se había ido. Lo echaba de menos. Pero tenía que quitárselo de la cabeza. Por eso, decidió que sería mejor enviarle solo un mensaje de texto.


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