martes, 30 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 57

Cuando Pedro la agarró de las caderas y empezó a controlar el ritmo, ella alargó los brazos y se inclinó hacia delante para poder seguir moviéndose y sostenerse al mismo tiempo.
Sorprendida, se dió cuenta de que aquel ángulo era aún mejor, y que prolongaba su orgasmo. Pedro continuó aferrado a sus caderas, hasta que de repente la apretó con más fuerza y la detuvo en seco mientras él seguía moviéndose. Una embestida, dos… y soltó un profundo gemido.
Paula abrió los ojos, y contempló cómo se tensaba su rostro. Su boca se tensó de placer, y pareció contener el aliento. Finalmente, volvió a gemir y abrió los ojos. Sus miradas se encontraron, y ambos sonrieron.
—No ha estado mal —dijo ella—. Lo de estar encima me ha gustado mucho.
—Sí, a mí también me ha gustado —su sonrisa se ensanchó, y se echó a reír—. Deberíamos quedar otro día para volver a hacerlo.
—Sí, me gustaría.
Pedro la rodeó con los brazos, y rodó con cuidado hasta colocarla de costado. Ambos ajustaron brazos y piernas hasta que estuvieron el uno frente al otro, y después de subir la colcha para que pudieran cubrirse, Pedro le acarició la cara.
—¿Estás bien?
—Como si todas las células de mi cuerpo acabaran de estar en una fiesta increíble.
—Perfecto.
—¿Y tú? —le preguntó Paula.
—Lo mismo. Hacia el final he tenido que controlarme al máximo, no sabía cuánto iba a poder resistir.
—Lo has hecho muy bien.
—Dos segundos más, y habría perdido el control completamente.
—No me habría importado —le aseguró ella, mientras le tomaba una mano y la colocaba sobre uno de sus senos.
—Si hubiera acabado antes que tú, te habrías quedado a medias.
—Después te habrías encargado de mí de otra forma; además, hay algo muy estimulante en un hombre que está tan excitado que pierde el control, es muy sexy.
—Tú sí que eres muy sexy.
Al contemplar aquellos ojos oscuros, Paula se dió cuenta de que antes no se había equivocado: estaba enamorada de él. A lo mejor trabajar a su lado había hecho que nacieran nuevos sentimientos, o a lo mejor había sacado a la luz algo que siempre había estado allí; fuera lo que fuese, se había dado cuenta de lo que sentía por él al ver el sacrificio emocional que había hecho por Camila. El problema era saber qué hacer al respecto.
En ese momento empezó a sonar el teléfono, y Pedro se dió la vuelta para agarrarlo.
—¿Diga? —escuchó durante unos segundos, y añadió—: Dale, ahora se lo digo. No, no tardamos. De acuerdo, adiós —tras colgar, se volvió hacia Paula—. Tu familia acaba de llegar a tu casa. Dani está allí, haciendo de anfitriona.
—¿Qué? ¡Han llegado con un día de antelación!, ¡se suponía que iban a llegar mañana! —Paula se sentó en la cama, mientras intentaba controlar el pánico que sentía—. No estoy lista para ver a mis padres, iba a aprovechar esta noche y mañana por la mañana para prepararme.
—No sé qué decirte, ya los tienes aquí —Pedro se inclinó, y le besó un hombro—. Al menos no llegaron hace quince minutos, nos habrían aguado la fiesta.
Cuando Paula llegó a su casa, se encontró con un auténtico caos.
—¡Paula! —exclamó su madre, al verla entrar—. Ya lo sé, llegamos pronto, pero esta mañana en el desayuno decidimos que nos apetecía venirnos ya para Seattle, y como el hotel tenía habitaciones disponibles y tus hermanas también estaban deseando venir, aquí estamos.
Antes de que Paula pudiera contestar, su madre, que era una mujer menuda con el pelo pelirrojo y rizado y los ojos azules, se cubrió la boca con las manos y exclamó:
—¡Pero mira esa barriguita!, ¡mi pequeña va a tener un bebé!
—Hola, mamá —le dijo, mientras la abrazaba.
—¡Miguel! ¡Miguel, ven aquí, ha llegado Paula!
Su padre fue hacia ellas, y las envolvió a ambas en un abrazo.
—Hola, cielo. ¿Cómo estás?
—Muy bien, papá.
Clara y Sofía, las hermanas de paula, salieron de la cocina con sus hijos pisándoles los talones.
—¡Paula!
Dani apareció la última, con una botella de agua en una mano y una bolsa de galletas saladas en la otra.
—Les he dado algo de comer y de beber, me voy ya. He quedado con alguien en el centro.
—No te vayas —le dijo Ale, la madre de Paula—. Ya te hemos molestado bastante, y tenemos que ir al hotel a instalarnos —enmarcó la cara de Paula en sus manos, y le dijo—: No sabes lo contenta que estoy de verte. Eres feliz, lo veo en tus ojos.
Paula controló las ganas de hacer una mueca; con un poco de suerte, su madre no conectaría su felicidad con su reciente encuentro con Pedro.
—Tengo una idea —dijo Miguel, mientras rodeaba a Paula con un brazo—. Primero podemos ir al restaurante para poder ver ese local suyo tan elegante, y de allí nos vamos al hotel.
—Buena idea —comentó Ale—. No te entretendremos demasiado, sabemos que es una de las noches en las que tienes más trabajo.
—No seas tonta —le dijo Paula. Contó cuántos eran, y añadió—: Ningún problema. Podemos ir ahora al restaurante para que lo veas, y después volvemos a eso de las siete para cenar —se volvió hacia sus hermanas, y les preguntó—: ¿es demasiado tarde para los niños?
—No, es perfecto —contestó Clara, su hermana mayor, con una sonrisa—. La madre de Sean vive en la zona, y va a encargarse de los niños esta noche y mañana. Así es mejor, y tanto Sofía como yo tendremos nuestras respectivas habitaciones para nosotras solas. Ya sé que para ti no es nada del otro mundo, porque puedes estar sola siempre que quieres, pero para nosotras será el paraíso.
—Un paraíso desconocido —añadió Sofía—. Voy a cerrar la puerta del cuarto de baño sin tener que preocuparme de que alguien me llame, entre o me necesite para algo, puede que hasta me tome un baño.
—Vale, me aseguraré de cocinar rápido para que dispongáis del máximo tiempo posible en el cuarto de baño —sonrió Paula.
—No hace falta —le dijo su madre, mientras enlazaba el brazo con el suyo y la apretaba en un abrazo—. Tus hermanas exageran lo de querer estar solas.
Tras la espalda de su madre, Sofía y Clara indicaron con gestos que no estaban exagerando lo más mínimo.

A las siete, la cocina estaba inmersa en el típico caos de los sábados por la noche.
—¡Chalotas! —gritó uno de los cocineros—. ¿Quién cojones me ha quitado las chalotas?
Paula hizo una mueca. Robar el material de alguien era una clara invitación para que a uno le dieran una puñalada en la espalda. Literalmente.
Jaime hizo un sonido de impaciencia y fue a toda prisa a buscar más chalotas a la despensa; cuando volvió, se aseguró de que todo el mundo estuviera abastecido antes de regresar a su puesto.
—Gracias —le dijo Paula.
—Tienes suerte de que esté de buen humor —respondió él.
—¿Las cosas van bien en casa?
—De maravilla —Jaime sonrió con satisfacción, y comentó—: George quiere venirse a vivir conmigo, estamos hablando de tener un gato juntos.
—No puedes quedarte con Al, lo necesitamos aquí.
—Tendrás que esconderlo en algún sitio si vienen los de Sanidad.
—Ya lo sé, pero vale la pena —Paula agarró un plato de salmón que alguien le pasó, y colocó una pequeña porción de pastel de maíz coronada con cangrejo.
—¡Plato listo! —gritó.
Zaira apareció a su lado, y le dijo:
—Tus padres y tus hermanas están aquí, pero nada de maridos ni de niños. ¿Tengo que preocuparme?
—Los maridos están en casa, y los niños con la abuela.
—Así se hace —comentó Zaira, mientras agarraba un segundo plato—. ¿Les digo que si quieren venirse de copas?

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 56

Dejó el vaso en una mesa, y siguió diciendo:
—Ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida. Ha sido incluso peor que cuando tuve que darla en adopción, porque ahora sé lo que me he perdido y en aquel entonces sólo podía imaginármelo.
Paula sentía su dolor como si fuera el suyo propio.
—No puedo arreglar las cosas, pero por si te sirve de algo, quiero que sepas que estoy increíblemente orgullosa de ti. Lo has hecho muy bien.
—¿En serio?
Paula asintió, se colocó frente a él y se puso de puntillas para poder besarlo en la boca.
—Camila es una chica muy afortunada, tiene un padre fantástico.
Pedro la rodeó con los brazos, y la apretó contra sí. Cuando su boca se cerró sobre la suya, Paula  sintió su necesidad descarnada tanto de sexo como de un alivio para el dolor. Quería encontrar consuelo en ella.
Paula cedió, porque le resultaba inimaginable alejarse de él. Ella también lo deseaba, pero mientras sus manos fuertes le recorrían la espalda y su lengua le acariciaba el labio inferior, era consciente de que estaba cometiendo un error.
No había cambiado nada; en todo caso, lo que acababa de hacer Pedro había confirmado lo que ella ya sabía. Él era un buen hombre que amaba a Camila lo suficiente para hacer unos enormes y dolorosos sacrificios, pero ésa nunca había sido la cuestión. El problema había sido su incapacidad para amar a alguien aparte de su hija, el hecho de que no les hubiera abierto el corazón ni a su hijo ni a ella.
¿Había cambiado, o ella estaba dando cabezazos contra un muro emocional inamovible?
—Tierra llamando a Paula—murmuró él, mientras le besaba el cuello—. Estás a kilómetros de aquí, ¿quieres que pare?
Paula sintió que su cuerpo entero estaba ardiendo, que sus terminaciones nerviosas imploraban su cercanía. Lo rodeó con los brazos, y se rindió a sus sensuales caricias.
—Claro que no —susurró.
—Bien.
Pedro volvió a cubrirle los labios con los suyos, y Paula los abrió para dejarle entrar; mientras la lengua de él penetraba en su boca, se dijo que había escogido un momento de lo más inoportuno para darse cuenta de que aún estaba enamorada de él.
Paula intentó convencerse de que el amor era una emoción que no existía, a pesar de que podía sentir cómo crecía en su interior. «Ahora no», se dijo, mientras Pedro tiraba del borde de su camisa. Aquél no era un momento para pensar, sino para sentir.
Después de quitarle la camisa y de tirarla sobre la mesa que había junto al sofá, Pedro deslizó las manos por sus hombros y sus brazos hasta llegar a sus pechos.
—Son más grandes —comentó, con una sonrisa traviesa.
—Sí, y es algo que ya hemos discutido.
—Me gustan.
—Típico de un hombre.
—Es que soy uno —dijo, mientras rozaba sus pezones con los pulgares.
La pelvis de Paula se contrajo ante sus caricias, y todo su cuerpo se tensó de anticipación.
—Me encanta —murmuró.
—Bien.
Sin dejar de acariciarle los pechos, Pedro se inclinó y salpicó su cuello de besos lentos, suaves y húmedos que provocaron que ella se estremeciera.
—Eres tan hermosa… siempre lo has sido, pero con el embarazo estás radiante —después de mordisquearle la mandíbula, Pedro besó su piel hasta llegar a la oreja y tomar el lóbulo en su boca—. Te deseo —le susurró al oído.
Paula se derritió al oír aquellas eróticas palabras y sentir su aliento en su piel, y empezó a temblar. Quería que él se diera prisa, que se apresurara a dar el siguiente paso, pero al mismo tiempo también quería que aquello durara eternamente.
—Oh, Pedro… —susurró, mientras se apoyaba contra él—. Siempre supiste cómo hacerme arder.
Él levantó la cabeza, y sus bocas se encontraron en un beso lento y profundo. Paula se aferró a él mientras sus lenguas acariciaban, restregaban y provocaban, mientras sus labios se aplastaban y se fundían. Pedro bajó las manos hasta sus caderas para acercarla aún más hacia sí, pero su vientre abultado se lo impidió.
Paula se apartó un poco, bajó la mirada hacia su barriga y se echó a reír.
—Me parece que tenemos un pequeño problema.
—Encontraremos una solución —le dijo él—. Vamos.
Pedro la tomó de la mano y la condujo hacia su habitación; en cuanto llegaron, alargó la mano para desabrocharle el botón de los vaqueros.
—Será mejor que te quites tu ropa mientras yo me voy desnudando sola.
—Me gusta desnudarte.
—Sí, pero a mí me gustas más desnudo.
—Me has convencido.
Pedro  empezó a quitarse la camisa mientras ella hacía lo propio con los zapatos y los calcetines, y ambos estuvieron desnudos en cuestión de treinta o cuarenta segundos.
Él apartó la colcha, y Paula se tumbó encima de las sábanas; aún era media tarde y el sol entraba a raudales por la ventana, por lo que no había ninguna sombra en la que ocultarse. Por primera vez desde que se había quedado embarazada, se sintió gorda y torpe. Sabía que en teoría podía hacer el amor hasta casi el último mes, pero en la práctica…
—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro, mientras se tumbaba junto a ella—. Parece que hayas chupado un limón.
—¿Qué quieres decir?
—Estás pensativa, y eso nunca es una buena señal.
—Me preocupa que esto sea un poco incómodo.
Pedro se apoyó en un codo, y sonrió.
—¿Lo ves?, ésa es la diferencia entre los hombres y las mujeres. A tí te preocupa que tengamos que hacer algunos ajustes y que a mí no me guste, y yo no hago más que fantasear con tenerte encima mientras te acaricio los pechos y dejo que hagas lo que quieras conmigo.
Sus palabras dibujaron en la imaginación  de Paula una imagen muy vivida que la excitó aún más, y su cuerpo entero se tensó al pensar en hacer el amor en aquella postura.
—Vale, lo haremos a tu manera —le dijo.
—Vaya, muchas gracias.
Pedro la besó y ella se abrió a él de inmediato, ansiosa por sentir el placer que él podía proporcionarle. Mientras su lengua penetraba en su boca, él deslizó una mano por su costado desnudo, por su cadera y por su muslo.
Paula se puso de espaldas y abrió las piernas para él. Pedro se colocó entre sus muslos, rozó apenas su centro, y después acarició su otra pierna.
—Has pasado de largo el objetivo —murmuró ella contra su boca.
—No, sé exactamente cuál es mi objetivo —respondió él, mientras apretaba su erección contra su pierna—. Me lo estoy tomando con calma, así que relájate. Tenemos toda la tarde. A ver, ¿por dónde iba?
En vez de retomarlo desde donde lo había dejado, es decir, torturándola sin tocarla apenas, Pedro  subió las manos hasta sus pechos y empezó a acariciar sus curvas acercándose paulatinamente hacia sus pezones, pero sin llegar a tocarlos. Los rodeó una y otra vez, hasta que Paula creyó que iba a enloquecer de deseo, y cuando finalmente los acarició, ella sintió que la sacudía una descarga de placer.
—¿Bien? —le preguntó él, mientras bajaba por su cuello con un reguero de besos.
—Excelente.
—Estoy a tu servicio.
Pedro cambió de posición para poder tomar un pezón en su boca, y ella se rindió a la suave succión y a las caricias de su lengua. La recorrió una oleada de fuego, y sintió que se derretía. Su sangre le pulsaba entre las piernas al ritmo del latido de su corazón.
Él se apretó contra ella acariciando, besando y chupando hasta que  Paula sintió que se quedaba sin aliento, y en su interior fue creciendo una energía agitada que rogaba ser liberada.
Pedro deslizó la mano entre sus piernas, y en esa ocasión deslizó los dedos por sus rizos húmedos y acarició su centro anhelante. Sus dedos se movieron en círculos y después frotaron justo el nudo de placer, y mientras él repetía el proceso una y otra vez, Paula sintió su miembro duro contra su muslo, y su deseo avivó el suyo propio. Necesitaba más.
—Más rápido —susurró—. Más fuerte.
Pedro obedeció con una rapidez que ella agradeció, y sus dedos empezaron a moverse sobre su resbaladizo centro en un ritmo diseñado para que ella perdiera el control.
Paula levantó las rodillas, abrió aún más las piernas y clavó los talones en la cama mientras su cuerpo se arqueaba anticipando el clímax; de repente, su mente se llenó con la imagen que él había creado antes y se imaginó encima de él, sintiéndolo en su interior mientras alcanzaba el orgasmo. Incapaz de quitarse aquella idea de la cabeza, lo agarró de la muñeca para que se detuviera.
—Quiero estar encima.
La boca de Pedro se curvó en una sonrisa de anticipación muy masculina.
—Como quieras, tómame como te dé la gana.
Después de colocarse de espaldas, la ayudó a colocarse a horcajadas sobre él. Paula  lo tomó en su mano para guiarlo a su interior, mientras descendía sobre su miembro.
Pedro  la llenó por completo, y ella sintió que su cuerpo se contraía a su alrededor mientras él se movía en su interior.
—Tú marcas el ritmo —le dijo él, con un gemido—. Estoy en tus manos.
Paula se movió buscando la posición más cómoda y erótica, y su cuerpo volvió a contraerse.
—Me gusta —susurró, antes de cerrar los ojos.
Empezó a ascender y a descender lentamente, y aunque al principio se movió con cierta torpeza, no tardó en encontrar un ritmo que estremeció sus terminaciones nerviosas. Incrementó el ritmo, y al poco volvió a hacerlo. Abrió los ojos, y vio que él la estaba mirando.
—Déjate llevar —susurró él, mientras deslizaba la mano entre los dos y empezaba a frotar su centro henchido.
Hasta el último músculo de Paula se tensó mientras la presión crecía en su interior. Pedro la acarició con un poco más de fuerza y estrechó el movimiento circular, y ella no pudo aguantarlo más. El orgasmo relampagueó a través de ella, y la sacudieron espasmos de puro éxtasis. Siguió cabalgando sin cesar, mientras soltaba una exclamación de placer. Arriba y abajo, una y otra vez, mientras lo poseía y lo hacía suyo, mientras su propio cuerpo se contraía alrededor de su miembro.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 55

—No sé qué decir —le dijo ella con una tímida sonrisa—. Gracias.
—De nada, me alegra haber podido ayudarte.
—¿Te dolió cuando te sacaron la médula ósea?
—Estaba anestesiado. Me quedaron un par de moretones, pero nada del otro mundo. Tú eres la que lo está pasando peor.
—Estuve bastante mal durante unos días, la quimio es muy dura. Pero ya está, y me siento mucho mejor.
Camila estaba sentada en la cama, encima de las sábanas. Llevaba unos pantalones de colores alegres, y una camisa azul de manga larga. Tenía vías intravenosas en el pecho y en el brazo.
—Deberíamos sentarnos —dijo Tracy, antes de poner un par de sillas junto a la cama.
Pedro se sentó en la que estaba más cerca de Camila, maravillado por lo hermosa que era su hija. Ya la había visto antes, claro, pero siempre desde cierta distancia. En ese momento estaba lo suficientemente cerca para ver el color de sus mejillas, y el pequeño lunar que tenía a un lado del cuello.
—Tengo entendido que estás en el último año de instituto —le dijo.
—Sí —Camila suspiró, y comentó—: seguramente voy a perderme la ceremonia de graduación. Aunque para entonces ya esté mejor, habrá mucha gente y tengo que evitar las multitudes durante los próximos seis meses. Voy a ir a la UW… la Universidad de Washington.
—Yo también fui allí —le dijo Pedro.
—¿En serio?, ¿qué estudiaste?
—Administración y Dirección de Empresas.
—Ah. Yo quiero estudiar Derecho, y especializarme en Derecho Medioambiental. Ya sabes, para salvar el planeta y todo eso.
Pedro se dio cuenta de que ella era lo bastante joven como para pensar que eso era posible, y él estaba lo bastante fascinado como para pensar que podía conseguirlo.
—No empezaré hasta enero por el problema de las multitudes, pero mi madre ha hablado con los de admisiones y le han dicho que puedo cursar varias asignaturas a través de Internet, así que tendré los mismos créditos que todo el mundo cuando por fin pueda ir.
—¿Me irás contando cómo te va todo? —le preguntó Pedro.
—¿De verdad te interesaría?
—Cielo, acaba de salvarte la vida —le dijo Tracy a su hija—. Creo que ha invertido en tu futuro.
—Claro, no me lo había planteado desde ese punto de vista. Vale, te iré contando qué tal voy, ningún problema. ¿Tienes correo electrónico?
Pedro asintió.
—Yo también, me encanta. Y también la mensajería instantánea, me moriría si no los tuviera además de mi móvil para poder estar en contacto con todos mis amigos. Mamá me deja hablar con ellos siempre que quiero, y como nos apuntamos a una oferta de llamadas locales ilimitadas y mis amigos también, pues… —Camila se detuvo, y comentó—: supongo que no te interesa nada de todo eso.
Claro que le interesaba. Pedro quería conocer todos los aspectos de su vida, y apenas podía creer que realmente estuviera allí, tan cerca de ella. Quería abrazarla y confesarle quién era, quería mostrarle Nueva York y Europa, y verla crecer y convertirse en una hermosa mujer. Pero sobre todo quería hacer retroceder el reloj, y poder verla desde el momento de su nacimiento.
De repente, se quedó inmovilizado por la mezcla del placer que sentía al estar junto a ella y del dolor por todo lo que se había perdido, y lo invadió una angustia que nunca antes había experimentado. Camila era una persona fantástica, y él no podía decir ni hacer nada para recuperar aquellos años.
—Oye, me resultas un poco familiar —le dijo ella, con el ceño fruncido—. Es difícil de decir con la mascarilla que llevas, pero al verte entrar he pensado… —miró a su madre durante unos segundos, y luego se volvió de nuevo hacia él—. ¿Te conozco?
Pedro había esperado aquel momento durante diecisiete años, y allí estaba… la oportunidad perfecta, el momento de decirle quién era.
Paula contuvo el aliento. Podía oír la conversación desde la sala de espera, y el anhelo de Pedro por estar con su hija era algo tangible. El amor irradiaba de él como el calor de una estufa. Había hecho lo correcto una y otra vez y allí estaba su recompensa, pero ella no pudo evitar el deseo de detenerlo.
La niña no tenía la culpa de nada, y nunca había mostrado ningún interés por conocer a sus padres biológicos. ¿Por qué decírselo en ese preciso momento? Era algo que la cambiaría para siempre, y era posible que no fuera para bien. Pero Pedro se había ganado aquel momento, y sin importar que estuviera bien o mal, iba a aprovecharlo.
—Me has visto anteriormente —dijo él, con voz cargada de emoción.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Miró a Tracy, y vió que la mujer estaba temblando de emoción. Seguramente la aterrorizaba perder una parte de su hija, que Camila le diera a su padre un pedacito de su corazón.
—Soy uno de los propietarios del Daily Grind, mis socios y yo hemos salido en algunos anuncios de televisión.
Paula parpadeó, y sintió que se le helaba el corazón en el pecho. ¿No iba a contarle nada más? Se preparó para oír las siguientes palabras de Pedro, y se quedó atónita cuando oyó a Camila.
—Ah, sí, es verdad. Ya sabía yo que me resultabas familiar.
Entonces comentó lo triste que estaba por perderse la ceremonia de graduación, pero que su novio le había prometido que saldrían a bailar en cuanto pudiera estar rodeada de gente; Pedro le preguntó si tenía alguna mascota, y la conversación continuó.
Tracy parecía tan asombrada como ella. ¿Qué era lo que había pasado?, ¿por qué había desperdiciado Pedro la oportunidad perfecta para decirle a Camila quién era?
La visita acabó un cuarto de hora después. Pedro prometió responder a los correos electrónicos de Camila, y ella prometió mantenerse en contacto; la joven encendió la tele antes de que salieran de la habitación.
Cuando la puerta estuvo cerrada, Tracy se volvió hacia Pedro y le preguntó en voz queda:
—¿Por qué no se lo has dicho?
—Quería hacerlo, pero he sido incapaz de pronunciar las palabras —admitió él, mientras se quitaba el equipo de protección—. Es una chica fantástica, y eso se  lo debe a Tom y a tí. Aún es muy joven, y no he querido poner su mundo patas arriba.
—Gracias —le dijo Tracy, antes de abrazarlo con los ojos llenos de lágrimas—. Podrías habérselo dicho, tenías todo el derecho de hacerlo. Nos la has dado dos veces sin pedir nada a cambio, no sé cómo pagarte un sacrificio tan enorme.
Paula luchó por contener las lágrimas. Cuando Pedro la miró y enarcó las cejas, ella se encogió de hombros.
—Son las hormonas —comentó.
Pedro le dio unas palmaditas tranquilizadoras a Tracy en la espalda, y finalmente ella se apartó un poco y le dijo:
—Debería volver con ella.
—Gracias por dejar que la conociera.
—Eres un hombre fantástico, Pedro. De verdad —Tracy se secó las mejillas, y después volvió a entrar en la habitación de su hija.
Pedro no dijo una sola palabra mientras iban a por el coche. Cuando salieron a la carretera, se volvió hacia Paula y le dijo:
—Ya sé que sólo son las tres de la tarde, pero necesito tomar un trago. ¿Quieres hacerme compañía?
—Claro. ¿Adónde quieres ir?
—A algún sitio tranquilo. ¿Qué te parece mi casa?
—Dale.
No volvieron a hablar hasta que llegaron. Paula entró tras él, y lo observó mientras se servía un whisky. Después de que se tomara un buen trago, se acercó a él y le puso una mano en el brazo.
—Has hecho una buena obra —murmuró.
—No sabes lo mucho que me ha dolido. Sólo quería que ella fuera mía, no podía dejar de pensar en todo lo que me he perdido al renunciar a ella, en todos los años que han pasado. Pero mira la vida que tiene con Tracy y con Tom, yo no habría podido hacerlo tan bien como ellos. No sé si lo conseguiría ahora, y mucho menos a los diecisiete años.
—¿Qué ha hecho que cambiaras de opinión?
—Darme cuenta de que querer a mi hija significaba desear lo mejor para ella —dijo Pedro, antes de tomar otro trago—. Está deseando ir a la universidad, y crecer para poder cambiar el mundo. Tiene unos padres fabulosos, no necesita que de repente yo irrumpa en su vida para cambiarlo todo.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 54

—Gracias por venir, no tenías por qué molestarte —le dijo Pedro.
—Quería hacerlo —contestó Paula, mientras avanzaban por un pasillo del hospital.
Paula dudaba que visitar a su hija figurara en su lista de actividades preferidas para pasar el día, pero apreciaba que estuviera dispuesta a acompañarlo. Paula lo había apoyado en todo momento, lo había ayudado después de la donación de médula ósea cocinando para él y ofreciéndole su amistad, y devolverle tanta generosidad intentando acostarse con ella le había parecido tan rastrero, que no había vuelto a mencionar el tema a pesar de lo mucho que deseaba hacerlo.
La miró de reojo mientras esperaban el ascensor. Cada vez se le notaba más el embarazo, y aunque quizás a algunos hombres su volumen creciente podría resultarles poco atractivo, a él le parecía increíblemente sexy. Le encantaban sus curvas exuberantes y su aspecto radiante, cómo se movía, cómo olía, la promesa que parecía brillar en cada una de sus sonrisas.
Involucrarse con Paula sólo podía acarrearle complicaciones, lo que suponía una razón más para resistirse al deseo que sentía por ella, pero la tentación era casi avasalladora.
Subieron al ascensor, y cuando llegaron a su planta y salieron al pasillo, él comentó:
—Tenemos que registrarnos. Tracy, la madre de Camila, me ha explicado que nos dirán cómo debemos ponernos la mascarilla y el traje protector. Su sistema inmunitario aún está recuperándose. Parece que la recuperación va mucho mejor de lo que esperaban y que le darán el alta dentro de un par de semanas, pero hasta entonces tenemos que ser cuidadosos.
Paula le puso una mano en el brazo.
—Es normal que estés nervioso, pero voy a quedarme en la puerta. Es un momento muy íntimo.
—No sé de qué hablar con ella. He estado informado de cómo le iba durante toda su vida, pero ella no ha pensado en mí ni una sola vez. ¿Qué le digo?
—No lo sé —admitió Paula, con un suspiro—. Háblale de corazón, el primer paso es conectar con ella. Charla de cosas banales, y después menciona con naturalidad que eres su padre.
Pedro intentó imaginarse pronunciando las palabras, pero no pudo. Hacía demasiado tiempo que mantenía aquel secreto.
—Tracy estará con vosotros, ¿verdad?
—Sí, los dos coincidimos en que sería importante que Camila tuviera a su madre cerca.
—Siempre te refieres a ellos como «su madre» o «su padre», nunca como «sus padres adoptivos» —observó ella, con una sonrisa.
—Tracy es su madre, el papel de Alison en la vida de Camila se redujo a proporcionar un óvulo y alojamiento de alquiler gratuito durante nueve meses. Nada más —y su propio papel había sido aún más reducido. Se había limitado a darle a su hija un poco de ADN, y después se había desprendido de ella.
Paula se acercó aún más a él, y lo miró directamente a los ojos.
—Ya puedes olvidarte de lo que estás pensando, hiciste mucho más que aportar un poco de esperma. Decidiste darle la oportunidad de que tuviera una vida mejor de la que tú podías ofrecerle, a pesar de que querías quedártela. Hiciste todo lo que estaba en tu mano para asegurarte de que fuera feliz.
—No quería desprenderme de ella.
—Sabiendo todo lo que sabes ahora, ¿crees que tomaste la decisión equivocada?
Buena pregunta. Pedro se preguntó si él habría podido criar mejor a Camila, si ella habría sido más feliz. En aquella época él era un simple muchacho, ¿qué habría pasado con el empeño de Gloria de inmiscuirse en la vida de todo el mundo, o con la enfermedad de Camila?
—Sé que fue la decisión correcta —admitió al fin.
—Entonces, a lo mejor ha llegado el momento de que dejes de culparte, Pedro. Quizás deberías dejar atrás la culpa que arrastras y estar contento porque tu hija está viva y recuperándose. ¿Durante cuánto tiempo te vas a castigar por darle la mejor vida posible?
Pedro se la quedó mirando, sin saber qué decir. ¿De verdad era tan fácil?, ¿se había estado castigando por hacer lo que obviamente era lo mejor para su hija?
—Tienes tus buenos momentos —dijo al fin.
—Ya lo sé. Puedo ser brillante cuando me lo propongo, es un don que tengo.
—Perfecto, entonces ya puedes serlo ahora y sugerirme lo que tendría que decirle a Camila.
—¿Por qué no le dices que eres su padre y que la quieres mucho?
Antes de que Pedro pudiera contestar, Tracy salió de una habitación que había al otro extremo del pasillo, vestida con una larga bata de hospital.
—Hola, llegas justo a tiempo —le dijo a Pedro, al acercarse a ellos—. ¿Estás listo para que te cubran de pies a cabeza? Camila va evolucionando muy bien, mejor de lo que habíamos esperado. Le darán el alta dentro de poco, aunque no podrá volver a clase de momento porque no puede estar rodeada de demasiada gente. Estamos locos de alegría, y muy agradecidos.
Pedro se dió cuenta de que estaba bastante nerviosa, lo vió en su mirada y lo oyó en sus palabras atropelladas.
—Tracy… —empezó a decir.
—No pasa nada, de verdad. Esto es lo mejor. Camila quiere conocer al hombre que le ha salvado la vida, y tú quieres conocer a tu hija. Pero no se lo he dicho, no… —tragó saliva, y admitió—: no he sabido cómo hacerlo. Pero probablemente sea mejor así, porque has estado esperando mucho tiempo para poder decírselo. Pedro, te has ganado esto con creces, y tanto Tom como yo te lo agradecemos de corazón.
—Gracias —contestó él.
Cuando Paula le agarró la mano, Pedro entrelazó sus dedos con los suyos y le dió un ligero apretón. Al menos había tenido el acierto de ir con ella, tenía el presentimiento de que iba a necesitar a alguien que le apoyara para enfrentarse a aquello.
—Tracy, te presento a Paula Chaves.
Las dos mujeres se dieron la mano, y Paula dijo:
—Me alegro de conocerte, y de que tu hija se esté recuperando tan rápidamente. Han pasado por una dura prueba, y se merecen tener buenas noticias.
—Gracias —Tracy bajó la mirada hacia su vientre, y le preguntó—: ¿Es el primero?
Paula  vaciló sólo un segundo antes de asentir.
—Sí, lo espero para septiembre y cada vez estoy más enorme.
La sonrisa de Tracy se desvaneció al comentar:
—Nosotros queríamos tener hijos, pero yo era incapaz de superar las doce semanas de gestación. Hay un complejo término médico para definirlo. Decidimos adoptar, y Pedro nos dió a Camila. Ha sido una bendición tenerla con nosotros.
—Me alegro —le dijo él.
Paula le apretó la mano con más fuerza.
—Bueno, vamos allá —dijo Tracy—. Camila está muy bien. Al principio se encontraba bastante mal, pero se le pasó muy pronto y ahora es cuestión de esperar a que la dejen volver a casa. Ah, sabes que se le ha caído el pelo por la quimioterapia, ¿verdad?
Pedro no había pensado en ello. Tenía sentido, pero le dolía imaginársela perdiendo su hermoso pelo rubio.
—Tiene la esperanza de que le crezca un poco rizado cuando le vuelva a salir —siguió diciendo Tracy—. ¿Su madre biológica tenía el pelo rizado?
—No, Alison tenía el pelo liso —y rubio claro. El de Camila había sido rubio dorado y largo, ¿cuánto tardaría en volver a crecerle?
—Bueno, bienvenidos a la zona estéril —dijo Tracy, mientras entraban en la sala—. En la habitación de Camila no puede entrar nada que no haya sido desinfectado.
—No le he traído nada —dijo Pedro. Había querido hacerlo, pero en la información que había leído constaba que ella no podía tener cerca plantas ni flores, y no había sabido qué otra cosa llevarle.
—Bien —dijo Tracy, y de inmediato le enseñó dónde estaban las batas y las mascarillas, además de las botas y los gorros para el pelo.
—Buena suerte —le dijo Paula, mientras se sentaba en una silla con una revista en la mano.
Cinco minutos después, Tracy y él entraron en la habitación. Cuando Tracy los presentó, Camila sonrió y mantuvo la mirada fija en él, y Pedro la observó con la misma atención. Su hija era alta y esbelta, tenía unos enormes ojos azules y una sonrisa capaz de iluminar Seattle, y el pañuelo que llevaba en la cabeza le recordó a los que se ponía Paula en la cocina. Tenía ciertos rasgos de Alison… la forma de sus ojos, o la forma en la que inclinaba la cabeza.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 53

—Los champiñones tienen un olor un poco raro —comentó Paula, mientras se envolvía el dedo anular de la mano izquierda en un paño limpio.
—Son champiñones, se supone que tienen que oler así. ¿Vas a necesitar puntos?
—¿El dedo sigue unido a mi mano?
—Vale, haz lo que quieras.
Pedro entró en la cocina. Aún se movía con cautela, pero en general se estaba recuperando muy bien de la intervención.
—¿Sangra mucho? —le preguntó a Zaira.
—Estoy bien —se apresuró a decir Paula.
—Como un grifo, pero creo que no ha llegado al hueso —dijo su amiga.
—Podría llevarla a rastras a Urgencias —comentó Pedro.
—No, no podrías —dijo Paula, mientras se colocaba entre los dos—. Estoy aquí, así que dejen de ignorarme. Estoy bien, los cortes y las quemaduras son gajes del oficio. No pasa nada, la herida ya no sangra casi.
En un par de minutos dejaría de aplicar presión, Zaira le vendaría el dedo y asunto concluido. Si salía corriendo cada vez que alguien se cortaba en la cocina, nadie comería en el restaurante.
—¡Está aquí! —exclamó Dani, al entrar en la cocina—. Ya ha salido la crítica sobre los nuevos restaurantes, y vosotros salís en ella.
Dani dejó el periódico sobre el mostrador y empezó a pasar páginas. Tanto Jaime como los dos cocineros que habían estado cortando verdura se acercaron a ella, y Paula se las ingenió para colocarse delante de Pedro y de Zaira; si se quedaba detrás de ellos, no podría ver nada.
De repente, el escozor del corte se desvaneció mientras un pelotón entero de mariposas tomaba posesión de su estómago.
—Habrán dicho algo positivo, ¿verdad? —susurró—. ¿Por qué iban a decir algo malo?
—Porque es un periódico —dijo Zaira en tono gruñón—. ¿Qué saben ellos de la buena cocina?
—Seguro que sólo engullen comida rápida —murmuró Jaime.
Paula se mordió el labio inferior mientras Dani seguía pasando páginas, y contuvo el aliento cuando apareció un extenso artículo especial en el que se hablaba de varios restaurantes nuevos de Seattle.
El amigo de un amigo les había avisado de que se había publicado y les había dicho que se mencionaba el Waterfront, y Dani buscó por la página hasta que encontró un pequeño recuadro.
—¡Aquí está! —exclamó. Cuando todos se inclinaron al mismo tiempo hacia delante para poder leerlo, ella lo agarró de un plumazo y dijo—: Ya lo hago yo.
Dani empezó a leerlo en voz alta, mientras todos parecían contener la respiración.
—«Aunque en este artículo sólo os íbamos a hablar de los restaurantes nuevos, el Waterfront ha renacido de sus cenizas como un fénix. Hace unos cuantos meses, lo que nos esperaba allí era pescado pasado y un menú insípido y carente de originalidad, pero hoy día el Waterfront es el local de visita obligada para aquéllos que quieran disfrutar de una comida fabulosa. No es sólo el hecho de que la chef Paula Chaves haya redefinido el concepto «delicioso» con sus menús innovadores y sus perfectas combinaciones, sino que además el comedor nos ofrece unas vistas maravillosas y un buen servicio, y proporciona el marco perfecto para una excitante y adictiva experiencia culinaria».
Paula lanzó un grito, y empezó a dar saltos. Zaira se unió a ella, y se abrazaron la una a la otra sin dejar de saltar. Pedro las rodeó con los brazos, y de repente se formó un abrazo colectivo en la cocina.
—Felicidades, sabía que podíamos conseguirlo —dijo Pedro.
—Yo también… aunque tú sólo estás al cargo del «marco» —bromeó Paula—. ¡Tengo un menú adictivo! Sabía que éramos buenos, pero no sabía si alguien sería suficientemente inteligente para darse cuenta.
—Pues parece que sí.
—Siempre me han gustado los periodistas —comentó Jaime.
—Deberíamos celebrarlo, voto por una botella de champán —dijo Zaira.
—Ahora mismo. Ve a por una botella de champán del barato —respondió Pedro.
Paula soltó una carcajada, y fue a la cámara refrigerada a buscar un pequeño trozo de atún.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Pedro, cuando ella volvió y empezó a cortarlo en el mostrador.
—Es para Al —al ver su expresión de incomprensión, añadió—: el gato. Está haciendo muy buen trabajo con el control de roedores, así que voy a invitarlo a la fiesta.
Paula puso el pescado en un plato, fue a la parte trasera del local y llamó varias veces al animal. Cuando el enorme gato apareció, lo acarició y dejó el plato de atún frente a él. Al lo devoró en menos de treinta segundos.
—No sabía que le gustara tanto el pescado —comentó Pedro desde la puerta.
—Es un gato con muy buen gusto, era atún de calidad extra.
Cuando Al se fue para limpiarse después del festín, Paula recogió el plato y miró a Pedro con una sonrisa.
—Lo hemos hecho muy bien.
—Sí, es verdad. Pensé que tardaríamos más, pero no pienso quejarme.
—Yo tampoco.
Paula vio algo en su mirada que hizo que le flaquearan las piernas y que se le secara la boca.
—¿Recuerdas que me prometiste que lo haríamos otro día? —le dijo él, con voz sugerente.
—Sí.
—¡Paula! —la llamó Dani—. Tu madre al teléfono.
—¡Ya voy! —se volvió hacia Pedro, y le dijo—: lo siento.
—No te preocupes, sé dónde vives.
Paula le echó una ojeada al corte del dedo mientras iba hacia el teléfono, y comprobó que ya había dejado de sangrar. Al agarrar el auricular, levantó el dedo en dirección a Zaira.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. Tu padre y yo hemos visto el artículo sobre ti en el periódico. Es fantástico, felicidades.
Zaira apareció con el botiquín, y se puso a cortar unas gasas y unas tiras de esparadrapo.
—Gracias —dijo Paula. Aguantó el teléfono entre la oreja y el hombro, puso el dedo debajo del agua del grifo e intentó contener una mueca de dolor.
—Hemos decidido que no podemos esperar más para ver el restaurante, así que vamos a ir a visitarte.
—Genial, ¿cuándo?
—Dentro de un par de semanas. Como el sábado es tu día más ajetreado, llegaremos el domingo y nos quedaremos hasta el martes.
Zaira le vendó el dedo, y lo aseguró con el esparadrapo.
—Perfecto, estoy deseando veros a papá y a tí.
—No, no vamos sólo los dos, tus hermanas y los niños también quieren ir. Por desgracia, Sean y Jack tienen que quedarse por el trabajo.
—El clan entero —dijo Paula con voz débil—. Mi casa es un poco pequeña, y una amiga está viviendo conmigo temporalmente.
—No te preocupes, hemos reservado plaza en un hotel. Te enviaré un correo electrónico con todos los detalles. Nos hace mucha ilusión, Paula.
—A mí también.
Charlaron durante varios minutos, y cuando colgó, Zaira tomó un sorbo de champán y comentó muy sonriente:
—Vaya momento para estar embarazada, ¿no?
Paula le lanzó una mirada cargada de envidia a la copa de licor.
—Y que lo digas. Van a venir mis padres con mis hermanas y sus hijos, y querrán venir a ver el restaurante.
—Claro.
—Van a fisgonear por mi casa, y querrán hablar de mis planes de futuro.
—Los padres son así.
—Se preocuparán porque voy a criar a mi hijo yo sola.
—Seguro.
—¡Los cuatro fogones posteriores han dejado de funcionar! —las interrumpió Jaime—. No puedo trabajar en estas condiciones.
Paula soltó un gemido. No podía permitirse perder la mitad de los fogones, aquella noche esperaban estar al completo.
—Voy a llamar —dijo, mientras se apresuraba a ir hacia su despacho. Aquél era su mundo, una locura continua.
—Entonces, tenemos que hablar de los champiñones —le dijo Zaira—. Tienen un olor un poco raro.

sábado, 27 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 52

Pedro empezó a mordisquearle el labio inferior y le besó la mandíbula, pero cuando avanzó hacia su cuello se quedó rígido.
—¿Qué pasa? —le preguntó ella.
—Nada.
La tensión de su boca y las sombras de dolor en sus ojos decían algo muy distinto, y Paula retrocedió un paso.
—¿En qué estaba pensando?, has salido del hospital hace un par de horas, han usado tus caderas como almohadilla para alfileres, y te han extraído médula ósea. Siéntate ahora mismo.
—No, vamos a seguir —dijo él.
Pedro le agarró una mano y la colocó sobre su propia entrepierna. Su miembro estaba duro, y se endureció aún más bajo sus dedos; pero aunque ella misma estaba húmeda y excitada, Paula sabía que no podían hacerlo.
—Pedro, sé razonable. Te han puesto anestesia general, y estás débil y cansado. No podemos.
Él la miró a los ojos y ella le devolvió la mirada sin pestañear, para que pudiera ver el deseo que sentía.
—Lo haremos otro día —añadió en un susurro, antes de besarlo—. Te lo prometo.
—Estoy bien, podemos hacerlo ahora —protestó él.
—Sí, claro, porque oírte gimotear de dolor es increíblemente sexy.
—Yo no gimoteo.
—Ya lo sé, eres un hombretón que en este momento necesita una siesta. A solas.
—Te deseo —le dijo él, mientras depositaba un beso en la palma de su mano.
Aquellas palabras harían que cualquier mujer embarazada se pusiera a bailar de felicidad.
—Yo también te deseo, y te prometo que pronto podremos hacer algo al respecto.
Pedro dudó por unos segundos, y finalmente asintió.
—De acuerdo. Creo que tengo que tumbarme un rato.
—El médico ha dicho que tu organismo tardará un par de días en eliminar la anestesia; además, tienes que recuperar las fuerzas después de la pérdida de médula ósea. Ve a dormir un rato, y mientras tanto yo iré a ver cómo van las cosas en el restaurante y volveré para preparar el pastel de carne.
—Paula, muchas gracias. No tienes por qué hacer todo esto por mí.
—Ya lo sé, pero quiero hacerlo —aunque no sabía, o no quería, saber por qué.
Dani cerró la caja y la dejó encima de las otras, junto a la puerta principal. Tendría que volver más adelante con un par de tipos musculosos y una furgoneta, o llegar a un acuerdo financiero con Martín para que le comprara su mitad de los muebles; de momento, sólo quería su ropa y algunos efectos personales.
No había dormido demasiado la noche anterior, porque a pesar de que la cama de la habitación para invitados de Paula era muy cómoda, su cabeza había sido un remolino de pensamientos con todo lo que le había pasado en tan poco tiempo. Primero Martín le pedía el divorcio, después se enteraba de que tenía una aventura, y encima tenía que mudarse… pasaría algún tiempo antes de que pudiera respirar hondo y relajarse.
Abrió un armario, y sacó una caja con fotografías. Más cosas para clasificar. Decidió que lo haría en casa de Paula y que después le devolvería a Martín las suyas, y la metió en una caja más grande de embalaje mientras se preguntaba qué tendrían que hacer con las fotos en las que aparecieran juntos.
Había que repartir tantas cosas entre los dos… la vajilla y la cristalería, los DVD,s, los electrodomésticos… habían estado juntos durante casi siete años, tiempo suficiente para acumular un montón de cosas.
De repente, se tensó al oír que se abría la puerta del garaje, y al echarle un vistazo a su reloj, comprobó que en teoría aún faltaban dos horas para que Martín llegara a casa. Había planeado estar fuera mucho antes de que él volviera, y por un segundo pensó que quizás su nueva novia se había pasado por allí a buscar algo, pero entonces oyó el ruido de la silla de ruedas en el parqué.
—¿Dani?
Ella cerró el armario, y salió al pasillo.
—Has llegado muy pronto —le dijo.
Martín tenía el aspecto de siempre. Era un hombre guapo, fuerte y sexy, y la silla de ruedas no le quitaba nada de atractivo. Una amiga suya le había confesado una vez, después de beber demasiado ron, que la silla de ruedas hacía que una pensara en opciones más creativas en lo concerniente a Martín, y ella se lo había tomado a broma; al parecer, tendría que haber prestado más atención al comentario.
Él estaba sentado muy recto en su silla; tenía el pelo rubio y un poco largo, y unos inocentes y profundos ojos azules. Y su boca tenía algo… algo atrayente, que incitaba a una mujer a besarlo. Tenía unas manos grandes, y lo mismo podía decirse de otras partes de su anatomía; a pesar de la pérdida de sensibilidad, aquella parte de su cuerpo aún funcionaba, así que ella había pasado muchos buenos ratos cabalgando hacia el éxtasis.
Al parecer, no había sido la única.
—Lamento que tuvieras que ver aquello —le dijo él—. No quería que te enteraras.
Dani entró en el dormitorio, y empezó a sacar su ropa de las perchas.
—Qué interesante. No sientes haberme puesto los cuernos, sólo te importa que te haya pillado —oyó que él entraba en la habitación, y comentó—: Y con una estudiante, Martín. Eso es demasiado cutre, incluso para tí.
—No es lo que crees.
—No tienes ni idea de lo que creo o dejo de creer, no me conoces lo más mínimo —Dani metió bruscamente la ropa en una caja, y se volvió hacia él con ojos relampagueantes—. Estoy furiosa. ¿Quieres el divorcio? Muy bien, tendrás tu divorcio. Puedo aceptar que no quieras estar conmigo, pero lo que me parece inaceptable es que estés engañándome con tus estudiantes. Y sólo Dios sabe con cuántas.
—No me insultes.
—Ah, claro, porque acostarte sólo con una es muy noble. Qué hombre más noble eres, estamos tan orgullosos de tí… —se acercó a él, y lo miró a los ojos—. Yo estuve a tu lado, malnacido. Cada día, desde el mismo segundo en que te lesionaste. Renuncié a mi vida para ayudarte, te animé y te rogué que siguieras viviendo, te quise con todo mi corazón. Esperaba que tú me quisieras tanto como yo a ti, o al menos que me respetaras, pero no lo has hecho.
—Claro, conviérteme a mí en el malo de toda esta historia.
—¿Qué culpa tengo yo de lo que ha pasado? —dijo Dani, con unas ganas locas de echarse a gritar.
—Sólo quería el divorcio, ¿es eso un crimen?
—Claro que no, pero me mentiste y me fuiste infiel. Me traicionaste. Esa estudiante no era la primera, y me he quedado pasmada al descubrir que eres un ser humano patético.
—¿Esperas que sea un santo porque estoy en una silla de ruedas?, ¿se supone que no tengo defectos como el resto de los hombres, porque no soy un hombre de verdad?
Dani nunca había querido pegar a alguien en toda su vida, pero la tentación de agarrar una lamparita y estrellársela a Martín en la cabeza fue increíblemente fuerte.
—¡Esperaba que fueras una persona decente porque estábamos casados! —le gritó a pleno pulmón—. Esperaba que respetaras tus votos matrimoniales, porque pensaba que tenías una moralidad y que tanto nuestra relación como yo éramos importantes para tí. No todo se centra en el hecho de que estés en una silla de ruedas; de hecho, tu discapacidad no tiene nada que ver con que seas un capullo. Lo serías aunque pudieras correr un maratón. Y ahora vete de aquí, para que pueda acabar de recoger mis cosas.
—Dani…
—¡Vete de aquí!

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 51

—¿Estás segura?
—Claro que sí, será divertido.
—Vale, de acuerdo. No sabes lo mucho que te lo agradezco.
—Federico, llámame si hay alguna novedad, tienes mi número de móvil —le dijo Paula, mientras se ponía en pie.
—Así que vas a quedarte con él un par de días, ¿no? Qué interesante —comentó él, con las cejas enarcadas.
—Venga ya. Al pobre hombre le están quitando médula ósea por la cadera, va a tener unos moratones del tamaño de Utah y va a sentirse como si lo hubiera atropellado un camión. No creo que vaya a pasar nada.
Lo cual era una verdadera lástima.
Pedro intentó ponerse cómodo en la silla, pero no lo consiguió.
—Si te tomaras los calmantes, como te ha dicho el médico, no te dolería tanto —le gritó Paula  desde el otro extremo del pasillo.
Pedro sacudió la cabeza. ¿Cómo demonios había sabido que le dolía?, las mujeres eran un misterio.
—¡Estoy bien! —contestó.
—Mentiroso.
Se oyeron pasos por el parqué del pasillo, y Paula asomó la cabeza por la puerta de la sala de estar.
—Voy a traerte las pastillas ahora mismo, y voy a darte la lata hasta que te las tomes. ¿Está claro?
—A la orden.
—Así me gusta. Ahora vengo.
Paula  volvió varios minutos después, y se quedó a su lado hasta que él se tomó obedientemente las dos pastillas.
—Me he apuntado la hora, para saber cuándo puedes tomarte más —le dijo ella.
—Estoy perfectamente bien.
Paula  se llevó las manos a las caderas, y el movimiento tensó la camisa que llevaba alrededor de su vientre.
—Oh, por favor. Tienes unos moratones enormes en la cadera, y las marcas de unos seiscientos pinchazos.
—No exageres, no son tantos. Además, esto no es nada comparado con lo que está pasando Camila.
—Sí, ya lo sé —Paula se sentó en el sofá que había frente a su silla—. He hablado durante unos minutos con su padre mientras tú te recuperabas, y me ha comentado que Camila está bastante machacada por la quimioterapia.
La joven tenía que someterse a un proceso brutal. Primero pasaba por una etapa de acondicionamiento en la que se utilizaba quimioterapia para destruir su médula ósea, y después se le transfundía la de Pedro por vía intravenosa; a lo largo de las semanas siguientes, mientras su sistema inmunitario estaba debilitado, tenía que permanecer en una sala de aislamiento, y durante ese tiempo tendría que luchar contra un malestar parecido al generado por una gripe virulenta.
—He estado buscando información del proceso por Internet —añadió Paula—. Hay muchas probabilidades de que tu médula ósea le cure la leucemia.
—Eso espero.
—Ojalá pudiera ayudarte más.
—Estás aquí, y te lo agradezco muchísimo.
—Eso espero. Normalmente no cocino a domicilio, pero estoy haciendo una excepción contigo. Cenaremos todos tus platos favoritos.
—¿Vas a hacer pastel de carne? —el estómago de Pedro  empezó a gruñir. No había saboreado el pastel de carne de Paula  desde antes del divorcio.
—Esta noche, y mañana mi lasaña tailandesa.
—¿No tienes que ir al restaurante?, no podemos faltar los dos tantos días.
—Iré yendo y viniendo. Zaira  está allí, así que no te preocupes. ¿Quieres que te ponga la tele para ver el deporte?
—No, gracias.
—Mmm… ¿tienes fiebre?
—Federico es el de los deportes. ¿Te has instalado ya?
—Sí. La habitación de invitados es preciosa, así que voy a arriesgarme a decir que no la decoraste tú mismo.
—Me ayudó Dani, fue quien eligió los colores y los muebles. Yo me limité a hacer el trabajo.
—La casa está muy bien —comentó ella, mientras recorría la sala de estar con la mirada.
—Costeada por los consumidores de café del noroeste del país.
—La verdad es que nos encanta el café —comentó ella. Contempló por la ventana la fantástica vista, y añadió—: Has tenido mucho éxito, empezaste desde cero y has creado un imperio. Deberías estar orgulloso.
—Gracias.
Paula se volvió hacia él.
—Ahora lo entiendo… ahora entiendo tu necesidad de salir al mundo para conseguir algo por ti mismo, pero cuando te fuiste de la empresa de tu familia, pensé que me estabas abandonando.
—¿De qué estás hablando? —Pedro se quedó atónito. ¿Cómo había podido pensar algo así?
—Es difícil de explicar. Nuestra vida entera se centraba en un negocio que nos obligaba a estar despiertos mientras el resto del mundo dormía, y hablábamos de los problemas parecidos que teníamos con los clientes, con el personal o con nuestros jefes; pero de repente decidiste dejarlo, y te convertiste en uno de ellos, con un horario de nueve a cinco. Supongo que suena un poco extraño, pero en aquel momento me sentí abandonada.
—Paula, lo siento, no fue mi intención hacerte daño. Quería escapar de Gloria y del control constante que ejercía sobre mi vida, estaba cansado de las amenazas, del mal ambiente.
—Ya lo sé, ojalá te hubiera apoyado más —comentó ella. Era extraño, pero con el paso del tiempo podía ver algunas cosas con mayor claridad.
—No te culpes, te portaste fantásticamente bien.
—No sabes lo furiosa que estaba contigo.
—No. ¿Me lo ocultaste? —le dijo él, sorprendido por la revelación.
—No fue mi momento más estelar. Pensé que cambiarías de opinión y que volverías a la empresa.
—Pensaste que fracasaría.
—Puede —dijo ella, un poco incómoda.
—Tendría que haberte explicado mis motivos, pero me dio miedo que tu buen concepto de mí se desvaneciera.
A lo mejor era por el dolor, o por saber que su hija estaba luchando contra una terrible enfermedad; a lo mejor era por todo el tiempo que habían pasado juntos, pero fuera cual fuese la razón, Pedro le estaba mostrando por primera vez una faceta vulnerable que ella no había visto antes.
—Te quería, habría hecho cualquier cosa por tí—le dijo ella.
—Ya lo sé —Pedro la miró a la cara con sus ojos oscuros, y añadió—: Te merecías más de lo poco que yo podía ofrecerte, y ojalá… ojalá hubiera sido sincero contigo, pero Camila parecía un secreto enorme, y sabía que revelarte su existencia lo cambiaría todo. Tendría que haber confiado en tu capacidad para enfrentarte a la situación.
Paula sintió que la invadía una sensación cálida y reconfortante, y deseó apretarse contra Pedro y sentir sus brazos rodeándola. Quería acostarse con él, y hacer el amor hasta el amanecer.
O él estaba pensando lo mismo, o pudo leer la invitación en sus ojos, porque Pedro se levantó y alargó la mano hacia ella.
Paula se levantó, y fue hacia él al mismo tiempo que él la atraía hacia sí. Cuando Pedro la rodeó con los brazos, ella colocó las manos en su cintura y sus bocas se encontraron.
El contacto fue tan erótico como familiar. Paula cerró los ojos mientras la caricia de sus labios generaba chispas candentes de deseo. En cuestión de segundos, sintió sus pechos henchidos increíblemente sensibles, y sus muslos empezaron a temblar.
—¿Por qué me afectas tanto? —le preguntó él, antes de recorrerle el labio inferior con la lengua.
En vez de contestar, Paula abrió la boca para aceptar su invasión, y mientras sus lenguas iniciaban una íntima danza, Pedro le puso la mano detrás de la cabeza como si quisiera mantenerla allí.
Si Paula hubiera sido capaz de formular algún pensamiento coherente, le habría dicho que no iba a irse a ninguna parte, porque lo deseaba demasiado. Y deseaba demasiado aquello. Era curioso que en todo el tiempo que habían estado separados ella se las hubiera arreglado para pasar con sólo unos pocos contactos sexuales, pero que en aquel momento, con él, se sintiera debilitada por el deseo que sentía.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 50

En ese momento empezó a sonar el móvil de Pedro, y al ver la rapidez con la que él lo agarraba, Paula recordó que estaba esperando que le informaran sobre los resultados de las pruebas de compatibilidad.
—Es Tracy —dijo él, con la mirada fija en la pantalla, antes de apretar el botón y contestar—. Dime.
Paula mantuvo la mirada fija en él. Al principio vio el brillo de preocupación en sus ojos, pero al ver que su boca se curvaba en una sonrisa, supo lo que iba a decirle antes de que colgara.
—¡Soy compatible! —exclamó él, eufórico—. Tengo que hacerme algunas pruebas más, pero como estoy sano, se da por supuesto que vamos a poder seguir adelante con esto. Puedo salvarla.
Como sabía cuánto significaba aquello para él, Paula dejó al margen su propia confusión.
—Me alegro —le dijo con sinceridad, mientras le daba un fuerte abrazo—. Vamos a celebrarlo. Aunque no podemos salir a tomar unas copas, pero podemos cenar… o tú puedes beber si quieres, y yo me limitaré a mirar.
—Nada de licor para mí, quiero estar bien sano —dijo Pedro—. Vamos a comer una ensalada.
—No puedo creer que hayas dicho eso —comentó Paula, con una carcajada.
—Yo tampoco.
—Vamos a llamar a tus hermanos para celebrarlo juntos, también están deseando saber los resultados.
—Buena idea —dijo él.
Mientras él se ponía en contacto con Federico Agustín y Dani, Paula se puso los calcetines y los zapatos. Pedro era un hombre tan especial… era cariñoso y decidido, además de un buen padre para Camila, pero su corazón parecía incapaz de ir más allá. Nadie podía entrar en él, así que sólo una tonta pensaría que podía cambiarle.
Sin embargo, al verlo reír mientras hablaba con Federico, no pudo evitar desear que las cosas fueran diferentes, que él pudiera dejarla entrar, que hubieran podido permanecer juntos y formar una familia propia.
Había un número finito de institutos en la zona de Seattle, y Agustín había tenido la suerte de localizar a Ben a la primera. Su amigo había cursado su segundo año en el West Seattle, y había habido siete mujeres llamadas Ashley en su mismo curso y casi treinta en todo el instituto.
Después de hacer una lista con todas ellas, Agustín  había pasado algún tiempo navegando por Internet para buscar información sobre matrimonios, cambios de nombre y direcciones. Algunas de ellas se habían marchado de la ciudad, y como Ben había estado con su novia por última vez justo antes de marcharse a Afganistán, había eliminado de la lista a todas las que se habían ido hacía más de dieciocho meses. Había aplicado el mismo criterio para las que estaban casadas, y la lista se había reducido a once candidatas.
La primera de ellas vivía en Bellevue, al este del lago Washington, y se llamaba Ashley Beauman. Agustín enfiló por la calle residencial donde ella vivía el martes por la mañana, poco después de las diez; aunque lo más probable era que no estuviera en casa, por lo menos podría localizar el sitio exacto donde vivía y volver más tarde.
Sin embargo, al llegar a la casa vio un coche en el camino de entrada, y varios juguetes para niños pequeños en el jardín. O Ashley le había estado ocultando algún secreto a Ben, o no era la persona que buscaba.
Después de aparcar su X5, fue hacia la puerta y pasó por encima de un pequeño triciclo por el camino. Al primer timbrazo, contestó una mujer rubia con aspecto cansado, que llevaba a un niño apoyado en la cadera.
—Hola, dígame.
Agustín  se había vestido con ropa informal deliberadamente. Con una sonrisa, se presentó y le explicó que estaba buscando a una conocida de un compañero suyo en los marines.
—No me acuerdo de ningún Ben del instituto —dijo la mujer, mientras se cambiaba al niño de cadera—. ¿Estaba en mi mismo curso?
Agustín se sacó dos fotografías de Ben del bolsillo. La primera era de su época en el instituto, y la segunda había sido tomada cuatro meses atrás en el campamento base.
La mujer las observó con atención, y negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no lo conozco —frunció el ceño, y le preguntó—: ¿Por qué ha decidido preguntarme a mí?
—Su novia se llamaba Ashley.
—Está de broma, ¿no? ¿Va a hablar con todas las Ashley que fueron al instituto con su amigo?
—Sí, hasta que la encuentre.
—Buena suerte —la mujer vaciló un momento antes de decir—: Su amigo ha muerto, ¿verdad? —al ver que Agustín asentía con la cabeza, añadió—: Lo siento, espero que la encuentre.
—Lo haré.
—Yo no voy a tener ningún problema, estaré sedado todo el tiempo. Es Camila la que tiene que hacer el trabajo duro —dijo Pedro.
Paula  asintió. Había buscado información por Internet, y sabía que Pedro se despertaría con un par de hematomas y se recuperaría en dos o tres días, pero que Camila lo pasaría mucho peor mientras su cuerpo asimilaba el trasplante de médula ósea.
—¿Te arrepientes de haber decidido posponer tu encuentro con ella para más adelante?
—No. Ya tiene bastante con todo lo que le está pasando, así que quiero que se concentre en recuperarse. Ya tendremos tiempo para conocernos.
Varios miembros del personal del hospital entraron en la habitación, y una de las enfermeras les dijo:
—Ha llegado el momento.
—Vale —Paula  se inclinó a besarlo, y le dijo—: Estaré aquí cuando te despiertes.
—No hace falta, estaré bien.
—Ya lo sé.
—Gracias —le dijo él, mientras le daba un ligero apretón en la mano.
Paula esperó a que se lo llevaran en una silla de ruedas, y después se unió a Federico en la sala de espera.
—Tienes una barriga enorme —le dijo él al verla entrar.
—Vaya, muchas gracias —sonrió ella.
Él dio unas palmaditas en el asiento que había junto a él, para que se sentara a su lado en aquella sala colorida y llena de plantas, y comentó:
—Sólo estoy intentando distraerte, no hay razón para preocuparse.
—Eso me dice todo el mundo, y no es que esté preocupada.
—Entonces, ¿qué te pasa?
—No lo sé, todo esto me resulta un poco raro. Hace tres meses hacía siglos que no hablaba con Pedro, y ahora…
—Ahora estás en un hospital, mientras esperas a que se someta a una simple intervención médica que puede salvarle la vida a una niña cuya existencia desconocías, ¿no?
—Muy buen resumen.
Federico se reclinó en el sofá, y agarró un vaso de café de plástico.
—¿Te molesta que quiera ayudar a Camila?
—No es que me moleste, porque quiero que ella se cure y la verdad es que su participación en esto era incuestionable. Pedro es un buen hombre, es normal que quiera ayudar a su hija.
—Pero…
—Pero… ¿por qué no se portó así conmigo?
—¿Cuando perdiste el bebé?
Paula  asintió. ¿Por qué no le había importado?, ¿por qué se había negado a abrirle el corazón a su hijo?
—Me ocultó tantas cosas… no es demasiado abierto desde un punto de vista emocional.
—¿Y eso te importa?
Paula sabía que no debería ser así, porque Pedro y ella no estaban juntos, pero a pesar de todo…
—No lo sé —admitió—. Vamos a cambiar de tema.
—Vale, podríamos hablar de lo guapo que soy.
—Podríamos hablar durante horas de eso.
—Sí, es verdad, y además es uno de mis temas preferidos —dijo Federico,con una sonrisa presuntuosa—. Anda, empieza tú.
—No, gracias —dijo Paula, con una carcajada—. ¿Has hablado últimamente con Zaira? Ha estado bastante ocupada durante estos últimos días, y casi no le he visto el pelo.
—Agustín y ella estuvieron en el bar hace un par de semanas, pero no los he visto desde entonces.
—Tiene un montón de cosas en la cabeza, me comentó que a lo mejor tiene que irse —Paula recordó lo que su amiga le había explicado sobre la familia que tenía en Ohio—. Entiendo que tuviera una vida antes de venir a Seattle, pero no quiero que se vaya. Dios, parece que de pronto sólo me preocupo de mí misma —con un suspiro, admitió—: Voy a echarla mucho de menos.
—Ha sido una buena amiga para tí.
—Sí. Tú también eres genial, pero no entiendes de cosas de chicas. Nunca quieres hablar sobre pedicuras.
—O sobre depilación.
—Es verdad —dijo ella, con una sonrisa.
—¿Ha entrado ya? —les preguntó Dani, al entrar en la sala.
—Sí, hace un par de minutos —dijo Federico, mientras se levantaba—. ¿Cómo está mi hermanita pequeña?
—No es mi mejor momento, pero voy sobreviviendo —Dani abrazó a Federico, y después sonrió a Paula—. ¿Tu oferta sigue en pie?
—Claro que sí. ¿Quieres ser mi compañera de piso?
Dani se dejó caer en el asiento de Federico, y asintió.
—Sí, si a tí no te importa. Tengo que salir de mi piso en cuanto pueda.
—¿Qué te parece ahora mismo?, ¿por qué no vamos a hacer otra llave mientras Pedro sigue anestesiado? Podrías trasladar todas tus cosas esta misma tarde; además, voy a quedarme con él durante un par de días, así que vas a tener la casa para ti sola mientras te instalas.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 49

—Eh… —la estudiante se movió con nerviosismo. Estaba roja como un tomate, y no dejaba de tocarse el pelo.
—¿Sabías que estaba casado? —le preguntó Dani—. Da igual, pero voy a darte un consejo, aunque dudo que me hagas caso. Si es infiel contigo, puede sértelo a tí —se volvió hacia Martín, y le dijo—: No puedo expresar con palabras cuánto siento haber desperdiciado tanto tiempo contigo, no valías la pena. Vámonos, Pedro —le dijo a su hermano, antes de salir del despacho.
—Quiero darle una paliza —comentó él.
—Te lo agradezco, pero creo que voy a darle un buen golpe en las finanzas. Iba a ser justa y comprensiva en el divorcio, pero he cambiado de idea.
Pedro la tomó de la mano, y se dio cuenta de que estaba temblando.
—Lo siento.
—Yo también —dijo ella.
Martín salió al pasillo, y exclamó:
—Dani, lo siento. No quería que te enteraras así.
Ella se detuvo, y se volvió hacia él.
—¿Cómo querías que me enterara?, ¿cuál es la mejor manera de decirle a tu mujer que quieres el divorcio para poder tirarte a otra? Tendrías que haberme contado la verdad. Me habría enfadado, pero al menos no habría pensado que eres un capullo —sin añadir nada más, se volvió y siguió alejándose de él.
—¡Dani!, ¡vuelve aquí!
Ella sacudió la cabeza, y siguió andando.
—Sólo un puñetazo —dijo Pedro.
—Gracias, pero no. Estoy bien —al llegar a las escaleras, Dani bajó a toda prisa y comentó—: Ha sido una suerte, porque me había estado preguntando lo que habría podido hacer para que las cosas funcionaran. Pero eso se acabó —al salir al exterior, se cubrió la cara con las manos—. Mi vida es un asco, no tengo ni una carrera profesional ni un matrimonio. Qué desastre.
Pedro la abrazó, y dejó que llorara contra su pecho.
—Las cosas mejorarán —le dijo.
—¿Cuándo? Quiero una fecha, dime cuándo.
—No lo sé, Dani. Lo siento. Pero será pronto —le aseguró él, mientras le acariciaba el pelo.
—¿Me lo prometes?
—Sí.
—Pobrecilla —dijo Paula—. No puedo creerme que Martín le estuviera poniendo los cuernos, pensaba que era un tipo legal.
—Todos lo pensábamos, supongo que nos equivocamos —comentó Pedro.
—Menos mal que no le pegaste. A pesar de lo fuerte que esté, él va en silla de ruedas y tú no, así que habrías perdido en un juicio.
Al ver que él se encogía de hombros, Paula supuso que no le importaban demasiado las posibles consecuencias de sus actos. Le habían hecho daño a alguien importante para él, y quería contraatacar.
Era extraño, pero no se había dado cuenta de ese rasgo cuando estaban casados; en vez de entender ese carácter protector, de valorarlo e intentar alcanzar un término medio, se había rebelado contra lo que ella había considerado un comportamiento poco razonable.
Paula se deslizó un poco hacia abajo en la silla, y cerró los ojos mientras él le masajeaba las plantas de los pies.
—Se te da muy bien. Aunque por lo general no me importa estar de pie tantas horas, últimamente me duelen bastante.
—Estás embarazada.
—Sí, eso había oído —Paula abrió un ojo, y sonrió—. Oye, ¿dónde has aprendido a dar masajes en los pies?, ¿te lo enseñó una de las muchas mujeres con las que has salido desde el divorcio, o ya sabías hacerlo cuando estábamos casados y me ocultaste esa información?
—Tomé clases por Internet —bromeó él—. Relájate y disfruta.
—A lo mejor empiezo a gemir.
—No te cortes.
Paula se rindió al lento masaje. Había algo erótico en el hecho de que Pedro le acariciara los pies desnudos, o quizás era el hecho de que, cuando él se concentraba en los dedos, su talón siempre acabara presionando contra su…
«No vayas por ahí», se dijo con firmeza. Al menos, no aquella noche… y quizás nunca. No habían vuelto a acostarse juntos, aunque no era sorprendente, teniendo en cuenta la montaña rusa emocional de las últimas semanas. En ciertos aspectos se llevaban mejor que nunca, pero en otros él le resultaba un verdadero desconocido; y a pesar de todo, ella se pasaba las noches en vela, deseando tenerlo a su lado.
—¿Cuándo va a mudarse Dani? —le preguntó, tanto para cambiar el rumbo de sus pensamientos como por genuino interés.
—En cuanto encuentre un sitio donde vivir. Martín se queda con el piso, porque tiene un acceso adaptado para minusválidos.
—Podría quedarse aquí mientras busca algo fijo —Paula abrió los ojos al notar que sus manos se detenían—. ¿Qué pasa?
—¿Lo dices en serio?
—Claro, tengo un dormitorio libre —dijo, indicando con un gesto su acogedor dúplex—. Dani necesita tiempo para recuperarse, y yo no necesitaré la habitación hasta que nazca el bebé —con una sonrisa, añadió—: Además, seguro que se siente tan agradecida, que me ayudará a pintar antes de irse.
—Creo que es una buena idea. Le he ofrecido que se venga a mi casa, pero no quiere.
—Sería como volver al hogar familiar. Yo preferiría irme a vivir con una amiga a quedarme con una de mis hermanas, no soportaría el recuerdo constante de que mi vida ha seguido un camino tan diferente al suyo.
Pedro  dejó su pie derecho, tomó el izquierdo y le subió un poco los vaqueros después de quitarle el calcetín.
—Eso es algo que ya no te preocupa, ¿no? —le preguntó.
Paula se relajó, y se sumergió en el placer que le causaba la suave presión de sus dedos en el talón antes de contestar.
—A veces sí. Fui un verdadero fracaso antes de darme cuenta de que lo que quería era ser chef, y hasta dejé la universidad. Me pasé dos años en Pullman, creyendo que quería ser veterinaria, pero no podía con las clases de ciencias.
—Pero te centraste y viniste a Seattle.
—Sí, claro. Me fui de Spokane porque mis padres se cansaron de costearme mis fracasos, y durante el primer mes tuve que dormir en mi coche porque no tenía dinero.
—Más razón aún para estar orgullosa de todo lo que has conseguido.
—Sí, tienes razón. Mis padres están muy contentos con mi trabajo —aunque no tanto con el bebé… no, aquello no era justo, sus padres estaban muy felices con la llegada de otro nieto.
—Tendrías que invitarlos a venir —le dijo Pedro.
Ella abrió los ojos y se lo quedó mirando con expresión incrédula.
—Estás de broma, ¿no?
—¿Por qué no? Así podrían verte trabajando en el restaurante, y visitar la ciudad.
—Venga ya, como si no tuviera bastante con todo lo que está pasando en mi vida en este momento. Y que ni se te ocurra llamarlos.
—Hace mucho tiempo que no hablo con ellos —dijo Pedro, con una sonrisa.
—Claro. De todas maneras, mi madre va a venir cuando dé a luz —aquello podía acabar siendo una suerte, teniendo en cuenta que Naomi se estaba planteando irse—. Familias. ¿A quién se le ocurrió la idea?
—Paula, sabes perfectamente bien que adoras a tus padres.
—Sí, son fantásticos. Y también adoro a mis hermanas. Me gustaría que no fueran tan perfectas, pero puedo soportarlo.
—Voy a tener que contarle a Dani lo de su padre.
—¿Vas a decirle que no es una Alfonso?
—Sí. Me ha comentado que quiere tener una larga charla con Gloria y preguntarle por qué no la ha ascendido en la empresa, y estoy seguro de que esa conversación no va a resultar nada agradable.
—Es mejor que se entere por ti que por Gloria, Dani sabe lo mucho que la quieres.
—Sí, pero sigo sin querer ser yo quien se lo diga. Va a dolerle mucho, y ya tiene que soportar bastante. He decidido esperar una semana más o menos, para dejar que recupere un poco la normalidad.
—No esperes demasiado.
—No lo haré.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 48

—No te dejaría sin más, antes me aseguraría de que tuvieras a alguien que te ayudara con el bebé y con el restaurante.
—Yo estaré bien, no te preocupes por mí.
Le parecía imposible pensar en la posibilidad de que Zaira se fuera. ¿Con quién iba a hablar en medio de la noche, cuando no pudiera dejar de llorar después de ver una película triste?, ¿quién iba a entender que no había que comer M&M's azules en los días pares del mes?, ¿quién iba a estar junto a ella en el parto, y durante las primeras semanas de vida del bebé?
Zaira soltó un juramento, y se levantó de golpe.
—¿Qué pasa? —le preguntó Paula.
—Estás llorando.
—No pasa nada, es algo hormonal —protestó, mientras se sorbía la nariz.
Cuando ella también se levantó, Zaira rodeó la mesa y se fundieron en un abrazo.
—Eres la mejor amiga que he tenido en toda mi vida, nunca lo olvides —susurró Zaira.
—Lo mismo digo.
—¿Lo ves?, por eso el amor es un asco. Si no te quisiera, no me importaría tener que irme.
—Si no me quisieras después de todo lo que hemos pasado juntas, te tiraría un cuchillo de cocina a la cabeza.
Dani fulminó a Pedro con la mirada, y le dijo:
—No puedo creer que me ocultaras durante todo este tiempo que tenías una hija —entornó los ojos, y añadió—: Agustín y Federico lo sabían, ¿verdad? Ustedes siempre se apoyaron.
pedro rodeó a su hermana con un brazo, mientras caminaban por el aparcamiento del campus de la Universidad de Washington.
—Por si hace que te sientas mejor, no sabía que ellos se habían enterado. Creía que era un secreto.
—Sí, claro. De verdad, es como vivir en un culebrón, y no hago más que esperar que de un momento a otro empiece a oírse una profunda voz masculina de fondo. «Mientras Dani permanece ajena a la existencia de la hija ilegítima de su hermano, Camila se enfrenta al cáncer; aunque Dani es ******* por haberse casado con un impresentable como Martín, claro. Continuará después de la publicidad». Me saca de quicio.
—¿La profunda voz masculina?
—No, tú. ¿Hay más secretos?
Pedro  pensó en uno enorme, pero no podía contárselo en ese preciso momento, porque Dani ya tenía bastante.
—No sabía que Federico y Agustín me habían oído discutiendo con Gloria sobre Camila, no te oculté la información a tí en concreto.
—Pero no me lo contaste al enterarte de que ellos lo sabían.
—Ya tenías bastantes preocupaciones.
—Pedro, soy una mujer adulta, puedes dejar de protegerme del mundo.
—Lo siento, forma parte de mi trabajo.
Dani enlazó el brazo con el suyo, y se apoyó contra él antes de decir:
—Eres un buen hermano mayor.
—Gracias.
Pedro apreciaba el cumplido, pero no estaba seguro de habérselo ganado. Paula le había aconsejado que le contara toda la verdad a Dani y pensaba hacerlo pronto, pero no aquel día en concreto.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —le preguntó.
—Completamente —respondió ella, mientras le daba una palmadita al bolsillo de su chaqueta—. No voy a pagarle a nadie para que le lleve los documentos a Martín, pudiendo hacerlo yo; además, quiero ver la expresión de sus ojos, porque no me espera. Provocarle un poco de incomodidad no es una venganza demasiado satisfactoria, pero es la única que voy a conseguir —miró su reloj, y añadió—: Ahora tiene horario de oficina, a lo mejor está reunido con algún estudiante. Eso le daría emoción al asunto.
—Lo siento —dijo Pedro, sin saber cómo ayudarla.
—No te preocupes. Aunque no me gusta cómo se ha portado Martín conmigo, ya no pienso seguir cuestionando el divorcio. Aún estoy furiosa; al fin y al cabo, le entregué una buena parte de mi vida, y saber que él cree que ya no estoy a su altura hace que quiera pasar con el coche por encima de todas sus cosas. Prácticamente me absorbió la vida, y ahora se está portando como si fuera muy noble. Aunque la verdad es que hace tiempo que no lo quiero.
Aquello era un alivio. Ya era bastante malo que Dani tuviera que pasar por todo aquello, pero si se le hubiera roto el corazón, la situación habría sido mucho peor.
—A lo mejor te gusta volver a ser soltera —comentó él.
—Estoy deseándolo —admitió ella, con una sonrisa—. Pasé directamente de la residencia de estudiantes de la universidad a la vida de casada, así que nunca he tenido una casa sólo para mí.
—¿Sabes ya dónde vas a vivir?
—No. En parte, me gustaría que fuera Martín quien se mudara, porque todo esto fue idea suya, pero es difícil encontrar pisos accesibles para minusválidos —giró hacia la izquierda, y añadió—: No me gusta ser la que sufre todas las molestias, porque fue él quien tomó la decisión de que nos divorciáramos —Dani sacudió la cabeza—. Vamos a cambiar de tema. El campus tiene buen aspecto.
Pedro  miró a su alrededor. La primavera había llegado, y había tulipanes en flor por todas partes. El suelo estaba húmedo debido a la lluvia reciente, pero el cielo estaba despejado y tenía un brillante tono azul.
—Tengo un montón de recuerdos de este sitio —comentó.
—Me imagino las fiestas y las chicas de las que disfrutaste, pero yo me limité a estudiar, por supuesto —dijo Dani.
Pedro soltó una carcajada.
—Sí, claro. Me acuerdo de haber recibido más de una llamada tuya, porque no querías volver conduciendo a la residencia después de una fiesta.
—Oye, al menos no me puse al volante después de beber alcohol.
—¿Acaso me quejé alguna vez?
—Me acuerdo de que en una ocasión oí una voz femenina bastante molesta de fondo, mmm… ¿sería Paula?
—A lo mejor.
—Es una persona fantástica.
—Ya lo sé.
—Están haciendo un trabajo estupendo en el Waterfront.
—Eso sí que lo siento —comentó él, lanzándole una mirada—. No el éxito que estamos teniendo, sino que Gloria no te ofreciera a ti el restaurante.
—No te ofendas, pero yo también lo siento. En fin, ya está hecho. En cuanto acabe con lo del divorcio y me mude, voy a tener una larga charla con Gloria para dejarle las cosas claras. O me da algo más, o me largo.
—¿Estarías dispuesta a dejar la empresa? —le preguntó Pedro, sorprendido.
—Pues claro. Es por aquí —añadió, mientras señalaba hacia unas escaleras.
Lo condujo hasta el segundo piso, tomó un pasillo y se detuvo frente a una de las puertas cerradas. Intentó girar el pomo, pero no se movió.
—Está cerrada con llave… pero estamos en el horario de visitas, ¿no? —Dani leyó el rótulo que había junto a la puerta para comprobar las horas en las que Martín estaba en su despacho, y comentó—: Qué raro —escuchó con atención durante unos segundos, y llamó a la puerta—. ¿Martín?—al oír un sonido ahogado seguido de un golpe, se volvió hacia Pedro y le dijo—: Vale, todo esto me huele muy mal.
—Quizá sea mejor que nos vayamos —comentó él, que empezaba a tener un mal presentimiento con todo aquello.
La boca de Dani se tensó mientras ella rebuscaba en su bolso.
—Ni hablar. Maldita sea, si ese malnacido… —sacó un llavero, seleccionó una de las llaves y la metió en la cerradura.
—Creo que es mejor que no sepas lo que pasa, vámonos —insistió Pedro, mientras la agarraba del brazo con suavidad.
—¿No crees que tengo derecho a saberlo? —le dijo ella con firmeza, antes de zafarse de su mano y de abrir la puerta sin más.
Martín estaba en su silla de ruedas con la camisa abierta, y a su lado había una muchacha joven, probablemente una estudiante, que tenía el pelo alborotado y que estaba acabando de abrocharse la blusa.
—Dani… —dijo Martín con cautela, obviamente sorprendido—. No sabía que ibas a venir.
—Eso es obvio —Dani miró a la pareja durante unos segundos, antes de decir—: Así que quieres el divorcio porque has crecido como persona, ¿no? Si ésta es tu idea de lo que supone el crecimiento personal, no me interesa, porque a mí me parece que se trata de ser un insignificante y mezquino adúltero. Pero yo sólo trabajo en el sector de la restauración, así que seguramente no puedo entender un concepto tan complejo. Me pregunto lo que va a decir la jefa de tu departamento cuando se entere de que tu relación con los estudiantes es demasiado estrecha —le entregó los documentos, y añadió—: Aquí tienes lo que querías.

jueves, 25 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 47

—Quiero que sepas que ésta es la primera vez que me molesta tu embarazo —comentó Zaira, mientras tomaba un nacho cubierto de queso fundido.
—Ya lo sé —dijo Paula, que estaba sentada al otro lado de la pequeña mesa—. Te entiendo, y sentiría lo mismo si estuviera en tu lugar.
Zaira hizo un sonido bastante poco fino, que sonó como una mezcla entre un gruñido y un resoplido.
—Venga ya, soy mucho mejor persona que tú. Si estuvieras en mi lugar, estarías preparando margaritas.
—Creo que tienes razón —admitió Paula, con una carcajada.
Su amiga había llegado hacía menos de una hora con todo lo necesario para preparar los nachos, y después de anunciar que tenía ganas de emborracharse, le había dado la bolsa de comida a Paula y le había dicho que se pusiera manos a la obra. Como a Zaira no le gustaba beber sola, estaba dispuesta a aceptar una comilona como débil sustituta.
—Lo he hecho lo mejor que he podido con los nachos —añadió.
—Están muy buenos —admitió Zaira a regañadientes—, pero aún me siento muy ofendida porque estás embarazada en un momento en el que necesito alcohol y a alguien con quien compartirlo.
Paula no comentó que había una gran lista de hombres a los que les habría encantado emborracharse con ella, porque tenía la sensación de que se trataba de una de esas ocasiones reservadas sólo para chicas.
—¿Hay alguna novedad en lo de Camila? —le preguntó su amiga.
—No, siguen esperando los resultados de las pruebas, para ver si Pedro es compatible. No tardarán demasiado, uno o dos días como mucho. Pedro desea con todas sus fuerzas que dé positivo, quiere ser quien salve a su hija.
—¿Qué padre no lo querría?
Aquello era algo que seguía creando en Paula dos sentimientos encontrados; por un lado, era imposible echarle en cara a un hombre que quisiera a una hija a la que había entregado en adopción, pero por otro lado, ¿quién podía confiar en un hombre incapaz de abrirle el corazón a nadie más?
Si se lo hubiera contado todo años atrás, ella lo habría entendido… con el tiempo. Pero él se había ido apartando, hasta que no había querido tener nada que ver ni con su bebé ni con ella.
—Espero que Camila se recupere —comentó—. Esa pobre niña ya ha pasado bastante, parece ser que la sometieron a la quimio cuando le diagnosticaron la enfermedad por primera vez. Debe de ser algo muy duro. Ahora que el cáncer ha vuelto a aparecer, un trasplante de médula ósea parece la mejor opción.
—¿Se sabe algo de Alison?
—No es compatible, así que todos tienen las esperanzas puestas en Pedro. Si él tampoco lo es, entonces tendrán que buscar otras opciones, empezando por su familia más directa; al menos, si encuentran un donante, Camila tendrá una verdadera oportunidad de vencer a la enfermedad de una vez por todas.
—Ya sé que he tenido mis diferencias con Pedro, pero espero que sea compatible —comentó Zaira, mientras se inclinaba a por más nachos—. Necesita salvar a alguien.
—¿Por qué lo dices? —le preguntó Paula, sorprendida.
—Creo que es una característica de los Alfonso, aunque ninguno de ellos lo ha conseguido hasta el momento. Supongo que es una secuela por haberse criado cerca de Gloria, por cómo los machacaba emocionalmente cuando eran pequeños.
Paula no cuestionó aquella valoración, pero se preguntó cuál había sido la fuente de información de Zaira; ¿habría sido Federico, Agustín o ambos? La tentación de preguntarle fue muy fuerte, pero se contuvo. Si su amiga quería contárselo, lo haría por propia decisión.
—Es triste que perdieran a su padre y a su madre con un año de diferencia —comentó con voz suave—. Pedro siempre pensó que tenía que ser el más fuerte, aunque nunca me lo había planteado en términos de salvar a alguien —recordó que él había intentado mantenerla alejada del imperio familiar porque había temido que Gloria le hiciera daño, y admitió—: o a lo mejor no fui capaz de verlo.
—Dani es la única que sigue intentando complacer a esa zorra —dijo Zaira.
Paula sabía que la hermana de Pedro estaba luchando en una batalla perdida, ya que Gloria no la aceptaría jamás porque no era una Alfonso, y se preguntó si él le había contado ya la verdad. Supuso que no había tenido tiempo, pero ella tenía la sensación de que si no se daba prisa en hacerlo, al final la situación se le iba a escapar de las manos.
—Hablar de Pedro y de su familia hace que me dé cuenta de lo normal que soy —comentó—. Increíble, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?, no eres tan rara.
—Me he quedado embarazada mediante un procedimiento médico de un hombre al que nunca llegaré a conocer, y estoy trabajando para mi ex marido —también se había acostado con él, pero no lo dijo en voz alta. Zaira tenía sus sospechas, pero no le preguntaría al respecto y ella no quería confirmárselo.
Pero, hablando de gente que se acostaba junta…
—¿Cómo va tu amistad con Agustín? —le preguntó.
—Bien.
—¡Ja! No me lo trago, me estás ocultando algo — Paula estaba convencida de aquello. El nerviosismo de Zaira era patente, y era la primera vez que la veía comportarse así por un hombre—. ¿Estás enamorada de él? —le preguntó, intentando disimular su incredulidad.
—¿Qué? No, claro que no. No es nada de eso.
—Entonces, ¿qué es?
—Nada, no es nada —con un suspiro, Zaira añadió—: ni siquiera nos hemos acostado juntos después de aquella única vez. Sólo somos amigos, y es algo que me resulta muy extraño.
Paula  no supo qué pensar.
—Cuando dices que no se han  acostado juntos, quieres decir que…
—Nada de sexo. De verdad, no puedo imaginarnos haciéndolo otra vez, no hacemos nada… sólo hablamos.
—Hablar es bueno.
—No, no lo es. Esto no es normal. ¿Yo, amiga de un hombre?, venga ya.
—Así que tienen una relación, es genial —dijo Paula, mientras intentaba ocultar su sonrisa.
—No, es raro. No hay nada romántico entre nosotros, pero le tengo cariño. No quiero sentir cariño por nadie.
—Lo sientes por mí.
—Sí, es verdad, pero el amor entre amigas es diferente, querer a un hombre… —los ojos de Zaira se llenaron de tristeza, y le dijo—: Creo que voy a tener que irme.
Paula tuvo la sensación de que no se refería sólo a esa noche, y la embargaron el pánico y el dolor. Necesitaba a Zaira, y la echaría muchísimo de menos si se iba.
—¿Puedes contarme por qué?
—Gracias por no decirme que no puedo hacerlo —le dijo su amiga, con una sonrisa.
—Me estoy controlando.
Zaira tomó otro nacho antes de decir:
—Tengo familia en Ohio. Padres, hermanos y hermanas, y un marido —masticó el nacho, y se lo tragó—. En realidad, no estoy segura de lo del marido, puede que se haya divorciado de mí. Me fui hace mucho tiempo.
—No sé qué decir, nunca has mencionado a nadie.
—No salí de un huevo.
Paula  siempre había pensado que tenía que tener algún pariente, pero no se había imaginado una familia entera e incluso un marido.
—Pasó algo —siguió diciendo Zaira—. No quiero entrar en detalles, pero hice algo malo y fui incapaz de vivir conmigo misma o con ellos, así que me fui. Me metí en un coche y acabé aquí, y te conocí varias semanas después.
Paula sintió que se le rompía el corazón, porque no quería perder a su amiga.
—Si crees que tienes que volver, yo te apoyo.
—Vas a ser muy valiente con todo esto, ¿no? —protestó Zaira con indignación—. Maldita sea, no lo soporto. No quiero irme, pero creo que ha llegado el momento de intentar atar los cabos sueltos y arreglar las cosas. Creo que aún le quiero… es una locura, ¿verdad?
Paula se limitó a asentir, consciente de que se echaría a llorar si intentaba articular palabra.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 46

—La verdad es que no.
—¿Por qué?
—Porque no tiene importancia. Es una vieja amargada que quiere que todo el mundo a su alrededor se sienta igual de infeliz que ella, y yo me niego a dejar que lo consiga.
—Bien hecho —le dijo él. Se apartó para dejar pasar a un cocinero que acarreaba una enorme fuente de sopa de marisco, y comentó—: Supongo que lo mejor será que me quite de en medio.
—Sí —contestó ella, sin dejar de sonreír.
Sus ojos tenían un atractivo especial, eran tan hermosos… por no hablar de su sonrisa. Antes de que Pedro se diera cuenta de lo que estaba pasando, el deseo volvió a golpearlo con fuerza. Era gracioso, pero el ajetreo de la última semana… el enfado de ella, el bebé, todo lo demás… había hecho que se le olvidara; sin embargo, en ese momento se imaginó lo que sería acostarse con ella de nuevo. Desde luego, era un hombre muy retorcido, se dijo mientras se volvía para regresar a su despacho.
En ese momento, Zaira entró en la cocina y le dijo:
—Pedro, tienes visita, una tal Tracy no sé qué. ¿Sales con ella?, ¿tengo que quitarles el aire a las ruedas de tu coche?
—¿Tracy? —Pedro sólo conocía a una mujer con ese nombre—. ¿La madre de Camila?
Paula se acercó a él de inmediato, y le preguntó:
—¿Te visita con frecuencia?
—Casi nunca, la última vez fue cuando Camila se puso enferma. Quiso decírmelo en persona —Pedro sintió que se le encogía el corazón al pensar que quizás el cáncer había vuelto a aparecer.
No podía ser, se dijo con firmeza, mientras intentaba tranquilizarse. La había visto hacía menos de dos semanas en la función del instituto, y tenía muy buen aspecto. Sin ser consciente de lo que hacía, le agarró la mano a Paula.
—A lo mejor quiere conocerme —quizás su hija había decidido que quería saber algo sobre él, después de todos aquellos años.
Salió de la cocina sin soltarle la mano a Paula, y ella lo siguió sin saber qué hacer.
—No debería ir contigo —le dijo.
—Claro que sí. Yo estuve a tu lado en lo de la ecografía.
—No es lo mismo.
—Puede ser lo más parecido a lo que pueda llegar.
Pedro  reconoció a Tracy de inmediato, de pie junto a la maître, y soltó un juramento al acercarse a ella y ver su expresión de dolor y preocupación. No tenía delante a una mujer feliz, sino a una madre aterrada.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó, sin andarse con rodeos.
—Es Camila. Siento presentarme así, sin avisar, pero llamé a tu oficina y me dijeron que podría encontrarte aquí.
Pedro  se aferró a la mano de Paula con más fuerza, al darse cuenta de lo que pasaba. Sólo con ver a Tracy, supo la verdad.
—El cáncer ha vuelto a aparecer —dijo.
—Sí —le confirmó Tracy, palideciendo—. Hace semanas que aparecieron los primeros signos, pero parece que ella se ha estado esforzando por ocultárnoslos porque quería participar en la función del instituto. Se derrumbó cuando acabó la obra y le han estado haciendo pruebas, pero todos sabíamos…
Tracy se retorció las manos en un gesto de angustia, y tras varios segundos siguió diciendo:
—Como la enfermedad ha vuelto así, con tanta virulencia, quieren recurrir a algo más que a la quimioterapia… quieren hacerle un trasplante de médula ósea. He venido para preguntarte si estarías dispuesto a hacerte las pruebas de compatibilidad.
—Claro que sí, de inmediato. Puedo localizar también a Alison —aunque Pedro  no tenía ni idea de dónde estaba, sabía que sus padres aún vivían en Seattle.
—Gracias —dijo Tracy, con un estremecimiento—. La queremos tanto… es nuestra niña, y cuando la otra vez que se puso enferma se recuperó, todos nos sentimos esperanzados —tragó con dificultad, y añadió—: Pedro, te has portado fantásticamente bien con nosotros, nunca has intentado implicarte en su vida.
—Ella no quería saber nada de mí —a Pedro le dolió incluso pronunciar aquellas palabras.
—Ya lo sé, pero no estabas obligado a respetar sus deseos, y lo hiciste. Nos has pedido tan poco… Tom y yo hemos estado hablando, y creemos que a lo mejor ha llegado el momento de que te conozca.

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 45

Paula se obligó a sonreír mientras la otra mujer se quitaba su abrigo de piel y se lo colgaba del brazo.
—Buenas tardes, Paula.
—Hola, Gloria. Gracias por venir a visitarnos, aunque me sorprende verte de nuevo en la cocina.
Gloria enarcó sus perfectas cejas y contestó:
—Aunque Pedro y tú piensen  que están al mando, sigo siendo la accionista mayoritaria de la empresa.
Eso probablemente explicaba que no hubiera un sistema de bonificaciones.
—Si has venido por algún asunto laboral, será mejor que vayamos a mi despacho.
Paula no quería tener que lidiar con Gloria en público, aunque no le hacía ninguna gracia estar con ella en ningún sitio, y mucho menos en el espacio limitado de su despacho; teniendo en cuenta la bomba que la vieja bruja había soltado en su última visita, no quería ni pensar en lo que podía tener entre manos en esa ocasión.
—Pedro no está, ¿quieres que lo dejemos para otro día? —era dudoso que accediera, pero una mujer tenía derecho a soñar.
—No, he venido a verte a tí —Gloria se detuvo al ver la amplitud de la habitación, y dijo—: El despacho de Pedro es mucho más pequeño que éste.
—Sí, es verdad.
—¿No tendría que haberse quedado él con el más grande?
—No.
—¿Vas a ofrecerme algo de beber?
—¿Quieres algo?
—La verdad es que no.
—Entonces no, no voy a ofrecértelo —Paula sonrió antes de decir—: ¿Alguna otra pregunta?
—He venido porque he recibido varias quejas sobre la comida.
—¿De verdad? Me sorprende, porque yo no he recibido ninguna.
Aquello no era totalmente cierto. Había habido el típico cliente que quería que su plato de pescado supiera a algo totalmente diferente, o que insistía en que se le cocinara la comida hasta extremos imposibles que sólo conseguían que el plato perdiera sustancia, pero nada fuera de lo común.
—Parece que te sientes muy orgullosa de tus patatas fritas con pescado, pero me han comentado que el plato es muy vulgar. No es el tipo de comida que deberíamos servir en un restaurante tan selecto como éste.
Paula  se sintió muy orgullosa de sí misma, por ser capaz de ver la parte humorística de aquella situación.
—Tu opinión me parece muy interesante, pero aunque seas la principal accionista de la empresa, yo no trabajo a tus órdenes, y aunque lo hiciera, tengo un jugoso contrato con una cláusula que establece que puedo decidir lo que se les sirve a los clientes. Intento estar abierta a los consejos, pero es mi nombre el que aparece en la parte superior del menú.
—No sé por qué Pedro accedió a darte tanto control, es ridículo —dijo Gloria, fulminándola con la mirada.
—Puede, pero eso es lo que hay. Aunque me preocupa que hayas estado recibiendo quejas, ¿por qué no me das los nombres y los números de teléfono de los clientes insatisfechos? Me encantaría hablar con ellos personalmente para invitarlos a una cena gratis.
Paula  esperó a ver qué le respondía, convencida de que no iba a poder darle aquella información porque se había inventado lo de las quejas.
—Pedro no va a casarse contigo. No sé si pensaste que podrías convencerlo debido a tu embarazo, pero es inútil. Lo dejaste escapar una vez, y Pedro no va a permitir que vuelvas a tomarle el pelo.
Paula se mordió el labio inferior, y necesitó toda su fuerza de voluntad y sus valores morales para no decirle que Pedro y ella habían hecho el amor… y no una sola vez, sino durante toda una noche. Una y otra vez como conejos.
Pero logró contenerse; al parecer, se estaba acostumbrando a todo aquel rollo de actuar con madurez, y además, no estaba interesada en Pedro de esa forma.
—Si él mostrara interés en tí, me vería obligada a desheredarlo.
—¿Me estás diciendo que no recibiría nada desde un punto de vista financiero?
—Exacto.
—Como ya ha ganado millones con el Daily Grind, no creo que eso sea un gran drama para él —Paula se levantó, y añadió—: Gloria, no sé lo que quieres, pero no vas a conseguirlo aquí. Ve a torturar a otra persona, no me interesan tus juegos.
—No puedes echarme de aquí —dijo ella, mientras se ponía en pie.
—Pues yo creo que es lo que está haciendo —comentó Zaira desde la puerta—. No he podido evitar oír lo que estabais diciendo, qué situación más desagradable —con una enorme sonrisa, añadió—: Pero ya que estamos en plan sincero, quiero que sepas que me he acostado con Federico y con Agustín. No al mismo tiempo, claro, porque habría sido un poco incómodo, pero lo he hecho con los dos. Eso te dará algo en qué pensar.
—Zorra —siseó Gloria.
Zaira se echó a reír.
—Si eso es lo mejor que puedes hacer, no entiendo por qué te tiene miedo tanta gente.
Después de que Gloria agarrara su abrigo y se marchara a toda prisa, Zaira se acercó a la mesa y Paula y ella chocaron las manos.
—Madre mía, esa mujer necesita un ajuste de actitud urgente. ¿Estás bien?
—Sí —contestó Paula—. ¿Es verdad que te acuestas con Agustín?
—Acabo de salvarte el cuello, ¿qué te parece si me lo agradeces y me subes el sueldo?
—Te agradezco que acudieras al rescate, pero no era necesario. ¿Es verdad que te acuestas con Agustín?
—Sólo lo hicimos una vez. Estuvo bien, pero se acabó —frunció el ceño, y admitió—: Somos amigos. Es raro, porque nunca he creído que sea posible tener un amigo del sexo masculino, pero así es.
Paula no supo qué decir; en primer lugar, a Zaira le encantaba hablar de sus conquistas, siempre decía que eso era casi la mejor parte. Y en segundo lugar… ¿sólo amigos?
—No hace falta que te sorprendas tanto, él es diferente. Me gusta.
—¿Te gusta desde un punto de vista romántico?
—No, simplemente me gusta como persona —su rostro se tensó, y le dijo—: Todo esto es información confidencial, y no puedes contárselo a nadie.
—Genial, material para chantaje —dijo Paula, con una gran sonrisa.
Pedro volvió al restaurante justo antes de las cinco, y sonrió al entrar en la cocina y encontrarse con el familiar caos que precedía al fantástico menú de Paula.
—¿Qué tal va todo? —le preguntó casi gritando, para que le oyera a pesar del ruido.
—Genial —le contestó ella.
—Tu abuela ha venido y ha amenazado a Paula —comentó Zaira al acercarse a por dos ensaladas.
—Le advertí que me iría si se entrometía —masculló Pedro.
Paula sacudió la cabeza, como si estuviera advirtiéndole que se callara.
—Genial, ella aprieta las tuercas y tú te largas, y así tendremos que lidiar con ella nosotras solas —dijo Zaira, con una mueca de exasperación—. Muy varonil de tu parte, recuérdame que te llame si me surge cualquier urgencia —sin más, agarró otra ensalada más y salió de la cocina.
—Ni siquiera me he quitado el abrigo, y ya he perdido una batalla con ella —comentó Pedro.
—Zaira tiene un don para hacer que cualquier hombre se sienta incapaz de ganar contra ella. He intentado avisarte, pero ya era demasiado tarde.
—Pareces muy alegre, está claro que Gloria no ha causado demasiados daños.
—Me mantuve firme.
—¿A quién ha venido a ver?, ¿a tí o a mí?
—A mí.
—¿De qué quería hablar contigo?
—De lo de siempre, de lo importante que es ella y lo insignificante que soy yo. Entonces llegó Zaira y le comentó que se ha acostado con Federico y con Agustín, así que supongo que hemos acabado en empate.
—Recuérdame luego que le dé las gracias.
Después de ir a dejar el abrigo a su despacho, Pedro fue a comprobar cómo iba todo en el comedor. Tenían reservas hasta las nueve, lo que no estaba nada mal para un miércoles. Las mesas ya estaban llenas, y había varias parejas esperando en el bar.
—El comedor está controlado —le dijo a Paula, cuando volvió a la cocina—. ¿Quieres contarme la verdadera razón de que Gloria viniera a verte?