sábado, 20 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 18

Tina abrió la boca, y volvió a cerrarla.
—¿Por un cuarto de hora?
—Se te dejaron muy claras las reglas cuando entraste a trabajar aquí, firmaste una copia junto con tu solicitud. Si no se llama cuando se va a llegar tarde, la consecuencia es el despido —Pedro se inclinó, y tomó su cheque—. Te acompañaré a la puerta.
—No te molestes.
Tina agarró el cheque de malos modos, y se apresuró a marcharse. Pedro la oyó refunfuñar, pero la ignoró y volvió a sentarse justo cuando Paula entraba en el despacho.
—Parece que alguien no está demasiado contento, una de las camareras se ha ido hecha una furia.
—Era Tina, la he despedido.
—¿Porqué?
Pedro señaló hacia el reloj con la cabeza, y Paula se sentó frente a él con un suspiro.
—Yo también los despido si llegan tarde, es la única manera de que te tomen en serio. Hay que llamar para avisar, para que no me quede colgada. No puedo permitirme el lujo de estar siempre preocupada por si me va a faltar personal para la noche.
—Entonces, estamos de acuerdo.
—En esto sí, pero no te hagas ilusiones. He venido a quejarme —le dijo ella, con una sonrisa.
¿Por qué no le sorprendía? Paula se había ganado a pulso su fama de perfeccionista. Tres días antes, había ido a decirle que los arreglos florales olían demasiado, y que su fragancia interfería con el aroma de la comida. Ella siempre exigía la perfección, y no estaba dispuesta a conformarse con menos.
—¿Qué pasa ahora? —le preguntó.
—La carta de vinos es un asco.
—Estoy de acuerdo, pero estoy trabajando en ella.
Paula se inclinó hacia delante. Con su chaqueta blanca de cocina y el pañuelo que le sujetaba el pelo parecía profesional y muy femenina, y la combinación resultaba muy atrayente.
—Tengo un plan —le dijo ella, en voz un poco más baja.
—No me va a gustar.
—Eso no lo sabes aún —Paula miró hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que nadie más podía oírla, y entonces sonrió—. Asalta la bodega del Alfonso's. Envié a alguien a que echara un vistazo, y me ha dicho que es fabulosa.
—No pienso saquear uno de los restaurantes de mi familia.
—¿Por qué no? Nos traen sin cuidado, a nosotros sólo nos importa el Waterfront. Sólo tienes que ir y traerte la mitad del buen material. Los vinos que tenemos aquí son demasiado jóvenes, y ya sabes que a los clientes les encanta pavonearse con lo más caro. Vamos a perderlos, y también a los amantes del buen vino. Venga, Pedro, eres un hombre muy persuasivo, puedes hacerlo.
—Pero ni siquiera voy a intentarlo. Lee esto antes de empezar a insultarme.
Pedro le dio una hoja de papel que tenía encima de la mesa, y se reclinó contra el respaldo para esperar sus disculpas arrepentidas. Tras echarle una ojeada a la hoja, Paula levantó de nuevo la mirada hacia él y le preguntó:
—¿Qué ha pasado?
—Me enteré de que dos restaurantes iban a cerrar, y les compré sus listas de vinos. Ambas eran excelentes. Bueno, ¿qué ibas a decir?
—Eres el mejor —dijo ella, con una gran sonrisa.
—¿Y…?
Paula  suspiró, se reclinó en su silla y se llevó el dorso de una mano a la frente.
—Eres listo y divertido, y tengo tanta suerte de poder trabajar para ti… cielos, la excitación de estar sentada cerca de ti me corta la respiración.
—Claro, es normal.
Paula se enderezó antes de decir:
—De verdad, ha sido un golpe maestro. Estoy impresionada.
Pedro se sintió muy satisfecho al oír sus cumplidos. Paula  no se dejaba impresionar con facilidad, y no tenía ningún motivo para mostrarse especialmente amable con él.
Las cosas eran muy diferentes. Aunque le había gustado estar casado con Paula, ella no había sido demasiado fuerte en aquel entonces, y a él le había preocupado que algo la hiriera; sin embargo, por alguna ironía del destino, él había acabado siendo quien le había hecho más daño. Pero se había convertido en una mujer dura, y él admiraba su capacidad para asumir el mando.
Se preguntó si su matrimonio habría sobrevivido si ella hubiera sido así en el pasado, o si los secretos que él guardaba habrían acabado estropeando las cosas de todas maneras, y se dio cuenta de que probablemente habría sucedido lo último. Paula tenía una gran capacidad de perdón, pero dudaba que pudiera comprender la razón por la que él no podía arriesgarse a querer a otro hijo.
Ella se sacó una hoja de papel del bolsillo, y comentó:
—Si quieres, podemos quedar para mañana por la mañana, para hablar de las reservas de grupos. La idea no me parece mal, pero quiero empezar poco a poco. La cocina tiene que funcionar como un reloj antes de que podamos plantearnos servir a cincuenta personas al mismo tiempo.
—Había pensado que podríamos empezar con un grupo de confianza. El Daily Grind celebra una comida de entrega de premios anual en julio, y podríamos celebrarla aquí. Me han llamado para varios eventos más, dos en verano y tres en septiembre.
—Consígueme todos los detalles, y ya te diré lo que podemos hacer. No hay problema con los del verano, y cocinaré para la comida del Daily Grind siempre y cuando pueda salir un rato a mirar.
—¿Porqué?
—Por curiosidad profesional, es tu otra vida.
Pedro se preguntó por qué le interesaba su negocio, pero decidió acceder a su petición.
—Claro.
—Pero no podemos programar nada para septiembre.
—¿Por qué no?
—Porque no estaré aquí.
—¿En todo el mes? Imposible, el restaurante sólo llevará abierto cinco meses.
—Ya lo sé, pero pienso irme y no podrás impedírmelo —Paula levantó una mano para silenciarlo—. No es por propia elección, Pedro. Bueno, supongo que técnicamente sí que lo es. No me voy de vacaciones, estaré de baja por maternidad. Voy a tener un hijo.

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