miércoles, 24 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 42

—¿Qué te pasa? —le preguntó Pedro, después de unos diez segundos de silencio.
—Nada —contestó ella, manteniendo la mirada fija hacia delante.
—¿Tienes que ir al lavabo?, ¿quieres que me pare en algún sitio?
—¿Qué? —su tono de voz indicaba que se sentía insultada—. No.
—Pareces un poco intranquila.
Paula se removió inquieta en el asiento pero no le contestó, y Pedro consideró las posibles causas de su actitud, desde que lo odiara hasta tal punto que no pudiera soportar estar con él en el coche, hasta…
—¿Por qué estás nerviosa?, ¿es que hay algo que no le hayas contado a Federico?, ¿hay algún problema con el bebé?
—No, al menos que yo sepa. No sé… tengo miedo.
Pedro se arriesgó a que lo desmembrara, y alargó el brazo para tomarle la mano.
—Te entiendo. Ya has perdido un bebé, y te preocupa que esta vez también pase algo malo.
—Exacto —admitió ella, con un suspiro.
—No hay ninguna razón para pensar que existe algún problema, todo va a ir bien.
—Eso no puedes saberlo con seguridad.
—Y tú no puedes saber con seguridad que no tengo razón.
—Vale, a lo mejor tienes razón —dijo ella, antes de darle un ligero apretón en los dedos.
Pedro  notó que se relajaba un poco, y decidió mantenerla distraída.
—Federico me dijo que no quieres saber el sexo del bebé.
—¿Qué más te dijo?
—Estoy de acuerdo contigo —siguió diciendo él, haciendo caso omiso de su pregunta—. Hoy en día la vida ofrece muy pocas sorpresas.
—Venga ya, sólo lo dices porque piensas que voy a tener un niño. Típica reacción masculina, creéis que el mundo entero ansía tener un pene.
—Algo así —dijo Pedro, con una carcajada.
Dejaron el coche en el aparcamiento de varias plantas del centro médico, y entraron juntos en el edificio. La sala de espera era inquietantemente alegre y femenina y Pedro era el único hombre a la vista, pero se alegró de haber ido a pesar de su incomodidad, sobre todo cuando Paula se sentó a su lado y se aferró a su mano después de darle su nombre a la recepcionista.
—Puedes entrar si quieres —le dijo ella con voz atropellada, y con la mirada fija en el suelo—. Si oyes que comentan algo dímelo, quiero saberlo.
Pedro se volvió hacia ella, y le puso un dedo bajo la barbilla para hacer que lo mirara.
—Te lo prometo —levantó sus manos unidas, y besó sus dedos—. Relájate, todo va a salir bien.
—No afirmes algo que no puedes saber, y sólo estoy dejando que seas amable conmigo porque tengo miedo. Que te quede muy claro que aún estoy furiosa contigo.
—Vale, puedes ir imaginándote maneras de asarme vivo cuando salgamos de aquí.
Paula permaneció en silencio durante unos segundos, y finalmente dijo:
—Te agradezco que hagas esto.
—¿Por qué no iba a querer hacerlo?, no es para tanto.
—¿Qué crees que va a pasar? —le preguntó ella, mirándolo con atención.
A Pedro no le hizo ninguna gracia aquella pregunta, ni el brillo de sus ojos.
—Es una ecografía, van a ponerte una sustancia viscosa encima del vientre.
Al oír que la enfermera la llamaba, Paula se levantó y miró a Pedro muy sonriente.
—Lo siento, pero no vamos a hacerlo así.
—¿Qué otra manera puede haber para ver a un bebé? —le preguntó él con el ceño fruncido, mientras la seguía.
—Hacerlo desde dentro —contestó ella, con un cierto matiz burlón en la voz.
¿Desde dentro?, ¿cómo demonios podían hacerlo…?
—Dime que estás bromeando.
—¿Ibas a dejar que Federico viera esto? —preguntó Pedro. Paula estaba tumbada en una mesa, en una pequeña habitación llena de máquinas.
—Iba a quedarse junto a mi cabeza, que es donde tú vas a estar.
—Me parece bien, mejor que bien. De hecho, me siento muy feliz al saberlo —aunque hacía poco que había visto a Paula desnuda y que había tocado todo su cuerpo, no le hacía ninguna gracia presenciar un examen médico tan íntimo.
—Si empiezas a sentirte mareado, cierra los ojos y piensa en otra cosa —le dijo ella.
—Claro, qué fácil —refunfuñó él, justo cuando se abrió la puerta y entró la doctora.
—Buenos días. ¿Cómo estás, Paula?
—Bien. Nerviosa. Te presento a Pedro. Sólo es un amigo.
—Ya sé que no eres el padre, porque yo me ocupé de la fecundación in vitro. Yo soy la doctora Robins —la mujer le estrechó la mano a Pedro, y después centró su atención en Paula—. No te pongas nerviosa, sólo hacemos esta prueba para ver cómo está el niño. No hay ninguna razón para pensar que pueda haber algún problema.
—Ya lo sé, pero es que… ya sabes, lo que pasó la otra vez…
—Sí, te entiendo —la doctora le echó un vistazo a su informe, y después apartó la sábana de papel que cubría la mitad inferior de Paula—. Bueno, vamos a ver qué aspecto tiene tu pequeño.
Pedro se esforzó por ignorar lo que estaba pasando. Se mantuvo aferrado a la mano de Paula mientras escuchaba a medias la conversación e intentaba pensar en el restaurante, y cuando eso no funcionó, reflexionó sobre la pregunta del año sobre si los Mariners iban a entrar en la Serie Mundial. Como Federico ya no jugaba no tenía que preocuparse de lealtades divididas.
—Ahí estamos —dijo la doctora.
—Mira, Pedro… —susurró Paula.
Pedro  se volvió hacia el monitor, y vio algo que se movía. Sólo era un barullo de zonas más claras y más oscuras en el que no se distinguía nada, pero entonces la imagen se hizo más nítida.
—¿Es eso la cabeza? —preguntó.
—Sí. Ahí está… una cabeza, el torso… mirad, los brazos y las manos.
—Sólo hay dos de cada, ¿verdad? —preguntó Paula con ansiedad, mientras apretaba con fuerza la mano de Pedro.
—Sólo dos. Todo parece normal —la doctora presionó un botón, y la sala se llenó con los latidos del corazón del bebé.
Ver moverse al niño y oír su corazón fue una experiencia increíblemente profunda; hasta ese momento, Pedro no había asociado el embarazo de Paula con una nueva vida de carne y hueso. El primer embarazo se había truncado antes de que llegaran a aquella etapa, y en ese momento se dio cuenta de que, en cierta forma, tampoco le había resultado real.
Paula iba a tener un bebé, un bebé de verdad que iba a crecer, que iba a ser una persona de carne y hueso.
Bajó la mirada hacia ella, y al ver su sonrisa radiante y sus ojos inundados de lágrimas, se preguntó cómo podía estar tan segura de querer asumir aquella responsabilidad ella sola; sin embargo, la respuesta estaba muy clara, y era visible en el amor que brillaba en sus ojos. Ella siempre había querido tener hijos. Primero había querido tenerlos con él, y cuando él había metido la pata hasta el fondo, había decidido hacerlo con otro método a su alcance.
De repente, lo golpeó con una fuerza terrible la magnitud de lo que había perdido. Una esposa, una familia… los había tenido en sus manos, y los había dejado escapar. Paula lo había amado de verdad, y aunque él lo había sabido desde un punto de vista intelectual, hasta ese momento no lo había asimilado en lo más profundo de su corazón.
¿Por qué se había negado a creer?, ¿por qué no se había dado cuenta de todo lo que había dejado escapar? Ella le había acusado de dejar que se fuera sin una sola palabra de protesta, de no haberse sorprendido de que se marchara, y había tenido razón. Había esperado que lo abandonara desde el día en que se habían conocido.

2 comentarios:

  1. Wowwwwwwwwwwww, buenísima la maratón Naty. Qué bueno que Pedro la acompañó a Pau a la ecografía.

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  2. Gracias por la maratón! Muy buenos capítulos! Pero lo que va a tener que remarla Pedro si decide involucrarse en la vida de Pau y SU bebé!

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