miércoles, 24 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 38

—Quise hacerlo.
—Pues parece que no lo quisiste demasiado, porque nadie te lo impidió.
—Lo sé, y lo siento. Supongo que me avergonzaba lo que decía sobre mi carácter el hecho de que hubiera renunciado a mi hija. Fue una historia bastante típica: Alison, mi novia, se quedó embarazada, y aunque ella no quería quedarse con el bebé, yo sí. No tenía ni idea de cómo iba a arreglármelas, pero estaba dispuesto a intentarlo. Entonces Gloria se metió en medio, y me dijo que ella me ayudaría. Supongo que te imaginas lo que significó eso.
Paula sintió que le daba vueltas la cabeza. Un momento… ¿Pedro había querido quedarse con el bebé?, ¿había estado dispuesto a hacer lo que fuera por conservar a su hija? Se le hizo un nudo en el estómago, y creyó que iba a vomitar.
—No podía permitir que ella se hiciera cargo de mi hija, así que accedí a darla en adopción. Se acordó que los padres me mantendrían informado de cómo le iba, y que le hablarían de mí si ella les preguntaba sobre sus padres biológicos. Se han portado muy bien y me han ido enviando fotos y cartas a lo largo de los años, pero Camila no ha mostrado ningún interés por conocerme.
Pedro se detuvo durante unos segundos, y se inclinó un poco hacia delante antes de continuar.
—Tiene diecisiete años, va al instituto, es una chica guapa e inteligente y casi adulta. Es demasiado tarde para que pueda ser su padre, pero me gusta saber que le va bien.
Paula sintió ganas de salir corriendo de allí. Le dolía incluso respirar, y no podía pensar. Cada palabra era un golpe. Pedro quería mucho a aquella chica, podía verlo en sus ojos y oírlo en su voz; quería a Camila, pero no le había importado lo más mínimo que ella perdiera el bebé que esperaba y apenas había reaccionado ante su muerte.
—¿Es ella la razón de que no quisieras tener hijos conmigo? —le preguntó, apenas capaz de controlar el temblor de su voz.
—En parte. Aunque parezca una locura, me sentía culpable. No podía evitar pensar que no estaba bien que tuviera otro hijo a mi lado, después de haber tenido que renunciar a Camila.
—Porque ella era la que te importaba —susurró ella.
—Sí.
Paula intentó con todas sus fuerzas seguir respirando.
—Pedro, sabías que yo quería tener hijos, pero no me contaste nada de todo esto ni te molestaste en explicarme lo que pasaba. Todo lo que hiciste fue por Camila, pero ¿qué pasaba con nuestro matrimonio?, ¿es que no te importaba?
—Lo siento, sé que no estuvo bien que te lo ocultara.
Aquello no era lo más importante, y él no había contestado a sus preguntas.
—Pensé que sería capaz, que podría tener más hijos —añadió él, con aparente sinceridad—. Cuando te quedaste embarazada me alegré muchísimo, pero entonces pensé en el hecho de que estábamos formando una familia, y no pude quitarme a Camila de la cabeza. No sabía cómo reconciliar lo que había hecho en el pasado con la vida que tú y yo habíamos planeado, pero nunca quise hacerte daño.
—Pero me lo hiciste, porque cambiaste las reglas —Paula se levantó, y añadió—: Te alegraste de que perdiera el niño, ¿verdad?
Pedro se puso de pie de un salto.
—¡No!, ¡jamás! Quería que tuviéramos hijos.
—No es verdad. Cuando quise que volviéramos a intentarlo, me dijiste que habías cambiado de opinión y que ya no querías formar una familia. Pero eso no era cierto, ¿verdad? Sí que querías una familia, pero sólo si Camila podía ser tu hija. Ningún otro niño podía ser lo suficientemente bueno para tí.
—No, Paula. El problema era que me sentía culpable.
Sus palabras no tenían ningún sentido para Paula. De repente, se dió cuenta de que estaba llorando, y se apresuró a secarse las lágrimas.
—Tengo que saberlo todo, cuéntamelo. No quiero más secretos.
—No hay ninguno.
—¿Me querías al menos? Cuando me fui, cuando te amenacé con dejarte… lo hice para intentar captar tu atención, quería que despertaras y que te dieras cuenta de que nuestro matrimonio se estaba derrumbando, pero tú ni siquiera te sorprendiste. Dejaste que me fuera sin una sola palabra de protesta, y recuerdo que pensé que parecías aliviado. ¿Alguna vez me quisiste?
Paula necesitaba saberlo. A lo mejor se estaba equivocando y se arrepentiría después, pero en ese momento, aquella información le resultaba esencial.
Pedro se metió las manos en los bolsillos, y bajó la mirada.
—No estoy seguro de lo que sentía… —empezó a decir.
—Venga ya, al menos ten la decencia de decirme la verdad.
Él la miró, y admitió:
—No te quería como debería haberlo hecho. Tienes razón, estaba dividido entre lo que teníamos y lo que quería tener con Camila, por eso te dejé marchar.
Paula empezó a temblar con tanta fuerza, que pensó que se iba a desplomar. Aquello no podía estar pasando. Ella lo había amado durante todos los años que habían pasado juntos, lo había amado con toda su alma, y había tenido el corazón lleno de proyectos de futuro. Le había confiado su corazón, su vida, todo su ser.
—Lo siento —añadió Pedro—. Sentía cariño por tí…
—Me aseguraré de aferrarme a eso.
Paula se levantó de golpe y fue hacia la puerta, pero él la agarró del brazo.
—No te vayas así.
Ella se zafó de su mano, y contestó:
—¿Cómo se supone que debería irme?, acabas de decirme que nuestro matrimonio no significó nada, que no quisiste tener hijos conmigo porque no podías superar el hecho de haber renunciado a tu primera hija. Pedro, ¿es que los padres de Camila son tan horribles?, ¿la maltratan de alguna forma?
—¿Qué? No, son unos padres fantásticos.
—Entonces la única razón de tu sentimiento de culpa es tu egoísmo. No te importa lo que sea mejor para tu hija, y yo tampoco te importé nunca; sólo te preocupan tus propios sentimientos. No sé a qué estabas jugando, pero lamento haber tardado tanto en dejarte. No puedo creer cuánto tiempo desperdicié.
Y que aún seguía desperdiciando. Y pensar que se había acostado con él, que lo había deseado… que había empezado a pensar que él era uno de los buenos.
—No lo entiendes —le dijo él.
—Yo creo que sí. No pudiste perdonarte a tí mismo por renunciar a tu hija, aunque fuera lo mejor para ella. Fue decisión tuya vivir lleno de culpa en vez de tener una vida de verdad, pero me engatusaste con mentiras y con promesas que no pensabas cumplir. Para tí era un juego. Yo te lo entregué todo, y tú sólo estabas jugando.
—Estás muy equivocada —protestó él.
—No, no lo estoy. Pedro, eres un *******. Te perdiste la oportunidad de tener algo fantástico conmigo. No sé si le tienes miedo al amor o si simplemente eres tonto, lo único que sé es que tuve mucha suerte de poder liberarme de tí.
Agustín estaba sentado en una esquina del bar de Federico, disfrutando del ambiente. Desde que había regresado a Seattle, su vida se había vuelto demasiado tranquila; el ejército era un ambiente ruidoso, y después de quince años, se había acostumbrado a los sonidos de la guerra.
Se había pasado el día navegando por Internet, buscando listas de alumnos de la zona de Seattle; de momento había conseguido localizar a Ben en dos institutos diferentes durante dos años, así que aún le quedaba trabajo por hacer.
Bebió un trago de cerveza, y al dejar la botella en la mesa, vió entrar en el bar a una morena alta y curvilínea. Con los tacones alcanzaba más de un metro ochenta, llevaba un suave jersey que se ajustaba a sus curvas y unos pantalones negros de cuero que revelaban al detalle la parte baja de su cuerpo.
Agustín se la imaginó desnuda, con la cabeza echada hacia atrás y el pelo ondeando a su espalda mientras se movía montada sobre él, y cuando su cuerpo se excitó ante aquella imagen mental, supo que no le iba a resultar fácil serenarse.
Se dijo que no debía pensar en ella o en el sexo, aunque ambos conceptos estaban unidos. ¿Sería por lo que sabía de ella, o por la mujer en sí? ¿Acaso importaba?
La vio recorrer el bar con la mirada, esperó a que sus ojos se centraran en él y entonces sonrió. Aunque no lo hacía con frecuencia, sabía cómo curvar la boca en una clara invitación. Quizás alguien más inocente no lo entendería, pero estaba seguro de que Zaira era muy lista.
Ella enarcó una ceja, y se acercó a él sin apartar la mirada. Sus ojos prometían que iba a hacerle pasar un rato muy bueno, y Agustín sintió una oleada de anticipación que lo tensó aún más y le hizo plantearse barrer la mesa con el brazo y poseerla allí mismo.

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