lunes, 22 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 29

El viernes, Paula llegó al Waterfront poco antes de las siete de la mañana.
—No hay derecho —murmuró, antes de bajar del coche y dirigirse a toda prisa hacia la parte trasera del edificio.
Ni siquiera había tenido tiempo de ducharse, y como ya no podía tomar cafeína por el embarazo, una buena ducha era su único recurso para despejarse por la mañana.
—Ya lo sé, ya lo sé —dijo Zaira, que estaba esperándola junto a la puerta—. Te tocaba dormir hasta tarde y lo siento, pero pensé que querrías ver esto.
Las dos amigas se iban turnando para llegar al restaurante antes del amanecer, a controlar la llegada de los pedidos.
—¿No habría que parar eso? —dijo Paula, al ver el agua que salía por la puerta trasera.
—Estamos en ello —contestó Zaira, con una pequeña sonrisa nada convincente—. Primero se rompió la tubería, y después la llave de paso. Entonces decidí tirar parte de la pared para ver si había otra manera de parar el agua.
—¿Y…? —la instó Paula, con la sensación de que la historia no tenía un final feliz.
—Ratas.
Paula retrocedió un paso y se estremeció.
—¿Ratas?
—Un montón. Está claro que el exterminador ha estado cumpliendo con su trabajo, pero aún quedaba un nido.
—Genial.
Era demasiado pronto para lidiar con un montón de roedores. Paula hizo ademán de ir hacia la cocina, pero Zaira la agarró por el brazo y le dijo:
—Aún hay más.
—No basta con una tubería rota, la imposibilidad de parar el agua que inunda mi cocina y las ratas en las paredes, ¿no?
—No hemos recibido el pedido de fruta y verdura, porque el camión ha sufrido un accidente junto con tres vehículos más. No ha habido heridos, pero…
—Algo me dice que las lechugas no sobrevivieron dijo Paula.
—Eso parece.
—Genial —aquella noche tenía varias reservas para su nueva especialidad del chef—. Esta noche tenemos tres grupos de diez, Zaira.
Su amiga asintió.
—Y mataría por tener cilantro, pero resulta que nos hemos quedado sin él.
—Sí, ya lo sé. Lo siento de verdad. Paula se acercó a su amiga, y le dio un abrazo. —Tú no tienes la culpa, habrá que llamar a la tropa —sacó su móvil y marcó el número de Pedro; cuando él contestó, le dijo—: ni te imaginas lo que ha pasado —después de explicarle la situación, añadió—: Zaira ya ha llamado al fontanero, pero hay que hacer algo con las ratas, porque no puedo ni verlas.
—Voy a llamar al exterminador, y enseguida voy para allá.
—Genial. Oye, por casualidad no tendrás algo de cilantro, ¿verdad?
—No. ¿Quieres que me pare a comprar un poco?
—No, llamaré a la empresa que nos sirve la verdura para ver lo que pueden hacer. Aunque no podrán servirnos lo mejor, eso se ha quedado tirado por la carretera.
—Este negocio es fantástico —comentó Pedro.
—Al menos no es aburrido. Hasta luego —Paula colgó, y se volvió hacia Zaira—. Pedro está de camino, va a ocuparse de lo de las ratas —echó un vistazo hacia la puerta, y dijo con voz vacilante—: ¿Tengo que entrar ahí dentro?
—Las ratas se han escondido, no te preocupes por ellas.
—Vale.
Paula se dijo que sólo eran unos ratoncitos realmente grandes y feos, y que a ella le gustaban los ratoncitos, porque le recordaban a la Cenicienta; sin embargo, no pudo evitar estremecerse. Al entrar en el local, se metió hasta los tobillos en el río que recorría su cocina.
—El fontanero ya viene de camino, ¿verdad?
—Seguro que no tarda nada en llegar.
—Bien.
Estaba claro que no iban a poder hacer nada mientras aquello durara, y que el suelo iba a tardar un poco en airearse cuando consiguieran parar el flujo de agua. Y aquella noche estaban al completo, porque tenían tres grupos de diez además del resto de reservas.
Al menos su despacho estaba seco, se dijo al quitarse el abrigo.
—Tenemos pescado, algo es algo —comentó Zaira, esperanzada.
Paula llamó a la empresa de verdura; el encargado le enumeró todo lo que les quedaba disponible, y ella la cotejó con lo que les había pedido en un principio.
—Enviamelo —le dijo. Después de colgar, se apresuró a escribir otra lista y se la dio a Zaira—. Necesito todo esto para la una, pero antes de que te vayas, será mejor que pensemos en un nuevo especial para esta noche.
Una hora después, habían conseguido planear un nuevo especial y un menú modificado. Cuando Jaime, el segundo chef, entró en la cocina, observó la situación y dijo con una expresión de seguridad muy masculina:
—Se ha roto una tubería.
—Caramba, Jaime, muchas gracias. No sabíamos qué significaba tanta agua —dijo Zaira,con una sonrisita burlona.
Jaime sonrió, y comentó:
—Estás de mal humor, ¿es que tienes problemas con un hombre? Yo me llevo fenomenal con todos los míos, me adoran.
—No me extraña —le dijo Paula—. Nos alegra saber que has pasado una buena noche, pero será mejor que nos pongamos manos a la obra.
Zaira se acercó a Jaime, y apoyó la barbilla en su coronilla.
—Yo tampoco tengo problemas con mis hombres, pequeño amigo mío.
En ese momento, un desconocido asomó la cabeza por la puerta trasera.
—Hola, soy el fontanero, parece que tienen una tubería rota —les dijo, con una sonrisa.
Como era musculoso, joven y guapo, Paula no se sorprendió al ver que Zaira se apresuraba a acercarse a él.
—Ya me ocupo yo —dijo su amiga.
—Sí, claro —comentó Jaime—. Parece muy inocente, trátalo con cuidado.
Paula miró su reloj, y comprobó que apenas eran las ocho de la mañana. No quería ni pensar en el día que tenía por delante, y se preguntó si tendría tiempo para escaparse a casa y dormir un rato. Sólo necesitaba un par de horas de sueño; además, tampoco iba a hacer nada más interesante en la cama… al parecer, se había convertido en una mujer asexuada.
Hizo caso omiso de las bromas entre Jaime y Zaira, al darse cuenta de que ni siquiera se acordaba de la última vez que había estado con un hombre… desnuda, claro. No recordaba la última vez que había estado piel contra piel con un hombre disfrutando de los besos, de las caricias, del fantástico momento del clímax.
—Qué injusticia —dijo, aún asombrada ante la súbita revelación que había tenido—. Todo el mundo tiene una vida sexual, menos yo.
Sus dos asistentes se volvieron hacia ella y se la quedaron mirando atónitos, y el fontanero pareció un poco incómodo.
—Eh… ¿podría decirme alguien dónde está la tubería rota?
Zaira le dio a su amiga unas palmaditas de solidaridad en el hombro, y después salió con el joven.
—Podrías acostarte con alguien si quisieras —comentó Jaime.
Paula aceptó el comentario, consciente de que había sido fruto de un ánimo de generosidad.
—Estoy embarazada. Créeme, nadie quiere verme desnuda.
—Au contraire. Para muchos hombres, la exuberancia y la plenitud de formas de una mujer que florece son muy atrayentes.
—¿Quién florece? —preguntó Pedro, al entrar en la cocina. Llevaba una bolsa en una mano, y un trasportín de animales en la otra.
—Paula. Está preocupada porque no tiene vida sexual —dijo Jaime—. ¿Qué llevas ahí?, ¿un perro? No quiero perros en mi cocina, largo de aquí —señaló hacia la puerta, como si esperara que Pedro le obedeciera.
Con las mejillas rojas como tomates, Paula sabía que no tendría esa suerte. Las cocinas eran lugares ruidosos y sin cohibiciones donde nadie tenía secretos y cada debilidad se convertía en un blanco ideal, era algo que sabía y que aceptaba, pero ¿por qué había tenido que enterarse Pedro del lamentable estado de su vida sexual?, ¿y por qué estaba sonriendo de oreja a oreja su ex marido?

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