jueves, 11 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 52

Imaginó que también él recordaba. El modo en que la miraba, con hambre en los ojos, hizo que pensara que tenía en la mente lo que habían compartido antes de la traición. Se ruborizó.
¿No te sientes solo alguna vez? –preguntó en voz baja.
-Tengo amigos.
No era lo que quería saber. Pero se recordó que en cuanto encontraran a Delfina, no tenía ni idea de si volvería a verlo. La idea le provocó un nudo en el estómago y renovó su determinación de mantener la distancia emocional.
Apartó la copa de brandy y dijo: -Bueno, ya estoy lista.
-¿Lista? -repitió, al tiempo que enarcaba una ceja.
-Para investigar el cobertizo -explicó, decidida a no dejar que la provocara. -Oh, eso.
¿Qué habría pensado? ¿Que con un poco de brandy encima iba a estar dispuesta a saltar sobre él? Bueno, quizá sí, pero Delfina tenía prioridad.
-La temperatura sigue bajando -comentó cuando salieron. El jersey estaba guardado en la mochila robada-.Y huele a lluvia -nada más terminar, un retumbar en la distancia recalcó la observación.
-Entonces, será mejor que nos demos prisa - indicó Pedro, tras lo cual guardó un extraño silencio.
Subieron por Milwaukee y luego cortaron hacia las vías de tren elevadas Al entrar en el paso subterráneo que los llevaría al lado norte, Paula dijo:
-No sé -no veía ninguna abertura, ningún modo de entrar en la propiedad del ferrocarril. O bien había una cuesta muy empinada o bien estaba protegida por una alambrada-. Creo que puede haber sido un viaje inútil.
Y la lluvia no tardaría en hostigarlos. Los truenos retumbaron más cerca y los relámpagos atravesaban el cielo.
-Paciencia -le pidió Pedro.
Jose había tenido razón acerca de las nuevas construcciones, pero Pedro no dejó que eso lo detuviera. Rodeó una casa medio completada y luego los cimientos de una segunda. Y Paula lo siguió, preparándose en todo momento para la decepción.
-Por allí -indicó él, yendo hacia un árbol grande que cortaba la alambrada.
Antes de que ella pudiera comentar que la supuesta abertura no parecía lo suficientemente grande, se apoyó en un saliente del árbol y luego se deslizó entre la corteza y el acero, tal como Jose les había contado que habían hecho muchas veces Delfina y ella. Pero con su tamaño, apenas lo consiguió.
A Paula le resultó más fácil de lo que ella misma había pensado.
Las manos de Pedro se cerraron en torno a su cintura y la ayudó a bajar. Una vez en el suelo irregular, no la soltó de inmediato. Permanecieron allí, mirándose,  y Paula se vio atrapada por el momento. La tensión palpitó por su cuerpo y no se dio prisa por separarse. Los pensamientos sobre otra noche juntos le desbocaron el corazón.

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