domingo, 14 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 67

-Vamos, entonces.
Ninguno de los dos dejó de estar atento a la posibilidad de ver a Delfina.
-No paremos -dijo él al llegar al centro de la pista-. Por allí, hacia la escalera.
Se movieron entre cuerpos que daban vueltas y se frotaban entre sí, pero el hechizo sexual comenzó a evaporarse... sustituido por otra cosa. Algo más insidioso que le puso de punta el vello de la nuca. La sensación de que estaban siendo vigilados.
Pero sin importar la intensidad con que Pedro escrutó la zona a su alrededor, no fue capaz de discernir por quién.
En el almacén hacía calor y Paula tenía sed, de modo que comenzó a dirigirse hacia el bar. Aunque Pedro la siguió sin cuestionarlo, parecía distraído, sin duda buscando a su hermana.
Ni siquiera pudo llegar directamente al bar. Tenía tres filas de chicos por delante.
-¿Cómo consigo algo para beber? -gritó.
-Magia -repuso un joven grande y atractivo. Alargó la mano entre la multitud y extrajo un vaso-. Ponche mágico, para ser específico -extendió un vaso de plástico con lo que parecía un líquido de un rojo claro.
Pedro se lo quitó de la mano.
-La dama quiere un refresco -gritó.
Pero antes de que llegara, Paula  se vio distraída por un destello de pelo rubio y un rostro familiar cerca de la pared del fondo.
-¡Delfina! -¿La has visto? -¡Allí!
Pero justo cuando señalaba, la multitud se tragó a su hermana. Asustada, se lanzó hacia delante y se abrió paso entre unos cuerpos encendidos y sudorosos .El corazón le martilleaba en el pecho. «¡No dejes que desaparezca!».
Llegaron a la salida, que estaba abierta para permitir la entrada de aire fresco.
-Quizá salió al callejón -indicó Pedro, rodeándole la cintura con el brazo y abriéndose camino entre la gente que bloqueaba la puerta abierta.
-¿Quieren un sello? -preguntó un chico con el pelo verde-. Necesitarán uno si quieren volver a entrar.
-Sí, claro -Pedro extendió la mano, pero se esforzaba por mirar hacia atrás.
“¿Qué diablos está buscando?”, se preguntó Paula.
Le pusieron un sello en la mano y dejó a un Pedro distraído atrás en su afán por alcanzar a Delfina. Un grupo de chicos había salido al callejón para charlar o besarse. Con el temor de que su hermana hubiera desaparecido, la dominó el alivio al verla apoyada contra un contenedor, coqueteando con un chico.
Paula  la alcanzó en ese momento. Lo agarró del brazo pero no dijo nada. Se hallaban a sólo unos metros cuando Delfina alzó la vista y los vio. Exhibió una expresión de pánico, trató de correr, pero el chico la retrasó lo suficiente como para que Paula llegara hasta ella y la envolviera en un cálido abrazo.
--Pepi, Dios mío, no sabes lo preocupada que he estado por tí.
Se sintió gratificada cuando ella le devolvió el abrazo y el chico se perdió en la noche.
-Lo siento, Pau -bajo la luz del callejón, tenía los ojos acuosos, como si quisiera llorar-. No era mi intención preocuparte.
-Ya ha pasado -retrocedió, pero sin soltar a su hermana-. Basta de huir. Vendrás a casa conmigo y solucionaremos todo lo que sea necesario solucionar.
-No puedes arreglarlo, Pau. Ni siquiera tú puedes cambiar las cosas, esta vez no -fue la respuesta críptica de Delfina-.Y no voy a ir a casa. No puedo.
-Entonces, iremos a un hotel. Nos conseguiré un apartamento...
-¡No! -se soltó y emprendió la carrera.
-¡Espera! -gritó Paula, siguiéndola.
Pero un par de chicos aparecieron en su camino y uno la agarró por la cintura para ponerse a bailar con ella.
-¡No dejes que escape! -le gritó a Pedro.
Entonces, de las sombras, salió un hombre vestido de negro, que sujetó a Delfina y la arrastró a un pasadizo.
-¡Pepi!-chilló Paula mientras Pedro  pasaba a su lado a toda velocidad en pos de ella.
No podía creer que hubiera conseguido a la mocosa delante de las narices de la mismísima fulana.
-¡Suéltame! -gritó Delfina, debatiéndose-. ¡Para!
Se detuvo lo suficiente para darle una bofetada y lanzarla contra la pared de ladrillo.
-Cállate o recibirás más -luego reanudó otra vez la marcha, tirando de ella.
-¡No! -gritó, sin tratar de luchar-. No diré nada... de verdad, no lo haré. ¡Lo prometo! ¡Ni siquiera volveré a casa, jamás!
-No, no lo harás -convino, pasando el dedo pulgar por el cuchillo que llevaba en el bolsillo-. Jamás...

No hay comentarios:

Publicar un comentario