sábado, 20 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 17

Lo había dejado en un último intento desesperado de conseguir que admitiera lo importante que ella era para él, pero le había salido el tiro por la culata. En vez de ir a buscarla, él la había dejado marchar y había decidido que lo mejor era que se separaran de forma permanente.
—Fue hace tres años, ¿tiene alguna importancia a estas alturas? —le dijo.
—Probablemente no. Por cierto, hablando del pasado… el otro día me contaron una historia muy interesante sobre ti.
—¿Quién te la contó?
—Gloria.
—Entonces, lo más probable es que no sea cierta.
—Me dijo que habías apuñalado a uno de tus cocineros cuando se negó a obedecerte.
Paula se echó a reír.
—Sí, es verdad —se rió con más fuerza al ver la expresión de Pedro, y al final admitió—: bueno, más o menos.
—¿Qué pasó?
—El tipo empezó a tocarme las narices, porque no le hizo ninguna gracia que me hubieran ascendido a mí y no a él. Ya sabes cómo son los hombres en la cocina, cada palabra es un juramento y todo es un tira y afloja de poder. El tipo me fue presionando y me toqueteaba cada vez que tenía ocasión, así que le dije que si no dejaba de hacerlo, yo le pararía los pies de plano.
Paula se detuvo al ver que Pedro se tensaba, y añadió:
—No te pongas en plan machito conmigo, Pedro. Te lo digo muy en serio. Yo me ocupé de él.
—¿Cómo?
Aquella simple palabra estaba cargada de furia. Pedro estaba con las manos apretadas en dos puños, y parecía a punto de enfrentarse al mundo.
Aquella reacción era la típica de un hombre al ver a una mujer en apuros, y a Paula le gustó saber que él seguía siendo uno de los buenos, aunque no fuera el hombre adecuado para ella.
—No tenía ningún plan en concreto. Un día estaba cortando pollo, y cuando alguien me llamó, me volví justo cuando el tipo se acercó a mí. Era una cocina pequeña, y estaba abarrotada. En fin, yo tenía el cuchillo en la mano, y alguien me dio un empujón en la espalda; me caí hacia delante, y el cuchillo penetró limpiamente entre sus costillas.
Paula se encogió de hombros, y siguió diciendo:
—No le di a nada vital, pero aunque le dije a la policía que había sido un accidente y todo el mundo me dio la razón, todos los que trabajaban en la cocina pensaron que lo había hecho a propósito, incluido él.
—¿Qué pasó cuando volvió al trabajo?
—Que empezó a llamarme de usted.
—Bien hecho —dijo Pedro, con una sonrisa de oreja a oreja—. Ahora tienes fama de ser una jefa muy dura.
—Lo que tengo es fama de ser una zorra peligrosa capaz de sacarle un ojo al primero que me lleve la contraria, y me gusta. Me facilita el trabajo. ¿Quién se lo habrá contado a Gloria?
—Ella se entera de todo.
—Ah, así que tiene una red de espionaje envidiable.
De repente, Paula se dio cuenta de la quietud que los rodeaba. La única persona que aún seguía en el local era el limpiador que estaba trabajando en el comedor. Era tarde y estaba cansada, así que se sentía vulnerable frente al encanto de Pedro. Al darse cuenta de que estaba pisando terreno peligroso, decidió que era hora de volver a casa.
—Es bastante tarde —comentó Pedro.
—Sí, eso mismo estaba pensando yo.
—Vete si quieres, ya cierro yo.
—Vale.
Cuando Paula se bajó del mostrador, Pedro se acercó a ella. Era uno de esos momentos en que el sentido común parecía más que sobre valorado.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.
—En nada.
—Mentirosa.
Paula sonrió a pesar de la tensión que flotaba en el ambiente.
—Sí, pero al menos soy mona.
Se fueron acercando hasta que estuvieron a punto de tocarse, y de repente se encontraron el uno en brazos del otro y sus bocas se unieron.
A Paula se le pasaron varias cosas por la cabeza, pero la principal fue que aquel hombre aún besaba como el mismísimo demonio. Sus labios sólo presionaban contra los suyos en una suave caricia, pero aun así, sintió que la recorrían estremecimientos de ardiente deseo; además, sus pechos estaban tan sensibles, probablemente gracias a la mezcla de la abstinencia y del embarazo, que seguramente alcanzaría el orgasmo sólo con que él le acariciara los tensos pezones.
Quería rodearlo con sus brazos y dejarse llevar, quería meterse dentro de él y ver hasta qué punto podían llegar a fusionarse en un solo ser, pero de repente un pensamiento penetró en su cerebro: aquello no era una buena idea.
Quería que lo fuera, pero no era así. La gente inteligente no se involucraba con sus ex maridos en el trabajo, ni siquiera con los que iban a quedarse cerca durante unos meses.
Paula  hizo acopio de todas sus fuerzas, y retrocedió un paso.
Los brazos de Pedro parecían muy tentadores, y a ella le habría encantado apretar su cuerpo hambriento de sexo contra el de él, pero ¿qué pasaría después?, ¿acaso se estaba planteando realmente acostarse con él? Dejando aparte el hecho de que trabajaban juntos, sabía que su secreto saldría a la luz en cuanto él la viera desnuda; aunque podía ocultar su embarazo con las camisas holgadas que se ponía, sin ropa era obvio que estaba esperando un hijo.
No era precisamente la mejor manera de decírselo a Pedro.
—Aún lo tienes —dijo él en voz baja, mientras la miraba con los ojos dilatados.
—Y tú también.
—No es buena idea. Mezclar trabajo y…
—Exacto. Bueno, supongo que será mejor que… eh… que me vaya.
Paula fue a su despacho a por su bolso y sus llaves, y al volver se despidió de él.
—Hasta mañana.
Pedro la acompañó hasta la puerta trasera.
—Ven más tarde, yo estaré aquí a las siete para comprobar el pedido. Te llamaré si hay algún problema, pero si todo va bien, podrás dormir un poco más.
La oferta era demasiado tentadora para rechazarla.
—Gracias. Tendrás que comprobar el pescado, así que huélelo. Si no huele a nada, es que está bien.
—Paula, sé cómo hay que comprar pescado, ya lo he hecho antes —le dijo él, con una sonrisa.
—Si tú lo dices.
Paula vaciló por un momento. De repente quería algo más, pero no estaba segura de qué se trataba. ¿Una conexión?, ¿zanjar las cosas? Fuera lo que fuese, Pedro y ella ya habían tenido una oportunidad, y la habían fastidiado del todo. No había vuelta atrás.
Dos semanas más tarde, Pedro comprobó las cifras por segunda vez, y entonces lanzó el informe al aire.
—¡Caramba, somos muy buenos! —exclamó.
Ya estaban un treinta por ciento por encima de las estimaciones de ingresos. Los beneficios sólo estaban en el dieciocho por ciento, pero eso era porque Paula insistía en servir grandes porciones de ingredientes muy caros. Y por mucho que a él le costara admitirlo, ella tenía razón.
Al oír que llamaban a la puerta, levantó la cabeza, y le hizo un gesto a la mujer que esperaba allí para que pasara. Tina aún estaba en ropa de trabajo, tenía el bolso y el abrigo colgando del brazo y la tarjeta para fichar en la mano.
—¿Querías verme? —le preguntó.
En vez de indicarle que se sentara, Pedro se levantó y señaló hacia el reloj que tenía en la pared.
—¿Puedes decirme qué hora es?
—Las cinco y cuarto.
—Exacto. Tu turno empieza a las cinco en punto.
—Ya lo sé, pero había mucho tráfico —dijo ella, con un profundo suspiro.
Cada noche tenía una excusa diferente.
—Ya conoces las normas, Tina. No se permite llegar tarde de forma injustificada. O nos llamas para avisar, o llegas a tu hora.
—¿Estás de broma?, ¿estás enfadado porque he llegado un cuarto de hora tarde?
—No estoy enfadado, pero tú estás despedida.

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