miércoles, 31 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 54

En aquél momento, se iluminó la entrada de la casa, Pedro maldijo y se alejó y Paula lo imitó. Él sabía que Miguel los había visto y salió del coche.

—Miguel,  ¿Cómo estás? —saludó cortésmente y sólo Paula supo que estaba tan tenso, pero vió a otro hombre que salía al pórtico y el estómago se le hundió al reconocerlo. Era David.

—¡Dios mío! —exclamó.

—Tienes visita, Pau—le indicó su padre, pero tampoco parecía entusiasmado por la llegada de David.

Pedro tuvo que soportar las presentaciones de Miguel y no sonrió. Pero como David había visto a Paula, no le importó la frialdad de Pedro.

—Cariño —exclamó y corrió hacia ella.

Paula no tuvo más remedio que dejarse abrazar y besar por él. El beso de David dejaba mucho que desear, pero ella supo que en parte se debía a su propia falta de respuesta. No soportaba que la tocara y se quedó con los ojos abiertos, mirando a Pedro con una tristeza profunda. Éste no soportó más, no quiso entrar a la casa y volvió a! coche.

—Buenas noches —lo miró a todos y Paula tuvo que ver cómo se iba, mientras David le rodeaba los hombros con un brazo.



Dos días más tarde, Paula estaba sentada en la cama del cuarto de su abuela, mirando cómo su madre revisaba el contenido del armario. Aunque no quería ayudar a su madre a clasificar las cosas de la abuela, le daba un pretexto  para alejarse de David. Y no había podido hacerlo con frecuencia en los dos últimos días. En cuanto ella bajaba a la cocina, David ya estaba despierto. Aunque ella apreciaba que él hubiera ido a buscarla para llevarla a Estados Unidos, habría preferido que fuera menos exigente. Le avisó que se iría al final de la semana y eso pensaba hacer. Necesitaba estar sola y él no se lo permitía. La verdad era que  deseaba que  no estuviera en la granja. Fue muy educado con los señores Chaves y hasta Miguel tuvo que aceptar que era un hombre sincero, aunque sus costumbres lo irritaran un poco. Pero no lo quería en la granja porque así no podía ver a Pedro. Aun así, reconocía que necesitaba dejar de hacer tonterías con Pedro. De no ser porque David llegó, estaba segura de que las cosas habrían empeorado. Cada vez lograba resistirse menos a Pedro y había veces en que no sabía qué era peor: la tristeza de él, o su propio tormento.

—Creo que casi todo puede venderse en el bazar de la iglesia —comentó su madre, sacando varios chales del armario y poniéndolos en la cama—. Sé que le gustaría a la esposa del vicario y estoy segura de que eso es lo que tu abuela hubiera querido, ¿No te parece?

—¿Qué? —Paula salió de Su cavilación y miró la ropa—. Ah, este... sí — contestó sin saber qué decir.

—¿Qué te pasa, Pau? —suspiró la madre—. Me tienes muy preocupada. Pensé que te agradaría que el señor Randall estuviera aquí, pero no estás contenta, ¿Verdad?

—Se llama David—contestó Paula, evadiendo la pregunta.

—Prefiero llamarlo señor Randall —declaró—. No lo conocemos, Pau. Es tu amigo, no nuestro. No nos has dicho cuáles son tus planes. Si llegas a casarte con él, lo aceptaremos como a un miembro de la familia, pero, hasta que eso no ocurra...

—No te gusta, ¿Verdad?

—No he dicho eso. Casi no lo conocemos...

—Pero no te agrada lo poco que conoces —insistió Paula.

—No. Quiero decir, sí. Eso no es lo que estoy diciendo —se exasperó la señora—. Pau, lo que pasa es que no estamos acostumbrados a sus hábitos. ¿A quién se le ocurre comer yogurt a la hora del desayuno, por ejemplo? ¿Qué tiene de malo comer pan con mermelada a la antigua usanza?

—No hay nada de malo en el pan con mermelada —tuvo que reír—. Lo que pasa es que nosotros no comemos pan integral y David sí. Además de que la mermelada que haces tiene mucha azúcar.

—Bueno... —hizo un gesto elocuente y volvió al armario—. Parece que a tu padre no le ha hecho el menor daño y el marido de Delfina dice que es la mejor mermelada que ha comido en su vida.

—Lo es —se encogió de hombros—. Lo que pasa es que así es David. Para él es muy importante su dieta.

—Bueno, yo siempre he pensado que cuando se está como invitado en casa ajena, se debe hacer un esfuerzo por adaptarse —replicó la madre, hurgando en un cajón—. Lo que me recuerda que la señora Davis me ha dicho que le ha pedido que le cambie las sábanas todos los días. ¿Hace eso en su casa?

—Creo que sí —alzó los hombros—. Entonces, ¿No te gusta?

—Bueno, no estoy encantada de la vida con él —hizo una mueca—. Pero es un hombre que no tiene nada de malo —suspiró—. Tú eres quien tiene que decidir si es el hombre al que amas. Tu padre y yo no podemos entrometernos en este asunto.

—Pero, si yo me casara con él...

—Serían bienvenidos en esta casa y lo sabes —la interrumpió la madre— . Igual que lo son Delfi y su esposo. Y ésa es otra cosa. No he recibido noticias de ella. Espero que esté bien, pues el bebé ya está a punto de nacer.

Paula dudó. Le habría gustado preguntarle a su madre qué clase de hombre le gustaría para yerno, pero no tuvo el valor. Siempre pasaba lo mismo, cada vez que se presentaba la oportunidad de aclarar la verdad,  siempre se retraía. Sabía que otro infarto tendría consecuencia fatales y no quería tener eso en la conciencia.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 53

—Pero si él había hecho todo lo posible —protestó Paula.

—Lo sé —exhaló—. Pero no era suficiente para él y desde entonces, ha hecho todo lo posible para que las cuadras sigan funcionando.

—¿Hasta vender parte de las tierras de Rycroft?

—Hasta eso. Pero no las granjas hasta ahora. No te preocupes —la advirtió Pedro—. No venderá la granja de tu padre si puedo evitarlo. He logrado convencerlo de que ya no puede hacer más por las cuadras. Y supongo que por eso Cande fue a verte. Tu regreso fue muy oportuno en lo que a ella se refiere.

—¿Porqué?

—¡Pau! —exclamó—. Sabe y siempre lo ha sabido que eras la única persona que podría convencerme de que me divorciara.

—De todos modos...

—Pau, lo haría por un precio, ¿Entiendes? Sería un divorcio amistoso, por un precio. Con un pago por adelantado. Sin hacer preguntas.

—Pero de todos modos podrías divorciarte, ¿No? No vivís juntos.

—¿Puedes probarlo? —inquirió triste—. A la primera insinuación de que yo me divorciaría de ella, Candela volvería de inmediato a Rycroft. ¿Y crees que mi padre la detendría? Por supuesto que no.

—Pero podrías marcharte de Rycroft.

—¿Y dejar a mi padre solo a merced de las maquinaciones de Candela? Claro que no. Sabe muy bien que me tiene atrapado con lo del divorcio. Tu vuelta ha sido una bendición para ella.

—¿Por qué? —gimió Paula y él gruñó.

—¿Por qué crees? ¿Por qué estamos sentados aquí ahora, hablando de esto? Porque no queremos que esta noche acabe.

—No...

—Sí —la interrumpió, pero sin tocarla—. Por eso esta situación es insoportable.

—No —se alejó lo más que pudo—. Te equivocas, Pepe...

—¿Ah, sí? —la miró fijamente—. Si te tocara ahora, ¿Me detendrías? ¿Me detuviste acaso el día en que tu abuela fue enterrada?

 —Eso fue diferente.

—¿En qué?

—Bebí demasiado jerez.

—Hoy también has bebido demasiado.

—Pepe, basta ya —suspiró—. Es inútil y lo sabes muy bien. Yo no regresé... por tí, sino porque mi madre me lo pidió.

—¿No volverías si yo te lo pidiera?

—No —tragó saliva cuando él le tocó la rodilla.

—¿Quieres que te demuestre que estás muy equivocada? —se acercó a ella y Paula sintió que se ahogaba.

—Voy... a casarme con... David —trató de abrir la puerta—. Por favor, déjame salir de aquí, Pepe. Ya no puedo más.

—Cálmate —se alejó y apretó el botón de la ventanilla de Paula—. Respira. No tienes que asustarte, te llevaré a casa. Tu padre nunca me lo perdonaría si no lo hiciera.

El sentido común prevaleció. Para cuando llegaron a la granja, Paula le dió las gracias y lo invitó a pasar. Había luz en la casa y la chica sabía que sus padres querrían charlar con Pedro. Sin embargo, éste declinó la invitación. Su expresión era tan sombría y triste que ella  sufría sólo de verlo. Tenía que darle ánimo antes de entrar en la casa. Sabía lo que quería decirle, que lo amaba y que viviría con él para siempre si pudiera, casada o no. No le importaban Candela ni las cuadras, ni siquiera Rycroft. Sólo le importaba él. Y quería que lo supiera. Pedro la miró entonces y debió ver en los ojos de Paula parte de lo que ella sentía, pues gimió y se acercó, alzándole la cara. Cuando la besó, ella entreabrió los labios de inmediato. Era un paraíso para ella sentirlo tan cerca y recordó las numerosas ocasiones en que Pedro la llevó a casa en el Mini, las largas y románticas despedidas. Entonces también la besaba, pero nunca con tanta urgencia, nunca con caricias tan desesperadas. Era como si él supiera, al igual que Paula, que sería su última oportunidad de estar solos. La chica quedó sumergida por la pasión de la caricia.

—Dios mío, Pau.. no me dejes —gruñó sobre su cuello y ella le metió la mano por el cuello de la camisa para tocarlo.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 52

—Yo... no sé a qué te refieres —estaba acorralada. Se preguntó por que se metía en situaciones tan difíciles—. Ya te he dicho por qué fue... Fue... muy amable.

—¡Amable! —exclamó, como si se tratara de una grosería—. Apuesto a que lo fue. Candela puede ser encantadora cuando tienes algo que ella desea.

—¿Algo que desea? —lo miró sin entenderlo.

—Me pregunto cómo se enteró —se tornó sombrío—. Sabía que yo iría a recogerte al aeropuerto, pero eso no significa nada. Y, como has dicho, no fue al funeral. Alguien debió decirle algo. Alguien que nos vio ese día en el estudio de tu padre. Y me atrevo a decir que fue Elena Davis. Dudo que tu madre hubiera propagado semejante chisme.

—Pepe, ¿Qué estás...?—logró fingir confusión.

—¿...diciendo? —Se burló—. No finjas que no lo sabes. Estoy hablando de nosotros, de nuestra relación, de que, cuando, te toco, todos los demás dejan de existir para mí.

 —No...

—Sí —le alzó la barbilla—. Por eso Candela fue a verte. Porque sabe lo que siento por tí.

—¡Crees... que está... celosa! —Paula tembló.

—No. Quiero decir que  sabe que eres la única persona que podría convencerme de que me divorcie de ella. Por eso fue a verte, ¿Verdad? No te molestes en negarlo, veo la verdad en tus ojos.

—Está demasiado oscuro como para que me puedas ver los ojos — rezongó Paula.

—Bueno, lo siento a través de tu piel. Es como si tuviera un sexto sentido en lo que a tí se refiere. No importa lo que sea. Ésa es la verdad, ¿No? Por favor, no me vuelvas a mentir.

—Sí, es la verdad —trató de separarse, pero él no lo permitió. Le acarició la mejilla—. Siento que esto te avergüence, pero ella me pidió que no te dijera nada...

—Apuesto a que sí. —... he traicionado su confianza. No entiendes, Pepe, sólo está pensando en tí...

—¡Estás loca! —explotó Pedro— ya te dije que lo único que le importa a Cande son sus adorados caballos. Y ahora están en peligro.

—No entiendo.

—Pau, quiere pedirme el divorcio. ¿No te das cuenta? Así puede seguir siendo dueña de las cuadras Berrenger —exclamó.

—¿Por qué? —lo miró fijamente.

—¿Por qué crees? Necesita, dinero. Mucho dinero. Y yo ya no puedo darle más. Tendrá que vender las granjas.

—Pero... ella...

—¿Qué te dijo?

—Dijo que te ha pedido varias veces el divorcio.

 —¿Y me vas a creer si te digo que no ha sido así?

—Ya no sé qué creer.

—Entonces, deja que te lo explique todo —se acomodó en el asiento—. Cuando el padre de Cande murió, las cuadras estaban perdiendo dinero. Las hipotecaron. A no ser porque Carlos se suicidó para que su hija cobrara el seguro, habrían tenido que ser vendidas.

—Candela... dijo algo parecido —asintió la chica.

—Bueno —vaciló un momento—. Y, después de la muerte de su padre, nos casamos. ¿Te lo contó también?

—Dijo que te casaste con ella por despecho.

—Qué decente de su parte —rezongó—. Sí, supongo que así fue. Después de que te fuiste, ya no me importó lo que pasara con mi vida. Y mi padre y Carlos Berrenger fueron amigos durante muchos años.

—Así que te casaste con ella —no quería pensar en eso, aunque hubiera sido un matrimonio sin amor.

—Sí. Y Candela obtuvo su dinero.

—Y... todo salió bien.

—No —suspiró Pedro—. Lo que yo no sabía entonces, era que mi padre había estado financiando a Carlos  durante varios años, que hipotecó Rycroft en un último intento por ayudar a su amigo. Y que, cuando Carlos murió, Candela no le dió ni un centavo del dinero del seguro.

—Entonces, por eso estás...

—¿En quiebra? Sí, así es —comentó sarcástico.

—Pero, ¿No pudieron vender las cuadras? —preguntó atónita.

—Tal vez sí, si mi padre hubiera estado dispuesto a echar a Candela de allí. Y ya lo conoces, no es esa clase de hombre. Dios sabe que sufrió mucho cuando Carlos se quitó la vida.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 51

—¿Estás bien? —preguntó Pedro.

Paula lo miró y sintió un deseo incontenible de acariciarlo.

 —Sí —jadeó—. Ha... sido una velada muy... agradable.

—¿De veras? —rió sin humor—. Me alegra que lo creas.

—¿No lo ha sido? —trató de no mostrar desconcierto—. La comida era deliciosa, la mousse de salmón...

—Basta —fue duro—. No hablo de la comida y lo sabes muy bien —la observó con expresión insondable—. De haber sabido que mi madre te diría todo eso acerca de estar embarazada cuando te fuiste, habría hecho lo imposible porque no fueras a la casa.

—Tú...—se estremeció—... tú nunca... pensaste eso, ¿Verdad?

—¿Que estabas embarazada? No.

—¿Por qué no? —insistió Paula y él suspiró.

—¿Por qué me habrías dejado si hubieras estado a punto de tener un hijo mío? —se impacientó—. Dios sabe que quería casarme contigo.

—Bueno, yo no quería sentar cabeza, ¿Te acuerdas? —vaciló.

Lo dijo provocativamente y Pedro pisó el freno.

—¿Qué insinúas? —la miró con enojo—. ¿Estabas embarazada? ¿Es eso lo que estás insinuando? ¿Que te fuiste porque yo no te habría permitido que te deshicieras de ese hijo, o algo parecido?

—¡No! —exclamó. Deseó haberse quedado callada. Pero el brandy la hacía perder la sensatez—. No estoy insinuando nada —todavía estaban en la propiedad de los Alfonso y la chica sabía que faltaba mucho para llegar al pueblo. Lo miró, aprensiva—. Sólo quería saber lo que pensaste entonces, eso es todo. Ha sido una tontería. Olvídalo. Ya no importa ahora.

—Claro que importa —pasó un brazo por el respaldo del asiento—. Si yo hubiera creído que estabas embarazada, habría movido mar y tierra para hacerte volver. Pero pensé que estabas enamorada de otro hombre, eso me pareció la única respuesta sensata a tu huida.

—Ah —trató de que él ya no hablara del tema, pero no fue así.

—¿Estabas enamorada de otro? —susurró con voz temblorosa y la tomó de la nuca con firmeza. Ella sintió el impulso de echar atrás la cabeza y dejar que la sensualidad la invadiera, pero no lo hizo. Deseaba tranquilizarlo, pero no podía decirle la verdad—. ¿Pau? —susurró en su oído. Su aliento olía un poco a vino.

Paula notó que él había bebido menos durante la cena, así que no sufría los efectos del alcohol. Supo que debía hacer algo para detenerlo y comentó lo primero que se le ocurrió.

—Candela fue a verme ayer a la granja —dijo y sintió que se ponía tenso.

—¿Ah, sí? —preguntó cansado—. No sabía que la hubieras visto desde que volviste.

—No he estado en contacto con ella —sintió traicionar la confianza de Candela—. Yo... supongo que quiso darme el pésame, como no fue al funeral...

Pedro maldijo y la soltó de inmediato.

—No me digas eso —se pasó la mano por el pelo, frustrado—. No me mientas —casi gritó—. Candela no fue a verte porque le importara la muerte de tu abuela. Apenas la conocía y, aunque la hubiera conocido bien, no le habría importado su muerte. Candela es así, no se mezcla con lo que considera que son frivolidades. Todo lo que le importa son sus caballos y hará cualquier cosa por quedarse con ellos.

Paula tragó saliva. Por un momento temió que Pedro adivinara los motivos de Candela para ir a verla. Pero no sabía apartarlo del tema.

—¿Vas a decirme por qué fue a verte de verdad? —la miró intensamente—. ¿O quieres que yo te lo diga?

Has Vuelto A Mí: Capítulo 50

Después, fueron a la sala para tomar el café. Aceptó un brandy, pero se dijo que ya había tomado bastante alcohol pues sirvieron vino con la cena. Y le sorprendió mucho que lady Ana fuera a sentarse a su lado en el mullido sofá.

—Así que has decidido volver —la atravesó con la mirada.

—Sólo... para el funeral —murmuró Paula, consciente de que Pedro tocaba algo en el piano. Él alzó la vista y sus miradas se encontraron—. Vuelvo a Nueva York dentro de unos días.

—¿No me digas? Debe de gustarte vivir en Estados Unidos.

—Bueno, ése es mi hogar ahora —Paula deseó imprimir más convicción a sus palabras. Miró al padre de Pedro que estaba de pie junto a la chimenea—. Ha sido muy amable por su parte haberme invitado.

—¿Después de todo lo que pasó? Sí, tienes razón —comentó lady Ana y se ganó un suspiro exasperado de su marido—. Pero, como te dije por teléfono, prefiero no despertar los chismes. Ya han hablado bastante de la familia durante años...

—¡Madre! —Pedro miró a su madre con una súplica en los ojos.

—Es cierto —insistió ésta—. Como Paula se fue así, hizo que todos pensaran que estaba embarazada y que no quisiste casarte con ella. Y cuando Candela mostró ser tan sólo una mujer...

—No creo que Paula quiera oír esto, Ana —intervino el señor Alfonso con dureza. Pero su esposa no se quedó callada.

—¿Por qué no? —se dirigió a Paula—. ¿Estabas embarazada? ¿Fue por eso por lo que te fuiste? Me gustaría saber si tengo un nieto en alguna parte al que nunca he tenido el honor de conocer.

—No... lo estaba —Paula se sintió muy mal y no pudo mirar a Pedro a los ojos—. Siento que eso hayan creído en el pueblo, pero no es cierto. Yo... no le hubiera hecho eso... a nadie.

—Entonces, fue como dijo Pedro, ¿No querías casarte aún? —se irritó la señora.

—Así es —exhaló con fuerza. —Me cuesta trabajo creer eso, Paula —negó con la cabeza.

—¿Por qué? —Pedro fue quien habló y Paula vió que se acercaba a su padre—. ¿Por qué te cuesta trabajo creerlo, madre? Nunca estuviste de acuerdo con nuestra relación, ¿Verdad?

Tal vez Paula consideró que no podía tenerte como adversaria.

 —Ah, no —su madre lo miró angustiada—. No permitiré que me vuelvas a acusar de eso, Pedro. Tal vez nunca aprobé tu amistad con Paula, pero nunca impedí que la vieras. Ni una sola vez. No puedes seguirme culpando por lo que Paula hizo Dios mío, ¿Que no he sufrido ya...?

—Creo que ya hemos hablado demasiado del pasado —intervino el señor Alfonso  con seriedad—. Ana, estoy seguro de que Paula no ha venido a que la sermonees por lo que hizo hace ya más de diez años. Está bien, todos nos sentimos muy mal entonces, pero apuesto a que ella también sufrió mucho. Sus razones ya no son válidas. ¡Deja el asunto por la paz, por favor!

 Se hizo el silencio y Paula tomó su brandy para tener algo que hacer. Pensó que hubiera debido imaginar que ocurriría algo parecido. Después de todo, los Alfonso eran humanos y su conducta debía parecerles inexcusable. El señor Alfonso trató de aligerar la tensión comentando algo sobre el clima a Pedro y éste le aseguró que las lluvias ya se avecinaban. Paula se puso de pie, decidida.

—Creo que debo irme —trató de no reflejar su desesperación en el tono de voz—. Nos... acostamos temprano en la granja. Mi padre tiene que ir a ordeñar a las cinco y media.

 —Claro —contestó el padre de Matthew, comprensivo—. Yo... te llevaré a la granja, si quieres.

—No será necesario —intervino Pedro—. Yo llevaré a Paula a su casa —anunció y la madre suspiró aliviada.

—Gracias —dijo Paula, cuando los señores Alfonso los acompañaron a la puerta.

—Me he alegrado mucho de verte, Paula —le aseguró Horacio, mientras éste buscaba una chaqueta.

Y lady Ana repitió lo mismo.

—Tal vez vuelvas un día a vernos —comentó la señora y Paula no supo si hablaba en serio o no.

—Tal vez —asintió Paula, cuando Pedro volvió.

—Vámonos —anunció él y ella lo siguió al coche.

Aunque no era una noche fría, el aire estaba mucho más fresco y Paula sintió de inmediato los efectos de la cantidad de alcohol que había ingerido. No estaba acostumbrada a mezclar licor con vino e hizo un esfuerzo por llegar al coche sin tambalearse. No se sentía ebria, sólo un poco mareada y deseó no haber aceptado el brandy del final. Sin embargo, al entrar en el coche, se relajó un poco. La velada terminaba y había hecho frente a la situación. Después de todo, no todos los días cenaba con un hombre que no sabía que ella era su hija. Ni con el hombre al que amaba más que a la vida misma, pero le estaba prohibido para siempre...

lunes, 29 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 49

—Gracias —sonrió Pedro con naturalidad.

Paula pensó en cómo había aceptado su afecto con tanta libertad. Pedro solía sonreírle así y su amor fue para ella como un manto protector. Pensó en todas las cosas que había dado por sentado diez años antes. La condujo a la biblioteca y miró el pasillo largo, lleno de cuadros antiguos, de retratos de los habitantes de Rycroft, aunque no todos eran antepasados de la familia. Todos sabían que los Alfonso adquirieron la propiedad a mediados del siglo anterior. Por fin, llegaron frente a la biblioteca.

—No pongas esa cara de susto —susurró Pedro, como si tuviera que darle un apoyo que no sentía.

Paula cerró los ojos. «Malditos sean,» pensó con amargura, «mi madre y su padre».

 —Paula—la puerta se abrió y el padre de Pedro  le estrechó la mano. Él le sonrió y ella trató de imitarlo, sin entusiasmo.

—Hola —los saludó a ambos—. Espero no haberlos hecho esperar.

—¿Quieres algo? —preguntó Pedro, sacándola de las cortesías prolongadas.

 Le dió un buen pretexto para entrar en el cuarto y acercarse a él.

—Este... un jerez seco, si lo tienes —susurró y miradas se encontraron.

Paula se preguntó qué habría sucedido si él no hubiera estado presente. En lo que a los Alfonso se refería, todavía se sentía como una tímida colegiala.

—Pepe nos ha dicho que ahora eres una mujer de negocios —declaró el padre con aprobación.

Paula se volvió.

—Administro una pequeña agencia —admitió, modesta.

De pronto, notó lo viejo que estaba Horacio. Era la primera vez que podía verlo con detenimiento. Y a pesar de sus problemas, pensó que seguía siendo un hombre muy alegre. Recordó que siempre la había tratado con amabilidad y respeto. Pero a pesar de cómo se hubiera portado con ella,  prefería no pensar en ello y seguir considerándolo como todo un caballero. Se preguntó si habría un parecido entre ambos. Ella no podía ver pensó que tal vez era muy optimista. Su actitud para con ella era tan imparcial como siempre.

 —Entiendo que es una agencia para nanas —apuntó lady Ana y Paula pensó que, como siempre, se las arreglaba para que todo pareciera ser trivial. Pensó lo parecida que era esa mujer a su abuela.

 —Para niñeras —corrigió con suavidad y lady Ana arqueó una ceja.

 —Tú no fuiste entrenada para eso —señaló.

Paula perdió un poco de nerviosismo al hacerle ver que eso no importaba, pues la agencia sólo contrataba a niñeras cualificadas.

—Pues yo creo que Paula lo ha hecho muy bien —el padre la invitó a tomar asiento—. Soy un gran admirador de la gente que emprende un negocio en cualquier ramo. Me gustaría poder tener ideas así.

—No veo cómo harías tú para administrar una agencia para niñeras — intervino Pedro y los hizo reír.

—De todos modos... —el señor Alfonso se sirvió otro whisky y lady Ana le preguntó a Paula cómo estaba su familia.

A la chica le resultó fácil hablar de sus padres. A pesar de la relación que hubo entre Alejandra  y el señor Alfonso, creía que no había nada de malo en contarles lo que sabía acerca de la muerte de su abuela. Y eso ayudó a que pasara el tiempo hasta que la señora Platt anunció que la cena estaba servida. Como siempre, la comida fue deliciosa y charló como si nada con Horacio. Si fingía que no estaba interesada en nada, podía hacer frente a la situación.


Has Vuelto A Mí: Capítulo 48

Su padre la miraba con ojos de lince y su madre estaba muy contenta por verla salir de casa. Pensó que tal vez lady Ana le había pedido a Pedro que fuera a buscarla. Paula no podía creer que él hubiera querido ir por ella, no después de la forma en que se había portado con él el día del entierro.

Afuera estaba el mercedes con el que Pedro fue a buscarla al aeropuerto. Él abrió la puerta con fría cortesía y se despidió de Miguel, que los había acompañado hasta el coche. Después de cruzar el patio principal de la granja, un sendero llevaba al pueblo. Siempre estaba en malas condiciones y había muchos desniveles en el terreno. Pero la suspensión magnífica del mercedes hizo que casi no se sintieran. Paula consideró que debía hacer un comentario que rompiera el tenso silencio.

—No creo que sea muy bueno para el coche que lo lleves con frecuencia por aquí.

—Hace cuatro días que vine, Paula—replicó Pedro sin expresión y ella se dió cuenta de que no sería cordial con ella en ausencia de sus padres.

—De todos modos —insistió, pero Pedro la miró con cierta agresividad que la hizo guardar silencio.

El trayecto a Rycroft fue muy rápido. Sin embargo, cuando estacionaron frente a la mansión, Paula deseó que Pedro fuera su aliado en esa situación, aunque no podía justificar de ninguna manera su conducta para con él.

—Pepe... —lo tomó del brazo antes que él saliera del coche.

—¿Qué quieres? —no fue alentador y Paula intuyó que no le habría hecho caso a no ser porque era consciente de que los podían ver desde la casa.

—¿Sabes... —se atragantó—, por qué me ha invitado tu madre a cenar?

—¿Qué te pasa? —la miró con fría indiferencia—. ¿Te estás acobardando?

—Sí —apretó los labios—. Sí, ¿Te sorprende?

—Nada de tí me sorprende ya —replicó y abrió la puerta—. Vamos, que yo sepa, no vas a encontrarte con un pelotón de fusilamiento.

—¿Y se supone que dices eso para darme ánimos? —exclamó con cierta amargura y Pedro se quedó sentado.

—Nadie va a avergonzarte —comentó—. Y yo menos que nadie —Paula sintió una punzada de dolor al ver la expresión de tristeza de sus ojos.

—Pepe—susurró, imprudente—, acerca del otro día...

Pero él salió y le abrió la puerta.

—Olvídalo. Yo ya lo hice. ¿Entramos?

Paula salió del coche, reacia. De no ser por su padre, le habría pedido a Pedro que la llevara de vuelta a la granja. No se sentía bien y la idea de comer le daba náuseas. Pero tenía que hacer frente a la situación. Miró la vieja mansión que tenía más encanto que elegancia. Era bella y tenía carácter y  siempre le agradó ir allí. «Tal vez porque estos son mis orígenes», pensó, pero la idea no le pareció adecuada ni convincente. Ella era el producto de su medio, no de su herencia. La señora Platt, el ama de llaves; los esperaba en la puerta y se sonrojó de placer cuando Paula la saludó por su nombre, recordándola.

—Me alegro de verla, señorita Chaves —respondió y cerró la puerta.

Paula se preguntó por qué ya no llamaba por su nombre de pila.

 —¿Mis padres están en la biblioteca? —inquirió Pedro.

Paula se hizo a un lado para dejarlo pasar. Recordaba dónde estaba la biblioteca. Una vez Pedro le hizo el amor allí, cuando sus padres se fueron de vacaciones al sur de Francia...

—Sí, los están esperando, señor Pedro—contestó la señora Platt, interrumpiendo los pensamientos de Paula.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 47

—Te llama lady Ana. Quiere hablar contigo, Pau.

—¿Conmigo? —preguntó asombrada y algo asustada.

—Cuidado con lo que dices, niña —señaló su padre con dureza—. No quiero que vuelvas a hacer pasar un mal rato a los Alfonso.

Paula lo miró con indignación y cogió el teléfono. Después de los saludos acostumbrados, lady Ana la invitó a cenar aquella misma noche.

—Espero que puedas venir, Paula.

Ésta sabía que más bien era una orden, pues nadie rechazaba una invitación a Rycroft.

—Bueno... —trató de encontrar un pretexto, pero lady Ana no la dejó seguir.

—Creo que debes venir, Paula—señaló, anticipándose a su negativa—. Después de todo, no quiero que nadie piense que te guardamos rencor.

—Está bien.

—Me alegro de que lo entiendas. Te esperamos a las siete y media. Es una cena formal, por supuesto.

Paula se pasó el resto del día tratando de pensar por qué lady Ana la había invitado. Ella no pensaba que debiera volver a ver a los Alfonso y no le agradaba la idea de ver al padre de Pedro, sabiendo lo que sabía. Se preguntó qué haría si él tocaba el tema. Al arreglarse, reprimió ese pensamiento. No podía creer que un hombre como Horacio no hubiera hecho nada de estar enterado de su paternidad accidental. Como no había llevado mucha ropa, sólo podía ponerse unos pantalones de seda o el traje que había llevado el día del funeral. Como no podía cenar en casa de lady Ana con pantalones, se puso el traje sastre con una blusa blanca en vez de la negra del día del entierro. Se bañó y el pelo le quedó suave y sedoso. Como vió que estaba muy pálida, se puso un poco de colorete en las mejillas. No quería que los Alfonso pensaran que temía verlos... aunque fuera cierto. Su padre la llevaría a Rycroft, pero cuando  bajó a las siete y cuarto, vió a Pedro en la sala, charlando con sus padres. Era la última persona a quien esperaba encontrar y se ruborizó de inmediato. De alguna manera, creyó que él no tenía nada que ver con la invitación de su madre y, a pesar de que  sabía que todavía vivía en Rycroft, imaginaba que él no estaría presente.

—Pepe ha venido para llevarte a Rycroft —anunció el padre y miró a su hija—. ¿No es muy amable de su parte?

—Mucho —se humedeció los labios, consciente de la advertencia silenciosa de su padre—. Espero que le hayas dicho que no era necesario.

—Pensé que así evitaría que volvieras sola a casa —contestó Pedro—. No sabía que tu padre te llevaría.

—¿De veras? —se tensó sin poder evitarlo.

—Pepe pensó que tú misma conducirías. Pero le he dicho que sacaste el permiso en Estados Unidos —explicó Miguel.

—Entiendo.

—Está bien —Pedro se puso de pie. Llevaba pantalones negros y una camisa gris oscuro abierta al cuello y mostraba su bronceada garganta. Hace diez años su madre habría insistido en que se pusiera una corbata para cenar. Las cosas habían cambiado.

—¿Nos vamos?

Has Vuelto A Mí: Capítulo 46

—¡A olvidarme! —Paula se hundió las uñas en las palmas y quiso preguntarle como podía hablar sin sentir el menor remordimiento.

—Sí, a tí —insistió—. Sabías lo que sentía Pedro por tí  en ese tiempo. Claro, sé que eras muy joven y tal vez no querías sentar cabeza, pero no creo que hayas dudado que eso fuera lo que él deseaba.

—Pero, ¿No te parece que nuestra relación fue imprudente? —Paula escogió sus palabras con mucho cuidado.

—¿Debido a las diferencias entre ustedes? Oh, no, no lo creo. Tal vez no eras la mujer ideal de lady Ana, pero el padre de Pepe siempre te ha querido mucho y lo sabes.

—Bueno, pues era de esperar, ¿No te parece? —se atragantó, pero Alejandra tan sólo se echó a reír.

—¿Lo dices porque él siempre tuvo debilidad por las chicas bonitas? — Exclamó con alegría—. Bueno, pues sí, supongo que sí.

—No, porque... soy tu hija —Paula se sintió como una traidora, pero su madre sólo suspiró, muy tranquila.

 —No sabía que estabas enterada de esa vieja historia —se tornó melancólica—. Sí, el padre de Pepe y yo fuimos... amigos hace muchos años. Me atrevo a decir que él nota el parecido entre tú y yo.

«Y no sólo el que hay entre nosotras», pensó Paula con tristeza, pero no tuvo el valor de decirlo. Su madre había dicho suficiente. Admitió que tuvo una relación con el padre de Pedro. No sabía que ella había leído las cartas.

—Bueno, de todos modos voy a hablar con Elena Davis cuando pueda — afirmó Alejandra para alivio de su hija—. Pero Candela debe saber que no te importan los rumores. Espero que no te haya hecho pasar un mal rato, hija. Me temo que sabe que sus días como esposa de Pepe están contados.




Paula  llamó a Adriana Reina aquella noche y confirmó que su socia se las arreglaba muy bien sin ella.

—Pero hace dos días que David viene a la oficina y que me pregunta si tengo noticias tuyas, si sé cuándo vas a volver —añadió Adriana—. Por el amor de Dios, sácalo de su tormento. Dile cuánto tiempo más piensas quedarte.

—No mucho más —respondió Paula, sabiendo que no volvía por Pedro. Sabía que era una locura después de lo que había averiguado, pero la idea de volver a separarse de él, la destrozaba.

—Vaya —se rió Adriana—. ¿Quieres que se lo diga, o vas a llamarlo tú?

—Díselo tú, Adri —contestó—. Espero volver esta misma semana. Te llamaré para darte la fecha exacta.

—Está bien.

Adriana colgó, pero Paula se quedó mirando el teléfono durante largo rato. La agencia y su vida en Nueva York le parecían algo lejano y distante. No tenía ganas de volver. Incluso consideraba la idea de abrir una agencia en Inglaterra para dividir su tiempo entre los dos países. Sin embargo, le parecía peligroso. Por enésima vez pensó que no debió volver a su patria. Pensaba que el fuego estaba apagado pero no, latía, vivo. Y recobraba su fuerza anterior y amenazaba con escapar de su control. A la mañana siguiente, lady Ana Alfonso la llamó. El padre de la chica fue quien contestó.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 45

Paula adivinó que Pedro se casó por despecho y ya conocía los otros factores que habían intervenido. La explicación de Candela aclaraba los motivos de él y  lo habría perdonado en circunstancias normales. Y se le ocurrió que podía fingir que eran circunstancias normales. La muerte de su abuela terminó con el único obstáculo que se había interpuesto entre ambos. Paula contuvo el aliento. La propuesta de Candela la había hecho considerar la posibilidad de romper las leyes de Dios y de los hombres. Porque nadie sabía ni le importaba que ella fuera la hija de Horacio Alfonso. Sin embargo, ella lo sabía y no podía cometer incesto. Y le parecía increíble que Candela le pidiera que intercediera en su beneficio. Aunque la idea tenía cierta lógica y ella era muy lógica y fría.

—¿Por qué no le pides el divorcio a Pedro? —preguntó Paula.

—¿Crees que no lo he hecho? Claro que sí, pero, como te he dicho antes, Pedro es un hombre honrado. Piensa que no podré arreglármelas sola en la vida.

—Pero, ustedes viven separados, ¿No? —frunció el ceño.

—Bueno, sí —se encogió de hombros—. Pero eso no significa nada en un juicio.

—¡Un juicio! Me temo que no te...

—Olvídalo —Candela  parecía haber hablado—. Sólo creí que pensarías lo mismo que yo, que Pedro ya ha sacrificado su felicidad durante demasiado tiempo.

Paula no podía negarlo.

—Pedro no sabe que estoy aquí. Y no debe saberlo —Candela apeló a Paula—. Si sabe que he venido, se sentirá humillado. Sólo quiero que sepas que no haré nada por impedir que volváis a estar juntos. Y también estoy segura de que, si Pedro creyera que eso es lo que tú deseas, me exigiría el divorcio mañana mismo.

Candela se fue como había llegado.

 Paula ya no quería seguir limpiando la huerta y se sirvió un vaso de zumo de naranja. Trató de relajarse. Pero una hora después, seguía confundida.

—¿Ha venido alguien? —inquirió la señora Chaves, al entrar a la cocina—. ¿Ha vuelto Elena?

—No —le dijo Paula con un hilo de voz—. Ha venido Candela.

—¿Candela? —Alejandra estaba atónita—. Candela...

—Aja —no podía mirarla a los ojos y la señora frunció el ceño.

—¿Y bien? ¿Qué quería?

—Verme —suspiró—. Si quieres saberlo, ha venido a decirme que la señora Davis ha estado chismorreando sobre... Pedro y yo.

—¡Elena! ¿Qué ha estado diciendo?

 —Pues... —gimió para sus adentros—. Sólo que nos descubrió juntos. ¿Te acuerdas? El día del funeral.

—¿Y qué opina Candela al respecto?

—No gran cosa —se encogió de hombros—. ¿Sabes por qué ella y Pedro se casaron? —no quería contarle la verdad.

—Bueno, sé por qué se casó ella con Pedro—contestó la señora Chaves—. No estoy tan segura de por qué lo hizo. Creo que fue por despecho. Eso lo decidió a olvidarte y a casarse con otra.

domingo, 28 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 44

Candela se humedeció los labios y Paula se puso muy nerviosa. Estaba segura de que era algo relacionado con Pedro... tal vez alguien los vió juntos el día del funeral.

—No... es fácil para mí hablar de esto —declaró Candela al fin y Paula suspiró de alivio al ver que lo iba a intentar—. Supongo que... sabes que mi padre... murió... justo después de que tú te fueras.

Paula parpadeó. Aquello no era lo que esperaba oír.

—Sí... me he enterado de algo —la miró fijamente.

—¿De algo o de todo? —fue seca—. Por tu expresión, más bien creo que lo sabes todo.

—Bueno... —fue Paula quien vaciló—. Me dijeron que murió en circunstancias trágicas...

 —Así es —Helen agachó la cabeza—. Circunstancias muy trágicas. Eso lo describe muy bien.

—Yo... lo siento mucho —murmuró con torpeza y se preguntó qué tenía que ver con ella. Se mordió el labio cuando Candela la miró con incredulidad.

—¿Por qué ibas a lamentarlo? —inquirió con animosidad y la miró con frialdad.

—No... hay una razón en especial —hizo un gesto de impotencia—. Esto... ¿Quieres café? ¿Algo de comer...?

—Nada —negó con la cabeza—. Pero me gustaría sentarme, si no te importa.

—Claro que no —se sintió culpable por no haberla invitado a tomar asiento, y ella prefirió permanecer de pie.

—Gracias —se sentó frente a la mesa—. ¿No vas a sentarte?

Paula tuvo que hacerlo. Pero las rodillas le temblaban, así que cruzó las piernas para que Candela  no lo notara.

 —Bueno —la miró de frente—. Acepto que me lo has dicho de buena fe.Tendrás que perdonarme. Soy un poco susceptible en lo que se refiere a la muerte de mi padre.

Paula sonrió un poco. No sabía adonde quería llegar.

—De cualquier modo, es cierto que los rumores que corrieron sobre su muerte tenían algo de verdad —añadió.

—¿Qué? —Paula se pasó la mano por la nuca sudorosa, nerviosa.

—Así es. Verás, mi padre tenía... dificultades financieras. Eso es verdad. Y estoy segura de que eso contribuyó a que tuviera... un accidente. Él no estaba concentrado en lo que hacía y jamás hubiera chocado contra esa cerca a no ser que estuviera distraído —añadió Candela.

—Entiendo —Paula fue cortés.

—Fue un accidente la gente dijo que no , que mi padre se quito la vida porque estaba muy endeudado y así yo podría cobrar el dinero del seguro... ¡Y eso no es cierto! Me crees, ¿Verdad?

—Claro —la miraba con tanta ansiedad que Paula no pudo decir otra cosa—. Bueno, eso pasó hace mucho tiempo —trató de cambiar el tema—. Ya no importa, ¿O sí?

—Sí importa. Importa mucho. Por eso Pedro se casó conmigo. Él no me amaba en realidad. Sólo reaccionó al hecho de que te fuiste del país... y a que sintió lástima por mí.

—Mira... estoy segura... —Paula tenía la boca reseca.

—Es cierto —Candela suspiró—. Tienes que creerme. Verás, hubo complicaciones con el dinero del seguro. Como te he dicho, hubo rumores sobre suicidio y las compañías de seguros no quieren pagar grandes cantidades de dinero si es que hay dudas.

—Entiendo. —Entonces, estuvieron dispuestos a ayudarme cuando yo conté con el apoyo de los Alfonso. Y, como sabes, Pedro y yo... siempre hemos sido amigos.

Paula se dió cuenta de que estaba cada vez más tensa. No sabía cuánto más podría soportar.

—Estoy segura de que todo esto es muy interesante —adoptó una expresión neutra—, pero no entiendo por qué me cuentas esto.

—Porque quiero que le pidas a Pedro que se divorcie de mí —declaró Candela con frialdad y Paula  se quedó atónita—. Entiendo tu asombro — prosiguió—, pero tienes que creer que eso es lo que los dos deseamos en el fondo.


—¿Lo que los dos quieren? —tragó saliva.


—Sí —rió con nerviosismo—. Es muy difícil para mí decirlo, pero no amo a Pedro. Le estoy agradecida, siempre lo estaré, pero creo que ha llegado el momento de que yo sea independiente.  Sigue pensando que yo no puedo arreglármelas sola, pero sí puedo. Y confío en que puedas convencerlo, por el bien de todos nosotros.

—¿Esperas que yo...? —estaba pasmada.

—Bueno, no puedes negar que todavía existe esa atracción entre ustedes —intervino Candela—. En cuanto me enteré de que volvías para el funeral de tu abuela, pensé que tú y Pedro...

—¡No digas más! —Paula ya estaba más recuperada de la impresión. Se sintió traicionada.

—No sé por qué me miras así —declaró Candela, indignada—. No puedes fingir que tú y Pedro no han estado... solos. Elena me dijo que teníais una expresión culpable cuando os encontró...

—¡Elena! — hizo una mueca de desprecio—. ¿Te refieres a Elena Davis?

Candela vaciló un poco.

—Supongo que sí —se encogió de hombros—. Es el ama de llaves de tu madre, ¿No?

Paula se levantó y fue a la ventana. Estaba furiosa y no sabía por qué no le ordenaba a Candela que se marchara de inmediato. Cómo podía hablar con frialdad de su matrimonio con Pedro. Parecía tan sólo una conveniencia temporal de la que deseaba librarse. Y, de todos modos,  pensó en lo que eso podría significar para ella y para él. Si tuvieran un futuro juntos, habría aceptado la oferta de Candela.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 43

Lo cual significaba que el matrimonio era un desastre, pero eso no alteraba su propia posición, pensó Paula con amargura. No podía negar que no le desagradaba que Pedro no fuera feliz con Candela, pero no le deseaba la desdicha. Ella lo amaba y quería que fuera muy feliz. El problema era que intuía que ninguno de los dos podría ser felíz sin el otro. Pensó que lo que debía hacer, lo que debería haber hecho diez años antes, era hablar con su madre, preguntarle por qué había dejado que su relación con Pedro continuara sabiendo lo que sabía. Sólo Alejandra podía explicar por qué no había hablado durante tantos años. Tal vez así Paula tendría algo de paz mental. Sin embargo, Paula sabía que no podía hacerlo. Eso no la ayudaría y tal vez provocaría un daño irreparable a la familia. Tal vez provocaría la muerte a su madre. Decidió que lo que debía haber era volver a Nueva York con David. Aceptar de una vez por todas que Pedro y ella no tenían futuro y dejar de jugar con fuego.

Oyó pasos a sus espaldas. Se volvió, sorprendida. Su madre estaba descansando, su padre y Gonzalo  trabajaban en el campo y hasta la señora Davis andaba de compras. Se creía sola en la huerta y abrió los ojos con horror al reconocer a la que se acercaba. Hacía diez años que no veía a Candela Berrenger, Candela Alfonso. Y nada había cambiado. Candela siempre fue alta, delgada y un poco masculina en apariencia. Llevaba el pelo largo y lacio como siempre atado con una cinta de piel. A Paula siempre le había parecido una chica atractiva. Deseó estar más preparada para la visita. Pero vestía una camiseta vieja y unos vaqueros sucios de tierra de Gonzalo. Sabía que no parecía que hubiera vivido en Nueva York durante diez años, una de las ciudades más elegantes de todo el mundo. Se limpió las manos en las caderas y se dispuso a enfrentarla. No pensaba que Candela tuviera un motivo agradable para ir a verla. De jóvenes,nunca fueron amigas y estando ella casada con Pedro, pensaba que no podían tener nada en común. Sabía que no era algo sensato, pero sintió horror al imaginar que él le había hecho el amor a Candela.

—Hola —Candela se detuvo a poca distancia y sonrió, algo rígida—. Espero no molestar.

—No —se sorprendió al ver la cordialidad de Candela.

Pensó que saber que Paula y Pedro ya se habían visto. Aunque las cuadras Berrenger estaban a algunos kilómetros de Lower Mychett, las noticias de ese tipo viajaban pronto. Paula creyó que iba a advertirle que se alejara de él y por lo tanto la confundió la falta de agresividad de la otra mujer. No obstante, sabía que era posible que Candela ocultara sus verdaderos sentimientos.

—¿Puedo... ayudarte en algo? —inquirió Paula.

No se le ocurría otra razón por la que Candela estuviera allí que no tuviera que ver con Pedro.

—Eso espero. Parece que has estado ocupada —comentó mirando el jardín, como si también ella estuviera incómoda con la situación.

 —Así es —miró la tierra, pero deseó que Candela no se anduviera por las ramas y que se fuera de una vez.

—No creo que hayas tenido mucho tiempo para la jardinería ahora que has estado en Estados Unidos —prosiguió Candela, haciendo tiempo—. Fuiste a Nueva York, ¿Verdad? Supongo que fue un cambio muy brusco en comparación con Lower Mychett.

—Así es —asintió—. Esto... ¿No te importa que vayamos a la casa? Me gustaría lavarme las manos.

—Sí, claro —Candela volvió por el sendero y las dos entraron a la cocina de la granja.

—Bueno —comentó Paula después de lavarse las manos—¿Qué puedo hacer por tí?

Has Vuelto A Mí: Capítulo 42

Paula supo que no podía permitirse volver a estar a solas con él. Cruzó la habitación a toda prisa.

—Voy ahora mismo, señora Davis —y salió.

Alejandra estaba el fondo del pasillo y Paula se dirigió hacia ella con rapidez para evitar a Pedro. Temía que éste la siguiera y no creía poder enfrentarse a él de nuevo. Necesitaba tiempo para recuperar la compostura antes de volver a verlo, tiempo para su postura y para ha— ¿??????? —¿Estás bien, Pau? —Alejandra miró a su hija con preocupación.

—Creo que sí —suspiró Paula.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué pasa? —Alejandra frunció el ceño—. ¿Has discutido con Pepe?

—¿Qué? —contuvo el aliento—. No —contestó tan sólo y se preguntó por qué no sentía rabia con su madre—. No, no hemos... discutido.

—Ah bueno —la señora Chaves giró su silla.

—Dime... —preguntó de pronto su hija—, ¿Por qué no ha venido Candela al funeral? Creí que vendría.

—¿Candela? —apretó la boca—. ¿No te ha contado Pedro nada sobre su esposa?

—¿Contarme qué? —la miró con detenimiento—. ¿Qué pasa con ella?

—Ahora, no, cariño —negó con la cabeza—, Y si Pepe no te lo ha dicho en persona, entonces yo no tengo por qué...

—¿Qué pasa con Candela? —repitió Paula y su madre suspiró exasperada.

 —No podemos hablar de eso ahora. No tenemos tiempo. Pregúntamelo después, cuando todos se hayan ido.

—Ellos... siguen casados, ¿Verdad? —se mordió el labio inferior.

Sin embargo, se dio cuenta de que Pedro y la señora Davis se acercaban por el pasillo. Y Alejandra también.

—Después, Pau—apretó la mano de su hija—. Llévame a la sala, querida. Tu padre nos está esperando.


Paula  se apoyó en sus talones para sentarse e inspeccionó el trozo de huerta que acababa de limpiar. Tenía mejor aspecto, aunque sin lluvia estaba muy seco. Aunque hiciera mucho calor, las hierbas se las ingeniaban para crecer y robar la humedad que necesitaban las hortalizas. Se miró las manos. Sus uñas ya no estaban pintadas y las tenías llenas de tierra, pero se sentía muy satisfecha con su trabajo pues, por vez primera desde que llegó al pueblo, se sentía útil. También le sirvió para purgar su frustración y aliviar un poco el dolor de su interior. Habrán pasado tres días desde el funeral. Tres días en los que Pedro se fue sin despedirse y no había vuelto. No podía culparlo por mantenerse alejado. No había hecho nada por mejorar su imagen ante él. El encuentro en el estudio, el día del sepelio, no sirvió de nada. Pensaba que había terminado de probarle  que ella era tan egoísta como él.

Podía decir que él no tenía por qué acercársele, que seguía casado con Candela y que no tenía por qué criticar su moralidad. Pero de todos modos, le dejó creer que él le importaba. Hizo una mueca. Todavía lo amaba y no tenía ninguna justificación para lo que había hecho. Pero no entendía por qué debía asumir toda la culpa cuando, cada vez que Pedro se acercaba, le resultaba imposible pensar con coherencia. Sentía que su alma era la que estaba perdida sin remedio. Y, en lo que se refería a la relación de él y Candela,  sólo tenía la palabra de su madre de que las cosas no marchaban del todo bien. La señora Chaves le explicó a su hija  que Candela no sólo trabajaba en las cuadras de los Berrenger todos los días, sino que allí vivía desde hacía mucho tiempo.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 41

—No puedes hablar en serio —hizo un gesto de dolor.

—Claro que sí —logró apartarlo—. Olvidas que... estás casado y que yo... me voy a casar con David... Con un demonio, volvió a abrazarla , con tanta fuerza que la hizo perder el aliento—. No permitiré que te cases con ese tipo. No permitiré que te cases con nadie que no sea yo —y le alzó la barbilla para besarla en la boca.

Paula tenía los ojos abiertos, igual que él, de modo que pudo ver la pasión que lo embargaba. Y cuando las caricias sensuales de su lengua le hicieran olvidar todo pensamiento coherente, tuvo que cerrar los ojos. Todo dejó de existir para ella, salvo las manos de Pedro, sus labios y la fuerza de su cuerpo contra el suyo. Se aferró contra él y se asió de su camisa para no caer cuando sintió que las rodillas se le doblaban. Sólo se dio cuenta de que le estaba haciendo daño, cuando lo oyó respirar con dificultad.

—No importa —susurró cuando ella abrió los ojos y dejó de besarlo—. Sólo me has tirado un poco del pelo, eso es todo —explicó y le dio apoyo rodeándole la cintura con un brazo—. Aunque me encantaría que me desnudaras del todo, preferiría que no me desollaras primero. —¡Oh, Pepe!

Su sentido del humor le era muy familiar. Aunque el comentario pudo devolver la sangre fría a lo que estaba pasando, tuvo el efecto contrario. En vez de apartarse de él, Paula enmarcó su rostro con las manos y lo contempló como si quisiera grabar su imagen en la memoria. Pero ya conocía todos sus hermosos rasgos, desde las arrugas alrededor de sus ojos, hasta el pulso que palpitaba justo debajo de su mandíbula. Una vez le había cubierto la cara de besos y, mientras seguía mirándolo, supo que él también lo recordaba.

—Dilo —susurró acariciándola las nalgas. La acercó con fuerza y Paula sintió su firmeza contra su estómago—. Dime que me amas —tomó el dobladillo de la falda y lo subió para poder acariciarle la pierna—. Sabes que me amas —subió más la mano y la chica se relajó, facilitándole las cosas—. Dios, Pau, cómo te deseo... No finjas que no estás lista para mí...

 —¡Pau! ¿Dónde estás?

Alguien la estaba llamando y aunque le pareció que la voz llegaba de muy lejos, la molestó. Por fin, se volvió demasiado irritante como para ser ignorada. «¡Menos mal!», pensó  después, al darse cuenta de que Pedro y ella habían estado a punto de olvidar dónde estaban. Tal vez si su madre no los hubiera interrumpido, ella se habría entregado a él, allí, en el estudio de su padre, con la posibilidad de que todos los que pasaran por el jardín los vieran. Pero sabía que el hecho de que los vieran no era lo peor. Su propia conducta que no tenía derecho, ni legal ni moralmente. No fue Alejandra quien los descubrió, sino la señora Davis que había ido a buscarla.  Aunque Pedro se abrochó la camisa con rapidez y ella sabía que no tenía nada de maquillaje en la cara, estaban en los extremos opuestos del estudio cuando la señora Davis entró. Sin embargo, el ama de llaves los miró con suspicacia. Y  se sintió aliviada cuando Pedro tomó la iniciativa.

—¿Sí? —comentó con toda la frialdad de que era capaz—. ¿Quería usted algo?

A pesar de su curiosidad, la señora Davis sabía muy bien quién era Pedro y sonrió falsamente.

—Yo... la señora Chaves está buscando a su hija, señor Pedro— explicó y miró a Paula—. La gente ya se va, señorita Chaves. Creo que a su familia le gustaría que usted los despidiera con el resto de la familia.

—¿Ah, sí? —se humedeció los labios y miró con nerviosismo a Pedro—. Bueno... muy bien.

 —Paula se reunirá con su madre dentro de un momento —anunció Pedro y se levantó de la mesa para sacar al ama de llaves de la habitación.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 40

—¿Qué quieres decir con eso? —exclamó.

No podía recordar lo que le había dicho y Pedro suspiró con fuerza.

—Ella me dijo que siempre tuviste la intención de irte —le recordó—. Corrígeme si me equivoco, pero tengo la impresión de que eso no es cierto.

—¿Acaso importa ahora? —se separó más de él. La frescura que entraba por la ventana la hizo sentirse mejor—. Hace tanto calor

—se frotó la nuca—. No hay aire.

—Es el jerez —comentó Pedro y se acercó de nuevo—. Has estado bebiendo desde que volvimos del funeral.

—¿Cómo lo sabes? —Paula lo miró indignada.

—Te he estado observando —se encogió de hombros.

—No tienes derecho.

—¿No? —alzó una ceja y se le aceleró el corazón.

 —No.

—Pau—susurró—. ¿Por qué me dejaste? Tengo que saberlo.

—Lo sabes —replicó con tensión—. Yo... nuestra relación se estaba volviendo demasiado... densa. Tú querías casarte y yo no.

—No te creo —exclamó Pedro con dolor.

Paula trató de no tocarlo, pero fue algo irresistible y le acarició los tensos nudillos. Entonces, Pedro la tomó de la mano con un ademán sensual—. Pau —habló con voz ronca y ella no se apartó—. Te amo, Pau—masculló y le dio un beso en la palma de la mano—. Siempre te he amado. Siempre te amaré.

—No... —entonces se apartó y sintió que él la había herido.

Con esa pequeña acción, Pedro  había abierto de nuevo una herida.

—Por el amor de Dios, Pau —se acercó y la tomó por la nuca.

Paula trató de escapar, pero supo que era inútil. No se resistió. Creyó que iba a besarla, pero no fue así. Tan sólo la abrazó, metiendo las manos bajo su chaqueta, sintiendo la cálida piel de su esbelta cintura. Tenía apoyada la mejilla contra su pecho y, como Pedro se había aflojado la corbata, la invadió su aroma masculino.

—¿Sabes lo maravilloso que es esto? —murmuró después de un minuto.

Aunque Paula estaba de acuerdo, sus palabras la sacaron de su estupor.

—Tienes razón —pero le puso las manos en el pecho para empujarlo cuando él trato de besarla—. Yo... he bebido demasiado —prosiguió, sabiendo que no era eso lo que Pedro esperaba oír—. Creo que sería mejor que te fueras.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 39

Terminó casi de inmediato. Miguel empujó la silla de ruedas y Alejandra lo miró con afecto. Pero la calidez que ellos compartían le pareció algo pasivo en comparación con la pasión que había percibido unos instantes antes. Y aquello la estremeció. Al salir del panteón, empezó a temblar. Y no sólo porque Pedro la miró con la misma clase de amargura en los ojos. Hasta aquel momento, Paula siempre había albergado la esperanza de que tal vez su abuela se hubiera equivocado, que tal vez hubiera otro «Horacio» con el que estuvo mezclada su madre. Pero era cierto. Estaba segura de que Alejandra  había tenido una relación con el padre de Pedro y de que ella era la prueba viviente de ello.

Más tarde, Pedro la fue a ver al estudio de la granja. Cuando terminó el funeral, la familia y los amigos volvieron a la granja en donde esperaba un buffet preparado por la señora Davis. La casa estaba llena de gente, pues muchos conocían a Gloria a través de su trabajo en comités de la iglesia. Después de tomar tres copas de jerez, Paula se refugió en el estudio con la esperanza de huir de las expresiones de pésame de las que no se sentía merecedora. De todas maneras, estaba muy agitada y lamentaba su decisión de quedarse después del funeral. La noche anterior había llamado a David buscando consuelo, pero él tan sólo se mostró molesto de que ella prolongara su estancia en Inglaterra. Le dijo que su hogar estaba en Nueva York y que ella no le había importado a su familia durante todos aquellos años, así que no creía que sintiera nada por ellos. Había tratado de explicarle lo que pasaba; le contó el infarto de su madre, pero David no fue amable. Dijo que la echaba mucho de menos y que estaba descuidando la agencia. Que todo eso debía ser más importante que algo que había pasado diez años antes y que ya no tenía solución.

Paula no esperaba eso de David. Después de hablar con Pedro, después de soportar la agonía de recordar todo lo ocurrido diez años atrás, necesitaba el apoyo de David  y no sus recriminaciones. Esperaba restablecer sus vínculos con su vida actual, pero tan sólo la había confundido. La noche anterior estaba muy perturbada por los sentimientos que Pedro todavía despertaba en ella. Había querido probarse que exageraba las cosas y que en cuanto oyera la voz de David, recuperaría la sensatez. Pero no fue así. Y aquel día, después del incidente del funeral, temía que se avecinara lo peor.

Cuando Pedro entró en el estudio, lo miró disgustada.

—¿Qué quieres? —se irritó al verlo cerrar la puerta—. Por favor, vete y déjame sola, Pedro. Te advierto que no soy buena compañía.

Él la ignoró. Se acercó. Era mucho más guapo que cualquier hombre que hubiera conocido. Y todavía lo deseaba. El deseo de deslizarle las manos por el cuello casi la venció. Le dió la espalda para tranquilizarse.

—¿Ya... se está yendo la gente? —preguntó con naturalidad y terminó el contenido de su copa.

Ya llevaba cuatro. Se preguntó si el alcohol era responsable de la falta de control que tenía sobre su cuerpo. Se quitó la chaqueta, pero siguió sintiendo calor. Y cada vez que miraba a Pedro, sentía que el sudor le corría entre los pechos.

—No lo sé —contestó Pedro y tomó la copa vacía, revelando que estaba detrás de la chica—. Y no me importa mucho, ¿Y a tí? Siento que la anciana haya muerto, pero nunca fue amiga mía.

—No —Paula contuvo las ganas de volverse hacia él. Miró el jardín por la ventana. —Y, si lo que me has dicho es cierto, tampoco te quiso mucho a tí — prosiguió Pedro con suavidad. Le puso un mechón de pelo detrás de la oreja y ella se apartó.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 38

Fue al baño a vomitar. Deseó tener valor para cortarse las venas con la navaja de su padre. La vida ya no tenía sentido para ella. Ya no quería seguir viviendo. El hombre a quien amaba le estaba vedado. Se daba cuenta de lo dramática que había sido. Ya había tenido tiempo de aprender que los corazones no se rompen, sólo se resquebrajan un poquito. Pero entonces tenía dieciocho años, estaba muy enamorada. Y desesperada, de modo que no veía el futuro, sino la destrucción del pasado. De alguna manera logró ir a la fiesta. Sus padres habían insistido en que debía ir, aunque la notaron muy tensa y pálida. Tal vez pensaron que ella y Pedro habían reñido, o algo semejante. Eso sucedió, antes de que terminara la fiesta. Él se mostró menos tolerante al ver que la invitada de honor era como un esqueleto en el festejo. Ya estaba muy nervioso y, cuando sacó el anillo de compromiso para Paula y ella lo rechazó,su enfado fue indescriptible.


No obstante, Paula descubrió que la rabia le daba fuerza para poder soportar aquella terrible velada. Y también tuvo que soportar el desprecio de su padre, de vuelta a casa. Miguel no veía otra cosa más que el hecho de que su hija lo había avergonzado en público al rechazar al hijo del terrateniente. Paula no pudo revelar la verdad, así que tampoco se defendió. Pensaba que aquello debió ser aún más duro para su madre. Se preguntaba si en los días que siguieron, cuando  guardó silencio y no quiso hablar con nadie, Alejandra sospechó algo. No podía saberlo. Era un tema que siempre sería prohibido. Y tenía demasiados problemas para mantenerse alejada de Pedro como para sentir simpatía por otra persona... aunque esa persona fuera su propia madre.


El día del funeral fue tan caluroso como el anterior. El sol caía con fuerza sobre el traje azul marino de Paula. A su lado, Delfina se derretía de calor y la chica sintió lástima por ella. Intuyó que echaba de menos el apoyo del marido ausente. Al otro lado de la fosa,  vió que la familia Alfonso estaba presente.  El padre de Pedro, su padre, estaba allí, junto a lady Ana. Y también Pedro vestido con un traje gris oscuro. Para su sorpresa, Candela no estaba con él. Pensó que tal vez su esposa ni siquiera estaba enterada de la existencia de Gloria. Y sólo porque estaba casada con Pedro, no significaba que tuviera que compartir todas las responsabilidades. Miró a Horacio y trató de ser imparcial con él. Pero no podía aceptar que él estuviera relacionado con ella. Sabía que era su padre biológico, pero Miguel siempre sería su padre. La chica no sintió nada al ver al señor Alfonso. Y se preguntó qué sentiría él al ver a la mujer que había sido su amante y si afectaría también a Alejandra.



El vicario terminó el servicio fúnebre y sólo se oía en el panteón cómo caían las paladas de tierra sobre el féretro. Miguel se inclinó para despedirse por última vez de su madre y Paula se hizo a un lado, avergonzada por no sentir pena. Y fue entonces cuando vio la mirada que cruzaron su madre y el padre de Pedro. Cuando lady Ana se volvió para hablar con uno de los trabajadores de Rycroft, su esposo miró a la mujer que estaba sentada al otro lado de la fosa en la silla de ruedas. Y Paula, que observaba detenidamente la situación, fue testigo de una emoción tan fuerte que no creyó que fuera posible.

viernes, 26 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 37

Tal vez la anciana esperaba que su relación no fuera duradera. Suponía que, después de todo, era una unión poco común: el hijo del propietario y la hija del arrendatario. Tal vez la abuela creyó que el padre de Pedro no permitiría que eso siguiera. O la propia madre de Paula. Ella había tratado de pensar que su abuela no había actuado por celos, ni por odio. Era su nieta y Gloria había asumido el lugar de su madre para muchas cosas debido a la enfermedad de ésta. Sin embargo, la abuela afirmó que, como cristiana devota, no podía dejar que prosiguiera esa abominación. Y Paula no pudo negarlo.

La anciana decidió revelar su secreto en el día más importante en la vida de Paula. El día en que ella se hacía mayor de edad y en que los padres de Pedro darían una fiesta en su honor. Él le dijo que era su manera de anunciar a todo el pueblo y a los Chaves, sobre todo, que aprobaban la relación de su hijo. Paula recordaba que cuando acompañó a sus padres a Rycroft, había querido no hacerlo y sintió que le habían extraído toda la sangre del cuerpo. Y todo fue porque la abuela decidió ir al cuarto de Paula cuando ésta se arreglaba para fiesta y le dijo que Pedro era su medio hermano. Lo contó que las historias acerca de que el padre de él fue un casanova de joven eran ciertas antes y después de casarse con lady Ana. Que él y Alejandra habían tenido una aventura. Y Paula era el resultado de eso. Miguel no era su padre, sino Pedro Alfonso, padre.

Paula no lo creyó. Al menos, no quiso creerlo, aunque aquello explicaba por qué su abuela la había rechazado durante toda la vida. Arguyó que su madre habría intervenido, pues ella sabía muy bien lo mucho que Pedro y ella se querían.

La abuela dijo que nadie lo sabía. Ni siquiera el padre de él. Éste pensaba que era hija de Miguel. Éste último también creía que era su verdadero padre. Le preguntó cómo habría podido Alejandra confesárselo a Paula, cuando eso significaría la destrucción de su propio matrimonio. Paula quedó abrumada, incapaz de pensar, ni sentir nada. La magnitud de lo que había revelado su abuela fue tal, que no podía moverse siquiera. Y luego la embargó un profundo dolor. Y discutió con su abuela, le dijo que, si era un secreto tan bien guardado, cómo se podía comprobar que fuera verdad.


Fue entonces cuando Gloria sacó las cartas, las cartas que el padre de Pedro había escrito a Alejandra  y que probaban, sin lugar a dudas, que fueron amantes. La abuela obligó a leerlas y le señaló las frases que indicaban lo íntima que había sido la relación. Paula nunca supo cómo su abuela se había apoderado de las cartas. Le bastó con saber que existían, que Alejandra no fue capaz de destruirlas, después de tantos años. Aquello la traicionó.

"Mi querido Horacio: Voy a tener un hijo, nuestro hijo. Te lo cuento porque es lo que siempre has querido y porque quiero compartir la noticia contigo. Pero sé que debes pensar en Ana y esto no será fácil para ninguno de los dos. A veces creo que sería mejor que no volviéramos a vernos. Miguel me ama. Lo sé. Y yo lo quiero. Pero nunca voy a querer a nadie como te amo a tí. Créeme. Ale".

—Pero, ¿Cómo sabes...? —se desesperó Paula y apartó la carta.

Su abuela sacó dos certificados. Uno era el acta de matrimonio de sus padres. La fecha era de diciembre y había algo significativo para Paula. La otra era su partida de nacimiento, con fecha de meses después.

—Si sabías que mi madre esperaba el hijo de otro hombre cuando secasó con mi padre, ¿Por qué no lo dijiste? —se disgustó Paula.

—Porque no lo sabía —replicó la abuela—. Tu madre no dejó estas cartas a la vista. Sólo después de que naciste, empecé a albergar sospechas.

—No entiendo...

—Tu madre y mi hijo fueron novios desde que eran adolescentes —te habrá contado la anciana con frialdad—. Yo siempre supuse que se casarían un día y así fue. Horacio Alfonso, me refiero al padre de Pedro, fue tal vez sólo un desliz sin importancia. Ya sé lo que dice en su carta, pero creo que no lo amó. Alejandraquería a mi hijo. Siempre lo ha amado. Lo que pasó fue que la halagaron las atenciones de Horacio. Y él se aprovechó.

Paula le hizo más preguntas, tratando de encontrar un punto débil en la historia de su abuela, pero no hubo ninguno. Cuando le preguntó por qué no se lo había contado a Alejandra, la abuela tan sólo se encogió de hombros. Ya estaban casados y felices. Y Miguel tenía una hermosa hija, replicó que ella no tenía derecho a destruir esa felicidad por el bien de una niña ilegítima.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 36

—¿Qué pensabas? —sonrió Pedro.

—Pues... este... ¿Puedes?

—Aja —le dió un beso en el hombro—. Si me dejas.

—¿Harás... lo de antes? —vaciló Paula.

—Espero que no —hizo una mueca de desagrado.

—Quiero decir... —se mordió el labio.

—Ya sé a qué te refieres —señaló y le lamió el pezón—. Y esta vez, no te decepcionaré.

Paula tenía miedo cuando Pedro se acomodó entre sus muslos. Sin embargo, no sintió dolor. Sólo una increíble sensación de plenitud que la hizo doblar las rodillas para que él pudiera hundirse en su interior. Pedro fue muy paciente y dejó que la chica llevara el ritmo. Paula sintió que sus músculos respondían cuando él empezó a moverse, que se contraían y expandían en torno a él, envolviéndolo. Contuvo el aliento al ser embargado por un placer inimaginable.

—Eres increíble —murmuró Pedro y le acarició los pezones tensos con los pulgares. Bajó la cabeza y le lamió la aureola, aumentando la excitación de Paula.

Poco a poco, Pedro aceleró el ritmo. La presión lo estaba incitando a hundirse más y más y el deseo que él había invitado era como un pulso palpitante en su interior. No fue como antes, cuando él la hizo experimentar su primer orgasmo. Esa vez, Paula estuvo segura de que enloquecería cuando los estremecimientos convulsivos la invadieron. Se aferró a él mientras oleadas de placer la hacían temblar. Cuando  quiso separarse, ella lo rodeó con las piernas. Atrapado en la curva sedosa de sus muslos,  se estremeció de modo incontrolable y la inundó. Incapaz de sostenerse, se desplomó sobre Paula. Y ella ya no quería separarse de él. Al contrario, estaba felíz; cansada pero totalmente satisfecha. «Hemos hecho el amor,» pensó, asombrada por su propia falta de timidez. Lo sentía, todo, y se propuso no dejarlo ir de su lado. Se mostró mucho menos entusiasta cuando se separó.

 —Esto ha sido una locura —la reprendió—. Podrías quedarte embarazada —hizo una mueca—. ¿Qué diría tu padre entonces?

—No me importa —no estaba arrepentida—. Me gustaría tener un hijo tuyo. Me gustaría tener muchos hijos, si así es como tienen que hacerse — añadió con suavidad.

Pedro se rió. Pero después insistió en que tomaran precauciones.

—Quiero tener hijos contigo, pero todavía no. No hasta que termine mis estudios y consiga un trabajo. Quiero casarme contigo en la iglesia de Lower Mychett y que todos sean testigos de mi amor por tí. No quiero tener que casarme contigo. Y quiero que seas toda para mí, por lo menos durante unos cuantos años.

Paula se preguntaba qué habría dicho su madre si se hubiera quedado embarazada. Pasaron juntos cada momento que tenían libre, después de aquella noche. En los seis meses que siguieron, idearon cientos de maneras de estar juntos y a solas. Una vez pasaron un fin de semana en los Cotswolds, en una cabaña que alquilaron a través de una agencia. A los dos les encantó fingir que estaban casados, dormir en una amplia cama y desayunar juntos en una soleada terraza. Paula no había sido tan feliz en toda su vida. Le parecía imposible que alguien pudiera destruir su felicidad. Y sucedió en junio, el día en que cumplió dieciocho años. Nunca supo por qué su abuela había escogido aquel día para darle la terrible noticia.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 35

Paula  tragó saliva. Temblaba, pero a pesar de su temor, quería hacer lo que él sugería.

—Yo... está bien —se arqueó para que Pedro pudiera quitarle la prenda. Pero profirió una exclamación de protesta cuando él hundió la cara entre sus muslos—. Pepe... ¡No deberías hacer eso!

—¿Por qué no? —inquirió al mirarla—. Te amo y quiero hacer el amor contigo. Y quiero que tú también me desees.

—Te... deseo —se humedeció los labios y, con un suspiro reacio, Pedro volvió a acostarse sobre ella.

—Está bien. Sin embargo, estoy demasiado vestido. Ayúdame.

Paula sintió algo de aprensión pero con decisión, le quitó los calzones. Y jadeó cuando tuvo entre sus manos su tensa masculinidad. Pedro tembló y la besó. Hundió la lengua en su boca, hambriento. Y ella también sintió el calor aterciopelado de su deseo. Le parecía que era tan grande y poderoso, que palpitaba con vida propia. A ella le pareció imposible que su cuerpo lo absorbiera y se asustó cuando él se apretó contra ella.

 —Relájate —jadeó contra su boca—. Estás listas para mí, mi amor. Lo puedo adivinar. Sólo déjame enseñarle lo que puedes sentir.

Paula se alzó contra sus dedos, abriendo las piernas cuando entendió lo que él quería de ella. Unas oleadas de inmenso placer le subieron por los muslos e invadieron todo su cuerpo, haciéndola aferrarse a sus hombros y suplicarle que siguiera. Empezó a jadear y ya no tuvo consciencia de nada más que de la necesidad que Pedro le había provocado. Se arqueó para tener una satisfacción que ni siquiera había imaginado que existiera, y cuando la experimentó, sintió que estallaba en mil pedazos. Y entonces, cuando sintió que el placer disminuía, se hundió en ella, suave, pero con firmeza. Paula contuvo el aliento al sentir un dolor breve e intenso en su vientre. El deleite que la había embargado por las caricias de él, fue sustituido por una sensación de dolorosa incomodidad. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

Sin embargo, Pedro había dejado de considerar los sentimientos de Paula antes que los suyos. Su propia necesidad prevaleció y tuvo que desahogarse. Se salió un poco y arremetió una, dos veces contra ella. Y luego salió por completo, temblando al experimentar el clímax, fuera de la chica. Durante uno momento, ella se sintió tan sorprendida, que no pudo hacer nada. Todo había sido muy diferente a lo que esperaba y la separación de él la había confundido. «Tanto alboroto para nada», pensó. Pedro seguía acostado con el brazo sobre la cara. Ella esperó poder vestirse antes de que él se diera cuenta.

—No te vayas, por favor —la tomó del brazo cuando ella se apartó un poco. Se alzó sobre un codo y la miró—. Lo siento. Pero no he podido contenerme.

—No importa —sollozó.

—Sí importa —le apartó un mechón de la sudorosa frente. El pelo le cayó sobre los hombros, suave y atrayente—. Quería que sintieras la misma maravilla que yo, pero... lo he estropeado todo.

—No importa —repitió y apartó la cara—. Este... ¿No deberías irte? Ya es tarde.

—¿Quieres que me vaya?

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que quiero quedarme —susurró con la voz ronca—. Pau, no me mires así. Te prometo que haré que sea una experiencia fantástica para tí. Por lo menos, dame una oportunidad, ¿No?

—¿Cuándo? —lo miró fijamente.

—Ahora —hizo una mueca sonriente.

—¿Ahora? se escandalizó—. Pero... —miró su cuerpo y se ruborizó—. Yo pensaba...

Has Vuelto A Mí: Capítulo 34

La besó con intensa pasión, nervioso y Paula sintió por un momento haber desatado algo incontrolable. Pero la presión hambrienta de los labios de Pedro, la húmeda invasión de su lengua, la hizo marearse. Era lo que ella quería. Que él perdiera el control y quedara a merced de sus sentidos. Ella deslizó las manos bajo la chaqueta, se la quitó y la tiró al suelo. Pronto, pasó lo mismo con la camisa. Por vez primera, Paula le puso las manos en el pecho desnudo. Lamió sus pezones y disfrutó del poder que tenía sobre Pedro. Hubo algo infinitamente satisfactorio para la chica en apretar sus senos contra su piel velluda. Le delineó la línea del vello corporal que se hundía bajo el cinturón. Cuando se disponía a desabrocharle la hebilla, él la tomó de la mano.

—Yo lo haré —miró su prótesis con algo de impaciencia—. Esto... lleva su tiempo. Y... bueno, Nan suele ayudarme a desvestirme.

—Yo te ayudaré —susurró Paula con voz ronca. Lo hizo sentarse en la cama—, besándolo mientras le soltaba la hebilla.

Y era muy consciente de la hinchazón que advirtió debajo, de su propia falta de experiencia cuando logró quitarle la ropa. Prefirió no mirar mientras le bajaba los pantalones. Sentía que era algo inmaduro de su parte, nunca había visto a un hombre desnudo. Y aunque la posibilidad la emocionaba, también la asustaba. Sintió la tela suave de sus calzoncillos al deslizar los vaqueros por las caderas. Aunque evitó ver su masculinidad, se estremeció. Los vaqueros se deslizaron con facilidad debido a que estaban abiertos en el tobillo. Ella ya estaba lamentando haber tomado el control de la situación. Pedro adivinó cómo se sentía Paula al ver que tardaba mucho en doblar los pantalones.

—Ven —la hizo acostarse a su lado y rodó con ella—. No sabía que tuvieras tanta experiencia —añadió mientras hundía la cabeza entre sus senos.

Paula se estremeció.

—No la tengo —confesó y lo sintió reír contra su piel.

—Vaya, vaya, si no me lo dices, nunca lo habría adivinado —bromeó, pero se puso serio al volver a besarla.

 Tenía los senos aplastados contra su pecho y Pedro deslizó una pierna entre las de ella. Fue más fácil así para él acariciar su femineidad y Paula se arqueó ante el contacto. Pero la ropa seguía siendo una barrera. Pedro intuyó lo que ella necesitaba y le desabrochó los vaqueros.

—Ayúdame —jadeó sobre sus labios y Paula alzó las caderas para que él le bajara los pantalones.

Sólo su ropa interior de encaje y algodón cubrían su desnudez. Ella tembló. Pedro la miraba con tanta sensualidad, que no sabía cómo reaccionar. Entonces, él agachó la cabeza y le besó un pecho, el vientre plano y el hueco del ombligo. Tenía los dedos en el elástico de las braguitas y cuando se disponía a quitárselas, Paula lo detuvo.

—No, Pepe.

—¿Por qué no? Eres hermosa y quiero verte. Toda. No vas a detenerme, ¿Verdad?

—Yo... —tartamudeó—. Bueno, ¿Podríamos apagar la luz? —señaló la lámpara que estaba encendida en la mesa de noche.

—He dicho que quiero verte —le recordó con suavidad. Le bajó las braguitas hasta que pudo besar los rizos dorados—. Mmm, eres deliciosa — le dijo y Paula empezó a ceder—. Vamos, mi amor. Dejaré que me hagas lo mismo.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 33

Pasaron la noche en una discoteca que habían instalado en el salón de actos de la pensión. Pedro tuvo que quedarse sentado a ver cómo ella bailaba con todos sus amigos. No quería ir a la discoteca, pero Nan le había dicho que era muy aburrido para Paula quedarse a ver la televisión todos los días. Ella tuvo que aceptar, aunque  le gustaba ver la televisión con Pedro pues así estaban juntos y solos. Sin embargo, como él decidió ir, ella se puso unos vaqueros nuevos, un suéter de cuello redondo color crema y la cadena de oro que Pedro le había regalado el día en que cumplió diecisiete años. Sabía que estaba bonita y no quería quedar mal con los amigos de él. Fue la chica más popular de la reunión y todos la sacaron a bailar.

Pedro no se quedó solo. Varias chicas charlaron con él. Pero cuando los dos salieron de la discoteca, estaban reservados y distantes uno con otro. Como de costumbre,  la acompañó a su habitación, pero se negó a pasar, cuando Paula lo invitó.

—Estoy seguro de que estás demasiado cansada —comentó fríamente.

—¿No querrás decir que tú lo estás? —se disgustó Paula y sacudió la cabeza.

Se le cayó la goma del pelo.

—¿Qué quieres decir con eso? —Pedro se agachó para recogerla y al ver que le costaba tanto trabajo, ella se tranquilizó.

 —Nada —susurró con vergüenza.

Obedeciendo a un impulso, lo acarició.

—Vaya, Pau —Pedro se irguió, ruborizado, pero sus ojos se ensombrecieron al ver el, brillo sensual de los de ella—. ¿Qué tratas de hacerme?

—Yo sé lo que tú me haces —lo tomó de la mano y lo metió en el cuarto. Y cerró con llave—. Ven, tontuelo. ¿De veras crees que me ha gustado bailar con todos tus amigos esta noche?

—Parecía que sí —murmuró y le dió un beso sensual.

—¿Y tú? —protestó la chica—. A juzgar por la cantidad de chicas que tenías alrededor, no estabas sufriendo mucho.

—¿Estás celosa?

—Aja —le echó los brazos al cuello—. ¿Tú no lo estarías?

—Bueno, no es necesario —le aseguró y le metió la mano bajo el suéter— . Déjame quitarme esto —se humedeció los labios con la lengua.

—No, no creo que sea una buena idea.

—Yo diría que sí.

—Pues yo no —se mostró duro y se alejó—. ¿Tienes algo para beber?

Aunque todavía tenía la escayola en el tobillo, ya podía andar sin las muletas. En una semana o dos, ya estaría recuperado. Justo a tiempo para pasar la Navidad, había comentado antes con alivio, pero Paula ya no quería regresar al pueblo. Estaba acostumbrada a pasar los fines de semana en Londres. Tan sólo se encogió de hombros y dijo que no tenía refrescos.

—Tendrás que pedirle a una de tus esclavas que vaya a por uno a las máquinas de abajo —declaró—. Me voy a la cama. Tenías razón, estoy cansada.

—Pau... —suspiró Pedro.

—¿Qué? —se volvió y se puso las manos en las caderas, tensa.

—No eres la única con sentimientos, ¿Sabes? —suspiró. La acercó a él—. Y deja de fingir que no sabes lo que siento por tí. Dios sabe que te he dicho suficientes veces. ¿Qué tengo que hacer para probar cuánto te quiero? ¿Ponerme un cartel en el pecho, o qué?

—Podrás... hacerme el amor —Paula ya no resistió más y le acarició las solapas de la chaqueta.

Pedro gimió y la abrazó con fuerza.

lunes, 22 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 32

—Claro. Vivimos en la misma pensión para estudiantes. Soy Hernán Paz, pero me llaman Nan. No creo que te haya hablado de mí.

 —¿Nan? —sintió un alivio profundo—. Ah, sí, te ha mencionado —tragó saliva cuando algo se le ocurrió—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Pedro? ¿Pasa algo malo? —se había asustado mucho.

—Más o menos. Pero no es nada serio —agregó al verla angustiada—. Pepe se ha roto un tobillo y tendrá que llevar escayola durante seis semanas.

Paula se entristeció. No sólo por el accidente, sino porque él ya no podría verla si se quedaba en la universidad. Tampoco podría ir a Rycroft durante los fines de semana pues no podría conducir.

—Qué pena. Pobre Pepe. ¿Cómo fue?

 —Estábamos jugando al fútbol. Trató de anotar un tanto y le dieron una patada en el tobillo. El entrenador insistió en que se hiciera una radiografía y supimos que tenía una fractura. Le dolió mucho.

—¿Cómo está ahora?

—Bueno, está tomando analgésicos y está bien. ¿Nos vamos?

—¿Nos vamos? —lo miró sin entender.

—Claro, has venido a verlo, ¿No? Y yo te voy a llevar a la pensión.

De camino, le explicó que en la pensión todos tenían su propia habitación, aunque compartían los baños. Y que también había una cafetería. Sin embargo, al entrar a la pensión, Paula se dió cuenta de que allí también se alojaban mujeres. Y sintió celos cuando varias chicas preguntaron a Nan cómo estaba Pedro. El cuarto de él estaba en el cuarto piso y Nan entró sin llamar.

—Ya hemos llegado —hizo un gesto teatral—. Sanos y salvos —y se fue con mucha discreción, para dejarlos solos.

Paula entró con menos confianza pero al verlo con el tobillo enyesado, en la cama, corrió hacia él y lo abrazó. Pedro la hizo sentarse en su regazo.

—Lo siento —susurró con voz suave cuando al fin dejó de besarla—. Debí ser más prudente, sobre todo en estas circunstancias.

—¿Qué circunstancias? —le acarició la frente y el pelo.

—Pues que yo vaya y vuelva de Roycroft —suspiró—. No podré conducir durante seis semanas.

—Ya —bajó la vista—. ¿Te peso mucho?

—No —le acarició la nuca y volvió a besarla—. Supongo que tendré que tomar el tren, pero no habrá ningún lugar en donde vernos que no sea en restaurantes y cafeterías, ¿Verdad?

—¿No quieres ir a la granja? —vaciló Paula.

—¿Y soportar la mirada de lince de tu padre? —hizo una mueca—. Tú podrías ir a Rycroft, pero allí tampoco estaríamos solos.

—Tendré que venir a Londres los fines de semana —le acarició la mejilla—. Si encuentras un sitio en donde yo pueda quedarme.

—Podrías quedarte aquí —sonrió de inmediato—. No en este cuarto, aunque no me importaría que así fuera —rió al verla sonrojarse—. Hay cuartos para invitados en todos los pisos y hasta tienen su propio baño — sonrió—. Podría conseguirte uno con facilidad.

—Está bien —Paula se alegró mucho.

—¿Qué le vas a decir a tus padres? —frunció el ceño.

—La verdad, ¿Por qué no? No estamos haciendo nada malo.

El señor Chaves no estuvo de acuerdo. Sin embargo, como Gloria no estaba en la casa, la madre de Paula logró convencerlo.

—No puedes esperar que Paula no vea a Pedro durante seis semanas —protestó Alejandra—. Vamos, Miguel, ya casi tiene dieciocho años. Sabe lo que hace y yo prefiero saber que está con él y no con alguien a quien yo no conozca.

Pronto estuvieron de acuerdo. Cuando Gloria volvió, ya no pudo oponerse a lo que era un hecho. Para Paula fue una experiencia nueva y emocionante. No conocía muy bien Londres, pero lo exploró con tranquilidad. Y como allí no existían las restricciones exageradas de Lower Mychett, pronto perdió gran parte de su timidez. Claro que dormir en el mismo edificio que Pedro no fue tan sencillo como había imaginado. Cada vez les era más difícil separarse por las noches. Pronto, él se negó a que ella fuera a su cuarto después de las nueve de la noche, porque Olivia nunca quería marcharse. Él iba a verla y se iba cuando la situación se volvía insoportable. Y fue inevitable que una noche no se fuera a dormir solo...

Has Vuelto A Mí: Capítulo 31

Sin embargo, la vuelta era más difícil. Lo más tarde que podía irse de Londres era a las diez menos cuarto, si es que quería coger el autobús que la llevaría a Lower Mychett. Una vez perdió el autobús y tuvo que tomar un taxi. Y fue una experiencia que la angustió mucho. Cuando Pedro se enteró de lo sucedido, estuvo furioso durante varios días. Dijo que le hubiera podido pasar cualquier cosa. Una chica joven, viajando en un coche con un desconocido a esas horas de la noche. Una semana después, aunque se despidió de Paula en la estación de Waterloo como de costumbre, cuando ella llegó a Winchester, Pedro la estaba esperando en la terminal.

—A partir de ahora vendré a Winchester —dijo mientras conducía el Mini a la granja—. Puedo pasar la noche en Rycroft y volver a la ciudad a la mañana siguiente. Nunca me perdonaría que algo te sucediera. Significas demasiado para mí.

Paula  alegó que no era sensato que tuviera que viajar ida y vuelta de Londres todos los días. Dijo que ella había conseguido el empleo para verlo y no al revés. Además, dijo que Pedro necesitaba descansar, o de lo contrario, nunca podría licenciarse. Discutieron hasta que llegaron a la granja y no encontraron solución. Sólo cuando  lo amenazó diciendo que no iría a verlo durante la semana, Pedro cedió. Pero hizo prometer a la chica que llamaría a su padre si volvía a perder el autobús.

Paula estuvo de acuerdo, aunque sabía que su padre no iría a buscarla más de una vez. Miguel Chaves no sabía nada del incidente del taxi, pero si se enteraba le haría la vida imposible. No estaba de acuerdo en que su hija viera a Pedro. Todos desaprobaban su relación con él. Todos menos su madre. Incluso las chicas del pueblo le decían que estaba loca por tomarlo en serio. Todos esperaban que ella hiciera el ridículo, que tal vez él la dejara. Sin embargo, se había negado a que nada se interpusiera entre ellos.

Dos semanas después, tomó el tren de costumbre a Londres. Pero al llegar a Waterloo, Pedro no estaba allí. Era la primera vez que no la esperaba en la plataforma y ella se deprimió al preguntarse si ya se habría hartado de ella. Pero pensaba que si él ya no quería verla, se lo hubiera dicho y no habría permitido que hiciera el viaje. No obstante, quedarse en la estación de Waterloo no le pareció sensato. Varios hombres desocupados la miraban con cierto interés. Cuando Pedro iba a buscarla, solían ir a tomar algo o a cenar, aunque la comida era la última de sus preocupaciones. Sólo te tomaban de la mano y se besaban mucho, sin tener las presiones de estar a solas. Pensó que tal vez él estaba harto de no llegar a nada con las caricias tímidas y exploratorias. Tal vez había decidido encontrar a otra chica con quien pudiera satisfacerse. Sintió que alguien le tocaba el hombro. Se volvió y se topó con un chico de la edad de Pedro.

—Perdón... —sonrió—. Pepe me ha mandado. Pepe Alfonso. Tú eres Paula, ¿Pau, verdad? Dijo que buscara a la chica más bonita de todo el lugar.

—¿Conoces... a Pedro? —tragó saliva y su temor disminuyó un poco.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 30

—¿Por qué? —tragó saliva—. ¿Porque me has deseado?

—No seas tonta —se reclinó en el asiento. Al verla dolida, negó con la cabeza—. No, no eres tonta. Yo sí lo soy.

—¿Por qué? —Paula trató de mirarlo a los ojos. Pedro vaciló antes de tomarle la mano y de ponerla sobre el bulto que tenía bajo el vientre—. ¡Ah!

—Sí, ah —asintió él y cerró los ojos al ser embargado por la deliciosa sensación de la suave caricia de los dedos de Paula sobre él—. Ya sabes qué es lo que me provocas.

Paula se humedeció los labios. Sólo en raras ocasiones, cuando bailaban juntos o cuando él se despedía, sentía lo que le provocaba, pero  siempre había conservado el control. Aquello era diferente.

—¿Te... duele? —inquirió y se ruborizó al darse cuenta de lo ingenuo de la pregunta.

Pedro sólo hizo una mueca para burlarse de sí mismo.

—Más o menos —aceptó al apartarle la mano—. Será mejor que nos vayamos.

—No, espera —se mordió el labio—. ¿Qué... qué vas a hacer?

—¿Hacer? Pues llevarte a casa, claro está. ¿Qué si no?

 —No... quiero decir... respecto a eso —señaló la parte baja de su abdomen.

— ¿Qué dices? —Pedro se quedó inmóvil y Paula suspiró.

—Este... ¿Después de que... estamos juntos, tú... vas con... alguien más? —inquirió con un hilo de voz—. Me... gustaría saberlo.

—¿De veras? —Pedro parecía enfadado y ella temió haber cometido un error.

—Yo... bueno, los hombres suelen hacerlo, ¿No? Si... digo no obtienen satisfacción en un lugar, van a buscarla... a otra parte.

—¿Quién te ha dicho eso? —estaba muy disgustado—. Ah, no me lo digas. Puedo adivinarlo. Tu abuela, ¿Verdad? —la miró de modo acusador—. Eso es lo que tratabas de decirme antes. Ella te ha contado mentiras sobre que un hombre siempre quiere tener sexo.

—¿No es cierto? —se estremeció.

 —Tal vez —apretó el volante con fuerza.

—¿Quieres decir que has ido con otra chica después de...? —abrió mucho los ojos.

—No, maldita sea, no —protestó con amargura—. Pau, soy un hombre, no un animal. No estoy negando que te deseo. Lo sabes muy bien. Y si te dijera que siempre es fácil, te mentiría. Pero tampoco te estoy engañando. Te quiero demasiado para eso.

—Entonces... entonces... ¿Por qué no...?

—¿Qué? —apretó los labios—. ¿Lo hacemos en el asiento trasero? ¿Es eso lo que quieres?

 —No lo digas así —se estremeció—. Es tan... tan...

 —¿Crudo? —se tornó sombrío—. Bueno, pues debe serlo, ¿Verdad? Eso es lo que tu abuela espera que yo haga. Y no le voy a dar ese gusto.

—Pero... no podemos seguir así, ¿Verdad?

—Tenemos que seguir así —puso el motor en marcha.

—Y... ¿Cuándo... vamos a...?

—Supongo que cuando estemos casados —la sorprendió con la respuesta—. ¿Te importaría que habláramos de otra cosa? Hay un límite para todo.

Pero no habían esperado a estar casados, recordó Paula con tristeza. Después de que Pedro volviera a la universidad, dejó de ir al instituto y encontró trabajo. Aquello había provocado tensiones en la familia, pero sólo así pensaba que podía ser independiente. Sin embargo, hubo una gran discusión cuando se enteraron de que  había aceptado un empleo en Winchester para poder tomar el tren de la tarde e ir a Londres. Era la niñera de un grupo de pequeños. Terminaba a las cinco de la tarde y estaba con Pedro a las siete menos cuarto.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 29

—¿De verdad? —lo miró con disimulo y se humedeció los labios.

—Sí —se impacientó Pedro—. ¿Qué estás insinuando? ¿Que no me crees? Te juro que no he salido con otra chica desde que te llevé a tu casa aquella tarde, cuando la bicicleta se estropeó. Y ésa es la verdad.

—Pero la abuela dijo... —se mordió el labio.

—Sigue —insistió cuando ella calló—. ¿Qué dijo tu abuela? Ya sé que no le gusto, así que no será ninguna sorpresa.

—No es importante —vaciló.

—Si es un obstáculo entre tú y yo, sí es importante —replicó. Le enmarcó el rostro con las manos y le besó los labios—. Vamos, puedes decírmelo. ¿A quién se supone que he estado viendo?

—No es eso —se apartó Paula.

—Entonces, ¿De qué se trata?

—No puedo decírtelo.

 —¿No puedes o no quieres? —se enfadó y maldijo—. ¿No te das cuenta de lo que tú abuela nos está haciendo? ¡Nos obliga a reñir!

—No es cierto —pero Paula  temía que él tuviera razón.

Pedro estaba tan enfadado, que ella le echó los brazos al cuello y lo besó. Abrió la boca contra la de él y buscó su lengua con la suya. No había respondido al principio, pero cuando Paula se desabrochó primero su abrigo y luego la chaqueta de él,  tuvo que ceder. La hizo apoyarse sobre el asiento y le metió la lengua en la boca con fiereza. Era como si necesitara probarse, así como a Paula, que todavía podía controlar la situación. Pero por una vez, su plan no dio el resultado acostumbrado. La boca sedosa de ella, las caricias sensuales de su lengua y la presión incitante de sus senos en su pecho, fueron demasiad. Empezó a descontrolarse y, en vez de alejarse cuando la excitación aumentó, siguió alimentándola.

Él no había tenido toda la culpa. Paula quería hacer todo lo que pudiera para acallar las dudas que su abuela había sembrado en su mente. Pedro la deseaba y sólo a ella. La había deseado durante los últimos seis meses y se entregaría a él si así podía conservarlo a su lado. Y aquel fue el último pensamiento coherente. No le era posible pensar cuando él aumentaba la temperatura de su cuerpo. No era la primera vez que le pasaba la mano bajo el jersey y que le tocaba los pechos, pero aquella noche no se conformó con acariciarlos. Aquella noche, le había alzado la prenda y acariciado los sonrosados pezones con la lengua. Paula  se estremeció mientras él acariciaba sus pezones hinchados. Nunca había imaginado lo que sentiría cuando Pedro lo hiciera, pero su naturaleza apasionada respondió a las caricias. Las sensaciones que él creaba, casi la enajenaban. Se apretó contra él. Pedro volvió a besarla y descubrió que ella también jadeaba. Le pasó los brazos al cuello y enredó los dedos en el pelo de la nuca masculina. Se ahogaba en emociones que desconocía. Aunque hacía frío en el coche, ella no lo sintió. Sólo era consciente de Pedro cuando éste le acarició la rodilla y luego deslizó la mano por el muslo, bajo la falda,  abrió las piernas de manera automática.

—¡Dios! —cuando sus dedos rozaron la cálida unión de las piernas de Paula, Pedro retiró la mano y se separó de ella. Se pasó las manos por el pelo y la miró  que estaba muy confundida—. Bájate el jersey —había añadido.

—¿Qué? ¡Oh! —Paula estaba demasiado pasmada como para entender lo que pasaba, pero sabía que Pedro estaba enfadado con ella—. Perdona — suscitó mientras se arreglaba la ropa.

—No... te disculpes. Yo soy quién debería pedirte perdón —masculló—. Dios, creo que me estoy volviendo loco.

Has Vuelto A Mí: Capítulo 28

Su relación con él progresó con rapidez. Aunque ella temía que la diferencia de edades fuera un obstáculo, no fue así. Después de todo, ella cumplió diecisiete años unos meses después y se hizo más madura. Aquello le permitió hacer frente a su abuela y a su padre. Se daba cuenta de que su madre siempre había sido su aliada más fuerte. Intentó no pensar en ello y recordó cómo Pedro solía llevarla a pasear en su Mini. Y, cuando estaban juntos, él sólo tenía que tocarla para alterarla por completo. Y aquello fue un problema. Su experiencia sexual siempre había quedado restringida a los besos torpes entre adolescentes... hasta que lo conoció. Con él, lo que había empezado como un roce natural de sus bocas, pronto se convirtió en caricias apasionadas. Sabía que había tratado de controlar la situación. Una vez, se separó de ella y salió del coche para dejarla sola. Y la verdad era que se sentía tan culpable como él por desear más de lo que le daba. Cada vez que estaban juntos, la tentación crecía más y más.

 Una noche de octubre, Pedro la llevó a comer a Salisbury. Era como una comida de despedida, pues al día siguiente él volvería a la universidad. Aunque él tenía la intención de ir al pueblo cada vez que tuviera un fin de semana libre, había estado todos los días con Paula durante los últimos tres meses. Así que la separación sería bastante difícil y a ella no le agradaba la posibilidad de pasar todas sus noches vacías. Aparcaron, como siempre, junto al río, cerca de la presa. Sandy trabajaba como perro pastor, pero a veces los acompañaba de paseo. Pensó en él y le agradeció haber contribuido a acercarla a Pedro. Era tarde, pero aún no había oscurecido del todo. La luna iluminaba el coche. Así que él  pudo ver la tristeza de ella y le dió un beso.

 —Alégrate. Estaré de vuelta en cinco días.

—¡Cinco días! —suspiro Paula, mirándolo. Le acarició la mandíbula—. Eso me parece una eternidad.

—Lo sé —le besó la palma—. Pero créeme que pasarán. Y a finales del año que viene, ya tendré mi título.

 —Mira —Paula le acarició el labio inferior—. Y entonces supongo que te irás a vivir a Londres. Eso dijiste que querías, ¿Verdad?

—Dije que nos iríamos a vivir a Londres —corrigió y le mordisqueó el pulgar—. ¿Por qué estás tan negativa? ¿Qué te ha estado diciendo tu padre?

 —¿Qué dice siempre? —agachó la cabeza—. Ya sabes que no aprueba nuestra relación. Me atrevo a decir que él y mi abuela consideran que tu regreso a la universidad significa el fin. Ya me dijeron que tú tal vez conozcas chicas con quienes tengas más cosas en común que conmigo.

—¡Dios mío! —la obligó a mirarlo—. No crees eso, ¿Verdad?

—No. Sí. No sé —se encogió de hombros.

Estaba confundida, triste y Pedro cerró los ojos por un momento.

—No me hagas esto, Pau—gimió y apoyó la frente contra la suya—. Ya sabes lo que siento por tí. Nunca te lo he ocultado. No estoy diciendo que no he salido con chicas en Londres, pues claro que lo he hecho. Pero ninguna fue importante para mí. Y desde que estamos juntos, no ha habido otra mujer en mi vida y lo sabes muy bien.