miércoles, 31 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 54

En aquél momento, se iluminó la entrada de la casa, Pedro maldijo y se alejó y Paula lo imitó. Él sabía que Miguel los había visto y salió del coche.

—Miguel,  ¿Cómo estás? —saludó cortésmente y sólo Paula supo que estaba tan tenso, pero vió a otro hombre que salía al pórtico y el estómago se le hundió al reconocerlo. Era David.

—¡Dios mío! —exclamó.

—Tienes visita, Pau—le indicó su padre, pero tampoco parecía entusiasmado por la llegada de David.

Pedro tuvo que soportar las presentaciones de Miguel y no sonrió. Pero como David había visto a Paula, no le importó la frialdad de Pedro.

—Cariño —exclamó y corrió hacia ella.

Paula no tuvo más remedio que dejarse abrazar y besar por él. El beso de David dejaba mucho que desear, pero ella supo que en parte se debía a su propia falta de respuesta. No soportaba que la tocara y se quedó con los ojos abiertos, mirando a Pedro con una tristeza profunda. Éste no soportó más, no quiso entrar a la casa y volvió a! coche.

—Buenas noches —lo miró a todos y Paula tuvo que ver cómo se iba, mientras David le rodeaba los hombros con un brazo.



Dos días más tarde, Paula estaba sentada en la cama del cuarto de su abuela, mirando cómo su madre revisaba el contenido del armario. Aunque no quería ayudar a su madre a clasificar las cosas de la abuela, le daba un pretexto  para alejarse de David. Y no había podido hacerlo con frecuencia en los dos últimos días. En cuanto ella bajaba a la cocina, David ya estaba despierto. Aunque ella apreciaba que él hubiera ido a buscarla para llevarla a Estados Unidos, habría preferido que fuera menos exigente. Le avisó que se iría al final de la semana y eso pensaba hacer. Necesitaba estar sola y él no se lo permitía. La verdad era que  deseaba que  no estuviera en la granja. Fue muy educado con los señores Chaves y hasta Miguel tuvo que aceptar que era un hombre sincero, aunque sus costumbres lo irritaran un poco. Pero no lo quería en la granja porque así no podía ver a Pedro. Aun así, reconocía que necesitaba dejar de hacer tonterías con Pedro. De no ser porque David llegó, estaba segura de que las cosas habrían empeorado. Cada vez lograba resistirse menos a Pedro y había veces en que no sabía qué era peor: la tristeza de él, o su propio tormento.

—Creo que casi todo puede venderse en el bazar de la iglesia —comentó su madre, sacando varios chales del armario y poniéndolos en la cama—. Sé que le gustaría a la esposa del vicario y estoy segura de que eso es lo que tu abuela hubiera querido, ¿No te parece?

—¿Qué? —Paula salió de Su cavilación y miró la ropa—. Ah, este... sí — contestó sin saber qué decir.

—¿Qué te pasa, Pau? —suspiró la madre—. Me tienes muy preocupada. Pensé que te agradaría que el señor Randall estuviera aquí, pero no estás contenta, ¿Verdad?

—Se llama David—contestó Paula, evadiendo la pregunta.

—Prefiero llamarlo señor Randall —declaró—. No lo conocemos, Pau. Es tu amigo, no nuestro. No nos has dicho cuáles son tus planes. Si llegas a casarte con él, lo aceptaremos como a un miembro de la familia, pero, hasta que eso no ocurra...

—No te gusta, ¿Verdad?

—No he dicho eso. Casi no lo conocemos...

—Pero no te agrada lo poco que conoces —insistió Paula.

—No. Quiero decir, sí. Eso no es lo que estoy diciendo —se exasperó la señora—. Pau, lo que pasa es que no estamos acostumbrados a sus hábitos. ¿A quién se le ocurre comer yogurt a la hora del desayuno, por ejemplo? ¿Qué tiene de malo comer pan con mermelada a la antigua usanza?

—No hay nada de malo en el pan con mermelada —tuvo que reír—. Lo que pasa es que nosotros no comemos pan integral y David sí. Además de que la mermelada que haces tiene mucha azúcar.

—Bueno... —hizo un gesto elocuente y volvió al armario—. Parece que a tu padre no le ha hecho el menor daño y el marido de Delfina dice que es la mejor mermelada que ha comido en su vida.

—Lo es —se encogió de hombros—. Lo que pasa es que así es David. Para él es muy importante su dieta.

—Bueno, yo siempre he pensado que cuando se está como invitado en casa ajena, se debe hacer un esfuerzo por adaptarse —replicó la madre, hurgando en un cajón—. Lo que me recuerda que la señora Davis me ha dicho que le ha pedido que le cambie las sábanas todos los días. ¿Hace eso en su casa?

—Creo que sí —alzó los hombros—. Entonces, ¿No te gusta?

—Bueno, no estoy encantada de la vida con él —hizo una mueca—. Pero es un hombre que no tiene nada de malo —suspiró—. Tú eres quien tiene que decidir si es el hombre al que amas. Tu padre y yo no podemos entrometernos en este asunto.

—Pero, si yo me casara con él...

—Serían bienvenidos en esta casa y lo sabes —la interrumpió la madre— . Igual que lo son Delfi y su esposo. Y ésa es otra cosa. No he recibido noticias de ella. Espero que esté bien, pues el bebé ya está a punto de nacer.

Paula dudó. Le habría gustado preguntarle a su madre qué clase de hombre le gustaría para yerno, pero no tuvo el valor. Siempre pasaba lo mismo, cada vez que se presentaba la oportunidad de aclarar la verdad,  siempre se retraía. Sabía que otro infarto tendría consecuencia fatales y no quería tener eso en la conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario