lunes, 15 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 7

El rechazo de Pedro fue como una bofetada para la chica. Paula abrió los ojos y lo vió alejarse, muy agitado. Pero no fue nada comparado con el horror que la invadió al darse cuenta de que nada había cambiado entre ellos. Pedro seguía siendo el único hombre que podía derretirla y bastó para que la chica deseara no haber salido de Nueva York.

—¿Está usted bien? —inquirió un hombre que salió del restaurante mientras la admiraba con disimulo.

Paula le sonrió, tensa.

—Este... sí, gracias —contestó—. Parece que está impaciente, ¿Verdad?

—¿Quién...? ¡Oh! —exclamó Paula al ver que el Mercedes se dirigía a la salida. Se movía con lentitud, pero la intención de Pedro era obvia. Hizo un gesto de impotencia y corrió hacia él. Alcanzó el coche con la respiración agitada.

—Maldito —se disgustó.

 Pedro la miró furioso.

—No es culpa mía que te entretengas coqueteando con todos los hombres que ves —replicó con frialdad y aceleró.

Paula se quedó de una pieza al oír la acusación.

 —No estaba coqueteando con nadie —declaró poniéndose el cinturón de seguridad.

—¿Qué le has dicho? —hizo una mueca—. ¿Que te estaba maltratando?

—¡No! —lo miró—. Me ha preguntado si estaba bien, eso es todo.

—¿De veras?

—Sí, de veras —desapareció su rabia al verlo resentido—. ¿Qué te pasa? ¿Estás celoso?

 No la contestó y Paula no esperó que lo hiciera. Aquello terminaba con sus esperanzas de que pudieran salvar lo que quedaba de su relación. Suspiró y se desabrochó el primer botón de la blusa. Se alegraba de llevar zapatos de tacón bajo, de lo contrario, jamás lo habría logrado. Se preguntaba si Pedro se hubiera ido sin esperarla. Lo dudaba... aunque tal vez era demasiado optimista. Su desprecio por ella le parecía evidente. Paula calculó que todavía faltaba una hora para llegar al pueblo y decidió intentarlo de nuevo. Después de todo, no podían llegar a casa de sus padres en aquel estado.

—Bueno... háblame de tu esposa —susurró con suavidad—. ¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Tienes hijos? —era la pregunta más difícil de todas.

Paula creyó que Pedro no diría nada. El silencio se tensaba cada vez más.

—Claro, tienes razón. Estaba celoso —declaró él al fin.

Era lo último que Paula esperaba y perdió el aliento.

—Pedro...

—No te preocupes —se interrumpió, despreciándose a sí mismo—. No tengo intenciones de hacer nada al respecto. Es sólo una aberración y ya se me pasará. Sólo tengo que recordar una y otra vez quién eres.

Paula no se defendió. Tal vez era más fácil que Pedro creyera lo que quisiera respecto a ella.

—Bueno —apretó los labios y alzó la cabeza—, ¿Por qué no me hablas de tu esposa? ¿Quién es? ¿La conozco?

—¿Por qué tengo que hablarte de mi esposa? —la miró con desprecio—. No tienes que darme coba, Paula. No te voy a abochornar delante de tus padres, si eso es lo que temes.

—No temo a nada —suspiró, harta—. Por el amor de Dios, Pedro, sólo estoy tratando de charlar contigo sin que nos ataquemos después de decir dos palabras...

—¿Y te imaginas que no pelearemos si hablamos de mi matrimonio? —se burló—. No lo creo. Lo que sí puedo decirte es que Candela no se parece en nada a tí.

—¿Candela? —frunció el ceño—. ¿Candela Berrenger?

—No. Candela Alfonso—fue sucinto—. Hace diez años que estamos casados.

—Quieres decir que... —Paula se calló. Le parecía demasiado doloroso.

Pensar que Pedro se había casado con Candela sólo unos meses después de que ellos rompieran... le dolió mucho. Candela Berrenger. No lo podía creer. Candela, a quien sólo le importaban los caballos. Pero sabía que era un buen partido. Su linaje era casi tan viejo como el de Pedro y su padre era dueño de caballos de carreras, así como de una gran parte del condado.

—¿Y bien? —inquirió Pedro cuando el silencio se alargó—. ¿Qué esperabas? ¿Un conjunto imperecedero entre tú y yo?

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