viernes, 12 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 4

Cuando ella bajó la cabeza para evitar sus fríos ojos, vió el anillo que Pedro tenía en la mano izquierda. El estómago le dió un vuelco al darse cuenta de que era una alianza. A pesar de que Paula sabía que no debía sentirse así, la invadió un fuerte mareo. Por un momento, creyó que iba a vomitar. De alguna manera logró controlarse, aunque empezó a sudar. «Santo Dios», pensó mientras se enjugaba la frente con el dorso de la mano, sabía que no debía importarle lo que él hubiera hecho en los años que estuvieron separados. Era de esperar que hubiese encontrado a otra mujer, que se hubiera casado, que tuviera una familia. Después de todo, eso hacían casi todos los hombres y Pedro era un hombre muy atractivo. Sin embargo, el mareo persistió. Sabía que no podía ser objetiva en lo que Pedro se refería. Considerar la relación desde otro país, era fácil, pero no lo era tener un encuentro cara a cara.

 A pesar de que se esforzó por tranquilizarse, Pedro se percató de que estaba jadeando.

—¿Te encuentras mal? —inquirió. Mostró preocupación, a pesar de que tenía que concentrarse en el tráfico—. Por el amor de Dios, ¿Por qué no me has dicho que no estabas bien antes de subir al coche?

—Sólo... es un ligero mareo... —protestó Paula y se preguntó qué diría él si supiese la causa. Pensó que era probable que a él le gustara vengarse de ella si sabía que lamentaba la separación.

—Mmm —se impacientó él. Abrió las ventanas y el aire que entró animó ala chica—. Vamos a ir a un restaurante en la carretera para tomar algo de café —la miró de modo penetrante—. ¿No has desayunado en el avión?

—No tenía hambre —reconoció la chica—. Además, la comida de las líneas aéreas es muy desabrida, ¿no crees? —se humedeció los labios, nerviosa.

 —Tal vez, no he viajado tanto como tú —contestó, manteniendo la vista fija en el camino—. Parece que no comes mucho ahora.

 —Ah, gracias —la respuesta de Paula fue defensiva—. Me agrada oír que piensas que estoy desnutrida.

—Yo no he dicho eso —fue cortante.

Pero ella no estaba de humor para considerar que la charla era incongruente.

—¿Ah, no? Bueno, tal vez te interese saber que, en el lugar del que vengo, nunca puedes estar demasiado delgada.

 —Ni ser demasiado rica, según he oído —la contestación fue rápida y cortante—. Me imagino que no puedes tener una cosa sin la otra, ¿Verdad?

—¿Qué quieres decir con eso? —Paula respiró hondo.

—Nada —Pedro se encogió de hombros, como si no quisiera discutir con ella—. Sólo era por decir algo, eso es todo —entró en el carril que los llevaría a la M3—. Hay un área de servicio por aquí. Sí, allí está el letrero. Sólo faltan tres kilómetros.

 —No tienes que parar por mí —estaba tensa y sabía que estaba exagerando las cosas.

Sin embargo, Pedro sólo la miró sin decir nada.

—Vamos a parar —apartó frente al restaurante—. Quiero un café. Eran apenas las seis de la mañana cuando salí de casa.

—¿Y por qué has venido? —apretó los labios—. Habría podido arreglármelas sola.

—No me digas —apagó el motor—. Bueno, tu madre me pidió que viniera a buscarte. No pude negarme. Ella y tu padre, igual que el resto de la familia, están muy tristes por la muerte de tu abuela. Ha sido muy duro para ellos desde que tuvo el primer infarto, antes de Navidad.

—¿Tuvo un infarto antes de la Navidad? —exclamó y lo miró extrañada— . No lo sabía.

—Me imagino que pensaron que eso no te interesaría —Pedro abrió la puerta—. ¿Vienes? ¿O estás decidida a hacer que las cosas sean más difíciles de lo que ya son?

—¿Más difíciles? —repitió y salió del coche.

No le parecía justo que él la mal interpretara. No había sabido nada de la enfermedad de su abuela ni de lo doloroso que debía ser para toda la familia.

—Sí, más difíciles —Pedro cerró el coche con llave—. No me hagas recordar lo egoísta que eres.

—No te pedí que vinieras —lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—No —concedió Pedro con un suspiro—. No me lo pediste. Y también has dejado bien claro que preferirías que no hubiera venido —miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oyera—. Pero, por favor... ¡No hagas una escena aquí! Por la memoria de tu abuela, estoy dispuesto a olvidar el pasado y tú también deberías hacerlo. Diez años son mucho tiempo para que te guarde rencor… y para que tú te sientas culpable.

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