domingo, 7 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 52

—Tuve una falta y confié en que fuera una falsa alarma. Pero la prueba de embarazo ha dado positivo. Por favor, no te enfades.

—No estoy enfadada.

—Tú siempre dices que debemos aprender de nuestros errores. No queríamos que esto ocurriera. Tuvimos mucho cuidado.

—¿Sabe Julián que vas a tener un hijo? —la voz de Paula sonaba firme y calmada, sin traicionar sus sentimientos.

—No puedo decírselo.

—Tienes que hacerlo —la urgió Paula.

—Si se lo cuento me dejará, como hizo el novio de Cami.

—Julián te quiere —Paula suavizó el tono—. Ya sé que va a ser duro, pero tiene derecho a saber la verdad. Ser sincero es siempre lo mejor.

—Esta vez no —protestó Laura.

—Te equivocas. Yo cometí un error al no contarle a Pedro lo de su hija. Ojalá pudiera volver atrás, pero no es posible.

 —Julián no lo entenderá.

—Tal vez al principio se enfadará —reconoció Paula—. Pero lo superará. Quiere a Franco. Eso lo sabes. Y te quiere a tí. También querrá a este bebé.

—Tú siempre decías que un bebé da mucho trabajo. Dos es como multiplicarlo por cuatro. ¿Cómo vamos a hacerlo? Apenas podemos ahora.

—Tienes la ayuda del programa —aseguró Paula—. A mí, a Julián, a Cami, a Pedro…

¿Formaba él parte de su pequeña familia? Él no había querido que Paula se quedara allí, pero ella no quiso saber nada de marcharse de allí. Así que al conocer a su hija, se había visto envuelto en aquella familia. Cuando decidió que Oli estaba otra vez profundamente dormida, entró al salón.

—Podría fingir que no he escuchado, pero sería mentira. Paula tiene razón con lo de decir la verdad.

Ambas mujeres lo miraron antes de que Laura sacudiera la cabeza.

—Tengo que irme.

—Espera… —antes de que Paula pudiera detenerla, la adolescente se había ido. Cuando alzó los ojos para mirarlo, tenía la mirada preocupada—. Esto es todo un problema.

Desde luego, pensó Pedro. Y no se refería sólo a lo que había escuchado.



Paula le sonrió al hombre mayor de cabello gris que la había seguido al pasillo que había fuera de la sala de urgencias donde su mujer, enferma terminal, respiraba ahora con menos dificultad. Le puso la mano en el brazo.

—Señor Mendenhall, le prometo que encontraré una plaza para Esther en un centro. Allí estará cómoda.

—Eso es lo que quiero —sus ojos oscuros se convirtieron en dos piscinas de tristeza—. Esther se ha ocupado de mí durante más de cincuenta años, y ahora me toca a mí asegurarme de que tiene todo lo que necesita. Hemos tenido cantidad estando juntos, y ahora se trata de calidad.

—Le comprendo. El Centro Médico Misericordia tiene un área de cuidados estupenda —Paula cerró el cuadro de gráficos—. Haré algunas llamadas y me aseguraré de que haya una cama. No se preocupe.

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