lunes, 8 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 59

Tras estacionar delante del edificio iluminado, Pedro rodeó el coche para abrirle la puerta. Paula salió y miró a su alrededor. Había gente sentada en la entrada y en el banco de la parada del autobús. Muchos no tenían más que una bolsa de papel marrón que ocultaba la botella con el veneno que cada uno había escogido. Otros miraban con ojos vacíos y sin esperanzas. Aquéllos eran los que no conseguían un techo ni un colchón para pasar la noche. Paula recordó que ella había sido uno de aquellos desafortunados, y el miedo que había pasado.

—¿Qué te ocurre, Paula? —preguntó Pedro, que estaba a su lado—. Estás temblando como si te persiguiera el coco.

—Una vez lo hizo —hacía casi treinta grados de temperatura, pero le castañeaban los dientes—. Tenía quince años, estaba en la calle y no había luz. Un tipo trató de forzarme.

—Paula —Pedro apretó las mandíbulas—. Tú… él…

—No. Le dí una patada y salí corriendo como alma que lleva el diablo.

 —Bien hecho —Pedro apoyó la muñeca en el capó del coche y se inclinó para mirarla a los ojos—. Puedo entrar yo solo y buscarla si te resulta demasiado duro. Pero no quiero dejarte aquí sola.

Y ella no quería quedarse allí.

—No. Estoy bien.

Pedro se incorporó y cerró el coche. Paula iba a subirse a la acera cuando él la detuvo y la estrechó entre sus brazos. Su pecho sólido y la piel cálida eran siempre un refugio seguro, pero en aquel instante los sintió especialmente deliciosos. En el futuro, durante las noches frías y solitarias, el recuerdo de aquel gesto tranquilizador y su sólida presencia llenarían los oscuros rincones de su alma. Paula le rodeó la cintura con los brazos y se quedó así. Fueron sólo unos instantes. Ella deseaba con todas sus fuerzas fingir que Pedro estaba allí para ella, que le importaba ella, no sólo porque fuera la madre de su hija. Pero hubo una vez en la que fingió que alguien la amaba. Pero él se había limitado a utilizar egoístamente su cuerpo y dejarla embarazada, de modo que ella terminó viviendo en la calle. Eso la hizo enfrentarse a la realidad, y se prometió a sí misma seguir haciéndolo siempre.

Paula  suspiró, se apartó de Pedro y le sonrió.

—Gracias por esto.

Él asintió.

—Vamos a ver si Laura está ahí dentro.

—De acuerdo.

 Antes de entrar, un movimiento en el umbral llamó la atención de Paula. En la amarilla luz de la calle se distinguió el brillo de una melena rubia seguida del llanto de un niño.

—Aquí, Pedro—ignorando a la gente que le pedía unas monedas en la acera, Paula corrió hacia la puerta. En las sombras distinguió una figura delgada encogida con algo en brazos.

—¿Lau? Soy Paula.  Pedro está conmigo.

 —¿Pau? —la adolescente se incorporó, miró y se echó a llorar.

Paula los estrechó a Franco y a ella entre sus brazos y le susurró palabras de consuelo, diciéndole que todo iba a salir bien. Finalmente, Franco empezó a reírse e intentó zafarse de los brazos de su madre. Pedro lo recogió con los suyos.

—Eh, amigo, ¿Dónde crees que vas?

Laura aspiró el aire por la naríz y le temblaron los labios.

—No tenemos donde ir. Cuando llegamos al refugio, estaba lleno y no podían admitirnos.

—Tienes donde ir —le dijo Emily con firmeza—. Hemos venido para llevarte a casa.

—Pero estoy embarazada. Juli  dijo… —un sollozo cortó sus palabras justo antes de que las lágrimas le resbalaran por las mejillas.

—Julián  está muerto de preocupación por tí y por Franco—aseguró Pedro.

—Esas cosas le pasan a todo el mundo. Todos necesitamos ayuda en algún momento. No puedes salirte del juego.

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