miércoles, 31 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 52

—Yo... no sé a qué te refieres —estaba acorralada. Se preguntó por que se metía en situaciones tan difíciles—. Ya te he dicho por qué fue... Fue... muy amable.

—¡Amable! —exclamó, como si se tratara de una grosería—. Apuesto a que lo fue. Candela puede ser encantadora cuando tienes algo que ella desea.

—¿Algo que desea? —lo miró sin entenderlo.

—Me pregunto cómo se enteró —se tornó sombrío—. Sabía que yo iría a recogerte al aeropuerto, pero eso no significa nada. Y, como has dicho, no fue al funeral. Alguien debió decirle algo. Alguien que nos vio ese día en el estudio de tu padre. Y me atrevo a decir que fue Elena Davis. Dudo que tu madre hubiera propagado semejante chisme.

—Pepe, ¿Qué estás...?—logró fingir confusión.

—¿...diciendo? —Se burló—. No finjas que no lo sabes. Estoy hablando de nosotros, de nuestra relación, de que, cuando, te toco, todos los demás dejan de existir para mí.

 —No...

—Sí —le alzó la barbilla—. Por eso Candela fue a verte. Porque sabe lo que siento por tí.

—¡Crees... que está... celosa! —Paula tembló.

—No. Quiero decir que  sabe que eres la única persona que podría convencerme de que me divorcie de ella. Por eso fue a verte, ¿Verdad? No te molestes en negarlo, veo la verdad en tus ojos.

—Está demasiado oscuro como para que me puedas ver los ojos — rezongó Paula.

—Bueno, lo siento a través de tu piel. Es como si tuviera un sexto sentido en lo que a tí se refiere. No importa lo que sea. Ésa es la verdad, ¿No? Por favor, no me vuelvas a mentir.

—Sí, es la verdad —trató de separarse, pero él no lo permitió. Le acarició la mejilla—. Siento que esto te avergüence, pero ella me pidió que no te dijera nada...

—Apuesto a que sí. —... he traicionado su confianza. No entiendes, Pepe, sólo está pensando en tí...

—¡Estás loca! —explotó Pedro— ya te dije que lo único que le importa a Cande son sus adorados caballos. Y ahora están en peligro.

—No entiendo.

—Pau, quiere pedirme el divorcio. ¿No te das cuenta? Así puede seguir siendo dueña de las cuadras Berrenger —exclamó.

—¿Por qué? —lo miró fijamente.

—¿Por qué crees? Necesita, dinero. Mucho dinero. Y yo ya no puedo darle más. Tendrá que vender las granjas.

—Pero... ella...

—¿Qué te dijo?

—Dijo que te ha pedido varias veces el divorcio.

 —¿Y me vas a creer si te digo que no ha sido así?

—Ya no sé qué creer.

—Entonces, deja que te lo explique todo —se acomodó en el asiento—. Cuando el padre de Cande murió, las cuadras estaban perdiendo dinero. Las hipotecaron. A no ser porque Carlos se suicidó para que su hija cobrara el seguro, habrían tenido que ser vendidas.

—Candela... dijo algo parecido —asintió la chica.

—Bueno —vaciló un momento—. Y, después de la muerte de su padre, nos casamos. ¿Te lo contó también?

—Dijo que te casaste con ella por despecho.

—Qué decente de su parte —rezongó—. Sí, supongo que así fue. Después de que te fuiste, ya no me importó lo que pasara con mi vida. Y mi padre y Carlos Berrenger fueron amigos durante muchos años.

—Así que te casaste con ella —no quería pensar en eso, aunque hubiera sido un matrimonio sin amor.

—Sí. Y Candela obtuvo su dinero.

—Y... todo salió bien.

—No —suspiró Pedro—. Lo que yo no sabía entonces, era que mi padre había estado financiando a Carlos  durante varios años, que hipotecó Rycroft en un último intento por ayudar a su amigo. Y que, cuando Carlos murió, Candela no le dió ni un centavo del dinero del seguro.

—Entonces, por eso estás...

—¿En quiebra? Sí, así es —comentó sarcástico.

—Pero, ¿No pudieron vender las cuadras? —preguntó atónita.

—Tal vez sí, si mi padre hubiera estado dispuesto a echar a Candela de allí. Y ya lo conoces, no es esa clase de hombre. Dios sabe que sufrió mucho cuando Carlos se quitó la vida.

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