lunes, 22 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 29

—¿De verdad? —lo miró con disimulo y se humedeció los labios.

—Sí —se impacientó Pedro—. ¿Qué estás insinuando? ¿Que no me crees? Te juro que no he salido con otra chica desde que te llevé a tu casa aquella tarde, cuando la bicicleta se estropeó. Y ésa es la verdad.

—Pero la abuela dijo... —se mordió el labio.

—Sigue —insistió cuando ella calló—. ¿Qué dijo tu abuela? Ya sé que no le gusto, así que no será ninguna sorpresa.

—No es importante —vaciló.

—Si es un obstáculo entre tú y yo, sí es importante —replicó. Le enmarcó el rostro con las manos y le besó los labios—. Vamos, puedes decírmelo. ¿A quién se supone que he estado viendo?

—No es eso —se apartó Paula.

—Entonces, ¿De qué se trata?

—No puedo decírtelo.

 —¿No puedes o no quieres? —se enfadó y maldijo—. ¿No te das cuenta de lo que tú abuela nos está haciendo? ¡Nos obliga a reñir!

—No es cierto —pero Paula  temía que él tuviera razón.

Pedro estaba tan enfadado, que ella le echó los brazos al cuello y lo besó. Abrió la boca contra la de él y buscó su lengua con la suya. No había respondido al principio, pero cuando Paula se desabrochó primero su abrigo y luego la chaqueta de él,  tuvo que ceder. La hizo apoyarse sobre el asiento y le metió la lengua en la boca con fiereza. Era como si necesitara probarse, así como a Paula, que todavía podía controlar la situación. Pero por una vez, su plan no dio el resultado acostumbrado. La boca sedosa de ella, las caricias sensuales de su lengua y la presión incitante de sus senos en su pecho, fueron demasiad. Empezó a descontrolarse y, en vez de alejarse cuando la excitación aumentó, siguió alimentándola.

Él no había tenido toda la culpa. Paula quería hacer todo lo que pudiera para acallar las dudas que su abuela había sembrado en su mente. Pedro la deseaba y sólo a ella. La había deseado durante los últimos seis meses y se entregaría a él si así podía conservarlo a su lado. Y aquel fue el último pensamiento coherente. No le era posible pensar cuando él aumentaba la temperatura de su cuerpo. No era la primera vez que le pasaba la mano bajo el jersey y que le tocaba los pechos, pero aquella noche no se conformó con acariciarlos. Aquella noche, le había alzado la prenda y acariciado los sonrosados pezones con la lengua. Paula  se estremeció mientras él acariciaba sus pezones hinchados. Nunca había imaginado lo que sentiría cuando Pedro lo hiciera, pero su naturaleza apasionada respondió a las caricias. Las sensaciones que él creaba, casi la enajenaban. Se apretó contra él. Pedro volvió a besarla y descubrió que ella también jadeaba. Le pasó los brazos al cuello y enredó los dedos en el pelo de la nuca masculina. Se ahogaba en emociones que desconocía. Aunque hacía frío en el coche, ella no lo sintió. Sólo era consciente de Pedro cuando éste le acarició la rodilla y luego deslizó la mano por el muslo, bajo la falda,  abrió las piernas de manera automática.

—¡Dios! —cuando sus dedos rozaron la cálida unión de las piernas de Paula, Pedro retiró la mano y se separó de ella. Se pasó las manos por el pelo y la miró  que estaba muy confundida—. Bájate el jersey —había añadido.

—¿Qué? ¡Oh! —Paula estaba demasiado pasmada como para entender lo que pasaba, pero sabía que Pedro estaba enfadado con ella—. Perdona — suscitó mientras se arreglaba la ropa.

—No... te disculpes. Yo soy quién debería pedirte perdón —masculló—. Dios, creo que me estoy volviendo loco.

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